DEL AMOR Y EL SEXO

 Por LUIS BAREIRO

lbareiro@uhora.com.py

Nuestras abuelas para tener sexo se casaban; puede que incluso algunas de nuestras madres.

En puridad no es que contrajeran el compromiso para tener sexo, pero no podían llegar a tenerlo sin antes haber pasado por un altar; no si pretendían mantener los estrictos cánones de paquetería moral impuestos por la Iglesia.

Con nosotros fue distinto. Son excepcionales los casos de parejas que llegaron al matrimonio sin haberse conocido en la intimidad; es más, sin haber conocido a otra gente en la intimidad.

La ventaja del cambio es que si bien el sexo sigue siendo parte esencial de la relación, nadie necesita casarse para tener relaciones.

Por lo tanto, el sexo no es lo que nos motiva a casarnos. Hoy también es más fácil descasarse.

La prueba es el aumento vertiginoso de divorcios que se registra cada año.

Así, quien decide casarse no lo hace por el sexo y quien decide seguir casado no lo hace porque esté obligado a hacerlo.

Una pareja puede seguir unida por los hijos en común, por comodidad, por mantener las apariencias, por inercia o por amor.

Solo usted puede saber qué le mantiene atado o atada a su pareja.

Yo lo hago por egoísmo.

Sé que esa complejísima trama de valores, emociones, obsesiones y talentos encarnados en una mujer me es tan esencial como el aire o el alimento.

No me pregunto cómo funciona, solo sé que para mantener mi interés en la vida necesito que exista ella.

El hecho es que esa relación discurre por la vida sorteando todo el engorroso proceso de la convivencia humana y sus vicisitudes; las enfermedades, las alegrías, las esperanzas, las resignaciones, la rutina, las decepciones y el sexo.

Pretender definir esa relación por una sola de sus partes es un disparate.

Si una pareja fuera definida solo por las enfermedades que enfrentaron o por cómo celebran la Navidad o por la música que les gusta o por cómo se comportan en la cama estaríamos ante un reduccionismo absurdo de la persona.

Definir a una pareja por lo que les gusta o no en la intimidad o por la frecuencia con la que tiene relaciones o por cualquier otra cosa relativa a su sexualidad es desconocer por completo la complejidad y la riqueza que supone en la vida la unión de dos personas.

Por eso nunca lograré entender por qué de la infinidad de facetas que hacen a la vida de dos personas que se aman y que deciden vivir juntas lo único que les roba el sueño a los demás, el único espacio en el que todos se sienten con derecho a pontificar, juzgar y condenar es a lo que esas personas hagan de mutuo acuerdo y en la intimidad con sus genitales.

Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Domingo, 01 de Junio de 2014, 01:00

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