Todo amor parece eterno al principio. Sus protagonistas se convencen a sí mismos de que la iniquidad del tiempo golpeará y debilitará a otros, pero no a ellos. Sin embargo, los días, los años, los sabores y sinsabores, acaso otros ojos y los sueños acribillados —salvo excepciones gloriosas—, horadan lentamente los cimientos de ese edificio construido en base a la ternura y la esperanza. El fuego de ayer se vuelve ceniza, opaca memoria de dichas irrecuperables.
En el cancionero paraguayo pocas son las composiciones que expresan el gozo del amor presente. Nendivénte, de Teodoro S. Mongelós y Epifanio Méndez Fleitas es el que más cabalmente traduce esta línea de la creación popular. La mayoría canta el dolor del mborayhu ya ausente.
Mandu'ará, con poesía de Rudi Torga —anagrama de Gabino Ruiz Díaz Torales—, se inscribe en la temática del canto a lo perdido.
El texto, sin embargo, sale del lugar común donde el autor se entrega de lleno a su angustia para hacerse preguntas existenciale que atañen a la misma condición humana. El poeta tiene la clara conciencia de que los caminos compartidos se han bifurcado sin retomo posible, aun cuando en su memoria arde todavía la llama de lo que se fue.
Alrededor de 1980, cuando ya la amistad de Rudi —quien por entonces era director del Teatro Estudio Libre, TEL, de la Misión de Amistad—, con varios de los que después serían integrantes de la corriente del Nuevo Cancionero en nuestro país era ya sólida, nació Mandu’ará. Carlos Noguera sabía que las creaciones poéticas de Torga apuntaban de manera expresa a la música, por lo que le dio una de sus melodías para que le escribiera los versos. «Le hice como dos o tres letras. Mandu’ará le entregué construido por la mitad. Me dijo que éste le gustaba y le completé lo que faltaba», recuerda Rudi Torga.
Ya ensamblados texto y música, volando solos a partir del soplo vital que sus autores les habían dado para que buscaran su destino en la vida, al interpretarse la canción en un cumpleaños en la casa de Vicky Riart ésta le dijo: «No me vas a negar que esto escribiste para Angela». Este era el nombre de su esposa, de la que se había separado entonces recientemente. «Allí, en ese instante, me di cuenta de que sí, que esa obra mía nacía de mi separación. Me produjo un impacto muy fuerte», confiesa el poeta.
Ella se llama Angela Concepción Ramos. «Es la madre de mis dos hijas: Pasionaria y Tania. Ella es una mujer... no tendría palabras para rendirle homenaje. Venía de una familia luchadora, revolucionaria», agrega con una emoción que ya invadió sus gestos.
Transcurrieron algunos años. En 1982, cuando un grupo de artistas, en el salón de actos de la Misión de Amistad, buscaba una identidad para sus festivales, se escogió el nombre de Mandu’ará porque era uno de los rostros más representativos de los nuevos rumbos que empezaba a tomar la música paraguaya. De esta manera, la canción continuaba viviendo su propia existencia.