EL SABOR DE LA COSTILLA
Por LUIS BAREIRO
lbareiro@uhora.com.py
La primera actividad pagada que realicé en mi vida fue imprimir camisetas. Era un trabajo artesanal que aprendí tras arruinar varias prendas bajo la atenta mirada del instructor y único propietario de la miniempresa, un hombre flaco y largo que todos los días de su vida comía hígado de vaca.
Con él aprendí tres cosas: a imprimir camisetas, a disfrutar de Les Luthiers (tenía una colección de casetes y los escuchaba todos los días) y a comer hígado.
Yo estaba por entonces en el penúltimo año de la secundaria e intuía ya que la inestable relación con mi padre derivaría más tarde o más temprano en un exilio forzado, por lo que más me valía tener algún ingreso asegurado.
Antes de la gran crisis, sin embargo, tenía cada tanto algún momento de conversación serena con papá, y ninguno fue un desperdicio. Uno de ellos se generó poco después de cobrar mi primer salario. Le dije que todavía no decidía qué hacer con la plata. Me dijo que lo mejor era que le invitara a comer afuera.
La propuesta me desconcertó, casi como si fuera un desafío. Y por eso mismo le invité a una parrillada, so pena de que se me fuera en la aventura gastronómica hasta el último guaraní.
Eran los tiempos anteriores a la revolución genética del ganado, por lo que la concentración que suponía masticar un pedazo de costilla no nos dio mucho tiempo para hablar.
Cuando llegó el mozo con la cuenta, papá me señaló y dijo como si se tratara de su jefe: “el señor paga”. Y sí, gasté hasta mi última moneda.
Cuando el mozo se fue, papá me preguntó cómo me sentía. Y la verdad era que me sentía extraño. Algo había en ese acto, en saber que yo le estaba pagando una comida a mi padre, con un dinero que me había ganado trabajando duramente, que me embargaba de una rara sensación placentera.
“Se llama orgullo, me dijo, orgullo de saber que te ganaste tu pan y tu dura costilla, orgullo de trabajador. No se compra ni se roba, se gana. Y nunca dejes que te lo quiten”.
Siempre lo recuerdo cuando por estas fechas, por ejemplo, me pego el lujo de salir de vacaciones ante el escándalo de alguna gente que todavía cree que se trata de un derroche banal.
Yo me reiré de ellos en alguna playa junto a mi familia y brindaré a la memoria de mi padre y de aquella dura costilla que me supo como ninguna.
Fuente: ULTIMA HORA (ONLINE)
Sección OPINIÓN
Domingo, 05 de Enero de 2014, 03:00
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