¡HAY CADA DISTINCIÓN!

Por MONECO LÓPEZ

Cuando los constituyentes de 1992 crearon la figura del senador vitalicio, según ellos para honrar la gestión del presidente saliente, sentí hasta una ola de gratitud entibiándome las achuras, en nombre del presi, el general Rodríguez. No me daba la malicia para notar lo que para todos era más que visible: un obstáculo de titanio para evitar cualquier intento de seguir en el poder. De remate: estaban excluidos de toda carrera por el sillón presidencial, todos los parientes de Rodríguez hasta la quinta generación.

De todos modos, pensaba yo, sumido en la más sólida de las imbecilidades, el rango de senador vitalicio, con todas las prerrogativas de un senador, salvo el voto, no dejaba de ser un corolario digno y honroso para quien pronto dejaría el poder. De a poco fui enterándome de que el vitaliciado no tenía nada de honroso y muy poco de digno. Tenía voz, pero no voto. Al no tener voto, su voz pasaba a ser menos que un susurro en medio de una tormenta. Tampoco gozaba de la dieta senatorial. En suma, era un convidado de piedra que debía asistir gratis a las tediosas sesiones de los jueves, ¡y de por vida!

Rodríguez asistió, cuanto más, unas cinco veces. Luego huyó por una ventana que alguien dejó abierta. Juan Carlos Wasmosy, el segundo presidente del post-stronismo, habrá hecho el señorial ridículo otro tanto. Pero al menos aprovechó la voz que le concedían para vapulear verbalmente a Blas N., quien había insinuado un pago de un millón de dólares por ocupar su banca. Wasmosy lo desmintió y le dijo de todo, menos que era bonito. Don Blá se quedó sin voz, y sin que el voto que le correspondía le sirviese. Poco después, también Wasmosy hizo mutis por el foro.

A partir de entonces, ningún presidente ocupó el ridículo sillón. Nicanor pugnó en la urnas por un sillón de verdad, y ganó por lejos el derecho a ocuparlo. Pero le salieron con que la senaduría vitalicia era una distinción que no podía ser rehusada y le dieron el sillón a un tal Céspedes, más desconocido que el sánscrito, pero traído a upa por el mismo Nicanor.

Ahora, compiten por un lugar en el Senado Cartes y Nicanor. Visto y considerando lo pelotudo que resulta ser el vitaliciado, debería ser justo y aplaudido que los dos ocupen sus sitios legítimamente ganados.

Todo este penoso circo se montó en torno a la paranoia suscitada por la prolongada dictadura de Stroessner, que los mandamases de la Constituyente creían reeditable por Rodríguez.

No alcanzaron a entender que si Toto tumbó a Chocho, fue porque las cosas habían cambiado notablemente en todo el mundo, y que Toto y sus compañeros habían recibido el guiño de OK de todos: del Tío Sam, del Tío João y de cuantos tíos más dirigían los cortes y repartos de la torta mundial.

Es todo por hoy.

Gracias y buenos días.

Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Sábado, 10 de Marzo de 2018, 01:00

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