EL ABANDERADO DE TUYUTÍ (1)
Poesía de FERMÍN DOMÍNGUEZ
Era en el sesenta y seis,
y el veinticuatro de mayo;
esto es, en plena tragedia.
López había tratado
de jugar su última carta
allá en Tuyutí, Lanzando
de una vez todo su ejército
contra el ejército aliado;
el choque se producía.
No son ni para contados
los derroches de bravura
que hicieran los paraguayos
aquello fue el heroísmo
llevado a su grado máximo
Pero de nada sirvió
el esfuerzo sobrehumano
estaba escrito: el desastre
Llegó terrible. Los bravos
que poco antes componían
los regimientos de asalto
yacían en las Lomadas
de Tuyutí y el Bellaco
en un charco grande y rojo.
Deshecho, despedazado,
el ejército de López
habíase retirado...
Pero no, quedaba un resto:
un resto glorioso, santo.
Quedaba ondeando al viento
y acribillada a balazos,
una enseña tricolor
que un arrogante soldado,
único sobreviviente
de un batallón destrozado,
tremolaba todavía y aún
¡heroísmo loco!,
fiero el gesto y alto el brazo.
Era un final de leyenda
digno del poema trágico
que acababan de escribir
los leones paraguayos.
Porque era grande, sublime
aquel soldado fantástico.
Sin morrión, casi desnudo
el acero en una mano
y la bandera en la otra;
soberbio y ensangrentado,
corríase hacia el estero
el Alcides paraguayo.
¿Si quiere salvarse? No;
nada le importa a aquel bravo
de su vida; sólo quiere
salvar el pendón sagrado,
desaparecer con él
sepultándose en el fango
del estero; ¡que no pueda
el invasor profanarlo!
Vano empeño; el enemigo
está ya entre él y el Bellaco
y le intima rendición
acercándose y gritando.
¿Rendirse? ¿Rendir ta enseña
que a su honor se ha confiado?
¡Locura! Tira el acero,
arranca del asta airado
la bandera inmaculada;
ocúltala bajo el brazo
y acomete lanza en ristre
intentando abrirse paso;
mas era tamaña empresa
contra tantos adversarios;
y aplastado por el número,
sin fuerza, ya desangrado,
cayó; ¡pero aún vivía!
Aún apretaban sus brazos
aquella tela sagrada
contra su pecho esforzado;
mordiéndola y desgarrándola
queriendo hacerla pedazos,
para evitar que, muerto él,
caiga en extranjeras manos.
Y así murió aquel titán
de quien ni el nombre ha quedado;
con un jirón de bandera
en sus dientes apretados
y el resto, tinto en su sangre,
y entre sus crispadas manos.
1- En los albores del siglo XX, versiones orales daban fe
que estos versos fueron inspirados por el abanderado JOSÉ DOLORES MOLAS,
el célebre Comandante Molas, conocido también como Pa’i Loló.
Aunque algunos decían que este había actuado
como abanderado en la batalla de Estero Bellaco.
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