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LUIS AGÜERO WAGNER

  FUEGO Y CENIZAS DE LA MEMORIA, 2000 - Por LUIS AGÜERO WAGNER


FUEGO Y CENIZAS DE LA MEMORIA, 2000 - Por LUIS AGÜERO WAGNER

FUEGO Y CENIZAS DE LA MEMORIA

COSECHAS DE HOJAS DISPERSAS PARA

UNA HISTORIA SINCERA DEL PARAGUAY

Obras de LUIS AGÜERO WAGNER

Ediciones La República,

QR Producciones Gráficas,

Asunción – Paraguay. 2000 (213 páginas)

 

 

 

INDICE

Cenizas de sangre. El tributo a los imperios - 7

Crisis de la Hispanidad y Pax Británica - 9

La primera revolución radical de América - 15

Paraguay desafía a Estados Unidos e Inglaterra - 18

Paraguay enfrenta al Imperio británico - 22

El ocaso de la nacionalidad - 27

Heredero del sable de San Martín - 38

Revuelta en el país de Martín Fierro - 40

El padre de la Constitución argentina es declarado traidor a la Patria - 47

Filibusteros al abordaje - 52

Un toro con las banderillas incendiarias clavadas - 55

El dolor paraguayo - 57

El Tío Sam desaloja al León británico  - 60

La Guerra del Chaco: sangre y petróleo - 62

El poder omnímodo de los trust. La Standard Oil - 64

La Guerra del Chaco llega a Washington - 67

Every man a King-  81

Alborada Febrerista - 93

La entrega del Chaco - 99

Dos invitados llegan tarde a la fiesta imperialista: la Italia fascista y la Alemania nazi - 102

Washington bendice a los déspotas deslustrados - 105

La era de Stroessner. Un paradigma situacional: el Caso Filártiga - 113

El último vuelo del cóndor - 119

 

 

 

 

 

CENIZAS DE SANGRE

EL TRIBUTO A LOS IMPERIOS

Solo una cosa no hay, es el olvido

Jorge Luis Borges,

en Everness

 

El historiador romano Tácito, cuando hablaba de la adquisición de los britanos de las modas, los vestidos y las costumbres de sus conquistadores romanos decía: ..."a todo lo cual aquellos simples llamaban civilizado no era sino parte de su servidumbre". El imperio romano y otros de la antigüedad imponían a los pueblos que sojuzgaban el pago de un tributo, con el cual se servían del trabajo ajeno.

El imperialismo económico creó regiones "desarrolladas" y "subdesarrolladas", muchos siglos más tarde. La experiencia histórica demostró que el subdesarrollo era el tributo que la economía de ciertas regiones pagaba al desarrollo de otras. Es decir, la situación se agravó: ya no se trataba de un impuesto directo y único sino de la conformación tributaria de toda la economía. Y para que la situación tributaria no despierte resistencias, se complementó con la conformación tributaria de la cultura. Se educó a los pueblos en la creencia cíe que las cosas eran así por una disposición de la naturaleza, por un destino natural. ¿Y qué mejor medio para arrogarse, los grupos de poder, la autoridad ilegítima de imponer la visión del inundo que responde a sus intereses, que la pedagogía de la historia?

«Se obliga al oprimido a hacer suya una memoria fabricada por el opresor. Ajena, disecada, estéril -dice Eduardo Galeano-. Así se resignará a vivir una vida mena como si fuera la única posible». Entre los centros de poder y los marginados del Tercer Mundo, han estado siempre los comisionistas fabricantes de la memoria que al decir de Galeano, "han vendido su alma al diablo por un precio que hubiera avergonzado a Fausto" -Jean Paul.

Sartre escribió a propósito que «No hace mucho tiempo, la tierra estaba poblada por dos mil millones de habitantes, es decir, quinientos millones (le hombres y mil quinientos millones de indígenas. Los primeros disponían del Verbo, los otros lo tomaban prestado. Entre aquellos y éstos, reyezuelos vendidos, señores feudales, una falsa burguesía forjada de una sola pieza servían de intermediarios. En las colonias, la verdad aparecía desnuda; las "metrópolis" la preferían vestida; era necesario que los indígenas las amaran. Como a madres, en cierto sentido. La élite europea se dedicó a fabricar una élite indígena; se seleccionaron adolescentes, se les marcó en la frente, con hierro candente, los principios de la cultura occidental, se les introdujeron en la boca mordazas sonoras, grandes palabras pastosas que se adherían a los dientes; tras una breve estancia en la metrópoli se les regresaba a su país, falsificados. Esas mentiras vivientes no tenían nada ya que decir a sus herma-nos; eran un eco...»

«Vieja piedra para un nuevo edificio, vieja leña para nuevos fuegos, viejos fuegos para cenizas y cenizas para la tierra», escribió Rosario Murillo.

A quienes se sientan capaces de distinguir entre un eco y la voz, están dirigidas estas Cenizas de la memoria.

L.A.W.

 

 

 

CRISIS DE LA HISPANIDAD Y PAX BRITÁNICA

«Si los Estados Unidos no apoyan a Rosas para contrarrestar la influencia inglesa,

todo el Río de la Plata caerá completa-mente bajo el desgobierno y la tiranía británica, sin una sola excepción».

William Brent Jr.

Encargado de negocios de Estados Unidos en Buenos Aires

 

El imperio español constituyó una portentosa herencia del misticismo de la cristiandad medieval. Un Papa nacido en Valencia, Alejandro VI, alentó con una bula papal las conquistas de los íberos en el Nuevo Mundo, legitimando el despojo de los nativos que no solo debían perder sus tierras, también se veían obligados a aceptar una nueva religión. Las naciones más industrializadas de Europa inauguraron pronto un sitio a la América Española que ter-minó convirtiendo a la península ibérica, a su vez, en una colonia de otras regiones del Viejo Mundo. Las urcas piratas se dibujaron pronto, con su silueta siniestra, en los puertos de las colonias españolas en América.

En 1587 apareció en el estuario del Río de la Plata el famoso pirata Thomas Cavendish. En 1628 barcos holandeses, luego una escuadrilla francesa. En 1699 asomó una flota danesa. Ya hacia 1615 corsarios holandeses asaltaban el buque que conducía a don Juan Alonso de Vera y Zárate, a poco de ser éste nombrado adelantado del Río de la Plata por el rey de España. Mucho antes, en 1591 Cavendish había capturado el puerto brasileño de Santos. Francis Drake, hecho Lord por Isabel de Inglaterra, daría la vuelta al mundo hostilizando posesiones españolas. El almirante pirata Henry Morgan se lanzaría sobre Centroamérica con 36 navíos en una expedición a sangre y fuego que terminó con el saqueo e incendio de la ciudad de Panamá. El monarca inglés, aunque no estaba en guerra con España lo distinguió con el título honorífico de Sir y lo premió designándolo gobernador de Jamaica.

Las ciudades costeras de Hispanoamérica eran que estas acciones involucren oficialmente a Inglaterra y los corsarios se hacían famosos: Drake, Hawkin, Morgan, Spring, Mansfield. En marzo de 1741 una flota inglesa de 180 navíos ataca Cartagena y en julio de 1762 parte de Londres una flota dispuesta a conquistar América del Sur. Por la misma época los ingleses se apoderan fugazmente de Cuba.

En tiempos de la rebelión de Tupac Amaru, los ingleses proyectaron un desembarco para proveer de armas a los indígenas, pero complicaciones en la política europea lo desbarataron. Mucho tiempo antes Thomas Gage había informado al legendario revolucionario inglés Oliver Cromwell: "Y si cualquier nación, en el momento de llegar sus fuerzas allá (las colonias españolas) proclama la libertad de mulatos, negros e indios, todos ellos a cambio de esta libertad se sumarían a aquella contra los españoles".

