PIQUITO
Por LUIS BAREIRO
lbareiro@uhora.com.py
En 1979, los líderes comunistas de la Unión Soviética y Alemania Oriental, Leónidas Brezhnev y Erich Honecker, fueron retratados fundiéndose en un beso digno de Romeo y Julieta. La foto dio vuelta al mundo y en 1989 se convirtió en un mural que es uno de los puntos turísticos más visitados en Berlín. En la época representó la unión política y comercial de dos naciones que necesitaban apoyarse mutuamente para evitar el colapso de su modelo. Sabemos que no les sirvió de mucho.
A nadie se le ocurrió entonces poner en duda la virilidad de los protagonistas. La costumbre entre los hombres del partido era saludarse con tres besos en la mejilla, o dos y uno en la boca si el nivel de confianza y afecto eran sinceros. Vislumbrar algún rasgo poco varonil en aquel ritual entre los camaradas podría considerarse casi una traición a la causa, un prejuicio típico de los cerdos capitalistas.
Mi padre, que vivió en el exilio hasta los 18 años, gracias al general presidente, tenía por costumbre intercambiar besos con sus primos y amigos, y a nadie se le habría ocurrido cuestionar su masculinidad, en especial si consideraban la alta tasa demográfica familiar con un aporte de siete vástagos para la estadística.
Hace unos días, algunos despistados pretendieron convertir en escándalo el entusiasmo con el que el jugador Roque Santa Cruz celebró la victoria de Olimpia, repartiendo besos con sus compañeros de equipo. El argumento que más se repitió en las redes sociales para denostar contra este deportista ejemplar (por cierto, dentro y fuera de la cancha) fue que esa costumbre porteña, carente de bizarría, no forma parte de la cultura paraguaya.
Por lo que leí, hay un sector de la sociedad que considera que todos los elementos que hacen a lo que llamamos cultura tienen un carácter sacramental, y que por lo mismo son perennes e inmutables, como los mandamientos apuntados bajo inspiración divina en las tablas de Moisés. Esto supone además que todos los rasgos culturales son intrínsecamente buenos.
Pues permítanme el sacrilegio de disentir. La experiencia de vivir inmerso en ella me dice que hay mucho por purgar de nuestra cultura criolla. Cito solo algunos de los elementos más notorios: la impuntualidad, la prepotencia, el maltrato de lo público, las pésimas costumbres de higiene en espacios comunitarios, la improvisación (que nada tienen que ver con la creatividad) y, por supuesto, el concepto caricaturesco de virilidad que supone que la demostración de afecto entre congéneres atrofia los testículos, o que el patriotismo se ejerce vistiendo la camiseta de la Selección Nacional.
El bagaje de usos, costumbres y creencias paraguayas que llamamos cultura, tiene valores preciosos que debemos preservar, como la solidaridad, la empatía y la facilidad de generar lazos afectivos; pero también está contaminada de vicios y miserias de los que necesitamos desprendernos, y para ello debemos empezar reconociendo el problema. La cultura no es sagrada ni inmutable. Dejemos de usarla como excusa para justificar prejuicios infantiles que, en los tiempos de Brezhnev y Honecker, nos habrían valido unas merecidas vacaciones en Siberia.
Fuente: ULTIMA HORA (ONLINE)
Sección OPINIÓN
Domingo, 10 de Junio de 2018
