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ANA JAVALOYES

  MUJERES AL VOLANTE (Cuento de ANA JAVALOYES)


MUJERES AL VOLANTE (Cuento de ANA JAVALOYES)
MUJERES AL VOLANTE
Cuento de
ANA JAVALOYES
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
 
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ANA JAVALOYES
Elenita fue a visitar a su amiga María Sofía y se encontró con la novedad de que había comprado un cochecito, de segunda mano, sí, pero precioso. La euforia de María Sofía era grande y pronto transmitió a su amiga la idea de la compra de uno similar.
 
Elenita pensó que sería muy razonable que se comprara un coche, ya que no podía disponer del de su marido, pues daba la casualidad de que las veces que lo necesitaba él tenía compromisos ineludibles y ella tenía que andar a patitas por todas esas calles de Dios, donde casi a cada paso se encontraba con alguna amiga o conocida muy oronda manejando su coche.
 
Al volver de la casa de María Sofía traía la decisión de tener su propio vehículo. Esperó pacientemente que Luis terminara de leer el diario, de ver el noticiero y de comer. Cuando ya estuvieron acostados, acurrucándose mimosamente a su lado empezó la operación "coche".
 
-Mi amor, hoy fui a visitar a María Sofía.
-Que bien. ¿Cómo está ella?
-Regio. Fíjate que se compró un Fiat de segunda mano, pero en muy buenas condiciones.
-¿Sí? ¿Y quién lo va a manejar?
- ¡Ella! ¡Ella por supuesto!
- ¡Pobres transeúntes! Avisame cuando salga a la calle para no ponerme en su camino. Hasta mañana, querida.
-Hasta mañana. Y dijo Elenita para sí: -Mañana no te me escaparás.
 
Al día siguiente llegó la segunda parte de la operación "Coche". Luis leía el periódico y tomaba su café.
 
-Luis, tengo que ir al centro.
-Muy bien.- Seguía leyendo.
-Viajar en micro es horrible. Si estás de pie te vas y venís de un lado al otro y si vas sentado tenés la sensación de estar dentro de una batidora.
-¿Y qué pensás? Yo voy a usar el coche toda la mañana y no te lo voy a poder mandar.
-Bueno, hay una solución.
-¿Cuál? Fíjate, se me hizo tarde. Me voy. Hablaremos después-. Y con un fugaz beso la dejó.
 
Elenita no se desanimó, conocía a su marido, así que se preparó para la tercera arremetida. Se pasó la mañana leyendo los avisos sobre ventas de coches, preguntó algunos precios y los fue anotando. Ya a mediodía reflexionó: -Bueno, yo no entiendo nada de coches, eso dejaré a cargo de Luis. En la mesa no tocó el tema. Sabía que para Luis eran sagradas las horas de la comida y la siesta. Pasó la tarde hablando de coches con sus amigas, para la noche ya tenía bastante conocimientos sobre marcas, tamaños, precios... y sobre manejo.
 
Al llegar su marido le preparó su trago favorito, le sacó el diario suavemente, se sentó a su lado y le llenó de mimos.
 
-Algo traés entre manos, mujer. A ver, que es. Desembuchalo.
-Quiero comprarme un coche.
- ¡Por Dios! ¡Me querés traer más problemas! ¡Si vos no manejás ni bicicleta!
-Todas mis amigas tienen coche y manejan y no les pasa nada.
-Bueno. Vamos a ver. Lo pensaré. Y fue a prender el televisor.
 
Pasaron días y días; Luis no tocaba el tema. Elenita lloró, suplicó y nada. Llegó el día de su cumpleaños y el único regalo que quería recibir era el auto. Se pasó el día llorando porque el gesto amable -y nada más- de su marido ese día fue un beso un poco más efusivo que otros al ir a su oficina. Se pasó la mañana muy triste. A la hora de comer Luis la miraba y sonreía pícaramente. Elenita simulaba no notarlo y amable como siempre compartió la mesa. Al terminar la comida y en vez de ir al dormitorio, su marido la tomó del brazo y la llevó al garage. ¡Y ahí estaba un escarabajo rojo con moño y todo! ¡Y nuevecito! ¡Flamante! -Felicidades, mi amor.
 
Elenita se sintió en la gloria, ¡ya tenía su coche! Ahora la operación aprendizaje.
 
-No, ni vos ni tu chofer me van a enseñar. Lo va a hacer María Sofía.
-No y no. Te vas a ir a una escuela de automovilismo-. Su orden fue tajante. Y Elenita se fue a una Escuela de Automovilismo.
 
El primer día se dio teoría. A Elenita se le formó un merengue en la cabeza con las piezas del coche: que embrague, que acelerador, que freno y que volante y que debía manejar con pies y manos, que no hay que confundir freno con acelerador y que el volante hay que mantenerlo con firmeza. Y todo eso en forma automática. Y luego el motor, el carburador, el radiador, los cilindros, las válvulas... ¡Bah! ¡Cuántas cosas tiene un auto! Pero, ¿para qué ella quería saber nada de motores? Con que ande, ya está bien. El mecánico se arreglaría con el resto.
 
Cuando tomó el volante por primera vez y tocó la llave, el corazón le latía locamente. -Esté a mi lado, Señor Mendieta, este bicho puede salir disparando cuando yo lo ponga en marcha y apoye el pie en el acelerador.
 