Señala el historiador argentino Salvador Ferla: "El sitio (inglés a Hispanoamérica) tuvo, no obstante, una consecuencia de alta significación: creó un comercio intérlope tan voluminoso que llegó un momento que la traba a ese comercio no era la vigilancia ni represión de las autoridades, sino la incapacidad del mercado para absorber más productos. Esto creó un sólido sector social interesado en liberarse de las trabas y comerciar a discreción, sector que formará un eje con los intereses londinenses y poco a poco borrará la idea de la rivalidad histórica. Ya no habrá con-ciencia del sitio e Inglaterra se convertirá en la tentación demoníaca de Hispanoamérica. "Y con respecto al "foco de perturbación" que la revolución francesa y sus filósofos crearían a la "Pax hispánica" añade: Las autoridades españolas practicaron una ineficaz policía del pensamiento y el contrabando tuvo un nuevo y fascinante rubro: el ideológico". Perfumado con el incienso del iluminismo, nace el mito del libre comercio, que Inglaterra expande por el mundo combinando con pericia la filosofía, la diplomacia de hierro y su marina de guerra.

Desde mediados del siglo 18 España solo controlaba un cinco por ciento del comercio de sus colonias y como lo expresa Manfred Kossok: "...La colonia ya estaba perdida para la metrópoli (española) mucho antes de 1810, la revolución no representó más que un reconocimiento político de un estado de cosas".

En realidad la Cuenca del Plata había tenido siempre tres fronteras: una interna, con los indígenas no sometidos, una terrestre con los portugueses y una marítima con Gran Bretaña. Los ingleses fracasaron en dos desganados intentos de tomar Buenos Aires para terminar conformándose ocupando las islas Malvinas. Sobre este punto, señala el historiador inglés H.S. Ferns: "El interés británico se ajustaba a la política seguida después de la guerra de los 7 años (1756-63) tendiente a establecer bases comerciales y militares en torno a los confines del imperio español".

Los españoles son rechazados al intentar reconquistar Belice, donde los ingleses se divertirán coronando al rey zambo Jorge Federico como "Rey de la nación y Costa de Mosquitos" a pesar de que la Mosquitia y Belice son territorios pertenecientes a la Federación de Repúblicas Centroamericanas.

Para 1776 tropas británicas expulsan a los holandeses de la Guyana y en 1815 ocupan la isla Ascensión, sobre el borde septentrional del Atlántico Sur. Una balandra inglesa penetra en 1823 en Puerto Trujillo, actual Honduras, con el objeto de establecer un puesto militar. Casi al mismo tiempo Inglaterra pacta con EUA y Francia un acuerdo para evitar la independencia de Cuba y Puerto Rico mientras la fragata inglesa "Thetis" fondea en Veracruz (México), en estado de ebullición. El mismo año el aventurero George Woodbine solicita el apoyo del gobierno inglés con la intención de asegurar para la corona "el control completo de una comunicación por agua a través del lago de Nicaragua", entre tanto el coronel británico Lacy Evans urge a su gobierno la definitiva anexión de Cuba.

Un general inglés, sir John Mc Gregor, obtiene en 1824 del "Rey Mosquito" una concesión de tierras al sur del río San Juan (Nicaragua). La concesión es vendida a una compañía inglesa, la que establece una colonia que luego ocupará Roatán, una de las islas de la bahía. El general Gregor funda luego en sus dominios el Reino de Nueva Neustria, dividiendo su ínsula de Barataria en doce provincias.

En 1826 el encargado de negocios británicos Ward, obtiene en México para un súbdito inglés una vasta concesión al sur del río Rojo con el expreso propósito de establecer una colonia. Entretanto, el representante de Centroamérica Marcial Zebadúa no es recibido oficialmente en Londres porque el gobierno centroamericano se niega a ceder Belice como precio para el reconocimiento de su independencia.

En 1830 los ingleses amplían los dominios de Belice y ocupan el puerto de San Juan del Norte, en Nicaragua, donde se quedarán más de una década. Cuando en 1834 Centroamérica resuelve proceder a la colonización ele su territorio de la Verapaz, Inglaterra se interpone apoderándose en represalia de las Islas de Meanguera, Conchaguita, Punta de Zácate y Pérez. Para 1836 los nicaragüenses advierten que los ingleses radicados en el puerto de San Juan del Norte han ampliado ya varias veces su zona de radicación y establecido sin mucho remordimiento una aduana por cuenta propia. El mismo año los colonos ingleses de Belice invaden Guatemala.

Muchos de los hoy próceres latinoamericanos, en vísperas de la revolución de independencia hacían proselitismo en cortes europeas en busca de la 'redentora' intervención en las entonces colonias españolas. El héroe venezolano Francisco de Miranda, soldado de Washington, camarada ele Lafayette, confidente de Pitt y amante de Catalina II de Rusia, figuró hasta su muerte en el presupuesto británico. Según Bartolomé Mitre, vinculado al imperialismo inglés a través de la masonería -de la que incluso fue historiador-, Miranda ya en 1790 "obtuvo la promesa del ministro inglés Pitt de ser apoyado en sus propósitos".

Los indicios de la presencia inglesa en la historia sudamericana, más allá de lo anecdótico, aparecen en volumen abrumador. La concubina del virrey Liniers trabajaba para la inteligencia británica, voluntarios ingleses combatían a las órdenes de Bolívar. Dos hombres significativos para Buenos Aires: Saturnino Rodríguez Peña y Aniceto Padilla, actuaron como agentes británicos. El agente de la casa Baring, John Parish Robertson, expulsado del Paraguay por el dictador Francia, aparece junto a José de San Martín en dos momentos claves de la historia del continente: en vísperas del combate de San Lorenzo y poco antes de su entrevista con Bolívar. Robertson, que inspiró uno de los pasajes más sustanciosos de la novela 'Yo, el supremo', de Augusto Roa Bastos, fue artífice del célebre 'empréstito Baring' que significó para la Argentina una pesada carga secular y motivó a Raúl Scalabrini Ortiz a decir: "Somos un país (Argentina) sin realidad".

El ideólogo del imperialismo inglés, George Canning, apuntaba con regocijo hacia 1824: "La cosa está hecha, el clavo está puesto, Hispanoamérica es libre y si nosotros no desgobernamos tristemente nuestros asuntos, es inglesa". El cónsul Woodbine Parish, representante inglés en el Plata, informaba satisfecho a la metrópoli en 1837 refiriéndose a los gauchos de las pampas: "Tómense todas las piezas de su ropa, examínese todo lo que le rodea y exceptuando lo que sea de cuero, ¿qué cosa habrá que no sea inglesa? Si su mujer tiene una pollera, hay diez posibilidades contra una que sea manufactura de Manchester. La caldera u olla en que cocina, la taza de loza ordinaria en la que come, su cuchillo, sus espuelas, el freno, el poncho que lo cubre, todos son efectos llevados de Inglaterra".

Casi al mismo tiempo el representante estadounidense en Río de Janeiro, James Watson Webb, informaba a su gobierno: "En todas las haciendas del Brasil, los amos y sus esclavos se visten con las manufacturas del trabajo libre, y nueve décimos de ellas son inglesas. Inglaterra suministra todo el capital necesario para las mejoras internas de Brasil y fabrica todos los utensilios de uso corriente, desde el alfiler hasta el vestido más caro. La cerámica inglesa, los artículos ingleses de vidrio, hierro y madera son tan corrientes como los paños de lana y los tejidos de algodón. Gran Bretaña suministra a Brasil sus barcos de vapor y de vela, le hace el empedrado y le arregla las calles, ilumina con gas las ciudades, le construye las vías férreas, le explota las minas, es su banquero, le levanta las líneas telegráficas, le transporta el correo, le construye los muebles, motores y vagones".

Los buques ingleses traían las noticias de la España ocupada por Francia en vísperas del levantamiento de mayo de 1810 y cuando se constituyó la Junta Revolucionaria de Buenos Aires los buques de guerra británicos llenos de júbilo la saludaron desde el río con una salva de sus cañones. "Al poco tiempo del 25 de mayo histórico -comenta Ferla-, desde las telas con las que se vestían los argentinos para no morir de frío, hasta las balas con las que se mataban para no envejecer demasiado, eran inglesas".

"No hay un solo hecho importante en la vida de San Martín -dice Mitre con un absurdo orgullo de su colonialismo liberal pro-británico- que no tenga a un inglés por testigo". En efecto, inglés es su médico personal, inglés el almirante de la escuadra que lo lleva a Perú, inglés es el que lo conecta con la logia fundada por Miranda.

Es un agente inglés, J. Robert Gordon, quien intriga a Carlos Antonio López contra el dictador argentino Rosas, es el ministro inglés el que urde gran parte del contubernio de la Triple Alianza contra el Paraguay y son los banqueros ingleses quienes financian los ejércitos de Argentina, Brasil y Uruguay durante el conflicto. Y es inglés el empréstito que cae sobre el Paraguay saqueado y hecho cenizas, para pesar sobre la nación vencida por casi un siglo.

