TU BELLEZA
CLAUDIO ROMERO
(POEMA SINFÓNICO)
HOMENAJE A MISS UNIVERSO JAPONESA, 1960
IMP. ZAMPHIRÓPOLOS
ASUNCIÓN - PARAGUAY
OBRAS DEL MISMO AUTOR
PUBLICADAS:
EL TERRUÑO (novela social-costumbrista paraguaya), 1952, El Arte S.A.
A LA MUJER PARAGUAYA (poema). 1963, Imp.-Zamphirópolos.
EL MARISCAL LÓPEZ (poema épico). 1963, Imp. Zamphirópolos
INÉDITAS:
EN ÉL ALBA, (poema sinfónico Canto a la Paz), dedicado al General Dwight D. Eisenhower, ex-Presidente de los EE.UU. de América, veterano de dos guerras; traducida al inglés por el Profesor de Literatura Americana Dr. Frank Carrino, ex-Director del Centro Cultural Paraguayo-Americano.
CARLOS MANFREDO O LAS ROSAS DEL TRIUNFO (novela romántica).
FUEGO Y PASIÓN O LAS AVANZADAS DE LA AURORA (novela sobre la Guerra del Chaco).
EN PREPARACIÓN:
LA EPOPEYA PARAGUAYA 1864-1870.
*****
El Ingeniero Civil Claudio Romero no sólo incursiona en la árida y abstracta ciencia de los números, el cálculo infinitesimal, logaritmos y en el complejo de geométricos diseños; sino también, con gran maestría deleita al lector con sus hermosos poemas, donde podemos apreciar su erudición y vasta cultura, además de ser conocedor de la historia y geografía universales.
Vuelve á dar a la luz pública, este grande y fecundo escritor, una nueva producción como valioso aporte a la literatura castellana. Se trata de un manojo de emociones intensamente vividas, al contemplar la hermosa estampa de la japonesa, que mereció entre 15 semifinalistas, ser elegida en julio de 1960, en Miami Beach, USA., Miss Universo.
TU BELLEZA, es un poema sinfónico, en que el vate canta las excelencias de esa singular belleza, en la que convergiera no solamente todo el encanto de la naturaleza del Japón, sino también todas los tesoros del universo, para crear esa sugerente plástica femenina, que podría producir una cierta inquietud, una perturbación aunque agradable en el alma serena del filósofo, aún en la psiquis del más tranquilo de todos los filósofos.
Los versos son libres, como él acostumbra hacerlo, en un estilo lo más personal posible. Y lo hace así, en español, que se presta para ello, por la evolución que ha alcanzado este idioma, por la riqueza de su léxico y la flexibilidad de sus estructuras sintácticas, en la expresión de los sentimientos y las ideas.
El poeta, frente a esta maravilla humana, penetró en los hontanares de su sensibilidad, para arrancar de ellos, de las intimidades de su ser, como irrupciones de sol, las metáforas que pudieran expresar con sinceridad y hondura, las expresiones inefables que le causara esa visión, tanto más atrayente cuanto más se aleja en el tiempo, que así esa circunstancia, es como si le prestara un dejo de nostalgias como vista al través de un velo luminoso, suave y transparente.
Pongámonos pues, en comunión con el poeta Claudio Romero, para poder así experimentar también las emociones que él ha vivido, y ahora, nos transmite, con todo el fervor de su entusiasmo, un entusiasmo incontaminado por las miserias de la vida.
EL EDITOR
TU BELLEZA
¿Qué extraño sortilegio o embrujado encantamiento,
baña en su filtro misterioso tu figura,
que ondulando en torno a tu silueta,
por valles y colinas primorosos,
va entonando su cántico triunfal?
Y cual en cofre de oro y pedrerías,
guarda tu hechizo peregrino,
en aladas estrofas inmortales,
hechas de sueños y de arrullos,
de músicas y besos y caricias.
De lejanos murmullos de una mar embravecida,
que viene a besar tumultuosa,
los pies de los abruptos peñascales costaneros,
de las hermosas islas japonesas.
