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HUGO MENDOZA

  CURUPAYTY – GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA, 2013 - Por HUGO MENDOZA


CURUPAYTY – GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA, 2013 - Por HUGO MENDOZA

CURUPAYTY – GUERRE DE LA TRIPLE ALIANZA

Por HUGO MENDOZA

Colección 150 AÑOS DE LA GUERRA GRANDE - N° 12

© El Lector (de esta edición)

Director Editorial: Pablo León Burián

Coordinador Editorial: Bernardo Neri Farina

Director de la Colección: Herib Caballero Campos

Diseño y Diagramación: Denis Condoretty

Corrección: Milciades Gamarra

I.S.B.N.: 978-99953-1-435-4

Asunción – Paraguay

Esta edición consta de 15 mil ejemplares

Noviembre, 2013

(120 páginas)


 

 

INTRODUCCIÓN

Cuando nos ofrecieron hacer un libro sobre la batalla de Curupayty, la duda fue cómo abordar un acontecimiento histórico tantas veces recordado por vencedores y vencidos, y relatado desde diferentes puntos de vista.

Partimos de la base que una batalla es un hecho histórico que queda grabado en la memoria colectiva como ningún otro; para el historiador es un campo de observación sobre los hombres que asumían dentro de la sociedad el rol militar, en un determinado lugar y una determinada época; por tanto, Curupayty es un acontecimiento muy propicio para el examen de la guerra en Sudamérica en la segunda mitad del siglo XIX.

Como historiador, las huellas que nos interesan son aquellas llamadas documentos para poder observar, aunque sea de manera indirecta, el hecho histórico. Pero no se pueden interpretar con certeza las facetas del acontecimiento mientras no se las integra previamente en el sistema cultural que en su momento recibió su influencia, estas reúnen, en un punto preciso del tiempo y del espacio, un haz de informaciones sobre formas de pensar y actuar de los protagonistas.

Esta obra intenta, en lo posible, impregnarse de algunas perspectivas teóricas del libro de Georges Duby, El domingo de Bouvines, donde el autor afirma que:

Los acontecimientos son la espuma de la historia, burbujas grandes o pequeñas, que estallan en la superficie en remolinos que se propagan a mayor o menor distancia.

Por tanto nuestro propósito es desentrañar cómo se inflama y truena la burbuja de Curupayty, qué tipo de remolino propaga y a qué distancia.

No podemos ni pretendemos, por supuesto, ponernos a la altura de nuestra fuente de inspiración, debido a que, por un lado, un trabajo de esa envergadura llevaría muchísimos años de peregrinación por los archivos nacionales y repositorios particulares de diferentes países, posibilidad con la que no contamos la inmensa mayoría de los historiadores paraguayos. Por otro, esencialmente, a que los fondos documentales, a los cuales hemos podido tener acceso, no están lo suficientemente elaborados como para que sobre ellos se pueda desarrollar alguna clase de esfuerzo interpretativo, razón por la cual se está obligado a trabajar con datos de carácter abusivamente sectarios y distorsivos del escenario histórico de la época.

Una muestra clara de la deformación en la interpretación de los datos es que el resultado de Curupayty se achaca frecuentemente a la ineptitud de los comandantes que dirigieron la batalla, incluso esto se atribuye al bando vencedor, así no pocos afirman que el Mariscal no estuvo a la altura de sus subordinados y que su incompetencia militar fue solo equiparable a la de los generales aliados. La impericia de Francisco Solano López es una forma llana de enmascarar que la guerra no fue un episodio aislado, sino la culminación de políticas fijadas a largo plazo y un conjunto de operaciones militares muy complejas, iniciadas muchos años antes.

Con ello se trata de ocultar la obviedad de que si López hubiera sido un conductor mediocre el Paraguay hubiera sido rápidamente aplastado por la enorme desproporción de fuerzas y medios. Es mucho más sencillo presentarlo como un dictador que tenía a su pueblo en un estado de cretinismo y que a sus soldados les hacía tragar pólvora para acrecentar su valor en el campo de batalla.

