A PROPÓSITO DE MAGDALENO

Por LUIS BAREIRO

lbareiro@uhora.com.py

El asesinato del ex diputado Magdaleno Silva despertó un verdadero festival de hipocresías, cuyo objetivo primero era sacar réditos políticos de la matanza y cuyo resultado final fue blanquear parcialmente el prontuario del difunto.

A Magdaleno no lo mataron por hacer denuncias de corrupción, ni porque fuera a disputar la intendencia de Yby Yaú, ni para robarle el celular o la billetera. El ex diputado murió como mueren las piezas del engranaje de la droga.

Conviene recordar primero cómo funciona el sistema y cuál es su razón de ser. Se trata de un vulgar negocio montado para producir y vender una mercancía, una mercancía que tiene la particularidad de que su valor no está dado solo por su altísima demanda, sino, principalmente, por su condición de clandestina.

Que sea ilegal dispara su precio y hace del negocio de la droga el más rentable del planeta. En consecuencia, a ninguno de los involucrados en este multimillonario negocio clandestino le conviene que pierda su calidad de tal.

Para operar un negocio clandestino se hace necesario comprar protección y ahí es donde los narcos entran en sociedad con otro sector que necesita de ingentes cantidades de dinero para alcanzar ciertos puestos que les permitan luego generar sus propias fuentes de dinero: los políticos.

Para ganar elecciones se necesita dinero y a los políticos no les interesa de dónde provenga, siempre que esté disponible. La narcopolítica no es más que un derivado del negocio principal, el narcotráfico.

Los políticos manejan jueces, fiscales y policías. Comprarlos es asegurarse el paquete completo. Últimamente, sin embargo, muchos narcos decidieron abandonar el rol de financistas y convertirse ellos mismos en políticos. Total, cualquiera con plata puede hacer política y está visto que no se requiere de capital intelectual ni moral alguno. Y no hay dinero que sustituya el placer de ejercer el poder político.

El mayor problema derivado de este negocio es que la disputa por los espacios de producción, las rutas comerciales y los cupos políticos de protección no se dirimen con tandas comerciales ni asesores de márketing, sino con ejércitos de sicarios.

Son pleitos comerciales zanjados con sangre.

Y en ese terreno, los Estados pobres y con instituciones endebles prácticamente nada tienen que hacer. Es absurdo suponer que una partida de policías con salarios miserables, una formación pobrísima y ninguna convicción serán quienes contengan a esos ejércitos armados hasta los dientes, con tecnología de punta y la convicción de la codicia.

La única forma de combatir el fenómeno es haciéndolo menos rentable. La salida lógica sería legalizar la droga, pero eso no depende de nosotros. Ahora, si el narco no pudiera comprar estancias o corriera el riesgo de que se la confisquen, si el político no pudiera recibir plata sin justificar su origen y si dejáramos de ser tan concesivos con quienes pretenden blanquear a los impresentables (candidatándolos, por ejemplo) quizás lograríamos algo.

Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Domingo, 10 de Mayo de 2015

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