De débiles, flébiles susurros,
que él blando céfiro arrebata
quedamente .. suavemente..
a los pinos que cantan en la brisa,
a las rosas de la Idalia,
y los lirios silvestres del Nipón;
las orquídeas y camelias,
dulcamaras y rojas azucenas,
que sangran sus pétalos de púrpura,
enormes girasoles y crisantemos bellísimos de oro;
claveles opulentos de pétalos muy rojos de la Hispania,
y blancos, olorosos jazmines de Ispahán,
gigantes margaritas y flores de ciruelo;
cual ofreciendo sus nectarios impolutos
de bellezas policromas,
como labios entreabiertos,
sedientos de luz y de rocío,
que abren sus milagros de raras floraciones,
en vistosos ikebanas.
¡Oh, qué hermosos
son los ikebanas!
entrecruzan,
combinan,
entrelazan
tallos, y ramas, flores y follajes,
en variadas, vitales apariencias,
y múltiples coloraciones;
para formar un paisaje ukiyoe,
de perspectivas luminosas,
de brillante, bello colorido,
donde, ¡oh, Reina!
irradia tu belleza,
como un cerezo en flor,
levemente columpiándose,
a impulsos del aura matinal
que musita los secretos,
en ingentes murmullos,
de los bosques del Japón,
cual una sinfonía primaveral,
de rumorosas,
milenarias,
mitológicas
selvas guaraníes,
en torno a tu figura celestial;
como un suspiro de lejanos horizontes,
un hálito sagrado,
que viniera susurrando poemas y canciones,
de las montañas, cubiertas de nostalgias,
de la venerable, antiquísima Arcadia,
de la mansión de la felicidad
y la inocencia,
erigida como un "Villa Imperial"
igual al de Kioto,
por los sueños fantasmales,
ficticios, irreales,
en los psíquicos dominios de dorados ensueños,
de los poetas de la Hélade,
y deposita suavemente,
un beso de caricias supramundanales,
en tu rostro virginal.
Y esplenden así,
los ikebanas,
admirables y expresivos,
en un coro de vivencias,
que proclaman
en un mundo de fronteras esotéricas,
las bellezas trascendentes,
de profundas, vitales realidades.
Y lucen sus encantos primorosos,
de ramas y follajes, de flores y de tallos,
en adornos llamativos,
delicados y exquisitos,
que ofrendan sus mil tonos y matices,
sabiamente combinadas,
como a una mágica teoría de ninfas y nereidas,
cruzando por los bosques, los lagos y los ríos,
de hadas y de sílfides,
que vagan por los aires,
en alas de quimeras y de sueños,
que un poeta prodigioso persiguiera,
escapado de las cúspides sagradas,
de un Parnaso inconocido,
montado en el Pegaso de su inmensa fantasía.
Y esos diminutos y espléndidos jardines,
radiantes de esplendor,
trayendo reminiscencias,
de un lejano, muy lejano origen,
pareciera;
en un paisaje psíquico de ensueño,
que, desprendiéndose de las altas cumbres,
de los altos y más altos níveos picachos,
del grandioso, soberbio Himalaya,
van como bajando presurosos,
en una abigarrada algarabía,
los escalones pétreos,
de abruptas y empinadas,
y ondulantes vertientes florecidas,
que vibrando en la vasta dimensión .
del tiempo y del espacio,
palpitantes de vida,
de emoción supraterrena,
y fulgores milenarios,
descienden... por ribazos y peñascos,
en muda y elocuente turbamulta
de un alocado festín de colorido,
como una callada procesión
tumultuosa de luces y colores,
hacia los valles silenciosos de Kapilavastu,
dormidos, así cómo hundidos,
en un delirio de policromía turbulenta,
a los pies de aquel coloso, gigante de las siglos,
arrullando con sus íntimos efluvios,
de perfume y de misterio,
en la paz, el silencio y la pureza,
en la plena, infinita beatitud,
en la calma inmutable,
el sosiego absoluto,
en la felicidad, y la sabiduría
del Nirvana, sin pecado, sin deseo,
la eterna soledad,
la quietud silente del Siddharta,
del Iluminado,
del Perfecto,
de Gáutama Buda.
