GALLINAS VOLADORAS

 Por LUIS BAREIRO

lbareiro@uhora.com.py

Los paraguayos tenemos un lío tremendo con el concepto de propiedad, tanto privada como pública. Privatizamos espacios públicos y hacemos públicos espacios privados por puro deporte, sin que la ideología ni la doctrina tengan mucho que ver en el asunto.

Por ejemplo, mucho antes de que los neoliberales irrumpieran en la escena política, pregonando la venta de las empresas del Estado, una legión de privatistas invadió silenciosamente las calles, las parceló y asumió su propiedad de facto.

Evitando complicaciones urticantes, como lo que digan la ley o la Constitución Nacional, estos privatistas empíricos convirtieron las tortuosas calles de Asunción en un laberinto privado, en el que para estacionar el auto hay que pagarles.

Por supuesto, así como no hay ley que justifique el pago, tampoco hay penas legales para quienes ejerzan su derecho de aparcar gratuitamente en cualquier espacio público.

Negarse al aporte, sin embargo, reduce dolorosamente las probabilidades de encontrar el auto en las mismas condiciones en las que lo dejó. Es una privatización de hecho que se sustenta en una vieja ley no escrita pero siempre vigente, la ley del mbareté.

Un sistema nuevo de ocupación, esta vez de propiedades privadas, se inauguró en el Alto Paraná, con buena cobertura periodística y solapado apoyo oficial.

Los originales carperos del Ñacunday se ubicaron en tierras del satanizado y satanizable Favero, bajo las líneas de alta tensión de la ANDE.

Justificaron la ocupación alegando que es una franja de terreno que por hallarse bajo el tendido eléctrico pertenece a la compañía de electricidad, y que como esta es pública su propiedad es de todos.

Argumento original, hay que decirlo, que supone, por ejemplo, que si un cable de ANDE pasa sobre la residencia presidencial, la mansión de Cartes o la estancia de Pompeyo Lugo podemos acampar allí, bajo su delgada sombra, sin que nadie pueda acusarnos de invasión.

Un caso más reciente de esta confusión público-privada es el de un par de jóvenes policías, aprendices de piloto, que no tuvieron mejor ocurrencia que utilizar el helicóptero de la institución para acercar a un amigo hasta el campus de la universidad.

Un servicio delivery financiado por los contribuyentes.

Por cierto, cuando se le pidió cuentas al pasajero, este se defendió alegando que si el presidente utiliza estos helicópteros públicos, por qué no podría hacerlo él, que es tan paraguayo como el presidente.

Es un estudiante universitario de Derecho, creo.

De yapa, el jefe de las señoritas contó que el uso particular de estos aparatos es común y que en ocasiones han sido empleados incluso para transportar pollas destinadas a satisfacer antojos uniformados de un vori vori de gallina.

Insospechada mutación esta, que permite volar a estas humildes aves de corral, aunque sea en un helicóptero público.

Digo, si el presidente lo hace, por qué no ellas.

Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Domingo, 11 de Marzo de 2012, 01:00

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