LA BUENA GENTE
Por LUIS BAREIRO
lbareiro@uhora.com.py
Soy varón, heterosexual, casado ante la iglesia y el Estado. Tengo una esposa creyente y tres hijas. Somos papá, mamá e hijas. Toda mi familia materna y paterna es católica y la mayoría de comunión periódica. Y, sin embargo, no creo en divinidades, defiendo a las familias como espacio de protección y formación de las personas, independientemente de cómo estén constituidas, y estoy convencido de que la definición sexual es una cuestión innata y que –por ende– en tanto su ejercicio no involucre a nadie contra su voluntad, ningún hombre o mujer puede ser juzgado por ella.
No me preocupa que dos personas caminen tomadas de la mano o se den muestras de afecto en público, sean heterosexuales o no. Descreo que esa imagen afecte o defina la sexualidad de mis hijas; me resulta más difícil explicarles la ración diaria de violencia sobre la que ven, oyen y leen a diario.
Muchos de mis mejores amigos son de izquierda. Otros son devotos del mercado. Yo, luego de tres décadas de recorrer el espectro político, me considero un humanista liberal que descree tanto de las bondades absolutas del mercado como de las utopías colectivistas. Casi con candidez, y pese a la proverbial estupidez humana, sigo creyendo en la gente.
Como ven, en mi círculo humano más íntimo hay diferencias notables en cuanto a fe, ideologías y valoración sobre las definiciones sexuales. Y, sin embargo, si algo me pasara, tengo la absoluta certeza de que todas esas personas, coincidan o no conmigo en estas cuestiones, estarán allí para ayudarme, contenerme o consolarme.
Y sé que es así porque, como diría mi padre en términos muy sencillos, "es buena gente". Esto puede sonar naif, pero es una cuestión clave para explicar mi fe en las personas; no en todas, por supuesto, pero sí en aquellas que conforman mi núcleo más íntimo. Estas personas son "buena gente" porque creen en la honestidad y en la solidaridad y las practican, porque detestan a quienes pervierten las instituciones y se apropian del dinero público, y porque les tiene sin cuidado la afiliación partidaria de nadie, votan a quienes creen que son mejores.
Es "buena gente" porque vive de su trabajo, porque cree en la educación como el camino necesario para la realización humana y porque hacen de la generosidad una rutina diaria.
No importa que tengamos diferencias insalvables en cuestiones religiosas o ideológicas; a la postre, son nuestras acciones las que nos definen.
Como colectivo humano no es muy diferente. Paraguay está en un momento clave de su historia, y es fundamental diferenciar las cuestiones subjetivas que nos dividen de aquellas esenciales que nos unen.
El que piensa distinto, el que cree diferente no es mi enemigo. El enemigo común es el que con su acción o inacción nos roba la educación, la salud, la seguridad, la justicia; en suma, la oportunidad de ser quienes queramos ser.
Es crucial darnos cuenta de quiénes –pese a nuestras diferencias– somos la "buena gente". O los otros nos seguirán ganando.
Fuente: ULTIMA HORA (ONLINE)
Sección OPINIÓN
Domingo, 26 de Noviembre de 2017
