EL HOMBRE MENGUANTE

 Por LUIS BAREIRO

lbareiro@uhora.com.py

Scott Carey, un atlético californiano de un centímetro y medio, huía despavorido de una araña en el oscuro sótano de su casa, un crudo invierno de 1953. Esta imagen, que presentada así, sin mayores detalles, aparece como ridícula, pertenece en realidad a una de las escenas más aterradoras de la literatura fantástica, producto de un verdadero genio en la materia, Richard Matheson.

Carey corre desesperado por su vida en la novela El hombre menguante, la historia de un vendedor de seguros que un buen día empezó a encoger sin causa aparente.

El absurdo, desde luego, era solo una excusa. La transformación verdadera, la realmente aterradora, es la que se fue dando gradualmente al interior de Carey, cuando a los ojos del mundo, de su mujer y finalmente de su propia hija, dejó de ser humano para ir convirtiéndose en un fenómeno, una cosa, un juguete y, por último, una víctima.

El primer escalón descendente lo sufre el hombre en su masculinidad, cuando su matrimonio pasa a ser una dolorosa farsa, debido a su incapacidad física de satisfacer a su mujer. La idea de que jamás podría volver a sentirse por completo un hombre resultaba más abrumadora para Carey que la vigilia peligrosa y permanente de la mascota familiar, el gato devenido en fiera para el menguante vendedor de seguros.

Le sucede la pérdida de autoridad ante su pequeña hija, que ya no le ve como un adulto, sino un igual, primero, y como un juguete, después.

Una terrible tarde en la que, preso de sus frustraciones de hombre, espiaba a la niñera que se duchaba, la posibilidad cierta de ser descubierto le obliga a lanzarse por un ventanuco al sótano de la casa, de donde ya nunca podrá salir. Nadie sabía que estaba allí. Su familia lo da por perdido.

A partir de entonces, el único objetivo de Carey es sobrevivir. Un día a la vez. Y las pruebas son monumentales. Es trepar el rascacielos de la heladera para alcanzar unas galletas mohosas abandonadas arriba. Es juntar agua en un dedal que, en la medida en que menguaba, se convertía en tonel y luego en tanque.

Y, por sobre todo, huir, escapar de la viuda negra, de esa horrible araña que encarna todos sus miedos.

Y así llegamos a la famosa escena. Carey corre desesperado, ya no le queda nada con qué defenderse y el espantoso insecto está casi encima suyo cuando, de pronto, una explosión de luz inunda el sótano. Es su esposa que entró a buscar algo. Es la protección, es el hogar, es la salvación.

La mujer habla y Carey cae al piso con un grito de dolor. Es demasiado pequeño. Cada pisada de ella es un riesgo inminente de aplastarlo. El terror es absoluto. Su mujer es una pesadilla mayor. El verdadero horror es saber que está absolutamente solo y que no existe quien pueda protegerlo.

Es ficción. Sin embargo, percibí ese mismo terror en la vida real. Lo descubrí en el rostro espantado de los familiares de dos mujeres víctimas de violación, cuando entraron desesperados a pedir auxilio en una comisaría y se encontraron con el violador. Y vieron cómo sus colegas policías lo dejaban escapar.

Hay escenas que ni a un genio oscuro como Matheson se le hubieran ocurrido.

Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Domingo, 22 de Abril de 2012, 00:00

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