En fin es un placer volver a escribir uno de los títulos de la colección 150 años de la Guerra de la Triple Alianza. Este es-fuerzo no hubiera sido posible sin el apoyo y la colaboración de muchas personas, en especial de Herib Caballero, Alberto del Pino, Luis Furlan, los directivos y funcionarios del Archivo Nacional de Asunción, de la Academia Paraguaya de la Historia, del Instituto de Historia y Museo Militar y la Biblioteca del Círculo Militar de la Argentina, pero haciendo la salvedad de que al poner mi nombre en este trabajo me hago único responsable de lo que en él se dice y de los errores que pudiera contener.

HRMM

 

 

ORDEN DE BATALLA DE LAS UNIDADES PARAGUAYAS

 

El Comandante en Jefe Mariscal Francisco Solano López dirigió la defensa de su P.C. instalado en Paso Pucú, desde donde mantenía sus comunicaciones telegráficas con todas las divisiones a lo largo del frente.

 

 

El R.I.8, al mando del Capitán BERNARDINO CABALLERO, constituía la reserva (unidad entrenada para reemplazar las bajas de la artillería durante el combate), se hallaba ubicado en el flanco izquierdo paraguayo, con el propósito fehaciente de evitar un segundo Curuzú.

 

 

 

CAPÍTULO III

LA FATÍDICA JORNADA

EL TAHYIRÉ

 

El 22 de setiembre de 1866 amaneció un día radiante; los aliados tenían ventaja en hombres de 4 a 1 y en artillería de por lo menos 2 a 1 si se tienen en cuenta los cañones de la escuadra.

Se movió la escuadra compuesta por los encorazados (barcos de madera blindados con planchas de hierro sobre la línea de flotación) Brazil, Barroso, Lima de Barros, Bahía, Tamandaré y los bombarderos Pedro Alfonso, Fuerte de Coímbra y la chatas bombarderas números 1, 2 y 3. Las cañoneras Beberibe, Magá, Parnahyba, Belmonte, Ybai, Mearin, Yaguatemí, Araguari, Araguaia, Ipiranga, Henrique Martins y Chui. Totalizaban 24 navíos con 101 bocas de fuego.

A las 7 de la mañana fondearon frente a Curupayty. Desde este fondeadero avanzaron los encorazados Bahía y Lima de Barros hasta tomar contacto visual con las baterías de la barranca o el "fuerte" de Curupayty y romperían fuego contra las mismas.

El resto de la escuadra se situó fuera del alcance de la artillería del fuerte, pero en condiciones de bombardear las trincheras enemigas que conformaban el frente terrestre, mientras simultáneamente toda la línea de trincheras era furiosamente bombardeada por las demás naves de la escuadra. Efectivamente dos encorazados arribaron hasta colocarse uno en frente de nuestra batería y siguiendo el otro más arriba con el objeto de bombardear nuestra trinchera por detrás la que, por no ser observada por el enemigo, hizo que sus fuegos fueran muy desacertados.

La artillería de costa fluvial paraguaya, por su parte, contestó enérgicamente al fuego de la escuadra, logrando mantener a los buques enemigos alejados de las fortificaciones y haciendo en tal forma más precarios los efectos del bombardeo de las naves sobre las defensas paraguayas que habían sido construidas fuera de todo contacto visual directo con la escuadra enemiga, sobre la batería de la costa. Los defensores se ampararon en la gran altura de la barranca sobre el nivel del río, en la poderosa artillería emplazada y en el angosto canal del río, que obligaba a los buques enemigos a aproximarse peligrosamente de la posición, sin contar con la estacada y los torpedos con que había sido cerrada la parte navegable.

Por otro lado, un poco después de comenzado el fuego naval, tomaron posición en los espaldones especialmente construidos las baterías terrestres porteña e imperial que se sumaban así al bombardeo general. De esta manera a los encorazados, bombarderos, chatas bombarderas y cañoneros, les secundó la artillería de tierra.

