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RONALD LEÓN NÚÑEZ
  EL ASESINATO DE GEORGE FLOYD Y LA MAYOR OLA DE PROTESTAS ANTIRRACISTAS DESDE LA DÉCADA DE 1960 - Por RONALD LEÓN NÚÑEZ - Domingo, 07 de Junio de 2020


EL ASESINATO DE GEORGE FLOYD Y LA MAYOR OLA DE PROTESTAS ANTIRRACISTAS DESDE LA DÉCADA DE 1960 - Por RONALD LEÓN NÚÑEZ - Domingo, 07 de Junio de 2020

 EL ASESINATO DE GEORGE FLOYD Y LA MAYOR OLA DE PROTESTAS ANTIRRACISTAS DESDE LA DÉCADA DE 1960


Por RONALD LEÓN NÚÑEZ

 

ronald.leon.nunez@gmail.com

Estados Unidos está en erupción. El lunes 1 de junio, Trump lanzó un ultimato a los gobernadores: «Tienen que dominar o parecerán un montón de idiotas, tienen que arrestar y juzgar a las personas». Ese bravucón es el mismo hombre que dos noches antes se había escondido en un búnker subterráneo cuando las protestas tocaban las puertas de la Casa Blanca. Estamos presenciando momentos históricos.

«Cuando la historia se escribe como hay que escribirla, es la moderación y la larga paciencia de las masas lo que ha de provocar el asombro de la humanidad, no su ferocidad». C. R. L. James - Los Jacobinos Negros, 1938.

El asesinato del afroamericano George Floyd –un acto de barbarie racista indiscutible– conmocionó a Estados Unidos y al mundo. No solo avivó la llama de la lucha antirracista y antifascista. Fue el catalizador de un proceso de protestas mucho más amplio, con elementos propios de un estallido social en el seno de la principal potencia mundial.

Al momento de escribir estas líneas, las manifestaciones se habían extendido a más de 140 ciudades estadounidenses. Al menos 40 ciudades decretaron toques de queda y unos 23 Estados invocaron la fuerza de la Guardia Nacional (una especie de policía militar utilizada en casos de emergencia) (1). Fuera del país, hubo demostraciones en ciudades como Londres, Berlín, París, Toronto, Ámsterdam, São Paulo, Río de Janeiro…

Luego de exigir a los gobernadores una mano más dura contra los manifestantes, Trump amenazó con autorizar la salida del propio Ejército para «pacificar» las calles. Pero ninguna amenaza parece suficiente para aplacar la bronca de miles de personas negras, latinas, blancas, o jóvenes precarizados… que marchan y enfrentan juntas la represión (2).

Puede afirmarse que esta es la mayor ola de protestas desde el movimiento por los derechos civiles de la población negra y el rechazo a la guerra de Vietnam, que sacudieron el país en las décadas de 1950 y 1960.

La explosiva reacción popular, sobre todo entre la población afrodescendiente, está completamente justificada. El caso de Floyd está distante de ser excepcional. Desnuda, una vez más, cuán arraigados están la desigualdad social y el racismo en la sociedad estadounidense. La violencia estatal contra los pobres en la «principal democracia del mundo» es política consciente e institucionalizada de todos los gobiernos. Esto tiene profundas raíces históricas.

El racismo es una herencia de la esclavitud negra en el país, una forma de explotación que contribuyó sobremanera a la consolidación del capitalismo entre los siglos XIV y XIX.

De los más de 12.500.000 africanos secuestrados y esclavizados que fueron transportados hacia las Américas, aproximadamente 645.000 desembarcaron en los actuales Estados Unidos.

La célebre Declaración de Independencia de los Estados Unidos, sellada en 1776 –referencia de un liberalismo pujante que afirmaba «que los hombres son creados iguales»– no abolió la esclavitud. En 1790, por ejemplo, cerca de 40% de la población de Virginia era esclava. De ese Estado provenían muchos de los «padres de la democracia» norteamericana: George Washington, James Madison y, principalmente, Thomas Jefferson, todos ellos propietarios de seres humanos esclavizados.

Fue necesaria una segunda revolución democrático-burguesa, la conocida Guerra de Secesión, para garantizar, entre otras tareas históricas, la ilegalización de la esclavitud (3). La contienda asoló a la nación entre 1861 y 1865. Movilizó más de 3.000.000 de soldados y dejó un saldo sangriento superior a las 600.000 bajas.

Sin embargo, como se sabe, el final de la Guerra Civil no implicó –ni podía haber implicado, porque se trató de un embate entre facciones burguesas– ningún tipo de «igualdad» social y racial.

El conflicto fue sucedido por décadas de segregación racial, un auténtico régimen de apartheid contra la población negra –principalmente en el sur del país–, consagrado por las leyes Jim Crow y la doctrina constitucional de «separados pero iguales». El fin de las leyes segregacionistas fue producto de un proceso de protestas masivas, sobre todo en la década de 1960. No obstante, es evidente que el racismo y la segregación –aunque no jurídicamente– permean lo cotidiano y continúan detonando luchas antirracistas y por derechos democráticos formales a lo largo de los siglos XX y XXI. El más conocido actualmente es el movimiento Black LivesMatter, surgido en 2013.

