ITAIPÚ Y EL TURISMO BIZARRO

Por LUIS BAREIRO

lbareiro@uhora.com.py

La culpa de que se nos pudriera el lago la tiene Itaipú. Cualquiera creería que no puede existir relación entre una hidroeléctrica instalada en la frontera con el Brasil y un lago localizado a cientos de kilómetros (y al que una romántica extranjera inmortalizó en una guarania, convenciendo a todo aquel que nunca estuvo frente al Ypacaraí de que es azul, lo que nunca fue, y ahora menos que nunca).

La relación entre la Binacional y el tan exaltado espejo de agua no es geográfica; es política, tributaria y horriblemente perniciosa. Esta nociva vinculación se concretó una bochornosa mañana de verano cuando el Parlamento ordenó repartir una parte considerable de los fondos que recibe Hacienda de Itaipú entre todos los municipios del país.

Lo que se presentó como una excelente idea para potenciar a los municipios y descentralizar las obras públicas terminó por convertirse en una sucesión de historias de corrupción, morosidad fiscal e inercia municipal.

De golpe y porrazo, los más humildes municipios empezaron a contar con un dinero contante y sonante, absolutamente seguro y para cuya recaudación no necesitaban realizar el menor esfuerzo. Solo había que esperar la transferencia desde Hacienda.

La consecuencia salta a la vista. En casi todos los municipios los aportes de Itaipú representan no menos del 60 por ciento de todos sus ingresos, y en algunos casos raya el 90 por ciento. A partir de entonces, las administraciones municipales (salvo honrosas excepciones) jamás se preocuparon por la recaudación tributaria. Por eso a ningún Municipio le importa que los valores fiscales sobre los que se aplica, por ejemplo, el impuesto inmobiliario sean absurdamente bajos.

Y un Municipio que no logra ordenar un sistema de recaudación mucho menos tendrá unidades ejecutoras que garanticen el gasto inteligente de sus ingresos. No hay planificación, no hay priorización y ni hablar de acuerdos público-privados. Los municipios pasaron a ser sucursales de Itaipú, oficinas políticas a través de las cuales se gasta el dinero de la binacional. Y se gasta como lo que son: oficinas políticas.

Con suerte este dinero financia una calle vecinal o un cambio de pintura para la parroquia. El grueso, junto con los magros impuestos cobrados, alimenta la voraz burocracia descentralizada, concejales y funcionarios que en la mayoría de los casos tienen una utilidad mínima cuando no inexistente.

¿Cómo desemboca esto en el lago? De la peor forma. Durante treinta años, los municipios que rodean la gran cuenca del Ypacaraí jamás se preocuparon por dotar a su ciudad de un sistema de desagüe cloacal, mucho menos de una planta de tratamiento. Los despojos orgánicos de una población en explosivo crecimiento demográfico terminaron reventando en un fangoso pantano, un hervidero de pestes y enfermedades que hacen de Areguá y San Bernardino las capitales nacionales del turismo bizarro.

Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Domingo, 03 de Febrero de 2013, 00:00

ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA

(Hacer click sobre la imagen)