 

 

LA PRIMERA REVOLUCIÓN RADICAL DE AMÉRICA

 

«Si el doctor Francia no hubiese logrado aislar el Paraguay,

ese hermoso país hoy solo sería un miserable anexo de las miserables provincias argentinas».

Aimé Rober

Encargado francés de negocios en Buenos Aires, en 1836

 

Las revoluciones de independencia en la América española fueron producto de la decadencia hispánica combinada a una hábil propaganda de Inglaterra y otras naciones más industrializadas de Europa. Las nacientes repúblicas latinoamericanas trastocaron su dependencia económica de España por la de otras naciones con vocación imperial del viejo mundo, originándose luego la era neocolonial. La oligarquía criolla asumió el papel de clase dominante reemplazando a los españoles en la cúspide de la pirámide social, pero para la gran mayoría de los habitantes de las ex colonias todo siguió prácticamente igual.

El Paraguay, sin embargo, bajo el largo gobierno con mano de hierro del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia, constituyó una asombrosa excepción dentro de este esquema general. El calumniado dictador perpetuo, que llamó la atención de Charles Darwin, que motivó a Thomas Carlyle un ensayo, a Edward Lucas White la clásica novela "El Supremo" y a quien Augusto Cocote dedicó un día de su calendario positivista, mantuvo una absoluta neutralidad en las sangrientas luchas por el poder en el Río de la Plata y sobre la base de una total independencia tanto política como económica realizó una revolución social con justicia calificada por el investigador estadounidense Richard Alan White como "La primera revolución Radical de América".

Ante el peligro que corría la revolución y como en la antigua república romana, representantes en su mayoría campesinos de extracción popular lo eligieron dos veces dictador a través de los masivos congresos de 1811 y 1816. Francia se reveló de inmediato profundamente: mantuvo a raya a la oposición interna proclive a la influencia extranjera y con destierros, prisiones, multas y fusilamientos aplastó a la oligarquía. Como lo expresa el profesor White: "La radical revolución paraguaya arrancó las tradicionales bases de poder social, político y económico de manos de la clase alta, tanto española corno criolla. Al designar nuevos funcionarios, extraídos directamente del pueblo, Francia no permitió que las élites mantuvieran puestos gubernamentales o militares, evitando de esta manera que ellos ejercieran directamente el poder. Y más aún, por medio de periódicas y sistemáticas multas y confiscaciones, les denegó el menos directo, pero igualmente efectivo de los poderes, el que otorga el dinero".

El profesor Alan White también observa que: "Al organizar el comercio internacional paraguayo, Francia rechazó el clásico concepto liberal de mercado en el que la ley de la oferta y la demanda determina los precios de las mercaderías. En realidad, la institución económica capitalista liberal fiel 'libre comercio' sirvió de base al imperialismo económico del siglo XIX. Aunque generalmente visto como progresista por los oligarcas de las antiguas colonias que habían sufrido las restricciones económicas de los imperialismos español y portugués, tal comercio era inherentemente desventajoso para las nuevas naciones latinoamericanas. Debido a sus ventajas industriales y tecnológicas las metrópolis mundiales podían naturalmente fijar los precios de sus artículos manufacturados lo suficientemente bajos para venderlos a precios menores que los de la producción local -imposibilitando con ello el desarrollo de industrias en las neocolonias-, aunque eran lo suficientemente altos como para que esas naciones, crónicamente, incurrieran en balanzas de pagos negativas. Consecuentemente, el déficit debía descargarse en la transferencia de moneda dura y capital. De esta manera, bombeando la riqueza acumulada, las metrópolis prosperaban mientras que las naciones latinoamericanas se encontraban sin el capital necesario para desarrollar sus economías".

White agudiza la visión para discernir que "el dictador nunca confundió la libre navegación con el 'libre comercio' ". En un mensaje a los comerciantes porteños Francia había escrito que "cuando la bandera de la república sea libre fíe navegar hasta el mar se admitirá el que vengan a comerciar y que entonces se arreglará el comercio según convenga, y de modo que sea útil a los paraguayos y no sea solamente como hasta aquí para aprovechamiento y beneficio de los extraños". Como contracara, cuando el dictador supo que el comandante de Concepción había informado a los brasileños que el objetivo de la 'causa común' ... americana era el irrestricto tráfico comercial, Francia le amonestó severamente, observando que "si alguno le formó semejante respuesta y sabe todo el sentido y significado que se puede dar a tal expresión, lo ha hecho sin duela con profunda y alta malicia, y si no, es preciso decir, que será algún zote, que sin saber lo que esto quiere decir, ha ensartado impertinentemente un despropósito".

Los logros del gobierno de Francia resultarían invalorables: al morir el dictador en 1840, las tierras públicas comprendían más de la mitad del territorio, se habían establecido decenas de prósperas "estancias de la Patria" y gran parte de la población tenía granjas en lotes arrendados por el Estado. Aunque miraría con recelo la educación superior, el dictador impulsaría con fuerza la educación primaria. El comisionado estadounidense Hopkins informaba en 1845 a su gobierno que en Paraguay "no hay niño que no sepa leer y escribir...".

En Paraguay no se conocía la delincuencia y era un país en el que no existían mendigos ni analfabetos: tollo el mundo trabajaba.

En la matriz del aislamiento, un dictador jacobino había forjado un pueblo autónomo, unido y fuerte. Dice White: "la remoción de las élites, la liberación de la dominación imperialista, la puesta en vigor de la igualitaria reforma agraria y la racional dirección de la economía por el Estado otorgó al Paraguay los medios para romper su tradicional dependencia y establecer una nación auténticamente independiente. En verdad, la exitosa promulgación de estas medidas básicas, tanto hoy como hace ciento cincuenta años, es la piedra angular de la independencia y el desarrollo; porque la independencia política sola, sin independencia económica, históricamente ha resultado en nada más que lo que hoy se llama subdesarrollo".

El subsecuente gobierno de Carlos Antonio López se permitiría alardes, ante Estados Unidos e Inglaterra, a los que solo tienen derecho los fuertes.

 

 

 

 

PARAGUAY DESAFÍA A ESTADOS UNIDOS E INGLATERRA

 

«El Paraguay hasta el presente no ha recibido del gobierno de los Estados Unidos

toda la atención que exige su importancia. Debemos empeñarnos con vigor

y actividad en reparar lo que pudiésemos haber perdido con la demora».

James Buchanan

Presidente de los Estados Unidos (1857-1861),

apologista recalcitrante de la esclavitud.

 

Al discutirse en la Asamblea Nacional francesa, en enero de 1850, las bases de un arreglo con Rosas, el estadista francés Thiers, oponiéndose a reconocer el triunfo del gobernante sudamericano sobre una coalición anglo-francesa decía: “Hagamos como Inglaterra que por un marinero herido no duda en hacer una guerra tratándose de un país pequeño donde conviene afirmar los intereses comerciales. El contrapeso del comercio con los países productores de materias primas, es hacerse temer por ellos”. Este tipo de relacionamiento, bautizado por algunos como la “diplomacia del marinero herido”, fue una constante de algunas potencias imperialistas en el siglo XIX para presionar a países pequeños. Se empezaba con reclamos inatendibles, seguía la aparición de una escuadra extranjera, luego venían el bloqueo, los registros y decomisos de buques y algunos cañonazos contra los nativos si fuere necesario. Todo esto disfrazado como cruzada altruista en nombre de ‘la humanidad, la libre navegación, el libre comercio’ y otros principios elevados a la categoría de dogma dentro del derecho internacional, pero para consumo ajeno. Doblegada la resistencia de la probable neocolonia, se concertaba con los invadidos un tratado de ‘amistad, comercio y navegación’ tomándose los imperialistas todos los derechos y privilegios, como usar las aguas extranjeras, construir factorías, introducir sus manufacturas sin trabas aduaneras y otras concesiones.

Entre estas potencias imperialistas que magnificaban incidentes para emprender aparatosas expediciones punitivas hacia regiones donde veían lesionados sus intereses comerciales, empezaba a asomar Estados Unidos.

