EL ÚLTIMO ACTO DE CARTES
Por LUIS BAREIRO
lbareiro@uhora.com.py
Darle poder político a quien tiene poder económico es siempre un error. Vierci o Zuccolillo nunca deben ser presidentes; Horacio Cartes jamás debió serlo. Pero llegó y en sus primeros años hizo más de lo que se podía esperar de él. Pudo ser un buen gobierno, pero...
En el inicio, el tabacalero devenido presidente jugó bien sus cartas altas, sus particularidades. No le debía la victoria a nadie, compró un partido en la llanura y financió solito su campaña. No tenía compromisos políticos, no necesitaba echar mano del dinero público (ya era uno de los paraguayos más ricos de toda la historia) y podía tomar decisiones sin negociar con nadie. Y obró en consecuencia.
Todavía podemos celebrar la incursión de figuras nuevas y efectivas, como Soledad Núñez, en Senavitat; la pérdida de influencia de la jauría seccionalera (en los primeros años); un manejo mucho más profesional en algunas de las empresas públicas, como Petropar o la INC, y la publicidad de información trancada hasta entonces bajo siete llaves, como la nómina de funcionarios y sus salarios, incluyendo a las sacrosantas binacionales.
En términos estadísticos no hay dudas de que Cartes lleva las de ganar. Cantidad de rutas asfaltadas, inversión en áreas sociales, viviendas construidas, etcétera. ¿Supone esto que es un éxito de su gobierno? En absoluto.
El fracaso de Cartes también tiene que ver con las particularidades (estas negativas) del tabacalero: la soberbia, la absoluta falta de empatía y un pasado del que no logra desprenderse.
La soberbia lo embarcó en el delirio de la reelección, la misma fiebre enfermiza que destruyó la administración de Duarte Frutos. Esa búsqueda de Cartes de mantenerse en el poder destrozó la institucionalidad de la República y nos regaló otro bochornoso Marzo Paraguayo.
La falta de empatía hizo que perdiera todo contacto con sus mandantes. Creyó que era el patrón y no el empleado. Nunca dio explicaciones de nada, jamás intentó siquiera convencer de lo que estaba haciendo. Y al hacerlo perdió contacto con la realidad. Se embelesó con los números que le daban sus paniaguados y se olvidó de lo que vivía la gente.
Finalmente, su pasado regresó de la mano del doleiro Darío Messer para ensombrecer el final de su gobierno. El presidente lo presentó en actos públicos y ante gobiernos extranjeros como su hermano del alma; abogados de su empresa a los que luego nombró en cargos públicos tramitaron la naturalización paraguaya del brasileño-israelí; su primo es socio en las empresas del doleiro desde donde se lavaban millones de dólares.
Por un caso así hasta el soberbio incorregible de Donald Trump se vería obligado a dar explicaciones ante el Congreso, y estarían en curso numerosas investigaciones para determinar los alcances de su relación con el doleiro.
Cartes ni siquiera abrió la boca. Cree que nada necesita explicar. Nunca entendió que para un presidente dar explicaciones no es opcional, es una obligación. Pero no lo hará. Su ninguneo a la gente es el último acto de gobierno, aquel por el que será recordado, un gesto supremo de soberbia y de desprecio.
Fuente: ULTIMA HORA (ONLINE)
Sección OPINIÓN
Domingo, 27 de Mayo de 2018