Tronaron durante cinco interminables horas los cañones de la escuadra y algunas piezas de coheteras brasileñas situadas en la "zona de espera" y que era todo el apoyo de fuego propio con que contaban las fuerzas terrestres. Pero los aliados cometieron el error de no llevar más que 24 piezas de cañón de pequeño calibre; a los imperiales, a la izquierda, los acompañaron 8 piezas de cañón, 2 obuses y 4 coheteras, los porteños emplazaron en el centro 12 piezas ligeras de a 8.

La artillería paraguaya, sin embargo, no permaneció calladla; no solo era efectivo el fuego contra la artillería aliada sino que mantuvo a la escuadra lo suficientemente alejada de la posición de defensa como para dificultar la ejecución y corrección del tiro de las armas de mayor calibre. El fuego de contrabatería de los cañones de 68 y 32 paraguayos neutralizó varias piezas, el capitán Ortiz introdujo en el portalón del Ta- mandaré una de ellas, logrando desmontar su pieza de popa. Indudablemente la altura y posición de los barrancos favorecieron a los defensores de la trinchera y ocasionaron que todo aquel esfuerzo aliado fuese completamente infructuoso.

El fuego de la escuadra se prolongó hasta cerca del mediodía, sin resultados apreciables, a causa de que las cubiertas del terreno impedían a los artilleros efectuar un tiro observado. Pasaron sobradamente las dos horas que pidió Tamandaré y las fortificaciones permanecían intactas. A las 12 después de 5 horas que duró aquel cañoneo, en vez de dos que estaba previsto, y más de cien bocas habían lanzado 5.000 proyectiles, se silenciaron los cañones de la escuadra y se dio la señal de «misión cumplida» para que las columnas iniciaran el ataque.

Como estaba establecido en el plan aliado, el almirante Tamandaré hizo a las fuerzas de tierra la señal de que su tarea había sido cumplida, agitó en todas las naves la bandera blanca y roja, cuyo significado era la virtual desarticulación de la defensa y la luz verde para el asalto a la posición enemiga. El jefe de la escuadra mandó suspender el fuego que se realizaba contra la fortificación del frente terrestre, para concentrarlo sobre la batería de costa fluvial.

El comandante de la 3a División de la escuadra -capitán de mar y guerra José María Rodrigues - recibió la orden de subir más aguas arriba de Curupayty con los encorazados Brazil, Barroso y Ta mandaré, rompiendo al efecto la estacada, para ametrallar la batería enemiga, mientras el Lima de Barros, el Bahía, el Parnahyba, el Beberibe y el Magé, situados oblicua-mente a ella, del lado del Chaco, trataban de desmontar su artillería, compuesta de seis piezas de calibre 68 y algunas de calibre 32.

Los encorazados, que tenían la tarea de romper la estacada lanzando andanadas de metralla sobre la batería paraguaya de la barranca desde su cara posterior, levantaron ancla y siguieron aguas arriba a fin de barrer la retaguardia de nuestra trinchera, pero los obstáculos que encontraron, sin embargo, eran superiores a sus previsiones debido a la altura de la barranca, aquella no era visible de suerte que la mayor parte de los tiros fueron por elevación, excepto unos que otros que causaron unas cuantas bajas en nuestra gente.

También con las primeras luces, desembarcó el Batallón Nro. 16 de Voluntarios -que se hallaba a bordo de la escuadra como fuerza anfibia-, para que, como lo indicaba el plan, sus fuegos tomasen de desenfilada a los defensores de la fortificación. Desde la costa del Chaco, frente a Curupayty, con el objeto de fusilar a nuestros artilleros, pero ahuyentados por las piñas y las balas rasas que se les dirigieron, no impidieron en nada para que los marinos paraguayos hiciesen un fuego regular y certero sobre los encorazados que debieron haber sufrido bastante, no desaprovechándose una sola de nuestras balas.

