EL HOMBRE DE PAJA
Va con onda
Por LUIS BAREIRO
lbareiro@uhora.com.py
Cuando tenía cinco o seis años me enamoré por primera vez. Ella era una niña llamada Dorita Gale y vivía en Kansas, un lugar de tornados frecuentes, como el que se llevó su casa, a su perro y hasta a la propia Dorita, y los depositó en un arcoíris sobre la bruja mala del Este, aplastándola de paso y ocasionando una revolución en Pequeñilandia.
Así comenzaba la película del Mago de Oz, la historia de Dorita y sus amigos, el hombre de hojalata, el hombre de paja y el león, que partían en busca del mago que les concediera un corazón, un cerebro, coraje y la posibilidad de volver a Kansas.
Dos personajes de los muchos que desgranaba el musical se grabaron en mis vírgenes neuronas para siempre, el de la bella Dorita, a quien estaba dispuesto a conquistar cuando (yo) fuera más grande, y el del hombre de paja, quien me pareció entonces el ser más bondadoso y simpático del planeta.
Unos años después, sin embargo, ambos se convertirían en el primer gran trauma de mi infancia.
Les cuento. Una mañana tórrida de febrero del tercer grado de la primaria, la directora de la escuela entró como el tornado de Kansas al aula y arrojó sobre el pupitre del alumno mayor –había entrado tarde a la escuela– una revista. ¿Qué se supone que es esto? ¿Cómo te tenemos que tratar a partir de ahora? Luego, con cara de bruja mala del Este se dirigió a todos y señaló al compañero en desgracia con un índice de hierro: ¡Señores, tienen aquí a un pajero!
Nadie entendió nada, salvo yo que había visto en la película. Era un amigo de Dorita, por supuesto. Me acerqué feliz para saber más de ella cuando divisé la revista abierta sobre su mesa. Nada de lo poco que pude ver se parecía al mundo de Oz. Eran papás y mamás, todos sin ropa. Tenían pelos en lugares inexplicables. Y jugaban cosas raras.
Él fue suspendido y nunca más habló del tema. Es más, nunca más habló. El bochorno le marcó para el resto de la escuela. Y nosotros quedamos abrumados. Nadie nos explicó nada. Igual nos sentíamos mal, como si fuéramos culpables de algo, pero no sabíamos de qué ni por qué.
La experiencia arruinó mi romance. No podía volver a ver a Dorita ni a su amigo de paja sin sentir culpa. Me llevó años superar el episodio. Cuando finalmente supe de qué trataba todo ya era tarde. Dorita ya no era Dorita, era Judy Garland y, francamente, estaba muy grande para mí.
Hoy lo pienso y me río, pero estas cosas se las siguen haciendo a los chicos todos los días, de distinta manera, complicándoles hasta lo indecible y cargándoles de culpas y silencios con algo tan natural como el sexo.
Las consecuencias están a la vista. En Paraguay, dos de cada diez embarazos corresponden a niñas de entre 10 y 14 años.
A mí me jodieron un romance platónico, a ellas les están jodiendo la vida.
Fuente: ULTIMA HORA (ONLINE)
Sección OPINIÓN
Domingo, 26 de Enero de 2014, 03:00
ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA
EL IDIOMA GUARANÍ, BIBLIOTECA VIRTUAL en PORTALGUARANI.COM
(Hacer click sobre la imagen)
ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA
(Hacer click sobre la imagen)