Cuentan que una vez el poeta Teodoro S. Mongelós (19 14-1966), tropezó con Emiliano R. Fernández (1894-1949) en un almacén. Habrá sido alrededor de 1940. Ya el ypacaraiense había escrito Nde resa kuarahy ‘âme, con música del maestro Julián Alarcón.
—Nde, che ra’y—, le espetó con aire de superioridad, a modo de saludo, Emiliano al que llegaba—, ahendu niko rejapo Nde resa kuarahy’âme ha tuicha rejavy. Ñande resa niko naikuarahy’âi, ñande ropéako pe ñande resa omokuarahy’âva (Mi hijo: escuché que escribiste una poesía a la sombra de los ojos. Estás equivocado, porque son las pestañas las que dan sombra a los ojos).
—E’a Emiliano. Mba’éicha piko ndehegui okañyta chépa mba’e pe ha’eséva. Che nda’éi ñande resa ikuarahy’âha. Aipurúnte ko pe hérava lenguaje poético (Me sorprende Emiliano: cómo es posible que se te escape lo que quiero decir. No digo que los ojos den sombra. Lo único que hice fue recurrir al lenguaje poético)—, le contestó el otro, muy dueño de su oficio de artesano de la palabra.
—Oî porâ Reikuaámbo ra’e pe rejapóva (Está bien. Por lo visto, conoces tu trabajo)—, concluyó entonces el que le había “tanteado” a su colega. Juntos compartieron unas copas y lo ocurrido quedó para la anécdota. Tiempo después ambos se enfrentarían a raíz de un poema publicado por Teodoro y respondido por Emiliano, durante el gobierno del General Higinio Morínigo.
Nde resa kuarahy’âme fue escrito después de la finalización de la guerra contra Bolivia, en la segunda mitad de la década del ‘30, para Mirna Veneroso, que aún vive. Teodoro le había conocido en la Compañía de teatro de Julio Correa de la que ambos formaron parte. El vate quedó encantado con sus ojos que siguen siendo hermosos. Ella estaba en la flor de la edad con sus 22 años y su belleza deslumbrante. “El miró mis ojos y después ya me trajo la poesía”, relata la actriz.
Mongelós, para expresar su admiración, buscó una metáfora que tradujera sus pensamientos. Nde resa kuarahy’âme no es la sombra literal sino la mirada. Si bien Mirna asegura que entre ellos no hubo nada, salvo un cariño fraterno, Teodoro deja entrever que él estaba prendado de ella. Por eso habría dicho, refiriéndose a los ojos de la destinataria de la obra, vevuimínte ahêtuséva. Mencionó una parte, apuntando al todo.
Es claro también que Teodoro aspiraba vivir en la cercanía de esa mirada que le cautivó. Al decir que deseaba descansar, tanto vivo como muerto, en su proximidad, expresaba una intención más que circunstancial.
Si bien en vida Mima no pudo cumplir los deseos de su hermano —así le llama—, porque sus pasos tomaron rumbos diferentes, tras la repatriación de los restos de Teodoro S. Mongelós ella convirtió en realidad aquel pedido. A la sombra de su mirada, que se extiende a la memoria, el poeta descansa por fin en paz en su amada Ypacaraí.