TOMÁS NÚÑEZ
Fue el primer escenógrafo del país.
Organizaba puestas teatrales. Decoraba los cielorrasos de las casas más refinadas de Asunción. Y pintaba exquisitos cuadros impresionistas. Actuó durante las cuatro primeras décadas del siglo XX. Pero no figura en los libros de arte. Tampoco aparece en la lista de pintores paraguayos.
Su desaparición no solo fue física, sino también histórica. ¿Por qué nadie se ocupó de reivindicar su memoria? "Cosas del destino", se resignan algunos que llegaron a conocerlo y a valorar sus virtudes. Pero hoy, en estas páginas, se reconstruye su figura. Y se rescata su obra. Porque su aporte al quehacer artístico-cultural no puede quedar en el olvido.
Con exactitud no se sabe cuándo nació Tomás Núñez. Sus familiares cercanos perdieron la cuenta y de su panteón del Cementerio del Sur fue robada la placa que consignaba fechas. Apenas un escrito publicado en las páginas del diario El País, el jueves 11 de marzo de 1954, como recordatorio por el undécimo aniversario de su fallecimiento, es conservado por Mica, la última de sus cinco hijas que todavía vive.
De ese viejo material periodístico que lo reconoce como un hombre "idealista y fervoroso del arte" que "dedicado a la pintura llegó a producir bellos paisajes que reflejan la riente realidad de nuestras campiñas", se desprende que murió en 1943.
"Lastimosamente se perdieron muchos papeles. Yo tenía todo anotado, pero ya no recuerdo ni cuándo era el cumpleaños de papá", dice Mica y esboza una sonrisa tímida. Vive en el barrio San Vicente y festejó ayer 82 años. Cuenta ella que Tomás Núñez se casó con Cecilia Rosa Flecha Samaniego en el año 1912. Del matrimonio nacieron Olga Leonor (Totona), Nelva Expresiva (Neneca), Noemí Gudelia (Bebeca), Verena Cecilia (Mica) y Mercedes Acracia (Kikí). "Papá tenía muchos amigos: Centurión Miranda, José Asunción Flores, Jaime Bestard, Julio Correa, González Alsina y otros.
Era amable, sincero y buen padre de familia", lo pinta con palabras afectivas. Entre recuerdos sueltos, Mica relata que su padre fue contratado para ir a trabajar en los Estados Unidos como escenógrafo, pero que por motivos familiares no pudo viajar. "Otra de sus tantas cualidades era escribir obras para el teatro. Gracias a mi papá, Carlos Gómez incursionó en la actuación".
Efectivamente. El renombrado actor paraguayo Carlos Gómez se inició en la actuación a instancias de Tomás Núñez, que había formado en el Ateneo Paraguayo un club llamado Destello Juvenil con el propósito de fomentar en los jóvenes la afición por el teatro y el deporte (fútbol).
"Lo conocí en el barrio Gral. Díaz, ahí tenía él su casa. Nosotros veníamos de mudarnos con mi familia a ese barrio. Yo era jovencito y andaba por ahí. Al saber que a mí me gustaba el teatro y esas cosas, un día me invitó a su casa y me mostró algunas fotografías de artistas, porque él trabajaba también en teatro, no solamente era el decorador, sino que hacía de actor. Entonces, allí conocí a su familia y hasta que me casé con una de sus hijas, Nelva Núñez", explica el aventajado artista de 89 años, que actuó en varias películas de cine, filmadas en Paraguay y Argentina: Alto Paraná, La burrerita de Ypacaraí, Choferes del Chaco, Misión 52, Convención de vagabundos, Hijo de Hombre, La Sangre y la semilla, Cerro Corá, por citar algunas.
Hablar de su suegro representa para él revivir a un personaje ejemplar. Se le humedecen los ojos y la emoción recorre todo su cuerpo. "Yo lo quería mucho, porque era un hombre de gran corazón. Hay una anécdota interesante sobre don Tomás, porque como era decorador de escenarios y era contempo de José Asunción Flores, una vez éste le pidió un decorado para su espectáculo. Bueno, se fue don Tomás y le hizo un lindo decorado, que pintaba sobre papel madera. Hizo todo el telón, entregó y se realizó el espectáculo.
Pero el espectáculo no tuvo el éxito esperado, por causa del tiempo. Me acuerdo que vino un mal tiempo y antes se daba el Teatro Municipal solamente por un día o dos días y el pobre Flores no tenía para pagarle. Se fue a su casa y trajo el ropero de la hija, raspó todo porque tenía el color rosado.
Trajo en un carro como pago a don Tomás por el decorado. Y le dijo: ‘aquí te traigo el importe de tu trabajo, porque el espectáculo, como sabés, no salió’. Ya habían bajado el ropero. Enseguida don Tomás mandó alzar de vuelta en el carro, no aceptó. Era un hombre de una bondad maravillosa, además tenía eso de no creer que había gente mala. Para él todos eran buenos".
El que poco lo conoció, pero fue suficiente como para admirarlo, es su sobrino Ignacio Soler Blanc, hijo de Ignacio Núñez Soler. "Tío Tomás se dedicó siempre a la pintura de brocha gorda. Era pintor de casas, después incursionó en la pintura de cielorrasos, que eran decoraciones hermosas. Yo llegué a ver una muy linda en una residencia sobre la calle Estrella, que se demolió para levantar un edificio.
