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LUIS BAREIRO
  DESTRUYAMOS LA CULTURA - Por LUIS BAREIRO - Domingo, 06 de Marzo de 2011


DESTRUYAMOS LA CULTURA - Por LUIS BAREIRO - Domingo, 06 de Marzo de 2011

DESTRUYAMOS LA CULTURA


  Por LUIS BAREIRO


Habré tenido 14 años cuando mi profesora de ciencias, uno de esos fenómenos que la educación paraguaya solo registra cada cincuenta o cien años, me explicó cómo un joven judío alemán de 26 años, empleado de correos en Suiza, demostró que el tiempo no es absoluto.

La idea estalló en mi cabeza en historias fantásticas sobre viajes al pasado y el futuro. No era ficción. Una vez más, la literatura solo se había adelantado a la ciencia.

No es tan fácil, me aclaró, hay un límite todavía no superado; para adelantarte en el tiempo tendrías que desplazarte a una velocidad igual o superior a la de la luz. En la medida en que tu cuerpo se acelera aumenta su masa y requiere de mayor energía para seguir impulsándose, de forma tal que antes de alcanzar la velocidad de la luz tendrías que utilizar cantidades infinitas de energía.

¿Eso quiere decir que es imposible?, pregunté decepcionado. Hoy sí, me respondió, no sé mañana; ese es tu terreno. El futuro lo construirán ustedes los jóvenes.

No en Paraguay, seguramente, le dije. Me miró algo molesta y respondió "Einstein era un chiquilín cuyas únicas herramientas de investigación fueron lápiz y papel, y con ellas derribó cien años de supremacía newtoniana, y obligó al mundo a replantearse las principales leyes de la física. La materia prima está en todos los seres humanos. Se llama curiosidad. Solo necesitamos hacerle caso".

Azucena (así se llamaba mi profesora) derribó de un plumazo dos pilares no admitidos de nuestra cultura; la creencia absurda de que aquí nada puede ser creado y ninguna idea nueva ni original puede ser concebida; y la de que para los paraguayos la ciencia no es de fiar. Nosotros rendimos culto al saber popular, a las tradiciones ancestrales, al curandero y a los yuyos. Los "letrados" no son confiables.

Unos días después comenté el tema con un profesor de historia. El hombre se mofó de su colega. "Es onanismo científico, dijo, no tiene utilidad práctica. El mundo sigue gastando plata en investigar boludeces en vez de paliar la pobreza o acabar con las guerras".

Sentí que había mancillado el honor de Azucena, sobre todo después de averiguar en un diccionario a qué se refería con las prácticas de Onán. Intenté refutar su acusación apalancándome en los libros. Leí más sobre los descubrimientos de Einstein y sus utilidades prácticas. Y me encontré con la bomba.

Fue horroroso. ¿Era eso la ciencia?¿Nuestra curiosidad acabaría por matarnos a todos?

Por un tiempo me abandoné a la ficción pura y dura, sin el menor interés por conocer sus fuentes. Le perdí la fe al conocimiento. Hasta que años después di con un libro sobre la física cuántica y sus aplicaciones. Sonaba a chino, pero resultó ser claro y contundente como aquellas viejas clases de ciencias.

Un resumen alucinante sobre los avances de la física en los últimos cuarenta años. La osadía de Einstein empujó a sus sucesores a explorar nuevos campos, pasando de lo muy grande a lo muy pequeño. El átomo se convirtió en antigüedad. De los neutrones y electrones pasamos a los quark, la partícula más pequeña de materia conocida, por ahora.

La investigación sobre materia y energía acabó en lo que hoy se conoce como mecánica cuántica. Es la base de los transistores y de los microprocesadores. Es la piedra angular de ese fenómeno que llamamos La Red, que hoy está poniendo de cabeza gobiernos totalitarios en el norte de África, dejando en ridículo al servicio de inteligencia del mayor imperio de la historia y colocando todo el conocimiento posible al alcance de una tecla para un grupo afortunado de estudiantes paraguayos que participan del programa una computadora por niño.

Azucena tenía razón. Mi generación perdió la oportunidad de dibujar el futuro.

Pero hay una generación nueva que tiene en sus manos algunas de las herramientas para hacerlo. Ayudémosles.

En este bicentenario, destruyamos esta cultura obsoleta de místicos y esotéricos e iniciemos a nuestros hijos en el fascinante mundo del conocimiento.

La batalla por la supervivencia no se librará con armas ni con canciones patrióticas, sino con ciencia y humanismo.


Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Domingo, 06 de Marzo de 2011, 01:00



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