A PROPÓSITO DEL CASO DEL COLEGIO SAN JOSÉ
Por LUIS BAREIRO
lbareiro@uhora.com.py
La golpiza a la que sometieron a un estudiante del colegio San José alcanzó notoriedad porque un padre espantado decidió romper el pacto de silencio. Esos rituales de iniciación de lo que pretende ser una logia de machos alfa no era secreto para nadie. Generaciones de alumnos que hoy son padres e incluso abuelos de nuevos alumnos lo han consentido bajo la consigna de la tradición, parte del proceso de convertirse en adulto.
La pregunta que nunca se hicieron es qué clase de adulto.
No hay que engañarse; este mismo fenómeno se repite en la mayoría de los colegios, con mayor o menor fuerza. Su vigencia consolida dos o tres ideas que se han cebado en nuestra conciencia colectiva y que se traducen en hechos que observamos casi a diario.
La primera es considerar legítimo que los más fuertes o los más antiguos se impongan a los más débiles y les fijen reglas. Estas pueden parecer infantiles, como la prohibición de permanecer en determinado lugar en el patio de la escuela (espacio reservado para los mayores), de usar un gorro o lentes de sol o cualquier otro adminículo como ese; después le sigue la obligación de aportar dinero para algún evento deportivo o formar parte de la hinchada o cualquiera otra tontería como esa. Parece un disparate, pero su incumplimiento implica exponerse al acoso permanente e incluso a una "corrección física".
La segunda idea es la de la complicidad forzada: nadie puede denunciar esta situación so pena de quedar marcado como soplón o "mariquita", un paria entre sus iguales, que osó romper el sacrosanto pacto del silencio.
Y la tercera idea es la más perversa: si se descubre el entuerto que nadie resulte sancionado. La responsabilidad se diluye en explicaciones sobre tradiciones absurdas, padres sin autoridad y chicos desorientados; pero lo cierto es que ninguno carga individualmente con su parte de culpa. Eso se llama impunidad.
El mensaje final, tanto para los abusadores como para las víctimas del abuso y para quienes contemplan pasivamente la aplicación del ritual, es que los más fuertes tienen el derecho natural de cebarse en los más débiles y de imponerles sus reglas; y que, si son descubiertos, en tanto tenga padres con recursos económicos para pagar una solución, siempre terminarán impunes.
El modelo funciona y genera resultados catastróficos.
Por qué debería sorprendernos que tengamos una sociedad de adultos que utilizan la prepotencia como instrumentos de comunicación, y que si alcanzan determinados niveles de poder económico o político actúan convencidos de su impunidad.
Es lo que aprendimos. La imposición de las mayorías y la impunidad del poder.
Los corruptos y prepotentes no aparecen por generación espontánea, ni los pasivos y timoratos fueron importados, los producimos nosotros, desde nuestras casas, escuelas y colegios, bajo la convicción estúpida de que solo estamos repitiendo la sacrosanta tradición.
Y como diría un colega: así nos va.
Fuente: ULTIMA HORA (ONLINE)
Sección OPINIÓN
Domingo, 03 de Junio de 2018
