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GLORIA PAIVA

  ¿DE CEBOLLA? Y ALMA SALVADA (Cuentos de GLORIA PAIVA)


¿DE CEBOLLA? Y ALMA SALVADA (Cuentos de GLORIA PAIVA)

¿DE CEBOLLA? Y ALMA SALVADA

Cuentos de GLORIA PAIVA

 

GLORIA PAIVA : Profesora normal. Paraguaya, casada, tres hijos. Nació en Caazapá, donde hizo sus estudios primarios y secundarios.

Ejerce la docencia y colabora con el "Diario Noticias", dirigiendo el Suplemento Infantil. En 1988 fue seleccionada para integrar la Antología de Cuentos Feministas Latinoamericanos, en concurso realizado en Chile por Fempres, con el cuento "La Espera". En 1991, obtuvo una Mención de Honor en el Concurso de Cuentos Cortos organizado por el Departamento Cultural del Club Centenario, por su cuento "¿De cebolla?" que se incluye en este libro.

 

 

¿DE CEBOLLA?

 

Debí ponerlas en agua helada, o en vinagre, o mojar el cuchillo pensó. Conocía perfectamente todos los trucos para evitar las lágrimas, aunque nunca se acordaba de emplearlos y terminaba cortando las cebollas con los ojos semicerrados; por eso no lo vio pasar, pero sintió sus pasos. No necesitaba verlo para saber quién era, su forma de tocar el timbre, sus pisadas eran inconfundibles para ella.

Sin embargo aquel día que volvió a escuchar su risa se sorprendió de reconocerla. Creía haberla olvidado. Había llegado a comprimir todos sus recuerdos, sintetizándolos en hechos escuetos que podía sacar sin emoción si era necesario, y sólo si era necesario.

No fue fácil. Necesitó muchos años de ejercicio, y al principio el triunfo del día era derrota en la noche, pues los sueños escapaban a su control y muchas veces amanecía con la mirada vuelta hacia adentro, pero poco a poco lo logró.

Como quien deshoja margaritas fue seleccionando lo que se permitiría recordar, y al fin él se había convertido nada más que un dato en los formularios de los documentos de su hijo, que pedían: nombre del padre. Hasta aquella risa en la que descubrió que había vuelto.

Volvió de a poco, y aunque ella fingía no verlo y simulaba no darse cuenta, estaba allí.

Los recuerdos se escaparon por el hueco que produjo la risa, y la invadieron, tanto los permitidos como los rotulados "Prohibidos". ¿Por qué andás tan malhumorada, mamá? decía Miguel. Aquello no era justo, el presente debía ser de ella, sólo de ella como lo fueron esos largos años, él no debió instalarse de nuevo así, sin previo aviso e irremediablemente. A veces, sin embargo, se sorprendía sonriendo con ternura al ver sus largas piernas sobresalir la cama, que le resultaba corta; otras en cambio, lo agredía a su pesar, lastimándolo.

Una música estridente y ruido de cajones y puertas que se abrían y cerraban llegaron hasta ella. Dejará la pieza regada de ropas -Tendré que volver a ordenarla- pensó mientras seguía con su tarea.

"Tapar la olla y dejar hervir 20 minutos" -decía la receta; veinte minutos que aprovecharía para leer el periódico.

Al salir de la cocina vio las huellas en el piso. Reprimiendo su fastidio volvió con la lona pasándola una y otra vez avanzó por el pasillo hasta llegar a la última, junto a los pies desnudos de los que se escurrían aún algunas gotas.

El piso ya estaba de nuevo seco, cuando sorpresivamente, un montón de gotitas lo volvió a mojar.

¡Esto es el colmo! ¿Crees que no me canso? ¿Por qué tenés que sacudirte así el pelo? ¿No ves que mojas todo?

¡Te estoy hablando, Luis!

