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LUIS BAREIRO
  LA BIBLIA Y EL TRATADO DE ITAIPÚ - Por LUIS BAREIRO - Domingo, 31 de Enero de 2021


LA BIBLIA Y EL TRATADO DE ITAIPÚ - Por LUIS BAREIRO - Domingo, 31 de Enero de 2021

LA BIBLIA Y EL TRATADO DE ITAIPÚ


Por LUIS BAREIRO


lbareiro@uhora.com.py

Puede que no seamos el segundo país más corrupto de Sudamérica, pero nos percibimos como tal. Puede que las instituciones y los gobiernos de Suecia o Suiza no sean tan prístinamente honestos, pero lo importante es que así lo sienten sus habitantes. Esa percepción positiva o negativa se traduce en confianza o desconfianza; y ese sentimiento, cuando es colectivo, se convierte en el principal aliado del desarrollo o en un escollo insalvable para conseguirlo.

La confianza es un valor social y económico. No existe mayor incentivo para las inversiones y la generación de puestos de trabajo que la confianza. Hay una relación directa entre la credibilidad de una institución pública y la tasa de morosidad de sus contribuyentes. Un municipio con buenos resultados y con un intendente reputado de honesto recauda más que aquellos con una administración vergonzosa y un lord mayor que acumula causas penales.

Por el contrario, la desconfianza es una sustancia altamente corrosiva y contagiosa. Quien desconfía de su municipio lo hace también de sus vecinos, del que recolecta la basura, del oficial de tránsito y hasta de su socio comercial. Cuando la desconfianza se convierte en norma, en sentimiento colectivo permanente, es imposible el trabajo organizado. Toda acción es producto de una obligación, de una imposición, de cosas que se hacen a regañadientes y con los ojos entrecerrados. Eso puede llegar a funcionar por un tiempo bajo una dictadura, pero nunca en democracia.

Por eso ningún gobierno puede cometer la estupidez de menospreciar la percepción de la opinión pública sobre sus acciones. Todos los gobernantes creen que los demás tienen una percepción equivocada sobre su gestión, que lo están haciendo mejor de lo que se percibe, o no tan mal como la mayoría cree.

Su error es no darse cuenta de que lo que ellos crean es irrelevante. Si no logran generar confianza entre sus gobernados, su gobierno está condenado al fracaso. Abdo Benítez puede leer la Biblia todas las mañanas y regodearse con sus asesores con datos estadísticos sobre la inversión pública, pero mientras no logre levantar las dudas sobre la necesidad, el costo y la participación de su cuñado en la adjudicación de una simple pasarela, jamás conseguirá exorcizar la presunción de culpabilidad.

Todos los ministros pueden ser obligados a tuitear elogios para el ex canciller ungido como nuevo director paraguayo en Itaipú, pero mientras en la opinión pública y en los medios siga siendo recordado como el correveidile que entregó un pedido de renuncia desatando un escándalo que casi terminó con el juicio político del propio presidente, su nombramiento será percibido indefectiblemente como el preámbulo de un escándalo mayor.

La Corte Suprema de Justicia puede decirnos que hay una amplia mayoría de casos resueltos sin mayores controversias, pero mientras tengamos entre las resoluciones polémicas notorios casos de impunidad para los políticos amigos, e imputaciones dudosas para los de la vereda de enfrente, es inevitable que la desconfianza siga siendo el único sentimiento que nos provoque la dama de la balanza y los ojos vendados.

La confianza no es lo mismo que la fe. No se puede pedir confianza, hay que ganársela. Abdo Benítez tiene una responsabilidad superior a la de todos sus predecesores de la era democrática. Le toca liderar la renegociación del Tratado de Itaipú. Lo que consiga, entregue o pierda determinará su papel ante la historia: la del patriota o la del infame traidor. Difícilmente haya medias tintas.

El desafío es colosal y para enfrentarlo con alguna posibilidad de éxito su primer requisito es gozar de la confianza de sus gobernados. Hoy no la tiene, la perdió. Está obligado a reconstruirla. Y para hacerlo necesita dejar de escuchar las voces serviles de su entorno, o enterrar la cabeza en actitudes místicas y tomar decisiones duras. La lectura religiosa puede que salve su alma, pero no lo exculpará ante la historia.



Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Domingo, 31 de Enero de 2021

www.ultimahora.com


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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