Y así los espejantes,
y preciosos ikebanas,
esparcen,
sutiles,
rutilantes,
aterciopelados,
y magníficos,
en brillantes imágenes multicolores,
sus graciosos y bien distribuidos,
conjuntos florales multiformes;
y vibran
titilantes ...
como llenas de unción suprasensible,
sus corolas de intenso colorido,
cual desprendidas
de un cuadro de Wateau o de Fuyita Tsuguharu,
al soplo quejumbroso que galopa,
por praderas y campiñas de flores esmaltadas,
por bosques y pinares susurrantes,
de olorosas brisas matutinas,
tardecitales y nocharniegas;
y emergiendo de sus cálices,
y abigarrados pétalos polimorfos,
de entre ordenados desórdenes artísticos,
de ramas y follajes verdeantes,
agrupados en hermosos estilos naturales,
o en formas expresivas y vitales
de Sofu Teshigahara,
o a manera de la Escuela de Sogetsu,
los estambres y pistilos
bailotean… bailotean
a impulsos de las auras y los céfiros,
y se unen
y se abrazan,
se separan,
y vuelven a abrazarse,
con un vaivén inquieto, enloquecido,
o al compás de un ritmo embriagador,
de telúricos latidos,
en el beso ritual y primitivo,
de la naturaleza,
desbordante de pompa y majestad,
en la rica profusión de sus raras trabazones,
y tramas vegetales;
que forman cual vistosos canevás,
de mágicos fulgores,
o preciosos ñandutíes,
urdidos en marañas,
de frondas y ramajes florecientes,
de profundas vivencias ancestrales.
Y así los ikebanas,
irradian sus encantos,
bañados en torrentes de la luz;
la luz que borbollando en los espacios estelares,
por abismos de honduras insondables,
alborotando sus fulgores dé copos de diamantes,
en sus ondas de arreboles,
arrebuja,
la suavidad de raso,
y la embriaguez multílocua,
de cambiantes destellos chispeantes,
cual vívidos reflejos de moaré,
de un inquieto y ondulante,
vasto, inmenso mar de pétalos vibrantes,
polícromos,
iridiscentes,
turmalinos.
Y en los lindes de un paisaje,
verde y oro, de nieve y de sol,
con suaves divagaciones de esfumino,
que se esparcen
por un cielo lapizlázuli de púrpura bañado,
ora semejan ...
los coruscantes ikebanas del Japón,
fantásticas vasijas,
hechas con raíces de loto y de nativo gigko,
trabadas con dragones y abedules;
ora semejan,
cestos primorosos de bambú,
o jarrones relucientes de cerámica,
o extraño recipiente de expresivo rasgo original;
como senos perfumados,
florecidos de una diosa proteiforme,
qué afloran exultantes,
con frenética alegría,
cual gritando apasionadamente,
entre tapices damascenos,
y rojos cortinones,
con el vivo clamor de sus colores,
cual si fueran de labios de geishas sensuales,
la euforia de la vida,
la cálida vivencia,
la estridente algarabía de sus pétalos de seda.
Y engalanan,
llamativos,
luminosos,
relucientes,
los preciosos ikebanas del Japón,
el misterio abismal y suntuoso,
de espléndidas alcobas orientales,
con rútilos reflejos,
de púrpura, de oro,
de jaspe, de glauco, verde mar,
de índigo, esmeralda,
topacio y de rubí;
cual si formaran
grutas encantadas,
de cámaras nupciales,
miliunanochescas,
esparcidas por los valles ondulantes del Mikado;
y salpican,
de hálitos de inciensos y de mirras,
de aromas y fragancias,
y llenan de leves secreteos,
el aire, las montañas, las grietas y oquedades.
Y asimismo, rodeando
tus hechizos enigmáticos,
esas aladas estrofas inmortales,
están hechas,
de mágicas notas subyugantes,
que suenan inmateriales,
en honduras abismales
de espacios infinitos,
cual las ondas rumorosas de mares de armonía,
que se aduermen y apaciguan. . .
en playas muy remotas,
de ignotas, edénicas regiones;
como ecos sutiles,
de nostálgicos, dolientes Shamisenes,
o de eólicas liras melodiosas,
que arrebatan a las almas,
presas de un éxtasis supremo,
en un coro de bacantes ululantes,
que desfila con su flujo misterioso de pasiones,
preludiando el cortejo de los dioses,
bajo una lluvia de flores y rosas de la tarde,
perfumando con cascadas y vertientes
de fragancia,
el corazón sangrante del ocaso,
que tiembla en las profundidades estelares,
en esa hora precursora
del misterio de la noche,
mientras parpadean y titilan,
las estrellas liminares de la tarde,
como húmedas miradas de vírgenes doncellas,
asomando en los alféizares del cielo,
allá lejos...
en el tramonto de doradas colinas encantadas,
y profundos mares azulados,
más allá de las fronteras mundanales.
