El arpa es uno de los instrumentos que, a través de sus cuerdas, mejor «retrata» la realidad. Basta recordar el clásico PÁJARO CAMPANA -recopilado por FÉLIX PÉREZ CARDOZO- que «muestra» la metálica voz del pájaro en vías de extinción. O el TREN LECHERO, del genial hy’atyense guaireño también, hasta cuyos humos parecen verse en la estación de la que parte.
Yendo más allá de la descripción sonora que se traslada a lo visual, existen compositores paraguayos que han sobrepasado ese límite para hacer que también pinte un espíritu, una manera de ser y un modo de concebir la vida.
El arpista ISMAEL LEDESMA -nacido el 13 de noviembre de 1962 en Lambaré- es uno de aquellos que han volcado su historia personal al universo de notas nacidas de su mente de creador de melodías.
Su obra EL VAGABUNDO -que bien podría transformarse en el vagamundo- es autobiográfica y revela una arista de su alma de andariego. La compuso en el 2005 y la estrenó en el Festival de América Latina de Cap Ver, Los Pirineos, Francia.
«Esa obra refleja mi vida. Primero tuve la idea, luego el ritmo y finalmente la melodía, en el arpa. La concebí pensando en todo lo que yo había pasado», afirma, para ir contando luego su itinerario de inquieto caminante que se mueve al impulso de los dictados de su corazón.
«Las primeras lecciones de arpa las aprendí de mi padre, Raimundo Ledesma. Él, mi madre -Luisa Isabel Lucena-, y yo vivíamos cerca de la Calle última, en Asunción. De chico y de adolescente, mi característica era escaparme de mi hogar cuando algo no me gustaba o corría el peligro de ser castigado por mis transgresiones. Cuando estaba en casa, actuaba con mi madre que proviene de una familia de músicos, los Lucena: yo en el arpa y ella en el canto», relata el arpista que compone desde los 12 años.
La primera huida de su domicilio se produjo cuando tenía seis años y sus padres estaban a punto de separarse. No se fué lejos. A los dos días retornó. La segunda fue a los ocho. A los doce, ancló en Cerro Rokẽ -Sapucai, departamento de Paraguarí , en casa de unos tíos.
«Mi fuga más larga fue a los 13 años. Me fui al Brasil: Me había aplazado en el colegio y mamá descubrió cuando estábamos en Chololo, Piribebuy. Crucé el puente internacional y me quedé en Foz de Yguazú con unos taxistas que me daban de comer porque conocían mi caso. Allí, por primera vez, la policía me trató como 'vagabundo paraguayo' porque me apresó. Ndavy'avéi, por lo que volví. Esa fue la primera vez que al regresar ella no me pegó. Ya era grandecito», rememora.
A los 16 años volvió a las andadas. Esta vez el puerto fue Buenos Aires. «Llegué a la casa de mi padrino, un zapatero. Me quedé 20 días. Vine de nuevo a Asunción y mi madre me dijo que mis escapadas le hacían mucho daño, que le iban a matar un día. Le prometí no volver a salir sin que ella supiera. Y cumplí mi palabra».
A los 19 -ya con el conocimiento y la anuencia de doña Luisa -recaló en París. «Mi tío JOSÉ -PEPE- LUCENA me había invitado. Actuaba con su hermano BARSILICIO-KIKE- y estaban en el apogeo de su éxito. Formé parte del CONJUNTO LOS TUPI dirigido por otro Lucena: Bonifacio. Era conocido como Lunita y para nosotros era Rubito. Mis tíos me enseñaron y me dieron mucho. Por primera vez trabajé como profesional. Estudié dos años música en el CONSERVATORIO ALFRED DE VIGNY para dar a mi trabajo algún sustento teórico. En 1985 me lancé como solista y ese es el camino que mi vagabundeo recorre. Me presento en todos lados», dice.
Confiesa, sin embargo, que las ganas de partir lo acechan siempre. «Sigo sintiéndome vagabundo como expreso en mi música, que le da nombre a un disco mío. En cualquier momento puedo alzar vuelo otra vez. Soy un trotamundos de tiempos modernos», concluye.
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EL VAGABUNDO
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