El aventurero estadounidense Edward August Hopkins se había beneficiado de uno de los primeros permisos para realizar inversiones en el Paraguay, en el marco de un esfuerzo de Carlos Antonio López por liberalizar su régimen. Hopkins creó la “United States and Paraguay Navigation Company”, con capital de Rhode Island, y en la empresa tenía participación el secretario de Estado y luego presidente norteamericano James Buchanan. Los estadounidenses no tardaron en sustraerse a la autoridad del gobierno paraguayo en sus operaciones y luego de varios incidentes que hirieron la susceptibilidad nacionalista de López, éste dictó la expropiación de todos los bienes de la empresa norteamericana. Entre ellos una fábrica de cigarros, una de ladrillos y varias industrias menores y comercios.

Enfurecido, Hopkins llamo en su ayuda a un barco de guerra de los EUA, el “Water Witch”, que se hallaba navegando en las cercanías de Corrientes. Con supuestas intenciones pacíficas, el capitán del buque Thomas Page fondeo frente al puerto de Asunción el 20 de setiembre de 1854 y una vez allí, amenazo con cañonear la ciudad. El grave incidente se resolvería, momentáneamente, con la evacuación del personal estadounidense hacia la Argentina

En febrero de 1855 el “Water Witch” insistiría pretendiendo navegar un canal interior en la confluencia entre los ríos Paraná y Paraguay. López, habla instruido al fuerte Itapini que el buque debía ser repelido por estar tripulado ‘piratas’, por lo que llegado al fuerte en cuestión, los norteamericanos fueron rechazados a cañonazos, muriendo uno de sus tripulantes en el incidente.

Hopkins acudió presuroso a Washington y reclamó represalia al gobierno de los Estados Unidos -dijo Hopkins- apenas permitiría que una tribu de indios norteamericanos o de salvajes malayos, invoque los principios del derecho internacional en su defensa. Este presidente López es peor que ellos, hablar con él es pérdida de tiempo. Lo que les hace falta es una muestra de nuestros cañones”.

Una vez en el poder James Buchanan, una nota norteamericana de once vapores y nueve veleros con 200 cañones y 1.500 tripulantes, enviados por el gobierno norteamericano causaron alarma en todo el Río de la Plata. La expedición punitiva pretendía arrancar por la fuerza las indemnizaciones y privilegios que el "Water Witch” no había sido capaz de obtener.

«El pueblo paraguayo es inconquistable, puede ser destruido por alguna grande potencia, mas no será esclavizado por ninguna», había jurado Don Carlos.

La presencia en el Paraná de la más poderosa armada que hasta entonces partiera de los Estados Unidos en zafarrancho de combate, sirvió de pretexta a Urquiza para ofrecer su mediación, aunque López se mostraba dispuesto a resistir militarmente la agresión. El acuerdo finalmente resultaría un triunfo para Paraguay: el comisionado paraguayo José Berges y el norteamericano Cave Johnson, reunidos en Washington, resolverían que la compañía de Hopkins “no probó ni dejó establecido ningún derecho a indemnización por perjuicios a su favor y, por tanto, el gobierno de la República del Paraguay no era responsable ante la compañía de ninguna compensación pecuniaria”.

Otro paradigma de la “diplomacia del marinero herido” viviría Paraguay muy pronto, esta vez ante el imperio Británico.

A raíz de una conspiración contra López terminaría arrestado un uruguayo de padre inglés: Santiago Jaime Canstatt. El cónsul inglés en Paraguay, Mr. Henderson, presentaría varias protestas de subido tono afirmando que el arresto del ciudadano oriental constituía un “insulto a su majestad la Reina de Inglaterra”. El resultado sería la expulsión del Paraguay del diplomático británico.

En represalia por estos incidentes, dos buques de guerra británicos, el “Buzzard” y el “Grapples”, que integraban una flota al mando del almirante inglés Lushington, abrieron friego contra el vapor paraguayo Tacuary en la misma rada del puerto de Buenos Aires. Esta agresión inglesa a un vapor paraguayo es particularmente significativa: iba a bordo del “Tacuary” Francisco Solano López, que había mediado con éxito entre los liberales porteños liderados por Bartolomé Mitre y los gauchos de Urquiza que cercaban Buenos Aires. Todavía estaba fresca la tinta en el pacto de San José de Flores, y el futuro Mariscal volvía a Paraguay con un álbum en su honor dedicado por Mitre y el sable de Cepeda de Urquiza.

Solano López protestó el 30 de noviembre de 1859, un día después del incidente, conminando a los argentinos a responder si se responsabilizaban de la ‘inviolabilidad de su rada’. Las autoridades argentinas divagaron y el diplomático Carlos Tejedor contestó que los argentinos “no conocían el estado de las relaciones entre el Paraguay y el reino de Inglaterra”.

Antes de volver al Paraguay por tierra Francisco Solano López presentó el 11 de diciembre una enérgica y profética protesta diciendo entre otras cosas que:

“Hollando los derechos internacional y marítimo”, marinos ingleses impiden el paso y con sus cañones resuelven en aguas argentinas que la soberanía de la república argentina se resolverá el día que los marinos ingleses tengan la bondad de dispensarla”.

Faltaba más de un siglo para que Argentina se envuelva, imbuida de fanfarria nacionalista, en una guerra con Inglaterra por la posesión de las islas Malvinas.

No terminaría todo con la agresión: Lushington anunció ser “la cuestión de Mr. James Canstatt un continuado insulto a S.M.- la reina” y se dispuso, con su escuadra de 14 buques con dos mil hombres de desembarco, a atacar el Paraguay.

Dispuesto a resistir la invasión, López ordenó se apresten las baterías de Humaitá e instruyó al representante de Paraguay en Londres, Carlos Calvo, para que llame a la opinión pública y a la clase política inglesa en contra de la intervención. Se destacó una bien llevada campaña de prensa en Londres, y algunas voces favorables a Paraguay se hicieron oír en el Parlamento británico. A su vez Lushington comunicaba a su gobierno que en Humaitá parecían dispuestos a resistir el cruce. Opina José María Rosa:

«Verdaderamente el juego no valía la candela. Y lord John Russell, jefe del gobierno, creyó mejor no arriesgarse. En abril de 1862, (Edward) Thornton recibía instrucciones de ir a Asunción para arreglar el incidente. Lo hizo de forma que significó un triunfo para Paraguay. Reconoció que el gobierno inglés “ ‘no se proponía abrogarse el derecho de intervenir en la jurisdicción paraguaya, ni estuvo en su ánimo impedir ejecución de las leyes de la república’, en cuanto a la agresión del Tacuary ‘fue un acto ajeno al gobierno de S.M.- la reina’ realizado por un almirante espontáneamente y bajo su exclusiva responsabilidad”. El representante inglés lo “deportaba” y anunciaba que se tomarían medidas contra el jefe naval que así había comprometido a Inglaterra. Lo que se dice cantar la palinodia en forma».



PARAGUAY ENFRENTA AL IMPERIO BRITÁNICO

 

«Debemos dominar nuevos territorios para ubicar en ellos el exceso de población,

para encontrar nuevos mercados en los cuales colocar los productos de nuestras fábricas

y de nuestras minas. El imperio, lo he dicho siempre, es una cuestión de estómago.

Si no queréis la guerra, debéis convertiros en imperialistas».

Cecil Rodhes

estadista británico


No existe ningún episodio de ninguna historia nacional en el que la historia universal no haya jugado un importante papel y la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay no fue una excepción. Debe recordarse que tuvo lugar en el tiempo en que se originaban el capitalismo financiero, el imperialismo económico y el neocolonialismo. La guerra de secesión norteamericana de 1860 a 1865 bloqueó los puertos sureños de Estados Unidos, impidiendo la salida de algodón que iría a abastecer las fábricas inglesas. Éstas hacia mediados del siglo 19 producían un 100 por ciento más tejido que el resto del mundo en conjunto. En Inglaterra, la guerra civil norteamericana dividió a la opinión pública: los radicales y las iglesias disidentes se asociaron a los que luchaban contra la esclavitud. La alta sociedad, las oligarquías portuarias, la mayoría de los londinenses, tomaron partido por el sur librecambista que proveía algodón barato gracias al bajo costo de cultivo y cosecha basado en la esclavitud. Además el sur no pretendía erigir una industria capaz de competir con Inglaterra. Por otra parte, que Gran Bretaña no haya tomado partido en la guerra por el sur, se debe entre otras cosas a la férrea oposición de los vocales ingleses de la recién fundada primera internacional socialista, que organizaron un multitudinario mitin en St. James Hall oponiéndose a la intervención. Había otras causas igualmente significativas: la rebelión de cipayos en la India, los problemas en Italia y el choque en Oriente con las pretensiones francesas que acababan de conquistar Indochina.

