QUE PAREZCA UN ACCIDENTE
Por LUIS BAREIRO
lbareiro@uhora.com.py
El padrino, la inmortal novela de Mario Puzo, convertida en una joya del cine por un director en estado de gracia como Francis Ford Coppola y un actor inconmensurable como Marlon Brando, sigue siendo el mejor relato de cómo operan las mafias para mantener el poder.
Vito Corleone, El Don, la cabeza de una organización criminal dotada de un ejército de hampones en realidad, jamás basó su poder en las armas ni en el crimen. La muerte, los asesinos rentados, la explotación clandestina de los juegos de azar, la prostitución y los sindicatos eran solo los firuletes de su poder, la consecuencia, pero no la causa, no la fuente.
El verdadero poder de Corleone –como bien lo dice uno de los personajes de la novela– radicaba en la lista de parlamentarios, jueces y fiscales que el hombre cargaba en sus bolsillos como piezas de un tablero de ajedrez.
Su negocio madre, el secreto de su poder, era sencillo; el tráfico de influencias, una cadena interminable de favores que obligaba a sus beneficiarios a responder luego, positivamente, a cualquier pedido del Don.
La historia arranca magistralmente con la boda de la hija del Don, un día especial para cualquier siciliano, un día en el que estaba obligado a escuchar los pedidos de sus incondicionales. Asistimos así a los reclamos de un panadero que quiere nacionalizar a su futuro yerno; del sepulturero que quiere vengar a su hija atacada por un par de vándalos y al de un cantante en decadencia que ansía el rol protagónico en una película.
Corleone les escucha, les despacha y distribuye el trabajo entre sus acólitos. Este caso para el diputado tal, este otro para aquel magistrado, este de más acá para el fiscal del otro distrito.
Esa es la esencia del poder de la mafia. El arte de generar impunidad. De saltarse las reglas del juego sin que nadie lo pueda probar porque los árbitros están en los bolsillos de quienes las infringen.
De eso se trata el culebrón que nos regaló el fiscal general del Estado, Javier Díaz Verón. Sacó a una pieza molesta del tablero, una figura díscola, el fiscal Carlos Arregui, cuyo departamento, el de Delitos Económicos, osó molestar a los padrinos, rompiendo el mandato sacrosanto de la impunidad.
Y los elementos de la historia son casi los mismos de la liturgia siciliana. La orden se impartió durante la celebración de una boda, el primogénito de uno de los maestros de la logia. Y la recomendación fue de antología: "Sáquele de ahí, como sea, pero, eso sí, que parezca un accidente... o una rotación de fiscales".
Fuente: ULTIMA HORA (ONLINE)
Sección OPINIÓN
Domingo, 09 de Marzo de 2014, 01:00
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