Con toda seguridad, alguna vez Ud. habrá escuchado Ikañymby, de José Emeterio Cantero Viera (nacido en Bella Vista Norte, Amambay, el 3 de marzo de 1914) y Andrés Cuenca Saldívar. Y, como tantos, tal vez imaginó que el poeta perdió a su amada y le escribió esos versos.
Don Emeterio, largamente octogenario, vivía en el Cuartel de la Victoria, de San Lorenzo. Aunque enfermo, conservaba una memoria envidiable. Él, sin apuros ya en la vida, contó cómo nació aquella obra suya. "Peteî ára oguahê ohóvo ore vállepe chermáno músico Francisco ndive un tal LÍZARO ACHAR SILVA, poeta concepcionero. Ha roho PABLINO CABRERA -músiconte avei-, rógape rofarrea (Un día, con mi hermano Francisco, que era músico, llegó a casa un tal Lízaro Achar Silva, poeta concepcionero. Y fuimos a farrear a la casa de Pablino Cabrera, quien también era músico)", relató. Allí el visitante recitó LA PERDIDA, que le hiciera a una mujer "oikóva iñakarêpe (mujer de vida disipada)".
Lo que escuchó le zumbaba en el cerebro a Emeterio, quien ya estaba con la secuela de un derrame. Le había dado un motivo que él fue recreando mentalmente, en otro contexto. El 2 de febrero de 1960 se puso a escribir Ikañymby, recordaba perfectamente. Los datos que proporciona la obra parecen conducir al puerto de un amor perdido. "Nda'upéichai (No es así)" niega, rotundo. No hubo una mujer concreta que le inspirara. "Chéko apensákuri pe PANCHA GARMENDIA ha Residentakuérare ascrivívo. Chéngo ahayhu la raza, ndaha'éi peteî kuña particular (Al escribir pensé en Pancha Garmendia y en Las Residentas. Amo la raza, no una mujer en particular)", explica. Por eso habla del collar -mbo'y-, anillos de ramales, zarcillos de tres pendientes, kygua vera y otros elementos que formaban parte de la indumentaria de las que acompañaron a López hacia el norte. La que se fue precisa-, no era su novia sino la que se ausentó de su comunidad por causa de la cruenta Guerra Guasu. El que la busca insiste con su obsesiva pregunta, pero nadie le da respuesta.
Cantero Viera -de madre brasileña; herido tres veces en la guerra con Bolivia; estibador en el puerto de Asunción; hachero y sindicalista delegado de los trabajadores de Puerto Pinasco; peón de cantera en Itakua, al sur de Puerto Fonciere, en el Alto Paraguay-, pocos meses después, vino a Asunción para gestionar su pensión de ex-combatiente.
"Yo le recitaba mi obra ésa a todos. Escuchó FÉLIX DE GUARANIA y me acompañó a Autores Paraguayos Asociados, APA a registrarlo. A DARÍO GÓMEZ SERRATO también le gustó mucho", rememoró en un fluido castellano el que también vivió en el Brasil y en Buenos Aires. Conoció en LA VOZ DEL MUTILADO -publicación de los excombatientes de la Guerra del Chaco- a BASILIDES BRÍTEZ FARIÑA, ex-seminarista, poeta popular que le prestó un valioso apoyo, mostrándole los versos a dos músicos que coincidieron en que eran muy largos y que había que recortarlos. Entonces recurrió a ANDRÉS CUENCA SALDÍVAR, en Radio Nacional, preguntándole si no le podría poner una melodía al poema de su autoría. "Al rato no más luego, con su guitarra, ya le encontró para su tonada", comentó don Emeterio.
Al poco rato llegaba RAMÓN VARGAS COLMÁN y al escuchar lo que estaba haciendo su dúo, dijo, sin vueltas: "Ipukuvéngo guaîguî rokêsâgui. Che ndapurahéi mo’âi (Es más larga que la cuerda de la puerta de una vieja. No voy a cantar)". En eso arribaban a la emisora QUEMIL YAMBAY y PABLO BARRIOS. Les encantó la letra y la música. Decidieron incluir la obra, de inmediato, en su repertorio. "Alapínta, iporângo ra'e. Jagraba pya'éke ani oñemotenonde ñande rehe lo mitâ (Es linda, había sido. Grabemos rápido, no sea que alguien se nos adelante)", le sugirió, en tono ya amable, Vargas Colmán a Cuenca Saldívar, tras oír al dúo Barrios-Yambay. Poco tiempo después, en Buenos Aires, hicieron la primera grabación, acaso la mejor de todas.