Las autoridades de Paraguay, conscientes de la situación creada por la escasez de algodón, plantearon a los compradores las ventas enlazadas de la fibra con otros productos como la yerba mate y la madera, hecho que causaba irritación a los comerciantes ingleses. El Estado Paraguayo practicaba un celoso proteccionismo para su incipiente industria. La transferencia de tecnología y técnicos era en aquel tiempo sencilla y barata: se fabricaban en la fundición de Ybycuí cañones, balas de todos los calibres y 300 europeos prestaban su colaboración decisiva en un país que emergía como potencia industrial y autónoma en una legión de economías neocoloniales.

Dice José María Rosa: “El Paraguay era un escándalo en América. Un país bastándose a sí mismo, que nada traía de Inglaterra y se permitía detener a los hijos de ingleses, como en el caso Canstatt, con el pretexto de infringir las leyes del país, debería necesaria y urgentemente ponerse a la altura de la Argentina de Mitre. Como la Home Fleet se veía trabada por los cañones de Humaitá para dar a los paraguayos la consabida lección de urbanidad, quedaba la tarea a cargo de los vecinos”. Incluso el historiador favorito de la oligarquía paraguaya, el ultra liberal Efraím Cardozo -de nefasta actuación en las negociaciones de la paz del Chaco, como veremos- reconoce que: “Abandonado el intento de implantación de capital extranjero con el provocado fracaso de la compañía Hopkins, el Paraguay fue la única nación del continente donde encontró vallas infranqueables la expansión del imperialismo europeo, y acostumbrado a prolongados aislamientos desarrolló un género de economía peculiar que dependía muy poco de la economía internacional”.

“El algodón -advierten por su parte María y Juan C. Herken- constituía un producto que, a la luz de consideraciones económicas y políticas de la época, podía convertirse en un rubro con cierto carácter estratégico y, consecuentemente, desempeñar un factor determinante en la estrategia comercial de Gran Bretaña”. El problema era que el algodón paraguayo estaba en manos de paraguayos.

No era el mismo caso el del resto de Latinoamérica, sujeta al libre cambio inglés. En Argentina, por ejemplo, la política económica parecía un reflejo de lo que el mismo Sarmiento expresara en su obra Facundo: “No somos ni industriales ni navegantes y la Europa nos proveerá por largos siglos de artefactos a cambio de nuestras materias primas”. Esta política económica daría trasfondo a las guerras civiles argentinas: el proteccionismo que necesitaban las provincias se enfrentaba al libre cambio que enriquecía al puerto. Los ingresos de Buenos Aires provenían de las aduanas nacionales y la mitad se destinaba a hacer la guerra a las provincias que así pagaban su propia destrucción. En realidad, toda la burguesía comercial porteña estaba interesada en complacer los intereses imperialistas británicos, a los que se encontraba vinculada desde tiempos previos a la revolución de mayo, cuando el periódico inglés de Buenos Aires, el “Southern Star”, realizaba una furiosa campaña en favor del comercio libre. Ya el 28 de mayo de 1810 Buenos Aires eliminó restricciones al comercio inglés, en doce días redujo del 50 por ciento al 7,5 por ciento los impuestos al cuero y al sebo, en seis semanas dejó sin efecto la prohibición de exportar oro y plata de modo que pudieran fluir a Londres sin inconvenientes, y en 1813 los comerciantes extranjeros quedaron exonerados de la obligación de vender mercaderías a través de nativos. Un año antes, en 1812, agentes ingleses habían comunicado al Foreign Office que habían logrado reemplazar exitosamente los tejidos alemanes y franceses, así como la producción textil argentina. La ley proteccionista que años más tarde dictó Rosas generó indignación en Inglaterra: Diez memoriales de los centros industriales de Yorkshire, Liverpool, Manchester, Leeds, Halifax y Bradford, suscritos por mil quinientos banqueros, comerciantes e industriales, urgieron al gobierno inglés a tomar medidas contra las restricciones impuestas al comercio en el Plata y una flota anglo-francesa fue enviada a forzar la libre navegación del Paraná.

Según el historiador cubano Sergio Guerra Vilaboy “La complicada evolución política del Cono Sur era conocida en los círculos gubernamentales de Estados Unidos mediante los informes de sus enviados, destacados en Buenos Aires y Río de Janeiro. El bloqueo anglo-francés del Río de la Plata animó en Washington la idea de apoyar a Rosas, con la esperanza de desplazar la incipiente penetración británica por la norteamericana. Para alcanzar el predominio frente a los hábiles competidores ingleses, Estados Unidos intentó conseguir un arreglo entre Asunción y Buenos Aires, pues la disputa posibilitaba un acercamiento inglés al gobierno presidido por Carlos Antonio López”. Lo cierto es que, palabras aparte (con o sin mediación estadounidense), Rosas y don Carlos coincidían en lo esencial. Incluso luego del derrocamiento del ‘gaucho de ojos azules’ -el restaurador Rosas- en Monte Caseros (1852) por una triple alianza entre argentinos, brasileros y uruguayos- que luego se reeditara contra el Paraguay- López lo reivindicó en el “Semanario”. Y después de haber derrotado a la injerencia europea, Rosas se ganaría el más encendido odio de la oligarquía porteña y por casi 150 años sería ‘reo de lesa patria’ en Argentina. “La dictadura de Rosas -opina Feria- fue una explosión de realismo en respuesta a las provocaciones de la fantasía ideológica. Rosas es odiado -como Artigas- porque su sentido nacional involucraba la tierra, el pasado, la raza y el pueblo. Es odiado por hacer que la provincia de Buenos Aires se pareciera a las demás provincias. Es odiado por su convocatoria al pueblo, aunque fuera desde una posición paternalista de cariz medieval. Y es odiado por advertir con genio precursor el peligro imperialista, cuando los hombres ‘de luces’ -la mayoría de los de su época y muchos de los de ahora- solo veían en las capitales y en los capitales, focos de irradiación cultural”. Caído Rosas, Argentina - igual que Brasil mucho antes- desde que los ingleses decidieran trasladar la corte de Portugal a Río se había convertido en neocolonia británica y potencia subimperialista.

La guerra civil norteamericana originó hacia 1861 una paralización de la industria textil británica que fue catastrófica y amenazó con sacudir la raíz misma de todo su sistema económico. Entre enero y setiembre de 1861 el comercio exterior inglés dio un quebranto de ocho millones de libras esterlinas y se paralizó un número de obreros equivalente a la población de Escocia. El imperio británico buscó entonces reemplazar el algodón del sur estadounidense por el algodón de la Cuenca del Plata, donde Paraguay debía ser eliminado como bastión de independencia económica, y ser transformado en un país de economía primaria y monoproductora- al servicio de las necesidades británicas. Para realizar esta tarea, los ingleses encontraron en su representante diplomático en el Plata Edward Thornton, a un eficaz agente que logró incluso participar de las sesiones de gabinete del presidente argentino Mitre en las que se decidió la trágica suerte del Paraguay.

En 1864 se agudiza el bloqueo de los puertos sureños por los yanquees, al mismo tiempo que Paraguay refuerza su proteccionismo. En 1865, mientras la triple alianza anunciaba la próxima destrucción del Paraguay, el general Ulises Grant celebraba en Appomatox la rendición del general Lee. La guerra de secesión concluía con la victoria de los centros industriales del norte, proteccionistas a carta cabal, sobre los puertos librecambistas del sur. Dice Eduardo Galeano: “La guerra que sellaría el destino colonial de América Latina nacía al mismo tiempo que concluía la guerra que hizo posible la consolidación de los EUA como potencia mundial”. Y en 1868, mientras el cerco de la triple alianza se cerraba en torno a Asunción, Ulises Grant expresaba al asumir como presidente de los Estados Unidos:

“Inglaterra ha encontrado conveniente adoptar el comercio libre porque piensa que ya la protección no puede ofrecerle nada. Muy bien, entonces, caballeros, mi conocimiento de mi país me conduce a creer que dentro de 200 años, cuando América haya obtenido de la protección todo lo que la protección puede ofrecer, adoptará el libre comercio también”.