La escuadra logró bombardear la posición desde pequeña distancia, pero no consiguió silenciar el fuego de la artillería enemiga y, por el contrario, algunos de sus barcos sufrieron averías de consideración. Una vez que se retiró el ejército, ella también lo realizó, situándose a la altura de Curuzú.

Recapitulemos ahora el ataque terrestre, a las 7.30 las tropas avanzaron a la posición de apresto, a más o menos a 1.500 metros de distancia del objetivo. Las columnas de ataque (las dos de la izquierda eran imperiales y las dos de la derecha porteñas) ocuparon la zona de apresto escalonándose en líneas sucesivas.

Había pues, llegado el momento de que el ejército se lanzara al ataque. Rasgó el aire el toque de clarines ordenando el avance. Hubo desfile previo, con oficiales de guante blanco, paso-redobles y marchas militares interpretadas "con alegría" por las bandas. Los batallones iniciaron la marcha hacia la muerte con paso lento y el alma henchida de coraje.

A la hora indicada las tropas aliadas destinadas a formar las 4 columnas de ataque y sus reservas generales marcharon a situarse en sus posiciones de espera predeterminadas por el comando aliado, allí aguardaron la señal de la escuadra para transponer la línea de partida. Allí esperarían nuevas órdenes o la señal para comenzar el ataque, que sería dada cuando la escuadra avisase haber cumplido la tarea previa que le incumbía. Solamente las dos columnas de la izquierda fueron adelantadas, durante ese tiempo, hasta una especie de posición de apresto.

Como lo hemos puntualizado anteriormente, poco después de haber empezado el bombardeo tomaban posición en un espaldón especialmente construido por la comisión de ingenieros con el siguiente material de artillería brasileña:

8 piezas rayadas y 4 coheteras, del cuerpo provisional de artillería a caballo;

2 cañones obuses (uno de a 12 y otro de a 14, de montaña) del batallón NQ 4 de artillería a pie.

Esta batería contaba con la protección del cuerpo de pontoneros (183 hombres).

Las piezas de campaña emplazadas no tardaron en abrir el fuego sobre la artillería de la trinchera avanzada y de la posición principal. Esta última contestó vivamente con cañones de 68 y 32 durante las cuatro horas de duelo de artillería, logrando arruinar el parapeto en sus dos extremos, especialmente en el izquierdo. Mas el personal de servicio de las piezas sufrió pérdidas insignificantes.

 

General José Eduvigis Díaz

 

A las 12.30 que el almirante Tamandaré dio por terminada la preparación de artillería en el momento en que la infantería cruzaba la línea de ataque y comenzó la batalla terrestre. Es cuando los 20.000 hombres iniciaron el ataque, a un aviso de las unidades brasileras, la Escuadra cesó el fuego sobre las posiciones para evitar batir a sus propias fuerzas.

Las cuatro columnas, ya indicadas en el orden de batalla, avanzaron sobre nuestras posiciones. Todas las columnas aliadas se pusieron en movimiento a la hora ya indicada, en perfecto orden, al son de clarines y al toque marcial. Pasado el tiempo de escurrimiento enemigo aparecieron los primeros batallones frente a la línea de defensa, con vistosos uniformes, alineados en rigurosa formación, marchando al son de música militar con sus banderas desplegadas.

Los porteños avanzaron por la derecha y los imperiales por la izquierda, buscando el apoyo de sus buques. Las dos columnas centrales -2a y 3a, según el plan establecido debía llevar el "ataque principal"- avanzaron sobre el objetivo de-terminado para cada una de ellas.

La batería brasileña de la izquierda había suspendido el fuego al comenzar la infantería el avance, preparándose algunas de sus piezas a acompañar a las columnas de asalto.

Las dos columnas de las alas (1a y 4a), en cumplimiento de sus misiones especiales, siguieron el movimiento general del centro para cooperar al mejor éxito de la operación.

