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JAVIER VIVEROS

  UN CUENTO DE NAVIDAD: FLOR DE COCO - Por JAVIER VIVEROS - Sábado, 24 de Diciembre de 2022


UN CUENTO DE NAVIDAD: FLOR DE COCO - Por JAVIER VIVEROS - Sábado, 24 de Diciembre de 2022

 

UN CUENTO DE NAVIDAD: FLOR DE COCO

 

Por JAVIER VIVEROS

 

Escritor

jviveros@gmail.com

Toc, toc, toc. El sonido venía de muy cerca. Me tiré al suelo y el sargento hizo lo mismo. Toc, toc, toc. La brújula sonora nos orientaba hacia su ubicación. Luego de arrastrarnos un buen tramo me puse de rodillas y observé entre los arbustos. Toc, toc, toc. Un soldado pila, trepado en el árbol de coco, clavaba el machete una y otra vez cerca de la copa. Toc, toc, toc. Hice una seña al sargento y nos separamos. Una vez que estuvimos seguros de que el soldado estaba solo, llegamos hasta la base del cocotero. Toc, toc, toc. El soldado no se percató de nada, enfrascado como estaba en su labor. Está muerto el pila del demonio, gritó el sargento. Toc, toc... El soldado paraguayo miró hacia abajo y vio las armas que lo encañonaban. Tiré el machete hacia allá y bajé muy lentamente, sin hacer ningún ruido porque no vamos a dudar en llenarlo de agujeritos. Sin perder tiempo, el pila obedeció mi orden. Bajó y puso los brazos en alto; pude notar que su mirada era la de un niño. Un brazalete de la Cruz Roja oprimía su brazo izquierdo y sobre su pecho, dentro de su uniforme verde olivo, sobresalía una fragante flor de coco. Nombre y rango, soldado. Pablo Muñoz, cabo de Sanidad. Mentira, mi teniente, este es un patrullero y usaba el árbol como torre de observación, bramó el sargento. El pila lo miró directamente a los ojos, parecía tranquilo, como indiferente al contexto. No es así, nuestro campamento está a unos seiscientos metros, vine a buscar esto, dijo y con el índice derecho señaló la enorme flor amarilla, sin dejar de levantar el brazo. Mi teniente, si este no es un espía, yo soy la Virgen de Charagua. Arrodíllese, soldado. El patapila lo hizo, siempre con los brazos en alto. ¿Cuáles son los planes de su unidad? ¿Cuándo van a atacar?

