UN ATEO EN SEMANA SANTA
Por LUIS BAREIRO
lbareiro@uhora.com.py
Siempre que se acerca Semana Santa alguien me pregunta si estaré de cama porque soy ateo. Creo que hay una confusión muy grande con respecto a lo que supone no creer en un dios y lo que ese descreimiento implica en la relación con las personas que sí creen.
Primero, asumir íntimamente que no creemos en la existencia de una deidad, con todo lo que eso supone, es un doloroso ejercicio de honestidad. Implica aceptar, entre otras cosas, que no hay nada más que esta breve vida material, que la muerte es absoluta y definitiva, y que nunca más volveremos a ver a los seres queridos que murieron.
Es tentador autoconvencernos de que hay otra realidad donde nos volveremos a encontrar y donde nuestra existencia será infinita. Es poner los zapatos y esperar a los Reyes Magos. Nos encantaría creer en esa fantasía, pero, lamentablemente, nadie puede mentirse a sí mismo. Muy en el fondo, los no creyentes siempre sentiremos que no es verdad. No es cuestión de voluntad, sencillamente, no creemos.
En contrapartida, hay millones de personas que sí pueden creer en algo, aunque no haya una prueba racional que justifique su creencia. Eso es así porque los seres humanos somos seres emocionales. Nos gusta jactarnos de ser inteligentes, pero la inteligencia no es exclusivamente racional. De hecho, está demostrado que la inteligencia emocional tiene tanta o más relevancia en nuestras vidas que la lógica o racional.
Así, simplemente, hay personas que creen en una deidad o en un mundo espiritual o en una conexión cósmica de energía o en cualquier otra versión del mundo que incluye, básicamente, la inmortalidad de la conciencia, de eso que nos hace únicos e irrepetibles.
Otra vez, no es cuestión de voluntad, sino de fe.
Ahora, ninguno puede imponer su creencia o descreimiento al otro. Creer o no creer no hace mejor o peor a nadie. Y, lo que es más importante, esa cuestión tan íntima, tan personal, no puede ni debe afectar nuestra relación de unos con otros.
Mis padres eran creyentes. Mi esposa, mis tías, mis primos, la mayoría de mis hermanos son creyentes. Eso no reduce en un ápice el profundo amor que siento por todos ellos. Y estoy seguro de que mi condición de no creyente no altera en lo más mínimo el afecto que sienten por mí.
En mi trabajo como periodista he tenido terribles encontronazos con autoridades políticas y religiosas, pero esas experiencias no se traducen en odio o rencor hacia las instituciones o las personas que las componen.
Si hay algo o nada más allá de este mundo material, lo sabremos en algún momento, inexorablemente. Mientras, creamos o no, podemos desarrollar esta vida material sobre la que ninguno tiene dudas dejando que cada uno viva de acuerdo con sus particularidades, tolerando nuestras diferencias y con los mismos derechos y obligaciones.
A la postre, si algo hace que nuestra vida valga la pena son los otros, sean creyentes o no.
Es, cuanto menos, la humilde reflexión de este ateo en Semana Santa.
Fuente: ULTIMA HORA (ONLINE)
Sección OPINIÓN
Domingo, 25 de Marzo de 2018