En este dispositivo se adelantó el centro de las tropas de ataque, sufriendo desde el primer momento un fuego intensísimo de la artillería, mientras su marcha se veía entorpecida por el terreno fangoso y por los malezales.

Durante todo este tiempo la posición principal y aun la avanzada permanecieron tan quietas y silenciosas por lo cual se pensó que habían sido abandonadas. Los paragua-yos parapetados en sus trincheras dejaron que los enemigos se acercaran lo suficiente para batirlos, y cuando estuvieron a tiro de sus fusiles de chispa, empezó la batida. Pero apenas si el fuego produjo algún herido leve y silencio momentáneo en las piezas de artillería. Por el contrario, toda la tarea de adquisición de blancos y preparación de fuegos de los paraguayos debió desarrollarse durante esas cuatro horas en que los aliados permanecieron en las zonas de apresto.

Al aproximarse las tropas aliadas, el general Díaz ordenó el repliegue de la trinchera avanzada, que fue abandonada a las 10:30 bajo el fuego de las baterías enemigas, retirándose algunas piezas que tenía a la línea principal, seguidamente el comandante paraguayo mandó tocar diana y en su bravo alazán recorrió la trinchera arengando a la tropa que respondió con prolongadas vivas a la patria. De esta manera los paraguayos se retiraron de las posiciones de la primera línea evacuando hasta la artillería ligera que allí tenían montada; la línea fue tomada ruidosamente por aquella masa humana, que al decir de actores que sobrevivieron, era como: "tahyíré" (en guaraní: enjambre de hormigas).

Entusiasmados los aliados por la fácil conquista de la trinchera avanzada se lanzaron contra la línea principal de resistencia, pero en cuanto hicieron su aparición en el espacio libre, estallan nuestras baterías sucesivamente de derecha a izquierda; cruzan sus fuegos convergentes sobre ellas sembrando en sus filas confusión y muerte. El medio centenar de cañones paraguayos no cesan de hacer fuego un solo instante, la escuadra no había alcanzado a desmontar uno solo, los "abatíes" esparcidos con habilidad, rompían la unidad de los asaltantes, el humo de pajonales incendiados impedía ver a su frente, el agua de los esteros imposibilitaba la marcha, el fuego de 3.000 infantes defensores, ocultos en zanjas y detrás de parapetos de tierra, hacían las bajas numerosas e incesantes.

El fuego de los cañones servidos con prontitud e inteligencia, cruzando proyectiles sobre los acometedores, tuvo un efecto espantoso. Los batallones fueron precipitados sobre la derecha, y el centro de la línea aliada a paso de carga, haciendo un vivo cañoneo de sus parapetos improvisados. Los batallones que trajeron la primera carga fueron completamente deshechos y repitieron el ataque por segunda y tercera vez con bastante tenacidad, pero la influencia de nuestros cañones que repartían piña y metralla con mortífero y activo fuego de nuestros bravos infantes, que fusilaban a cuantos tenían a su alcance, se impusieron a los invasores, haciendo en el campo, muy especialmente en la aproximación de los fosos, una carnicería horrible.

No obstante esto, se llegaban a las primeras zanjas y los defensores se retiraban a las segundas. Parte de las fuerzas aliadas avanzaron hasta la segunda zanja ancha, profunda y llena de agua. Los aliados en sucesivas olas se acercaron y lo que hicieron fue amontonar cadáveres y heridos a lo largo de dos kms.

 

LAS COLUMNAS ATACANTES

Las dos columnas centrales, que formaban el ataque principal y, por lo tanto, responsables de la penetración prevista en el centro del dispositivo, avanzaron sobre la posición paraguaya. Parecía que, en efecto, la preparación había cumplido su propósito y que muy pronto la victoria estaría del lado aliado.

Los primeros quinientos metros se cubrieron en la primera hora hasta que primero el foso y luego el parapeto detuvieron el avance. La segunda columna avanzó tan rápido esos primeros momentos que la tercera debió tomar un ágil aire de trote para no perder el terreno.