No tengo idea, señor, trabajo en la Enfermería; es 24 de diciembre, por lo que armamos un pesebre y yo salí a conseguir la flor de coco. El paraguayo hablaba, imperturbable, como si no tuviera el Máuser del sargento entre sus costillas ni mi revólver apuntándole el cráneo. ¿Y eso? ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?, dije y saqué el persuasivo seguro de mi arma. La flor de coco es un símbolo de la Navidad paraguaya, no puede faltar en nuestro pesebre. Empezaba a exasperarme su pasividad bovina. ¡Eso no está en la Biblia, cojudo!, dijo el sargento y le empujó la espalda con el tubo cañón de su fusil. Astuto, el soldado no reaccionó a la provocación; simplemente volvió a arrodillarse, sin hacer caso de ese polvillo omnipresente del Chaco que ahora le manchaba el uniforme. Déjeme hablar a mí, sargento. Frunció el ceño, pero obedeció al instante. Le ordené que maniatara al prisionero. Luego, los tres, fuimos caminando hacia donde estaba el grueso de nuestro ejército, no queríamos encontrarnos con alguna patrulla enemiga. Mientras nos alejábamos, yo pensaba: ¿Será verdad lo que dice? ¿O es otro engaño pila? El instinto de conservación tiene una multitud de trucos bajo la manga. Había algo parecido a la sinceridad en sus ojos de niño. De ser ciertas sus palabras, no solo nuestras patrias nos hacían distintos, también nuestros papeles. Él y sus camaradas se empeñaban en cerrar las heridas que nosotros abríamos a golpe de metralla. Conté mentalmente mil doscientos sesenta pasos dobles. Habíamos ya viajado dos kilómetros del punto donde encontráramos a nuestro prisionero. Atención, dije. Alto. ¿Lo matamos aquí mismito, mi teniente?, dijo el sargento y se alejó un poco del paraguayo como para que no lo salpicara la sangre. Suelte al prisionero. Ah, caray, no me diga que va a creer en las palabras de este mañudo, dijo volviéndose hacia mí. Es una orden, rugí. El sargento me sostuvo la mirada. No, señor, dijo. Me le puse enfrente mismo. Así que te me vas a insubordinar, cojudo, dije apuntando el revólver a su frente. El sargento bajó el fusil al suelo. Usted no es mi enemigo, teniente, dijo y procedió a descifrar los nudos que oprimían las muñecas de nuestro prisionero, protestando su rabia en aimara. ¡Pila aukka! ¡Kroru! El paraguayo estaba sorprendido por mi decisión. Apuntándole, por si acaso, le devolví el machete. Lárguese, soldado, antes de que me arrepienta. Gracias, mi teniente, dijo y sus pies desnudos aplastaron el suelo en una carrera polvorosa y feliz. No olvide recoger su flor de coco en el camino, le grité y la mirada que me clavó el sargento solo es posible calificarla de felina. En ese momento no supe si obré bien o no. Yo sabía que si el pila daba aviso a sus camaradas, una patrulla podía salir a perseguirnos. No quise correr riesgos, así que de inmediato trotamos en dirección a nuestro campamento, bajo un sol que se negaba a rendir sus brasas ante los primeros soplos fríos que ya emanaba la noche. Tiempo después, fuimos parte de esas dos divisiones que se rindieron ante el claustrofóbico cerco en el que el ejército de Estigarribia nos encerró en Campo Vía. El sargento y yo continuamos nuestras vidas como prisioneros de guerra en Paraguay. Junto con otros cientos de soldados capturados, trabajamos en la construcción sudorosa de caminos. Los años fueron pasando en tanto se realizaban las lentas gestiones para el intercambio de prisioneros. Nuestra patria parecía tan lejana, como si estuviera ubicada en otro planeta. Vivimos varias navidades en ese país extranjero y me congratulé por haber creído en la palabra de aquel pila y por haberle perdonado la vida. Estuve acertado porque pude comprobar que en los pesebres paraguayos la flor de coco está siempre presente, aportando su aromada sonrisa de dientes amarillos.

 

Ekénte, Niño Hesu

Ekénte, Niño Hesu,

kambami,

eirahü,

ñai'ü.

Ani nerasë, Hesu,

ekénte, ani rehecha

ko tapÿi ivaipáva,

ituju ha ikechëmbáva

nde kyhami oïha.

Ha ejapónte ndeképe,

ndeképe reipotaháicha

óga pyahu mbyjaitágui,

hendypu ha hyakuävúva,

ndepy'a rory haguä.

Ekénte, Niño Hesu,

kambami,

eirahü,

ñai'ü.

 

Dormite, Niño Jesús

Dormite, Niño Jesús,

morenito,

miel negra,

arcilla.

No llores así, Jesús,

dormite para no ver

este rancho envejecido,

maltrecho y desvencijado

en el que cuelga tu hamaca.

Y hacé nomás en tus sueños,

como en tus sueños querés,

de estrellas, la casa nueva

resplandeciente, olorosa,

que haga feliz a tu alma.

Dormite, Niño Jesús,

morenito,

miel negra,

arcilla.

(Susy Delgado, Ñe'ê jovái, 2005)

 

Tiempo de Navidad

Es Navidad un tiempo, una manera

de festejar la vida del verano,

una forma de hacer obligatorio

el mensaje de paz en un regalo.

Un tiempo de realzar con falsedades

la mentira sutil de todo un año.

De jugar al pesebre mientras muere

el soplo de verdad que hay en los labios.

Navidad es llenar con luces blandas

la penumbra de todo ser humano.

Es ornar de oropeles los ramajes

de un árbol nunca nuestro y siempre extraño.

Navidad es la historia repetida

que, de tanto saberla, la ignoramos,

que nos cuenta de un Dios cuya memoria

es un perfil de barro sobre el patio.

Navidad es una infancia muerta

entre flores de coco y de quebranto

y es un poco de pan que ha sido dulce

porque supo llorar el padre un año.

Es esta Navidad, Señor, la nuestra:

un recordar momentos y veranos

y es el tiempo preciso cuando el hombre

usa y abusa de Tu Nombre en vano.

José-Luis Appleyard


 

Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección CORREO SEMANAL

Sábado, 24 de Diciembre de 2022

 www.ultimahora.com


 

 

 

 

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