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LUIS BAREIRO
  UNA CUESTIÓN PERSONAL - Por LUIS BAREIRO - Domingo, 01 de Abril de 2018


UNA CUESTIÓN PERSONAL - Por LUIS BAREIRO - Domingo, 01 de Abril de 2018

UNA CUESTIÓN PERSONAL


Por LUIS BAREIRO


lbareiro@uhora.com.py

Esta semana murió otra adolescente dando a luz a mellizos. Tenía 16 años, y el padre de las criaturas, 35. Ella ya había sido madre a los 13, víctima del abuso de su padrastro. Unos días antes, falleció otra niña en pleno proceso de parto, tenía 14 años y vivía desde los 11 en concubinato con un hombre de 37, en su propia casa, con el consentimiento de sus padres.

Estos son apenas los casos conocidos. De acuerdo con el Ministerio de Salud, se mantiene la terrible estadística de dos menores de entre 12 y 14 años que se convierten en madres cada día.

Considerando las edades, aún si hubieran tenido relaciones consentidas, para la ley se trata de casos de abuso sexual. De hecho, según consta en los registros de la Policía Nacional, la gran mayoría corresponde a casos de violación.

La fiscala Teresa Martínez, que lleva años combatiendo la trata de personas, apuntaba en estos días un dato perturbador: muchas de estas niñas terminan con hombres mayores estimuladas por su propia familia porque el concubino aporta recursos a la casa. Es una especie de prostitución encubierta.

Quizás lo más aterrador de este fenómeno contracultural es su dimensión. Siendo sumamente conservadores, podemos decir que la mitad de los casos de abuso de niñas se convierten en embarazo. Si nos guiamos por la estadística de Salud de dos niñas madre por día, tenemos no menos de cuatro casos diarios que implican la participación de un abusador. Eso hace 1.460 abusadores por año. Ni hablar de los cómplices, entre los que figuran a menudo la madre y el padre.

Los abusadores no son marginales adictos que roban un celular para comprar su dosis de droga.

En la mayoría de los casos se trata de familiares, vecinos o amigos de la víctima; personas que integran el círculo más cercano de esas niñas. Lo peor es que no es un fenómeno nuevo, sino una práctica atroz que se ha silenciado durante décadas.

¿Qué hacemos para frenar esto?

¿Cómo evitamos que se sigan perdiendo o destruyendo las vidas de miles de niñas paraguayas?

Muchos apuntan a una salida judicial; creen que si castramos a violadores desestimularemos a potenciales nuevos abusadores. Otros apuntan a la educación sexual, explicando a niños y niñas qué cosas están mal que otros hagan con sus cuerpos, y cómo y a quién denunciarlo.

Con relación a lo primero, no está probado que la expectativa de una pena mayor haga desistir a un violador; y con relación a lo segundo, cualquier intento de introducir educación sexual se estrella con los temores de los grupos religiosos y la eterna polémica sobre las cuestiones LGBT.

Estamos trabados en un debate entre sordos.

Mientras, miles de vidas se siguen perdiendo cada año. De alguna forma, tenemos que dejar nuestros miedos y prejuicios de lado y empezar a debatir maduramente como sociedad cómo enfrentamos esta tragedia.

Y confieso que en mi caso es una cuestión personal, no quiero que mis hijas vivan en un país así.

Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Domingo, 01 de Abril de 2018

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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