Antes de que los cañones empezaran a tronar en el Chaco, en la fiesta de San Miguel, Silvestre Silva (nacido en la Isla Tacuara, del distrito de San Miguel, en el departamento de Misiones) la vio por primera vez. Ella se llamaba Nilda Saturnina Insaurralde y había venido desde su pueblo, Quyquyhó, para la celebración.
Silvestre, como jinete de ley, tenía un montado acorde a la usanza de la época, con todos sus arreámenes. En medio de la sortija y los giros reiterados, él vio a la dama que, de ahí en más, ocuparía cada milímetro de su corazón. El frisaba los 39 años, ella apenas los 22.
Después de las primeras palabras, sin duda algunas piezas compartidas en el baile oficial y acaso alguna visita a Quyquyhó por parte de él, las armas llamaron a los hombres. La pausa en el romance fue inevitable.
Luego del adiós a las armas, se reanudó la historia de amor. Silvestre, cada sábado, salía de San Miguel o de San Juan —donde estudió y se recibió de Maestro Normal—, encima de su alazán rumbo a la tierra de su amada. Debía cruzar, a la altura de Villa Florida, el Tebicuary. El viaje era largo y peligroso. Sin embargo, para él no había barreras. Debía llegar y su corcel adivinaba su apuro por llegar hasta la tranquera de Nilda Saturnina.
Músico y poeta, discípulo del gran arpista misionero José del Rosario Diarte, andando por esos caminos que lo conducían invariablemente al mismo hogar amado, le fueron creciendo la letra y la melodía de lo que es Che renda alazán.
“Y así, al paso, trotando o galopando por esos caminos reales y polvorientos, mi mente y manos comenzaron a dibujar en la guitarra los versos y la melodía. De repente pareéiera que el pingo entendiera con claridad nuestros pensamientos. Entonces uno apura o detiene el tranco, siempre con la confianza de que vamos a llegar a destino”, decía Silvestre Silva en una entrevista que obra en el archivo de Aída Lara.
Pasó el tiempo y la pareja se unió en matrimonio. Cinco hijos alegrarían los amaneceres de la familia Silva Insaurralde. En segundas nupcias se casaría Silvestre con Genara Montiel, con quien vivió en Caapucú. En el reportaje confiesa haber tenido 32 hijos en total.
José del Rosario Diarte le profesaba un cariño particular. Ese talento singular del arpa tenía un carácter difícil, según cuentan. Era delicado y estricto consigo mismo y con los demás, en el arte de la música. A Silvestre le quería porque reconocía su talento de intérprete. Por eso permitía que le acompañara con la guitarra. “Campesino nato y huraño, me dispensó la oportunidad de ser su acompañante en guitarra porque no a cualquiera le permitía que lo secundara”, relataba Silvestre, recordando al autor de Mamópa reho Josefa, Misiones Ñu y otras composiciones. El autor de Che renda alazán, atento y de buena memoria, aprendió de él algunas lecciones capitales que le permitieron crear y registrar unas 30 obras musicales.
Fuente: relato del autor a una publicación de nombre no identificado, del archivo deAída Lara.
CHE RENDA ALAZÁN
Al caer la tarde de un bello día, sábado rory,
ensillé mi pingo y al rancho alégrepe arrumbea
mi guapo alazán, compañero fiel ha ikatupyry
aunque mombyry oguahêvarâ.
Te llevo en el alma chinita linda che yvotymi
y al compás del tranco de mi alazán ndéve apurahéi,
Oh mi idolatrada y milagrosa tupâsymi
nde causa asufri, ndake pôrâvéi.
Oiméne che china che ra’arôma
ohenduvaicha che renda ipyambu
hymba jaguami aipóna oñarôma
aviso ojapóma ahaha oñandu.
Ha che rendami che py’akuaáva
a más que âguî otrankeave
ontendevaicha la che adeseáva
âguahêseha china oke mboyve.
No existe el mal tiempo ni la distancia para el amor