Muy diferente sería la suerte de Paraguay, que con la derrota de 1870 fue obligado a abrirle las puertas de par en par a la producción y el capital foráneo. Ya entre 1871 y 1872 fueron contratados en Londres los primeros empréstitos de la historia del país, por valor de varios millones de libras esterlinas, aunque solo llegó medio millón que además fue malversado por un gobierno títere al servicio de los invasores. Fueron arrasados los altos hornos, los astille-ros, las fábricas de armas, de lozas y de implementos agrícolas, mientras una empresa británica se apoderaba del ferrocarril nacional creando “The Paraguay Central Railwais Company”. Los empréstitos ingleses pesarían por 95 años sobre Paraguay, donde sigue siendo una gran noticia la cotización del algodón en Liverpool, puerto que forjó su grandeza con el tráfico de esclavos.



EL OCASO DE LA NACIONALIDAD

 

«Combatimos por el principio de la nacionalidad, el más justo, duradero y bienhechor

para la constitución de los estados y para la delimitación de sus territorios».

Ricardo Wagner

durante la guerra franco-prusiana en julio de 1870


La invasión del Paraguay se venía gestando ya desde tiempos del Supremo dictador José G. Rodríguez de Francia. Ya el 1º de octubre de 1828 el influyente “British Packet and Argentine News” en su editorial clamaba por una intervención armada en Paraguay razonando que “Nosotros pensamos que aquellos que reflexionen sobre las ventajas, estarán de acuerdo en que el intento de abrir el Paraguay al comercio vale un poco de sacrificios”. En vísperas del estallido, en 1864, en un informe confidencial que envió a Londres el ministro Thornton no disimulaba su inquietud en nombre del comercio inglés señalando que: “En Paraguay los derechos de importación sobre casi todos los artículos son del 20 o 25 por ciento ad valorem, pero como este valor se calcula sobre el precio corriente de los artículos, el derecho que se paga alcanza frecuentemente del 40 al 45 por ciento del precio que factura. Los derechos de exportación son del 10 al 20 por ciento sobre el valor...”.

Con la pax británica creando el clima propicio, convergerían múltiples raíces para precipitar el “Genocidio americano” como lo Humaría el brasileño Chiavenato: El conflicto se convertiría al mismo tiempo en la traducción final, en un último y trágico gran acto, de la polémica secular engendrada en la cuestión de límites entre los imperios hispano y lusitano, una contrarrevolución monárquica de los borbones en el Plata, representados en la corte de Pedro II por Gaston de Orleans, el conde D’eu. Sería un subproducto de casi seis décadas de guerra entre la Argentina mediterránea y la perniciosa anglofilia del puerto de Buenos Aires, y también una consecuencia de la derrota sureña en la guerra de secesión norteamericana.

El más importante de los historiadores argentinos, José María Rosa, en un libro fecundo: “La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas”, escribió:

“La guerra del Paraguay fue un epílogo. El final de un drama cuyo primer acto está en Caseros en 1852, el segundo en Cepeda en 1859 con sus ribetes de comedia por el pacto de San José de Flores el 11 de noviembre de ese año, el tercero en Pavón en 1861 y las ‘expediciones punitivas’ al interior, el cuarto en la invasión brasileño-mitrista del estado Oriental con la epopeya de la heroica Paysandú, y el quinto y desenlace en la larga agonía de Paraguay entre 1865 y 1870 y la guerra de montoneras en Argentina de 1866 al 68”.

«“El ‘ocaso de la nacionalidad’ podría llamarse, con reminiscencias wagnerianas, a esa tragedia de veinte años que descuajó la América española y le quitó la posibilidad de integrarse en una nación; por lo menos durante un largo siglo que aún no hemos transcurrido. Fue la última tentativa de una gran causa empezada por Artigas en las horas iniciales de la revolución, continuada por San Martín y Bolívar al cristalizarse la independencia, restaurada por Rosas en los años del “Sistema americano”, y que tendría en Francisco Solano López su adalid postrero. Causa de la ‘Federación de los Pueblos Libres’ contra la oligarquía directorial, de una masa nacionalista que busca su unidad y su razón de ser frente a minorías extranjerizantes que ganaban con mantener a América débil y dividida; de la propia determinación oponiéndose a la injerencia foránea; de la patria contra la antipatria, en fin, que la historiografía colonial que padecemos deforma para que los pueblos hispanos no despierten de su impuesto letargo. Causa tan vieja como América. Narrarla es escribir la historia de nuestra tierra, es separar a los grandes americanos de las pequeñas figuras de las antologías escolares”.»

Mucho se ha hablado de lo negativo de la exaltación nacionalista y su relación con la xenofobia, el militarismo y las ambiciones de conquista, especialmente en Europa, donde llegaría a transformarse en un movimiento agresivo en pro de la ‘grandeza nacional’, y en un culto frenético al poder político que derivó en devoción servil a doctrinas ilusorias como la de la superioridad racial. Pero es más que obvio que el nacionalismo reaccionario de las potencias imperialistas no puede compararse al nacionalismo de la burguesía de los países que luchan contra el colonialismo y el imperialismo. El nacionalismo en pueblos acosados y oprimidos es una fidelidad romántica al deseo de liberarse de la opresión exterior y preservar el derecho al destino elegido, fuente de inspiración de las más heroicas luchas por la libertad.

Las ideas liberales contribuyeron en gran medida a minar el nacionalismo en las nacientes repúblicas latinoamericanas y como lo expresa Richard Alan White, la aceptación de principios liberales como el de la ‘mano invisible’ del mercado en las dependencias económicas de las metrópolis capitalistas se convirtió en la mano invisible” del neocolonialismo.

Los orígenes más inmediatos de la guerra de la triple alianza contra el Paraguay, la mayor de todas las guerras de la historia latinoamericana, se remontan a la invasión del Uruguay por las tropas imperiales del Brasil en el año 1864. Uruguay, que ya había sido antes anexado por Brasil bajo el nombre de provincia Cisplatina, tenía con Paraguay un pacto de mutua defensa desde 1850.

Se han hecho apreciaciones superficiales sobre las consecuencias que podía traer al Paraguay la invasión del Uruguay por parte de las tropas del emperador Pedro II. A respecto de esto, resultan esclarecedores las apreciaciones de Juan Bautista Alberdi:

“Montevideo es al Paraguay, por su posición geográfica, lo que Paraguay es al interior del Brasil: La llave de su comunicación con el mundo exterior. Tan sujetos están los destinos de Paraguay a los de la Banda Oriental, que el Día que Brasil se apodere del Uruguay, Paraguay podrá considerarse ya colonia brasilera, aun conservando su independencia nominal. He aquí por qué el Paraguay se ha visto y decidido verse amenazado en su propia independencia por la invasión de Brasil en la Banda Oriental. Ha hecho suya propia la causa de la independencia oriental porque lo es, en efecto, y su actitud de guerra contra el Brasil es esencialmente defensiva o conservadora, aunque las necesidades de estrategia le obliguen a salir de sus fronteras”.

En efecto, al carecer formalmente de fronteras con Uruguay, consistió en un ataque al Mato Grosso. Este territorio se encontraba por entonces aún en discusión entre Brasil y Paraguay, ya que había sido posesión española según el tratado de Tordesillas.