Llegadas las fuerzas del centro a la primera trinchera, el foso y el parapeto detuvieron el avance. Con grandes dificultades -pues las únicas tropas disponibles de zapadores habían sido dejadas con la artillería de la izquierda- y sufriendo el fuego destructor de la artillería enemiga de la posición principal, las dos columnas centrales lograron salvar el doble obstáculo, utilizando en parte las fajinas y escalas que llevaban consigo las fuerzas de la primera y segunda líneas. Después de reorganizadas las unidades bajo el fuego, las dos columnas se lanzaron al asalto de la posición principal.

Los soldados pasaban cargando pesadas escaleras de gajos verdes de árboles, atados con fibras, muchas se deshacían y fatigaban a los soldados. Cada soldado traía un haz de junco o de madera, palos largos y escaleras, otros destinados a terraplenar y asaltar la trinchera, los fosos profundos requerían escaleras para trepar, las cuales fueron construidas, pero que para infortunio del ataque resaltaron cortas. Al centro llegaron a depositar los haces en los fosos de nuestra trinchera, mientras que a la derecha alcanzaron a echarse en los fosos hasta cinco individuos.

En vano tratan de utilizar sus escalas y fajinas que traían para sortear los fosos y trepar sobre los abatíes. Los aliados dieron dos embestidas sucesivas, intentaron hacer uso de sus escaleras, pero estas, en su mayor parte, estaban deshechas; se baten parcialmente a tiro de pistola con ardor incomparable, pero caen hombres tras hombres, y el sacrificio resulta totalmente estéril. Un enorme y certero volumen de fuego comenzó a cercenar vidas. ¡No es nada, cierren los claros, adelante! se decían los jefes aliados, ¡Adelante! repetían los soldados mientras saltaban sobre los muertos y los moribundos que caían despedazados por la metralla.

Caían segados, de esta manera, por centenares, retrocedían horriblemente destrozados, se arremolinaban, recibían refuerzos y volvían a la carga siempre con el mismo infortunado resultado los terribles fuegos cruzados de las trincheras paraguayas que se concentraron sobre ellas en todas direcciones, las enormes metrallas de las piezas de 8 pulgadas hacían un estrago atroz a una distancia de 20Ü a 300 yardas.

Así, el ataque principal se fue consumiendo lenta pero inexorablemente. La primera embestida clave y decisiva en todo ataque de penetración se fue desvaneciendo sin remedio con el correr de los minutos, y la mera posibilidad de derrota se transformaba rápidamente en la presunción de un desastre de proporciones alarmantes.

Las columnas del centro y de la izquierda ni se le acercaron, se detuvieron largo tiempo a causa de los casi intransitables esteros que debían atravesar y las trampas que sortear.

El movimiento de las cuatro columnas fue simultáneo, pero desde aquí pasamos describirlo de manera separada:

La 1a columna imperial aliada, mandada por el coronel Augusto Francisco Caldas, había recibido del vizconde de Porto Alegre la orden que aprovechando el terreno cubierto por donde debía actuar, fuese a ocupar una posición de apresto a proximidad de la trinchera avanzada enemiga. En consecuencia la columna se ubicó en la extrema izquierda, dentro del bosque y cerca del linde inmediato de la trinchera avanzada paraguaya; de acuerdo con lo previsto en el plan de ataque, al indicar que su acción sería concurrente, a menos que sobre el terreno no se viese que era mejor hacerla cabeza del movimiento. Resultó así que antes de darse la señal de avance general la columna del coronel Caldas, por su menor distancia, tuvo la mejor vía de acceso, fue la primera en empeñarse con el enemigo y en sentir los desastrosos efectos de su fuego.

Lo que no se imaginaban era que la posición paraguaya en el frente terrestre era sencillamente formidable, dada la forma como estaba organizada y debido también a los obstáculos naturales y artificiales en el frente y sus flancos. Solo el sector de la derecha en la parte inmediata al río Paraguay podía considerarse algo débil, a causa del monte de la costa, que permitía la aproximación del enemigo a cubierto, hasta pequeña distancia.

