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LUIS BAREIRO
  DE PRÍNCIPES Y MENDIGOS - Por LUIS BAREIRO - Domingo, 02 de Enero de 2011


DE PRÍNCIPES Y MENDIGOS - Por LUIS BAREIRO - Domingo, 02 de Enero de 2011

 DE PRÍNCIPES Y MENDIGOS


 Por LUIS BAREIRO


En algún momento de nuestra historia, en los primeros pataleos de la patria, se infiltró en el imaginario colectivo una curiosa concepción de la pobreza.

No sé si fue un aporte de las órdenes religiosas que a veces con la cruz y otras con la espada catequizaron a los indios, o si fue producto de ese rudo mestizaje que sentó las bases de la paraguayidad.

Lo cierto es que desde los primeros años de nuestra irrupción en el mundo, los paraguayos y las paraguayas consideramos honroso y digno de jactancia carecer de riqueza.

En nuestra lengua vernácula hablamos del orgullo de ser pobres.

No me queda del todo claro si es porque veneramos públicamente la pobreza, o porque de cara al colectivo condenamos la riqueza. Probablemente sea una combinación de ambas.

Por supuesto, en la intimidad los sentimientos son radicalmente opuestos.

No hay quien desee la carencia o aborrezca la abundancia; salvo aquellos casos harto conocidos de esquizofrenia religiosa, como el de cierto señor de Asís.

Esta aclaración es importante porque revela que esas absurdas posiciones públicas no son síntomas de una demencia nacional, sino apenas una de las muchas caras visibles de la hipocresía criolla.

Nadie en su sano juicio puede querer ser pobre, cuando que la condición de pobreza supone no tener un número abrumador de cosas, la mayoría de ellas imprescindibles para la vida.

Tampoco es racional satanizar la riqueza cuando esta implica el acceso irrestricto a las cosas, sean estas absolutamente trascendentes y necesarias, como la educación y la salud, o superfluas pero infinitamente deliciosas (y aquí cada quien puede elaborar su propia lista de delicatessen).

Esta perversa posición pública ante la pobreza y la riqueza tiene una derivación atroz; hay una condena colectiva para quien alcanza la riqueza por medio del esfuerzo y la capacitación, y una conmiseración generosa para quien se mantiene postrado en la pobreza sin hacer el menor esfuerzo por salir de ella.

Y permítanme aterrizar estas reflexiones en casos concretos de la rutina informativa, que revelan además cuán contaminados estamos con estas concepciones torcidas de pobreza y riqueza, independientemente de la corriente ideológica con la cual simpaticemos.

Varias organizaciones de izquierda condenan a los sojeros y a los ganaderos por generar millones de dólares vendiendo vacas y granos, mientras en el país miles de compatriotas no tienen tierra para cultivar; y si la tienen, carecen de conocimientos y recursos para explotarla de manera rentable.

Por alguna razón, estas organizaciones suponen que la riqueza agroganadera de unos se construye sobre la pobreza del monocultivo de otros.

El tractor mata al arado y la siembra directa a la rozada.

En las antípodas, varias organizaciones y periódicos de la derecha condenan a funcionarios de la izquierda por utilizar camionetas lujosas, vestir ropa de marca o ser adeptos a los canapés de caviar.

Por alguna razón, suponen que la mentada opción por los pobres implica vestir, comer y transportarse como uno de ellos.

Obviamente, todas estas posiciones absurdas se sostienen sobre meros prejuicios.

La izquierda racional tiende a priorizar políticas públicas que aceleren el acceso de la población menos favorecida a los beneficios de la riqueza económica.

No busca destruir la riqueza. Ni a los ricos.

Puede ser más dura con los impuestos o más severa con los controles, pero sus miembros no pretenden igualar por abajo, sino por arriba.

La derecha racional focaliza las políticas públicas en acelerar el proceso de producción de riqueza, en el entendido de que la abundancia terminará por beneficiar a todos.

No pretende mantener a los pobres en la pobreza. Ni construir riqueza a costa de ellos.

Son ideas. El mundo se construye sobre ellas.

Ninguna se impone absoluta. Las naciones exitosas son pragmáticas, toman de cada una lo que les dé mejores resultados.

Lo único común en todas ellas, así tengan regímenes comunistas como en la China o modelos ultraliberales como en Singapur, es que en ninguna hay quien se jacte de ser pobre ni quien deba pedir disculpas por ser rico.

Si me preguntan, me inclino por los suecos, que consideran la pobreza de cualquiera un fracaso de todos, y la riqueza exagerada, una expresión de mal gusto.



Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Domingo, 02 de Enero de 2011, 01:00



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