SATANÁS ES MI PASTOR

Por LUIS BAREIRO

lbareiro@uhora.com.py

Imagine que naciera usted en una familia que  tuviera como objeto de veneración a Lucifer, y que la mayor parte de su vida se desarrollara en una comunidad convencida de que el único profeta de Dios es ese ángel venido a la Tierra para señalar el camino de la salvación a los hombres.

Imagine ahora que con toda esa devoción a cuestas partiera de su tierra y se encontrara más allá de sus fronteras con hombres y mujeres distintos que no solo desconocieran que el diablo es el legítimo pastor de los rebaños de Dios, sino que incluso aborrecieran a su profeta y se mofaran de él caricaturizándolo como un ser abominable que habita un mundo fétido donde se cuecen eternamente las almas de los pecadores irredimibles.

Esos herejes creen que su amado pastor es la causa de todos los males, cuando que usted sabe, desde el fondo de su corazón, que Satanás es solo amor y paz. Y profundamente indignado concluye que debe impedir que las burlas prosigan, que blasfemen contra Dios y su profeta, aunque en sus almas contaminadas por el mal crean genuinamente que el verdadero mal es su propio pastor.

Fuerce un poco esa imaginación y métase ahora en la piel de un cristiano ortodoxo, convencido de la existencia del ángel negro; que ama profundamente a su gente y que cree, honestamente, que solo exorcizándola le asegurará la salvación. Y lo hace apelando a lo que sabe más efectivo, el humor. Ridiculiza al diablo. Le dibuja con cuernos y cola, fornicando con sus seguidoras y sodomizando a sus fieles.

Otra vez es usted el satanista indignado. Ha visto las dolorosas burlas impresas en el papel. Y decide que es el momento de actuar. Hay una cimitarra colgada en su escritorio.

En un mundo que no cargase con siglos de lucha y una legión de mártires por conquistar derechos tan esenciales como la libertad de expresión y pensamiento, y la libertad de cultos, usted tendría que descolgar esa espada y defender con sangre sus convicciones.

En el mundo del derecho laico, aún siendo terriblemente imperfecto e injusto, usted puede tomar la pluma y defenderse con tinta. Esa sencilla opción de la palabra, de la comunicación de las ideas antes que de la acción es lo que diferencia a la civilización de la barbarie.

Porque sencillamente las personas nunca podrán conciliar sus creencias religiosas, porque estas se basan en la fe. Y no hay límite para lo que se puede creer si no hay necesidad de demostrarlo.

Por eso yo sí me siento Charlie Hebdo, porque no importa cuán ofensivas fueran las caricaturas con las que daba a conocer sus ideas, ellas forman parte de nuestro derecho irrenunciable a expresarlas en libertad, como la única alternativa civilizada a pretender imponerlas a la fuerza con un arma, ya sea un misil occidental o una cimitarra yihadista.

Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Domingo, 11 de Enero de 2015, 01:00

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