Y en tanto
las abejas de oro de los bosques,
de las montañas azules del Himeto,
musicalizan el aire,
perfumado de almizcles,
aromos y de mirtos,
y liban la suprema quietud de la belleza,
y la divina ambrosía de la vida,
en místicas corolas de lotos y gladiolos.
Y siguen en torno a tus hechizos,
irradiando las aladas estrofas inmortales,
hechas de fulgores,
que flamean victoriosos,
en el alto picacho del volcán de Fuyiama,
- esa enorme mole gigantesca -
que levanta y destaca centellando,
allá en el horizonte...
en el polvo de oro de la luz,
su áurea cabeza de alabastro,
mensajera de un dulce epitalamio,
a cuyos oídos susurrara vagaroso,
cual un soplo de regiones mitológicas,
con la fuerza irresistible
de sus impulsos misteriosos,
el divino kamikaze;
y tocada cual si fuera
con un velo vaporoso de novia virginal,
bajo el azul diáfano del cielo,
con su diadema de perpetua nieve,
inmersa con su quietud de siglos,
de tiempos infinitos,
en el regazo estremecido de luces y colores,
de cantos y de gloria,
aureolada por el beso de todas las autoras.
Y en tanto.. se agitan columpiándose,
al leve soplo de la brisa,
vibrantes de color,
por las quebradas sinuosas del coloso pedregal,
por sus alcores y laderas,
las flores genuinas del Japón;
y suavemente, con el viento que susurra,
sus eternas rapsodias orquestales,
ante vuestros ojos hermosos y rasgados,
ondulan cariñosamente
albos lirios, azucenas de fuego y amapolas orientales;
y besan vuestras plantas de nereida,
con íntima ternura de frenéticas caricias,
cual una mar tumultuosa de pétalos dorados,
rielando a los pálidos reflejas
de la luna y de la nieve,
los rientes y divinos cerezos en flor.
Y así, cual en cofre de oro y pedrerías,
de esas aladas estrofas inmortales,
guarda en sí,
tu hechizo peregrino,
¡oh, bellísima Reina!
del Imperio Nipón del Sol Naciente,
y de todo el Universo,
las gracias reunidas todas juntas,
de Venus la de Milo, Dulcinea del Toboso,
Helena y Sulamita.
Extático ...
contemplo tu belleza,
cual una suntuosa primavera en flor.
Hebetado y sumiso yo me encuentro,
frente a frente a tu armoniosa arquitectura,
alumbrando cual con lámpara votiva,
en el nácar pubescente de tu piel,
con el fuego de mis ansias,
y la luz de mis pasiones,
albas rosas, rosas albas,
de tu mágica silueta angelical.
Las colinas encantadas...
yo contemplo...
tus oteros deleitosos,
que en los cielos de triunfales alboradas,
y a los besos de la aurora,
estremecen
palpitantes... .
cual si ocultos misteriosos fontanales,
con sus pífanos triunfales
de armonías y murmullos...
ondularan
por debajo tus suaves redondeces,
y volvieran,
inquietantes,
temblorosas
las montañas diminutas,
diminutas y preciosas,
de la divina geografía de tu cuerpo.
¡Ah!...¡Tu Belleza!...
Es una oda musical, supraterrena,
en que cada pedazo de tu carné bendita,
es una estrofa trunca, luminosa,
de un sublime cantar de los cantares.
¡Qué portento de asombros y prodigios!
Laberinto luminoso,
vasto mar de hondas riberas,
do se hallan
opresas y esposadas,
en la cárcel de tus olas en tumulto,
y do abrazadas por los pulpos de tu abismo,
van bogando... van bogando...
errabundas,
ya perdidas,
entre cantos de sirenas,
y gritos de naufragio,
las heridas gaviotas de mis sueños.
¡Cuán radiante es tu belleza!. . .
