LOS OJOS DEL CÉSAR

  Por LUIS BAREIRO

lbareiro@uhora.com.py

Soy un vicioso asumido de la ciencia ficción y en mi calidad de tal arrastré a mi pobre esposa al estreno de la precuela del Planeta de los simios, la película en la que nos cuentan cómo los primates igualaron la inteligencia humana e iniciaron el proceso de sustituirnos en la administración del mundo.

Debo decir que hacía más de una década que no me encontraba con una película que rescatara el espíritu de la ficción científica, esa herramienta fantástica con la que escritores como Bradbury, Bioy, Clarke y Asimov nos llevaron a reflexionar sobre el presente y el futuro potencial del hombre, seducidos por las más sorprendentes historias nacidas de su singular genio creativo.

La película suma a los argumentos clásicos de la buena ciencia ficción lo mejor de la moderna tecnología para regalarnos un líder liberador de los simios que -me atrevo a vaticinar- se convertirá en un ícono de la cinematografía del siglo XXI.

El actor inglés Andy Serkis (camino a convertirse en leyenda) presta sus gestos al simio mediante la técnica de captura de movimientos. Así, el hombre y la tecnología consiguen dar vida a César, un chimpacé mutado en el que es posible observar casi físicamente el nacimiento gradual de la inteligencia, desde la toma de conciencia de su propia existencia hasta su comprensión plena sobre la situación de sometimiento en la que se encontraban él y su especie.

César descubre la crueldad del hombre en un refugio para simios. Es allí donde se desarrolla una escena clave cuando el carcelero se acerca para echar un vistazo antes de marcharse. César está de espaldas, gira la cabeza y mira a su verdugo. Y el hombre palidece cuando descubre en esa mirada el reproche de quién sabe lo que sucede. Es una mirada inteligente, una mirada acusadora y firme. Es la mirada que nace del conocimiento.

Esa es la reflexión final de la película, tan básica, pero tan necesaria siempre. Solo se puedo oprimir cuando se mantiene al oprimido hundido en la ignorancia, cuando se mata la inteligencia privándola del conocimiento.

En los ojos de César brillaba el hambre natural de la inteligencia, el mismo brillo frágil que vemos en los ojos ansiosos de esos chicos que proliferan en las calles, un brillo que se pierde en el fulgor ambicioso de los políticos que se roban su futuro, o en la mirada opaca de los Magdaleno Silva.

Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Domingo, 28 de Agosto de 2011, 01:00

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