SICARIOS
Por LUIS BAREIRO
lbareiro@uhora.com.py
El narcotráfico es ante todo un negocio, probablemente el más peligroso y el más rentable del mundo. En tanto la producción, distribución y venta del producto sigan siendo ilegales, sus precios en los mercados más controlados seguirán por las nubes, y la operación demandará el soborno de policías, fiscales, jueces, periodistas, parlamentarios, intendentes, gobernadores, ministros de Corte y hasta presidentes.
Toda la gigantesca red montada para combatir el narcotráfico se ha convertido además en un negocio paralelo casi tan bueno como el primero. Cientos de miles de millones de dólares de los contribuyentes se destinan a esta guerra. Un ejército de agentes, espías, economistas, analistas informáticos y un sinfín de burócratas se alimentan de los presupuestos que la financian.
Ninguna de estas políticas ha logrado disminuir el consumo de las drogas; por el contrario, las estadísticas muestran un crecimiento sostenido de la demanda. Menos del cinco por ciento de los ingentes recursos que se gastan cada año en esta guerra se invierte en el eslabón más importante de la cadena: los adictos. La excusa para dar batalla era la necesidad imperiosa de contener este gravísimo problema de salud pública. Sin embargo, décadas y millones de millones de dólares después, el problema solo se ha multiplicado.
Lo más irónico es que el efecto colateral de esta guerra es peor que el problema que pretendía solucionar. Quienes se disputan el negocio son criminales organizados en carteles que ejercen la competencia no con campañas publicitarias, sino con la inclusión en su nómina de pagos de una legión de funcionarios y autoridades electas y de un ejército de matones.
Para controlar a las fuerzas públicas están los sobornos. Igual siempre cae algún jefe narco que rápidamente es sustituido; hay jueces y fiscales rentados para conseguir la libertad o penas menores y, en última instancia, siempre queda la posibilidad de seguir operando desde la cárcel.
A la competencia, sin embargo, no se la puede sobornar. Necesariamente, las disputas territoriales se deben dirimir a balazos, y para hacerlo no escatiman en gastos. Las mejores armas que se pueda comprar están a disposición de los soldados más sanguinarios que se pueda contratar. Estos servicios paralelos generan además nuevas oportunidades de negocios; el tráfico de armas y el sicariato.
Paraguay contempla aterrado el desarrollo paulatino de este último servicio. Ya nos habíamos convertido en el corredor regional de la droga, y las armas entraban y salían del país sin mayores inconvenientes. Ahora se están instalando los sicarios.
El periodista y analista de seguridad José Amarilla reveló en un estudio reciente que de una decena de muertes por encargo ocurridas en Central solo en el 2016, la mitad no tenía relación con las drogas. Celos, pleitos comerciales y disputas por herencia; fue más barato contratar un sicario que pleitear ante la justicia.
Este es el efecto colateral de una guerra perdida. Narcodólares en la política, instituciones inficionadas y ahora sicarios en oferta. Lo dije antes y lo repito, la única forma de salir de este entuerto es legalizando la droga en el mundo. Pero, claro, no depende de nosotros.
Fuente: ULTIMA HORA (ONLINE)
Sección OPINIÓN
Domingo, 29 de Octubre de 2017