Este inconveniente del terreno cubierto fue subsanado con el gran saliente que habíase dado a la trinchera avanzada y con la colocación de las piezas de artillería más poderosas en la parte de la trinchera principal. Mas si la existencia del monte en ese lado de la posición era una desventaja para la defensa en el frente terrestre, constituía en cambio un elemento muy favorable para ocultar las obras a la escuadra enemiga, si pretendía bombardear la posición desde aguas debajo de Curupayty.

Con las dos brigadas desplegadas en primera línea bajo el fuego violento del enemigo, el intrépido coronel Caldas, en cumplimiento de sus órdenes, marchó sobre la trinchera avanzada paraguaya. La 3a Brigada había avanzado hasta la altura de la 2a; no bien las tropas salieron del monte marchó sobre las trinchera avanzada paraguaya, desguarnecida de sus defensores.

Bajo un fuego violento del enemigo, los imperiales salvaron con dificultad el obstáculo, siguiendo después al asalto de la posición principal, barridas sus filas por el fuego frontal y de enfilada de los paraguayos. La 7a Brigada, que seguía en segunda línea, no tardó en entrar en combate. Pero a pesar de este refuerzo y del que más tarde le llevó la 3a División brasileña (reserva general), enviada apresuradamente a la primera línea por el vizconde de Porto Alegre, fueron vanos los esfuerzos del coronel Caldas por salir airoso del ataque.

La columna imperial se estrellaba contra la extremidad derecha de la posición fortificada; durante toda su marcha estuvo expuesta al fuego de enfilada y cuando llegó cerca de la trinchera sufrió el fuego concentrado de muchas piezas que la ametrallaban terriblemente, llegando algunos de sus soldados hasta la trinchera, muriendo dos o tres en el mismo foso.

En la izquierda aliada se sostuvieron más tiempo con el apoyo de la escuadra y refugiándose en la elevación de aquel frente, pero nuestros proyectiles los persiguieron, y los cañones que servían sobre aquel costado haciendo fuego activo y certero, dejó casi por completo en el campo las columnas que allí avanzaron. Un varadero que conduce a la trinchera por aquel costado quedó completamente obstruido por montones de cuerpos mutilados.

Llegó un momento en que la matanza se hizo general en toda la línea; mientras los artilleros lanzaban gritos de entusiasmo descargaban sus cañones, los disparos de fusilería se sucedían sincrónicamente con cortos intervalos. Una hilera cargaba y otra hacía fuego, los que no hacían fuego lanzaban bombas de mano.

La llegada de la 3a División brasileña a la línea de fuego resultó más bien contraproducente, pues, la 3a Brigada, confundiendo a los lanceros a pie con tropas enemigas, se des-bando presa del pánico, a los gritos de "la caballería nos corta la retaguardia".

La 2a columna imperial aliada, al mando del general Alejandro Manuel Albino de Carvalho, se ubicó a la altura de la batería brasileña, situándose a su izquierda, cubierta en parte por el monte. Después de desplegar en línea la 1a Brigada y la "Auxiliar" y llevando a la 4a Brigada, formada en columna, a retaguardia del ala derecha, se dirigió sobre el centro de la fortificación enemiga.

Esta marcha de flanco, realizada a muy pequeña distancia de la posición enemiga y bajo el fuego concentrado de cañones y fusiles de los defensores, causó enormes pérdidas a la columna del brigadier Carvalho, sin que sus esfuerzos resultasen más afortunados cuando, una vez despuntada la laguna, la infantería continuó sobre el enemigo a través del bañado que prolongaba la laguna hasta el río Paraguay.

No habían terminado de sobrepasar los últimos hombres de la segunda columna la posición de las avanzadas de combate, cuando la cabeza encontró en su dirección de ataque una laguna crecida, típica de los esteros después de una semana de lluvias y una línea de abatíes que a los fines prácticos era equivalente a una alambrada valla doble con rollizos y caballos de frisa.