Era un salón de cinco por siete más o menos, una cosa maravillosa que había pintado. Estaba firmado". Soler Blanc cree que su tío no alcanzó fama igual que la de su padre porque no tenía mucho tiempo para dedicarse a pintar y por el hecho de haber muerto pronto. "Era de estatura mediana, morocho, un poquito más alto que papá. Era el hijo mayor de los cinco varones que tuvo mi abuela Ascención Núñez: Tomás, Manuel, Francisquito, Juan e Ignacio. Era solo hermano de madre con papá, pero se adoraban.
Tío Tomás era el que más le mimaba. Cuando murió abuela, papá tenía 15 años y tío Tomás lo llevó con él, le hacía trabajar con él". La casa de Tomás Núñez estaba ubicada sobre la calle Lugano entre Independencia Nacional y Nuestra Señora de la Asunción. Allí, en una sala grande, tenía su taller con todos los elementos para pintar. Y las paredes de todas las habitaciones tenían colgados cuadros de paisajes de su inspiración. "Mi hermano Tomás era un conocido pintor y decorador que aprendió dichos trabajos con Julio Mornet y Guido Boggiani. Julio Mornet era un especialista en decoración, trabajó en el Palacio de Gobierno, en otros sitios públicos y privados.
Y yo aprendí a pintar con mi hermano. Empecé pintando casas y después fui mejorando hasta dedicarme a la pintura artística", comentó don Ignacio Núñez Soler al periodista Alfredo Seiferheld, durante una entrevista publicada en el libro Conversaciones Políticas, volumen I, en 1984.
De estas palabras se deducen que Tomás Núñez fue guiado por el camino de la pintura por dos grandes maestros: el italiano Boggiani y el francés Mornet. "Consta que Tomás Núñez, hermano de don Ignacio e instructor suyo en su quehacer de pintor, aprendió el uso de los pinceles con Boggiani y Mornet, pero no resulta seguro que lo haya hecho como alumno de la Academia de Arte.
Es más probable que se instruyera en los rudimentos del oficio solo como asistente de esos artistas en la decoración de interiores de viviendas asuncenas, labor que ocupó a Mornet y en la cual el mismo Boggiani parece haber participado brevemente como lo hicieron casi todos los pintores de caballete de comienzos de siglo", expresa un texto del crítico de arte Ticio Escobar, en el álbum Ignacio Núñez Soler, editado por el Banco Alemán en 1999.
Si bien es cierto que son pocas las obras pictóricas conocidas de Tomás Núñez, también es verdad que en ellas se refleja su habilidad artística. Y sin temor a equívocos se puede decir que el autor reúne los méritos necesarios para ostentar el título de pintor.
La historia del arte paraguayo debe reivindicar su nombre e insertarlo entre aquellos personajes que con su talento contribuyeron a engrandecer el ámbito cultural de la nación. Será un acto de justicia.
PRIMER DIRECTOR: Tomás Núñez era un hombre culto que amaba el teatro y el cine. Muy seguido iba a ver películas en el Cine Granados. Disfrutaba de las actuaciones. Y hasta tenía escrita una obra de un acto que se llamaba El asistente del teniente. Con esa pieza hizo debutar a don Carlos Gómez. "Se convirtió en mi primer director de teatro, me dio el papel de asistente de teniente", reconoce el actor. Hasta su muerte en 1943, que sucedió a causa de problemas cardiacos, Tomás Núñez se mantuvo fiel a su convicción socialista. "Sí, era idealista. Se enroló al socialismo. Pero no hacía alarde ni tampoco influía en nadie para que sea como él", destaca su yerno. Era un hombre de gustos simples que amaba la comida típica. "Lo que es locro, vorivori, puchero, esas cosas. Le decía luego a la señora, me acuerdo: ‘hacé un buen vorivori, hacé un buen locro ypokue’. Platos así".
POCAS EXPOSICIONES: Pese a la notable belleza de sus pinturas (ranchos, jardines, flores y paisajes) Tomás Núñez era reacio a exhibir sus trabajos. Según cuenta don Carlos Gómez, había sobre la calle Estrella un salón de arte donde se hacían las exposiciones. Ahí su suegro presentó en un par de muestras. "Sí, él había hecho exposiciones. Yo lo veía pintar y, claro, me entusiasmaba. Hacía cuadros tan lindos, pero en esa época muy poco se compraba. No se valoraba tanto. Pero sé que vendía". El pintor tenía la particularidad de silbar mientras coloreaba sus lienzos. "Durante todo el momento de pintar silbaba. Yo le tentaba: ‘returuñe'e jeyma hína, don Tomás. ¿Qué es lo que vos silbás tanto, don Tomás?", le preguntaba. Pero él me decía que improvisaba, nada más. Otra de sus costumbres era que se marchaba por algunos días fuera de la ciudad para observar la naturaleza y crear sus cuadros. "Tomaba su caballete, su caja de pintura y le decía a la señora Cecilia: ‘me voy a pintar’. ‘Bueno, To’, le respondía ella, porque así le llamaba. Por ahí venía a los dos o tres días a su casa. Una vez le pregunté a don Tomás: ‘¿Pero doña Cecilia no le reprende?’. ‘No, no; me conoce demasiado bien. Generalmente yo salgo de la capital, voy por los alrededores o a un pueblo donde tengo amigos y me quedo por ahí’, me respondió".
Fuente: artículo de JAVIER YUBI - ACTO DE JUSTICIA, RECONSTRUIR LA HISTORIA DE TOMÁS NÚÑEZ, diario ABC COLOR, Domingo, 15 de Octubre del 2006. Edición digital: www.abc.com.py