RUANDA DEL 94
Por LUIS BAREIRO
lbareiro@uhora.com.py
El viernes antepasado, el Ministerio de Salud confirmó que sigue inalterada la brutal estadística según la cual en Paraguay dos niñas de entre 10 y 14 años se convierten en madre cada día. Son las que se quedaron en cinta luego de un abuso y llevaron el embarazo a término.
Se estima que estos casos representan menos del veinte por ciento del total de menores abusadas cada año, lo que nos lleva a la escalofriante cifra de hasta 15 niñas víctimas de violación por día, un dato que nos acerca probablemente a la Ruanda de 1994, sacudida por una atroz guerra tribal entre hutus y tutsis.
La reacción ante esta monstruosidad es ínfima por no decir inexistente.
Solo para tener un parámetro de referencia, en el año de la mayor epidemia por dengue en Paraguay, el 2013, murieron 250 personas aproximadamente, una persona cada día y medio. Ese dato provocó una verdadera ola de pánico e indignación en todo el país. No había espacio donde no se estuviera hablando de la tragedia y del fracaso de las políticas públicas para enfrentarla.
¿Por qué somos entonces tan indolentes cuando se habla de un cuadro infinitamente más grave relacionado con la violencia sistemática contra mujeres y niñas?
Casi todos los profesionales con los que hablé coinciden en que cuando el número de casos alcanza estos niveles no se puede pretender limitar el problema a los abusadores y sus eventuales trastornos de conducta, urge reconocer que hay un caldo de cultivo que fomenta o facilita su acción.
Ese caldo de cultivo –explican– es la cultura misma, una cultura profundamente machista que coloca a mujeres y niñas en un estadio inferior al hombre, que las convierte en propiedad y herramienta de placer. Corregir los excesos o vicios de una cultura es extremadamente complejo y solo es posible intentarlo desde la educación misma.
El problema es que para hacerlo necesitamos acordar cómo tratar el desafío desde las escuelas.
El intento de introducir un modelo que anule cualquier diferenciación temprana entre varones y mujeres en lo que hace a derechos, obligaciones y roles, fue abortado por grupos religiosos que temen que bajo esa figura se implemente lo que denominan ideología de género, un compilado de teorías que plantean que la tendencia sexual es una construcción social.
La imposibilidad de llegar a acuerdos sobre este punto me llevó a repudiar a la jerarquía de la Iglesia local más influyente, la Católica, cometiendo la torpeza de incurrir en el insulto y la grosería como medio.
Por supuesto, la reacción fue que el exabrupto pasó a ser el tema del debate y no la crítica de fondo. El error inexcusable fue mío.
A quienes se sintieron afectados pido disculpas por la forma, aunque mantengo el fondo de mi crítica; y propongo que posterguemos el debate sobre nuestras diferencias y nos centremos en lo que estamos de acuerdo: la necesidad imperiosa de desmontar esta cultura de violencia. Eliminemos la palabra género, de ser necesario y empecemos de nuevo: ¿Cómo creen que debemos enfrentar esta pandemia?
Fuente: ULTIMA HORA (ONLINE)
Sección OPINIÓN
Domingo, 22 de Octubre de 2017