De no intervenir Paraguay en esta cuestión “Uruguaya”, ¿se hubiese evitado la posterior guerra de exterminio e invasión que sufrió el país de Francia y los López? Muchos indicios dicen lo contrario. Ya en 1857 argentinos y brasileños habían suscrito un “protocolo secreto contra el Paraguay”, por mucho tiempo ocultado pudorosamente a la historiografía académica y más de dos meses antes de la constitución oficial de la triple alianza, el 26 de enero de 1865, el canciller argentino Rufino de Elizalde había escrito a Balcarce, encontrándose éste en París, que “concluida la cuestión de Montevideo la guerra irá a Paraguay, y los aliados vencerán”. Por otro lado, los propósitos de Venancio Flores -capataz de un estanciero vinculado a intereses ingleses de invadir Uruguay en ancas de una intervención argentino-brasilera-, ya habían trascendido en enero de 1862 cuando el presidente uruguayo Bernardo Berro había pedido explicaciones a Bartolomé Mitre. En marzo del mismo año el cónsul oriental Mariano Espina recibió una respuesta de Mitre en la que éste le transmitía que “ningún compromiso había contraído con los emigrados orientales tendientes a la perturbación del orden de su patria” y que “propenderá por todos los medios a su alcance que no se turbe la paz de la república oriental”. Sin embargo, el 24 de octubre del año anterior, contestando un pedido de apoyo de Flores, Mitre escribía: “Nada más natural que usted, en representación de los orientales que nos han ayudado a alcanzar el triunfo, me recuerde que no olvide a los proscriptos...”; “Ud. sabe, general, que mi corazón pertenece a usted y a sus compañeros, como amigo, como antiguo compañero de armas y como correligionario político”.

En Buenos Aires pronto empezó a funcionar un comité de ayuda revolucionaria a Flores y los opositores paraguayos en el exilio agrupados en la “Asociación paraguaya” ultimaban sus preparativos para invadir Paraguay. Además, las tropas con las que Flores desembarcó en Uruguay el 19 de abril de 1864, se habían provisto de armas y habían sido reclutadas en Corrientes y Río Grande (Brasil).

Luego de la resistencia heroica de Paysandú, y cuando la caída de Montevideo se veía inminente, Francisco Solano López solicitó a Bartolomé Mitre permiso para transitar por las desiertas Misiones argentinas y poder llegar hasta territorio uruguayo. El permiso sería denegado por el presidente argentino en un aparente intento de permanecer neutral, aunque posteriormente se sabría que mucho antes había accedido a que los brasileños establezcan una base naval en territorio argentino, además de haber puesto a disposición de los mismos el parque de guerra de Buenos Aires. Ante la negativa, el gobierno paraguayo intentaría un acuerdo con Urquiza, entonces ex-presidente y gobernador de Entre Ríos, quien había aceptado en principio luchar junto a los orientales y paraguayos en lo que pudo ser otra Triple Alianza, en este caso contra el Imperio del Brasil.

La rebelión de Flores por un lado, y la ejecución del “Chacho Peñaloza” en la plaza de Olta aplaudida por Sarmiento por otra, habían excitado a los federalistas entrerrianos. Estos esperarían inútilmente un pronunciamiento de Urquiza, quien ya había sido sobornado con un subsidio nacional por Mitre y con un empréstito para su provincia por el financista de Pedro II, el barón de Mauá. Temiendo aún a pesar de todo la entrada en guerra del poderoso ejército de gauchos de Urquiza y para mayores precauciones, los brasileños comprarían también al gobernador de Entre Ríos todos sus caballos, anulando su poder bélico que se basaba en la caballería. “Não existía em Urquiza o estofo de um homen de estado: não passava de um ‘condottiere’” comentará con desdén Pandiá Calógeras. “Todavía escuchamos los cañones de Paysandú” le dirá ahogado en dolor el caudillo López Jordán a Urquiza, quien luego pagará su traición con la vida. La epopeya de Leandro Gómez inspirará a Olegario Andrade su ‘Invocación a Paysandú’:


“¡Sombra de Paysandú! ¡Sombra gigante

que velas los despojos de la gloria!

¡Urna de las reliquias del martirio!

¡Espectro vengador!

¡Sombra de Paysandú! ¡Lecho de muerte

donde la libertad cayó violada!

¡Altar de los supremos sacrificios!

¡Yo te vengo a evocar!


Entretanto el canciller uruguayo Andrés Lamas, traicionando a su gobierno que le había conferido poderes, firmaba un fraudulento protocolo con Elizalde en el que el presidente Bernardo Herró se declaraba “Satisfecho” con una promesa a todas luces falsa de neutralidad de Mitre, quien había ordenado el apresamiento de todas las embarcaciones con pabellón oriental que naveguen frente a la isla -Martín García-. Era ésta una maniobra para alejar a Paraguay, y este ardid desleal derivaría en un retraso de la intervención paraguaya que resultaría fatal.

El representante francés en Montevideo, M. Maillefer, en un informe a su gobierno fechado en junio de 1864, compromete seriamente al ministro inglés en el Plata Edward Thornton en los preparativos de la conflagración que se acercaba, narrando el encuentro de éste con el enviado de Pedro II, y el canciller argentino en Uruguay. Según el francés, Thornton le confesó que en una supuesta mediación entre el gobierno blanco de Montevideo y el rebelde Flores, su verdadero propósito era proponer al gobierno condiciones inaceptables, “Aún a riesgo de una revolución de la que Mr. Thornton habla tranquilamente” (M. Maillefer, encargado de negocios de Francia en Montevideo a M. Drouin de Lhuys, ministro de relaciones del imperio francés). Las actas de las sesiones del gabinete argentino con Mitre al frente delatan también la participación del inglés Thornton, sentado junto al presidente argentino en fecha 11 de julio de 1864, precisamente el día en que el ejecutivo argentino resuelve oficialmente auxiliar a Brasil para implantar a Flores en Uruguay. Refiriéndose al famoso contubernio de Puntas del Rosario en junio de 1864 narra Rosa:

“Aparece ahora el verdadero autor del drama, el hombre que desde bastidores empujará la guerra detenida por la gallarda actitud de López y la prudente de Saraiva. Es el ministro inglés en Buenos Aires Edward Thornton. Como todos los diplomáticos ingleses es enemigo de Paraguay, que cierra sus ríos a la libre navegación británica, se permite tener hornos de fundición, no consume los tejidos de Manchester ni necesita del capital o del apoyo inglés. A fin de colmos acaba de humillar al gobierno de la reina en la malhadada cuestión Canstatt en la que Thornton debió prosternarse en nombre de S. M. la reina ante el viejo López”. El 6 de setiembre de 1864 Thornton profundamente resentido escribía a Russell: “La gran mayoría del pueblo paraguayo es suficientemente ignorante como para creer que no hay país alguno tan poderoso y feliz como Paraguay”, y que “este pueblo ha recibido la bendición de tener un presidente digno de toda adoración”.

Luis Alberto de Herrera se refiere también a la ‘mediación Thornton’: “En vigencia las tales ‘coercitivas’, además de humillantes, de inmenso favor para la rebelión, con todo el litoral puesto a su merced, por la prohibición, desde Martín García. Es entonces que Thornton, ministro inglés en Buenos Aires, de retorno de su país, ofrece sus ‘buenos oficios’”.

El ministro estadounidense Charles Washburn relata que para el inglés Thornton, “El Paraguay estaba representado como la Abisinia y López como el rey Teodoro...” “Un despotismo implantado de este modo era un obstáculo en el camino de la civilización. Su existencia era nociva y su extinción como nacionalidad o la caída de la familia reinante debía ser provechosa para su propio pueblo como también para el mundo”. Al no poder armonizar con Urquiza, López decidió incitar a los federalistas del interior argentino a defender las economías de tierra adentro declarando la guerra a Buenos Aires y ocupando en forma incruenta Corrientes. La declaración de guerra paraguaya hacía distingo que los enemigos del Paraguay no eran los argentinos sino “las ‘maquinaciones de los porteños’, porque lejos está la mente de esta comisión -decía el documento- confundir al pueblo argentino con esa fracción de Buenos Aires”. La declaración de guerra paraguaya llegó a Buenos Aires ya el 8 de marzo de 1865 en manos del teniente Cipriano Ayala, que antes de volver fue detenido y acusado por un fiscal de “espía del enemigo enviado con comisión de su gobierno DESPUES de declarada la guerra”, por lo que es un hecho que la declaración de guerra del Paraguay fue ocultada a la opinión pública argentina por especulaciones bursátiles y también para aparentar la toma de Corrientes como agresión gratuita. Resulta llamativo que, aunque el pueblo argentino ignoraba la declaración, el inglés Thornton ya estaba enterado el día que llegó ésta a Buenos Aires, tal como lo informó a Londres.