El caso de Floyd se encuadra en este contexto general. Su asesinato, a manos de la policía, es producto de una sociedad donde todavía impera la idea de la supremacía blanca. Si durante el periodo de las leyes de Jim Crow fueron linchadas 39 personas negras por año, en 2015 la policía mató 258 afroamericanos (4).

El carácter inflamable de lo que el hecho ha desatado –y la magnitud que está adquiriendo– debe ser entendido analizando la situación actual de Estados Unidos, que atraviesa una doble crisis que se retroalimenta: la económica y la sanitaria, con consecuencias políticas imprevisibles en el mundo.

El PIB estadounidense se contrajo 5% en el primer trimestre. Existen estimaciones de que la principal economía mundial se desplome hasta 52,8% en el segundo trimestre (5). Más de cuarenta millones de trabajadores han solicitado el subsidio de desempleo en los últimos tres meses. Así, la tasa de desempleo se disparó a 14,7% en abril y podría alcanzar 20% (6). A modo de comparación, la tasa de desempleo más alta en Estados Unidos fue de 25,5% en agosto de 1932, en medio de la Gran Depresión (7). El crecimiento laboral (precarizado) de una década se esfumó en pocas semanas y la posibilidad de reelección de Trump está cuestionada.

A la casi cierta depresión económica se suma la crisis sanitaria producto de la pandemia del nuevo coronavirus, que se cobró en el país la vida de más de 107.000 personas hasta ahora (8). Sin un sistema de sanidad pública propiamente dicho, el país más poderoso del planeta se muestra incapaz de lidiar con el covid-19.

Esta crisis es el caldo de cultivo de las manifestaciones. El caso de Floyd es, en realidad, la gota que colmó el vaso. Lo que estamos viendo, en rigor, revela el fracaso del capitalismo. La farsa del aclamado «sueño americano» se hace pedazos. El Rey está desnudo.

No es difícil entender las razones que llevaron al movimiento negro a tomar la iniciativa ante los efectos de la crisis. El promedio de renta anual de los negros es 42% menor que la de los blancos (9). En el Estado de Minesota, donde queda Mineápolis, en 2017 la tasa de pobreza entre los negros alcanzó 32%; la de los blancos era de 7%. El índice de desempleo entre los negros era de 8%, más que el doble que el de los blancos, que llegó a 3% (10). Sin duda la crisis pandémica exacerbó esta situación.

En peores condiciones laborales y de salud, la población negra es afectada de manera desproporcionada por la pandemia. Si bien la comunidad negra representa 13,4% de la población estadounidense, una investigación del laboratorio APM Research Lab muestra que la tasa de mortalidad por el covid-19 en las personas negras es 2,4 veces superior a la de las personas blancas (11).

La violencia policial contra la población negra es escandalosa. Si hablamos de cuánto importa una vida negra, la ONG Mapping Police Violence revela que las personas negras tienen casi tres veces más posibilidades de que las mate un policía que las blancas (12).

Tanto el caso de Floyd como sus consecuencias políticas son expresiones de las bases históricas sobre las que los Estados Unidos fueron fundados. No se puede entender la acción de cientos de miles de personas que ahora toman las calles contra el racismo sin comprender la esencia de un sistema económico y social en el que el color de la piel es casi una sentencia de muerte. El caso es inexplicable si no se comprende que el papel del aparato del Estado –con su sistema ideológico, pero principalmente con sus leyes y sus fuerzas armadas– será siempre el de someter una clase social a otra.

George Floyd fue sacrificado en el altar del dios dinero. Lo mataron policías blancos porque sospechaban que había usado un billete falso de US$ 20. Eso le valió la pena de muerte.

En suma: el asesinato de George Floyd, como el de miles de afroamericanos, es indisociable de un modo de producción, el capitalismo, que utiliza y estimula cualquier opresión –racismo, machismo, xenofobia, etcétera– para dividir a la clase trabajadora y aumentar el lucro de un puñado de magnates.

Las históricas protestas en Estados Unidos son justas. Merecen toda nuestra solidaridad. Porque las «vidas negras importan».

Notas

(1) Hasta el 1/06/2020, la Guardia Nacional había movilizado 66.700 soldados en todo el país para reprimir las manifestaciones.

(2) Hasta el 4/06/2020, más de 10.000 personas habían sido detenidas.

(3) La forma en la que fue abolida la esclavitud resultó determinante para el irrefrenable desarrollo económico –sobre todo industrial– de los Estados Unidos en las décadas siguientes. Pero este es otro asunto.

 

 




Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Domingo, 07 de Junio de 2020

Páginas 2 y  3

www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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