El dejó el teléfono, se ajustó la toalla y dijo: ¿Qué me decías? Me encanta que me llames Luis. Siempre me llamaste Miguel. ¡Claro! ahora te gusta ese nombre porque dicen que cada vez me parezco más a papá... Pero, ¿qué pasa? ¿qué hice? ¿Porqué estás llorando, mamá?

Ella contestó: No lloro, hijo. No estoy llorando, estuve preparando la comida, sólo son lágrimas de cebolla...

 

Gloria Paiva

Mención de honor Concurso Literario

Cuento Breve "Club Centenario 1991"

 

 

ALMA SALVADA

 

El hombre miraba fijamente la estrecha ventana, que muy cerca del techo ponía un marco sucio al cielo de verano. Una nube oscura apareció por un extremo y fue avanzando despacio.

-Okyta, dijo el anciano volviéndose hacia sus compañeros. Sólo uno pareció escucharle, levantó la vista un instante, pero luego volvió a sumirse en su modorra. Aquello no les interesaba, los cambios climáticos ocurrían afuera, adentro casi no había variaciones; la humedad se deslizaba por las paredes y reptando por el piso se metía en sus huesos. Allí siempre hacía un poco de frío.

Don Jacinto siguió mirando el cielo. Pronto llovería y no sería un simple aguacero, la forma y el color de las nubes se lo decían. El las conocía muy bien, las había observado durante años, al levantarse para saber cómo sería el día y al anochecer para predecir el siguiente. Sabía cuales venían con truenos, cuales se deshacían en tenues lloviznas y cuales se rompían en dañinos granizos; no lo engañaban las que al despertar el día se arrastraban por las faldas del Cerro Guazú, sabía que desaparecían al salir el sol, que se desvanecerían como el humo de su cigarro.

Incorporándose, se acomodó para observar mejor el rectángulo de cielo. Cuando llegó allí había pasado mucho tiempo acostado boca abajo, casi sin moverse, mirando sin ver las baldosas; contándolas una y otra vez hasta que el sueño lo rendía, pero un día se volvió, vio el cielo, y en él las nubes. Ellas le trajeron el mundo exterior, le indicaban los vientos, los cambios del tiempo y así podía imaginarse lo que estaría ocurriendo afuera, no allí tras esos muros, sino más allá, mucho más allá, en Potrero Guazú.

Esta lluvia le vendría muy bien al mandiocal, la tierra quedaría blanda y Crescencia podría arrancar las raíces con facilidad, ahora que ya no estaba él para ocuparse de eso.

-Okytama, se dijo al ver caer una hoja a sus pies. La tomó, parecía un pliegue más en sus manos resecas. La rompió y el crujido le recordó al de aquellas aromadas hojas con las que liaba sus cigarros poguazú. Por muchos años los había hecho él mismo, buena tripa de hoja fuerte bien picada, y envoltorio de "flojo" enserenado, daban un humo fuerte y picante con el que imitaba las variantes formas de las nubes.

Acercó los trocitos de la hoja a la nariz y aspiró. El olor era verde aún, no era el que él añoraba.

No resistió. Metió la mano bajo el colchón y de entre trapos y trapos sacó un cigarro. Con cuidado mordió la punta y luego le prendió fuego.

-¡Qué pasa !- exclamó la enfermera al ver en la puerta a uno de sus pacientes de la sala cinco.

Jacinto-dijo el hombre y se volvió de nuevo al extremo del pasillo. La mirada de Don Jacinto paseaba ya entre las nubes de Potrero Guazú cuando el médico llenó la hoja clínica. Causa de la muerte: Carcinoma pulmonar.

Las primeras gotas gruesas tamborileaban sobre el techo. El hombre de la cama contigua murmuró.

-Okyma, alma salvada.

 

Gloria Paiva.

 

Fuente:

Dirección:
HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
© EDITORIAL DON BOSCO
Tirada: 750 ejemplares
IMPRENTA SALESIANA.
Asunción, Paraguay
1992 (152 páginas)
 
 
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