UN PRESIDENTE TUERTO

Por LUIS BAREIRO

lbareiro@uhora.com.py

Hoy en el mundo ya nadie discute que una de las causas principales de la violencia, de la delincuencia e incluso de la inestabilidad política de un país es la inequidad social. Esto no se relaciona solo con la cantidad de pobres de una nación, sino con las diferencias que existen en ella entre los que tienen más y los que tienen menos.

La desigualdad social cuando alcanza niveles absurdos como en Paraguay provoca bronca. Y la bronca social es explosiva.

Los países con las tasas más bajas de violencia y de criminalidad son aquellos donde claramente la clase media constituye la gran mayoría de la población.

Es más que sugestivo, por ejemplo, la diferencia brutal que se registra en los índices de violencia entre Canadá y Estados Unidos, siendo el primero un país infinitamente más seguro, aunque con un nivel de riqueza mucho menor, pero con un mecanismo de distribución de esa riqueza notablemente superior a su vecino.

Hay incluso una variable que ahora manejan con insistencia organismos hasta hace poco tan conservadores como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, y que tiene que ver con cuánto de la riqueza que genera un país se destina al pago de salarios, por ejemplo.

Este dato es fundamental para entender el nivel de equidad de una economía, porque el 90 por ciento de la gente que trabaja en el mundo es asalariada. Aunque en Paraguay todavía haya retardatarios de todas las corrientes políticas que cuando quieren desacreditar a alguien le traten de "empleadito", como si no fuera esa la condición de nueve de cada diez trabajadores en el mundo.

En Europa, en promedio, más del 65 por ciento de la riqueza producida cada año se destina al pago de salarios privados. En América Latina, ese porcentaje está por debajo del 20 por ciento. Esto confirma plenamente que en nuestros países la riqueza generada se concentra groseramente en pocas manos.

No estoy descubriendo la pólvora. Esto mismo lo repiten con insistencia los sectores progresistas desde hace décadas. Lo nuevo es que hoy esta misma tesis tiene como sustento académico la fuerza irrefutable de los hechos.

No basta con generar nuevos empleos, hay que mejorar la calidad de los que ya existen. No basta con reducir la pobreza, hay que achicar la brecha entre los que tienen más y los que tienen menos.

La cuestión es cómo se mejora la distribución de la riqueza sin desestimular su generación. Las imposiciones desde el Estado, las confiscaciones y posterior reparto no funcionaron; esperar que el problema lo solucione el mercado, tampoco, incluso diría que menos.

Conseguir la respuesta correcta a este dilema es la clave del éxito de cualquier política pública. Y para ello, un Gobierno necesita tener abiertos los dos ojos, tanto el de la derecha como el de la izquierda.

A nadie le sirve un presidente tuerto.

Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Domingo, 08 de Diciembre de 2013, 03:00

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