Según el historiador argentino León Pomer, el gobierno de Buenos Aires había colocado como señuelo, en vísperas de la ocupación de Corrientes, dos buques de guerra en el puerto de la ciudad: el “Gualeguay” y el “25 de Mayo”. Pomer transcribe a propósito una carta de Elizalde a un amigo del litoral, cuyo nombre no revela, en la que el canciller argentino había escrito:

«“López pisó la celada, nos llevó los vapores de Corrientes. Nada de reclamaciones, la bofetada que esperaba Rawson ya está dada y tendremos guerra. Cambiamos dos cascos viejos por medio Paraguay, y el oro de Brasil se derramará a raudales en su tránsito por nuestro territorio”.»

Tropas paraguayas entraron el 14 de abril de 1865 a Corrientes con un total consentimiento de la población, sin disparar un solo tiro. El canciller paraguayo José Berges explicó a la población que la guerra era contra Mitre y no contra los argentinos, recordó la vieja alianza entre Paraguay y Corrientes de 1845 y los correntinos unidos en asamblea nombraron un triunvirato provisorio, que declaró a Mitre “traidor e indigno de acatamiento”. El día 26 del mismo mes tropas porteñistas que trataron de recuperar la ciudad, fueron contundentemente rechazadas por los correntinos y el coronel Charlone, encargado de recuperar la ciudad, tuvo que escribir a modo de disculpas a Gelly y Obes, el ministro de guerra argentino que “La ciudad de Corrientes y todo el país está lejos de responder a las creencias que abrigan en Buenos Aires. No hay espontaneidad ni amistad hacia nosotros”. Juan Bautista Alberdi, que veía en el auxilio de Buenos Aires a Brasil las intenciones del mitrismo de organizar el país a su antojo, sometiendo las provincias al puerto, calificaría la toma de Corrientes por los paraguayos como un “episodio de la guerra civil argentina”. Mucho antes de ser Corrientes ocupada por los paraguayos, el gobernador correntino Lagraña ya se había manifestado a favor de Paraguay e incluso circulaba en la ciudad un periódico paraguayista, “El Independiente”, de Juan José Soto.

La trama de provocaciones y engaños había cumplido su objetivo: el 1º de mayo de 1865 fue oficializada una alianza que ya existía de hecho entre los diplomáticos Rufino de Elizalde de Argentina, Octaviano de Almeida por Brasil y Carlos de Castro por Uruguay, formándose un ejército conjunto de argentinos, brasileños y uruguayos a los que se sumó una legión de paraguayos opositores a López, aunque la inmensa mayoría de los paraguayos tomaría conciencia de la causa nacional y profesaría durante la guerra una adhesión casi mística hacia su Mariscal y presidente.

No puede decirse lo mismo de las tropas aliadas entre las que se contaban gauchos argentinos que habían sido enrolados por la fuerza, esclavos brasileños, todo tipo de malhechores uruguayos que llegarían al campo de batalla engrillados e incluso mercenarios europeos.

Aunque Mitre aseguró que tomaría Asunción en tres meses, la guerra se prolongaría por más de cinco largos años y sería un desastre financiero para los aliados. Estos quedarían en manos de los banqueros ingleses que pagaron la aventura: la banca Rothschild, los Baring brothers y el Banco de Londres. Como siempre sucede en estos casos, se enriquecieron en forma inusitada los comerciantes ingleses de Buenos Aires y los comisionistas porteños en el transcurso del quinquenio bélico, tal como lo ha documentado León Pomer en su libro “La guerra del Paraguay, ¡gran negocio!”.

“Mas eu que fico fazendo aquí as ordenes de un homen que todo poderá ser menos general?” cuestionaba el marqués de Caxias implorando su relevo en setiembre de 1867. Las cartas del general brasilero serían publicadas en 1902, mucho después de muerto el marqués, cuando aún vivía Mitre. El “indolente prócer” argentino (como lo calificó Dominguito, el hijo de Sarmiento que murió en Curupayty), cual una vedette profundamente ofendida, discutirá con el muerto sobre estrategia militar en el diario de su familia, ‘La Nación’ de Buenos Aires, diciéndole a ultratumba a Caxias entre otras cosas, que no era quién para manchar el honor de quien le dio “lecciones militares”. “Qué lejos estamos de los héroes de la Ilíada”, comentará Luis Alberto de Herrera. «Prefiero cualquier sainete al espectáculo del excelente general Mitre en sus tentativas desesperadas para pensar», dirá Rafael Barrett.

“Nadie va a la guerra por gusto -escribió Juan Bautista Alberdi-, el soldado va por fuerza de la conscripción, o por la pobreza que lo fuerza a ser voluntario. El día que la contribución de sangre se vote por el pueblo pobre que la paga, la guerra será más rara”. La guerra al Paraguay, sumamente impopular en las provincias argentinas, desataría una gran rebelión de las montoneras que obligaría a Mitre a dejar el mando del ejército aliado, finalmente, en manos de Caxias. Caxias en cartas al emperador Pedro II acusó a Mitre de no querer terminar la guerra porque estaba lucrando con ella. Historiadores revisionistas argentinos acusarían a Mitre incluso de haber recibido una finca de obsequio de manos de proveedores del ejército que habían obtenido privilegios. Los montoneros acusarían a Mitre de ser un mandadero de la diplomacia británica: “Nuestra nación ha sido humillada como una esclava”, decía una proclama montonera. La prensa argentina acusó a Mitre de enviar al frente como carne de cañón a sus enemigos políticos. “Pehuajó (Corrales) fue un crimen” dirá Carlos D’Amico, y nadie quiso creer con respecto a ese extraño combate en una impericia de Mitre sino en el propósito deliberado de aniquilar a oficiales como Dardo Rocha, que eran enemigos políticos suyos.

El Paraguay, que al iniciarse la guerra era según todas las fuentes el país más próspero de Sudamérica, había tendido un telégrafo antes que Argentina y Brasil, había construido los primeros altos hornos de Sudamérica y el ferrocarril era propiedad del gobierno, a diferencia de los vecinos que habían hecho enormes y escandalosas concesiones al capital británico para el tendido de ferrocarriles. El país invadido sería defendido con una tenacidad por muchos considerada demencial, a través de fortines que protegían palmo a palmo todo el río Paraguay.

Finalmente, la debacle paraguaya se precipitaría tras la caída de la fortaleza de Humaitá, a quien un espía inglés, el capitán Richard Burton, bautizaría como la “Sebastopol de América”, en alusión a la inexpugnable fortaleza rusa de la guerra de Crimea. Burton en sus ‘cartas desde los campos de batalla del Paraguay’ había visto en la derrota de Paraguay la caída de un potencial “gran imperio latino”.

La guerra concluiría con la muerte en batalla del presidente paraguayo, alcanzado a bala, lanza y espada en medio de la selva, donde comandaba una guerrilla con los últimos sobrevivientes de su ejército, cuando la mayoría de las ciudades importantes paraguayas se encontraban ya en poder de los invasores. La población del Paraguay, que iniciada la guerra tenía igual población que Argentina, quedó reducida a la quinta parte, en su inmensa mayoría mujeres y niños.

El oficial argentino José Ignacio Garmendia describió en un libro lo que fue la guerra luego de la caída de Humaitá:

“Lo demás de la guerra, fue una agonía prolongada. La de una fiera, que acosada y herida, se batía en bravío combate contra la numerosa jauría que la rodeaba. En este último tiempo, el pueblo paraguayo dio un ejemplo que la historia no registra otro igual: un último ejército de Mujeres, niños, ancianos e inválidos, combatiendo bizarramente contra fuerzas superiores y muriendo como si fueran soldados, en campos de batallas que solo concluían para volver a empezar, entre la agonía de los moribundos y el horror del degüello sin piedad”.

El ilustre ‘boletinero del ejército’, ‘gaucho de las letras’ y “montonero intelectual’, Domingo Faustino Sarmiento, para quien los paraguayos que resistían con López en el Amambay eran unos “perros” que “han de morir bajo los cascos de nuestros caballos” escribirá a la educadora estadounidense Mary Mann que había sido “providencial” que “a causa de un tirano (López) haya desaparecido de la faz de la tierra toda esa excrecencia humana”. Las prudentes apreciaciones del padre de la educación argentina todavía pueden leerse en los ‘papeles del presidente’ de sus obras completas en cualquier biblioteca pública de Argentina.

Como contracara Máximo Lira dirá ya en marzo de 1870 que “un pueblo que ha sentido en su pecho ese heroísmo santo, no puede ser un pueblo envilecido, no pudo nunca haberse prostituido tanto”.

 

 

 

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