YKUA LA MERCÉ

Por PEDRO GÓMEZ SILGUEIRA

Después de mucho tiempo he vuelto a transitar por la polvorienta calle de Ita Ybate, en los fondos de Villeta. ¡Cuántos cambios, cuántos recuerdos!

Uno de los sitios más emblemáticos para los pobladores es el “Ykua La Mercé”, un manantial donde otrora la gente recogía el agua cristalina más fresca y deliciosa para los cántaros, lavaba la ropa y se daba un buen baño.
Era un sitio de reunión y de alegría que congregaba a niños, jóvenes y adultos. Las mujeres se enteraban de todo y los hombres buscaban a sus novias. De sus bordes se obtenía el mejor lodo para los bodoques más certeros.
Estaba escondido como en una verdadera caverna formada naturalmente por los raudales de las torrenciales lluvias, que ahora se echan tanto de menos.

De tanto erosionar el suelo, los raudales quizás alcanzaron una veta inacabable de agua. Así se formó el ykua que fluía sin parar a continuación de una profunda zanja que cruzaba la calle entre las casas de don Venancio Barrios y don Tomás Méndez, el peluquero cuya maquinita era la más veloz de la compañía para el mejor recorte cadete. Peluqueaba a todos en el patio rodeado de tacuarales y a la sombra de una enorme planta de kurugua’i, cuyas semillas frotadas contra la piedra quemaban en un divertido juego de niños.

Bueno, la zanja lateral de la calle ya no existe, porque cuando Itá Ybate fue progresando, fue tapándose para dar paso al alumbrado público y al agua corriente. El viejo puente de frondosos troncos y karanda’y fue reemplazado por tubos de cemento.

Ykua La Mercé quedó olvidado bajo una montaña de tierra. Estaba escondido y solo quedaban a la vista -a un lado de la calle- los tacuarales y las plantas de inga en el matorral que le prodigaba una tupida sombra.
El zanjón, poco antes del ykua, era un lugar casi mítico por su profundidad.

En el fondo reinaba la oscuridad y solo se veían las rojizas y sinuosas paredes de tierra colorada. De esa accidentada acequia “nacieron” casi todos los niños del barrio, pues los padres no encontraban mejor explicación para las preguntas con las que sus hijos les ponían en aprietos: “¿Cómo es que nacen los niños?” o “¿por dónde llegan al mundo?”. Lo más fácil y sencillo era echarle la culpa al zanjón y decir que de allí se los recogían luego de que la cigüeña los dejara.

En esos tiempos, ningún niño quedaba traumado ni había necesidad de explicación científica. Se conformaban con el cuento.

Tampoco nadie osaba asomar las narices sobre las enormes fauces de la grieta porque estaba llena de “póras” que le podían chupar a uno hacia el fondo.

La zanja siempre era noticia, pues más de un borracho pasaba una noche entera en sus entrañas, como le pasó a Honorio Salinas. Ciego de nacimiento, tenía una gran intuición para ir y venir por la calle, pero de poco o nada le ayudaba la experiencia para esquivar el borde con un cuarto de aguardiente.

En su mejor época, el ykua alimentaba un arroyuelo que pasaba por la gran piscina de los más inolvidables veranos. Corría a través de la pileta y caía al otro lado como si fuera una cascada para seguir hacia el estero.
Ahora, de nuevo se deja ver correr el agua y el Ykua La Mercé resurgió gracias a unos pobladores que aman esa tierra. Con el agua cristalina corriendo a flor de suelo, volvieron los recuerdos y las leyendas. ¡Felices Pascuas!

Fuente:  ABC Color (Online)

Sección OPINIÓN

 Domingo, 08 de Abril de 2012

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