¡Oh albo lirio perfumado!...
que creces mimado por la vida,
en las fértiles llanuras del Japón.
Tú eres diosa de la vida y de los hombres,
divinál encantamiento omnipotente.
¡Oh Reina!... A tu llegada…
como entre púrpuras pomposas,
de fantásticas sueños orientales,
en su áureo palacio, ora y jaspe,
engalanada primavera te recibe,
la tierra toda en flores,
mientras,
con sus locos aleteos,
alas locas de la luz,
frenéticas de azul,
rompen la transparencia nítida del aire,
y cataratas de trinas en delirio,
en tu homenaje,
ufanos desparraman
los nidos dé la fronda en el azur.
Y al eufórico revuelo de campanas,
que triscan por los aires,
cantarinas,
encendiendo,
cual en báquicas fiestas de las almas,
la danza frenética de los corazones,
te esperan,
expectantes…
junto al arco de triunfo,
erigido a tu prodigio,
¡oh Reina de Belleza! Augusta Soberana!
que avanzas donairosa,
¡flor divina de las gracias!
escoltada por dos núbiles doncellas,
te esperan, aclamando tu victoria,
como un coro de bacantes que te cantan,
¡la Vida, la Dicha, la Gloria, el Amor!
y el torbellino en vistoso tropel interminable
radiante de luz y de color,
de las ilusiones y esperanzas,
cual una procesión de auroras,
que ciñe a tu frente virginal,
guirnalda de flores de inmarchita juventud.
¡Mirad! ¡Mirad! que se acerca,
y ya llega el cortejo.
¡Mirad! que ahí viene en romería,
el cortejo de excelsas criaturas,
procedente de varias latitudes,
y va llegando.
en medio del tumulto estridente,
de aplausos y silbidos y gritos de triunfo.
Y va pasando.
con donaire y graciosura,
en una transfiguración,
en un kaleidoscopio de imágenes cambiantes,
como un romántico despliegue
de sueños juveniles,
el cortejo de divinas hermosuras,
ya vistiendo, típicos atuendos,
o luciendo, largos, variados, elegantes,
y atractivos vestidos de fiesta,
o exponiéndose, en brillantes y expresivos,
trajes de bañistas,
que develan sus formas venusinas,
sus líneas y turgencias,
admirables, esculturales, luminosas.
Y en esa teoría triunfal de maravillas,
que brotaron de todas las comarcas y regiones,
cual una deslumbrante marcha lírica,
de lirios y estrellas,
esplende entre todas,
augusta,
soberbia,
la Belleza Reina, la Reina Belleza,
- lirio de oro que en el valle de la vida,
yergue su olímpica belleza -
la Miss Universo japonesa,
triunfalmente ceñida,
su frente impoluta,
de la Diadema fulgurante,
de la corona de oro y piedras preciosas
de electa Reina de Belleza,
de todo el Universo.
¡Ved a la Reina,
a la augusta Reina de Belleza,
en su imponente majestad suprema,
llena de prestigio,
vibrando luminosa,
cual un divino cerezo en flor,
encanto irresistible del Japón maravilloso!
¡Contemplad, ... a la Reina,
a la electa Miss Universo.
Ved a la Reina de todas las beldades,
la hermosa y divina japonesa,
que va a ocupar,
su trono de oro,
con reflejos de púrpura y muaré.
Pasad ¡Oh Belleza!
Reina Soberana.
¡Soberana Reina de Belleza!
La Reina Belleza dé todo el Universo.
¡Mirad!..., ¡Ahí está!.
ya corrido el dosel del regio sitial,
y os espera, ¡oh Augusta Majestad el trono!
Y ahora… ahora…
desde vuestro áureo solio imperial;
¡ordenad!..
graciosa y divina,
hermosa japonesa,
encanto de los sueños inmortales,
de héroes y poetas,
mujer bella y augusta,
ordenad…
que somos nosotros,
nosotros, los hombres,
los míseros mortales,
somos los esclavos,
de vuestra suprema, excelsa beldad.
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DOCUMENTO RELACIONADO:
A LA MUJER PARAGUAYA (POEMA)
Poema de CLAUDIO ROMERO
Editorial Talleres Gráficos ZAMPHIRÓPOLOS,
Asunción – Paraguay
1963 (Segunda Edición)
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