-No se preocupe, no saldrá disparando. Vamos, gire la llave.
 
Puso el motor en marcha y apretó un pedal. ¡El coche no anda!
 
-Claro, usted apretó el freno.
 
Mudó el pie sobre el acelerador y el coche empezó a andar. -Pase a segunda. ^No! Simultáneamente debe apretar el embrague y hacer el cambio. Bien.
 
-¿No podríamos ir a un lugar con menos árboles? Estos se me vienen encima.
 
-Despacio... despacio... No se apresure, mantenga firme el volante, gírelo despacio hacia donde usted va a girar, vaya torciendo de a poco a la derecha, ahora a la izquierda. Así, así. ¡Muy bien! ¡Zas! El coche paró de pronto. ¿Qué le había pasado? ¿Que apretó el freno? ¿Y cómo no iba a apretar si no veía ninguno de los pedales? ¿Acaso tenía ojos en los pies?
 
-Señora, el pie izquierdo es sólo para apretar el embrague y hacer cambio, en caso contrario no lo debe tener sobre el pedal.
 
-Ya sé, y el pie derecho es para el acelerador y el freno, pero ¿cuándo y cómo sé yo que estoy apretando uno y no otro? Para eso debo mirar.
 
-No, señora. Moviendo un poco el pie hacia la derecha tiene el acelerador, cuidado con él, es muy sensible, y debe apretarlo con suavidad y moviendo un poco hacia la izquierda tiene el freno. A ése dele con fuerza cuando se vea en peligro de atropellar algo.
 
- ¡Uf, qué complicado! Yo no voy a aprender nunca. -Pero... si manejan Marta y Rocío y María Sofía y tantas otras, ¿por qué no he de hacerlo yo? -Sigamos, señor Mendieta.
 
-Claro, señora. Pero no se apresure. Ponga en punto muerto, golpee suavemente dos veces el acelerador para que pase nafta, ponga el motor en marcha, apriete el embrague y ponga en primera. ¡Muy bien! Andando.
 
Elenita ya se sintió más segura. Esto iba marchando. Pasó a segunda y tomó el parque por su cuenta. Le pareció que el coche iba muy rápido, frenó bien. Repitió la operación de cambio y escuchó un crac, crac, que movió todo el coche. -¡Por. Dios! ¡qué es esto! Parece que rompí todo el coche.
 
-Casi, casi, señora. Se olvidó del embrague al hacer el cambio.
 
Siguiendo por esas hermosas avenidas del parque Elenita no veía ni la belleza que la primavera daba a las flores ni escuchaba el melodioso cantar de las avecillas, algunas de las cuales arrancaban apresuradamente el vuelo cuando ella se acercaba. Elenita, no veía ni oía nada. Tenía la mirada fija en el camino y todos sus pensamientos, nervios y hasta sangre operaban en función del manejo.
 
A las dos semanas creía que ya tenía dominado a su pequeño coche y se sintió con ánimos de salir a la calle y allá fue... con su instructor.
 
Era domingo y había pocos coches por la calle, se sintió feliz; raudamente iba por la Avenida Mariscal López... ¡a treinta kilómetros por hora! ¡Qué emoción! Giró hacia Dominicana y siguió derecho unos mil metros, a mitad de cuadra, como la calle se veía despejada paró, giró a la izquierda para retomar el camino, como no pudo dar la vuelta en el espacio que tenía hizo marcha atrás y ¡zas! llevó el trasero del coche contra un árbol. Cuando enderezó el vehículo vio que se le venía encima un viejo y destartalado Mercedita. Giró aquí, giró allá y ¡pum! El guardabarros delantero izquierdo se incrustó en el Mercedita.
 
-Señora, ese Mercedita venía como una carreta y usted no hizo el vuelteo para enderezar su coche!
 
-Bueno, yo no manejo más. ¡Nunca más!- y temblaba de rabia y pichadura. No sabía dónde meter la cara, la gente, que sabe Dios de dónde salió tanta en un momento, la miraba y sonreía socarronamente. Escuchó que el chofer del Mercedita, luego de comprobar que su vehículo no sufrió más golpes del que tenía, decía riéndose: -"Mujeres al volante!" Bajó y miró su coche. Se lo veía horrible con el guardabarros destrozado.
 
-Seguimos, señora. Al motor no le pasó nada. Suba.
-Yo no voy a manejar más, nunca más-. Y se estrujaba las manos de rabia.
-Ahora usted va a subir y vamos a seguir.
 
Elenita se subió y temblando hizo andar el auto. Pero la seguridad que le daba su instructor le dio confianza y a pesar de la lluvia torrencial que se desencadenó siguió manejando dos horas más.
 
Cuando volvió a su casa tenía la certeza de que podía manejar como sus amigas. Luis estaba en el living. -Choqué- le dijo- Pero él no demostró extrañeza, sólo comentó: -Las mujeres al volante son una de las plagas del mundo actual. Pero qué le vamos a hacer. Hay que aguantarse... y cuidarse mucho.
 
Elenita le dio un beso y fue a acostarse y a relajarse luego de la atareadísima mañana al volante.
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ANA JAVALOYES
 
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Dirección:
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EDICIONES Y ARTE S.R.L.,
Asunción-Paraguay 1988 (136 páginas).
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