Su primera línea, ya antes de atravesar la primera trinchera, había sido reforzada por la 4- Brigada, que desplegó a la izquierda de la otras dos se vieron detenidas por las aguas de la laguna y por una línea de abatíes que emergían de una angosta faja de tierra firme. Considerando infranqueable ese doble obstáculo, aquellas doblaron a la izquierda buscando un terreno más adecuado para llevar el asalto.

Fue tal vez allí, en la resolución que adoptó el brigadier Carvalho, cuando quedó sellada la suerte de la batalla y empezó aquella tarde el infierno. Imposibilitado de seguir, con los «kambás» enterrados y chapaleando en los charcos negruzcos y movedizos cubiertos de lodo y bajo el fuego -infortunadamente eficaz- de la posición, ordenó Carvalho un giro a la izquierda para sortear el obstáculo.

El movimiento, que debió ser una maniobra de conversión o en todo caso un salto a la izquierda sin variar el frente ni la dirección de ataque, se transformó en un desfile frente a la posición tal como si un extenso tren carguero, avanzando perpendicular a ella, girara por sobre la vía en una curva de 90 grados y continuara su marcha ahora en forma paralela a la distancia eficaz de tiro de los fusiles. Una distancia ideal para la artillería de corto alcance.

En pocos minutos, la segunda columna del ataque principal quedó reducida a escombros y se esfumaron las esperanzas de victoria.

La 3a columna porteña aliada era compuesta por el I CE, mandada por el general Wenceslao Paunero. Iba a la cabeza de esta columna el coronel Rivas, que debió tomar el trote para ponerse a la misma altura de la que se hallaba a su izquierda, avanzó en una dirección paralela, haciendo entrar en línea la 1a División a la izquierda de la 4a, seguidas a distancia prudencial por la reserva general en columna.

Después de franquear con dificultad la primera trinchera, los batallones porteños siguieron rectamente sobre su objetivo, sin dejarse desviar de su dirección de avance por los nuevos obstáculos que surgieron a su paso. Mas las bajas producidas por el fuego enemigo y la inclinación hacia la izquierda de la segunda columna obligaron bien pronto al coronel Rivas a pedir refuerzos, siéndole enviada por el general Paunero la 2- División -perteneciente a la reserva general de la 3á columna- y más tarde, la 7- Brigada (de la 4a columna), que desplegó a la derecha de los batallones de Rivas.

Sin embargo fue imposible avanzar por el horrendo fuego enemigo y la inabordable barrera de abatíes. Haciendo un estéril alarde de valor las dos columnas centrales se sostuvieron algún tiempo al pie de la posición enemiga, esforzándose vanamente por penetrar en ella.

Pero era humanamente imposible vencer, bajo el horrendo fuego enemigo, la inabordable barrera de la línea de abatíes, que se componía de gruesos árboles espinosos, enterrados por los troncos, y que en más de treinta varas obstruían el acceso de la trinchera. Después de abrir dificultosamente varios pasadizos, algunas compañías lograron aproximarse a la trinchera, donde fueron diezmados por el fuego de la infantería paraguaya.

La 4a columna porteña aliada estaba compuesta por el 11 CE y mandada por el general Emilio Mitre, en la extrema derecha, algo a retaguardia, por entre montes y esteros. Tenía la misión especial de, como hemos dicho anteriormente, marchar paralelamente al bosque de nuestra derecha, cubriendo (por ese lado) las tres columnas anteriores y pronta a entrar igualmente al asalto general si así conviniere, siendo su objeto flanquear la posición enemiga* similar a la maniobra de

Curuzú si fuere posible; agregando más adelante que su misión era servir de punto de apoyo, tanto para avanzar, asaltar y flanquear, como para formar en orden a la tropa que penetre en las fortificaciones enemigas.

Al darse la señal de avance general, la cuarta columna se puso en movimiento en el orden que las divisiones tenían en la posición de espera; únicamente la 1a División permaneció en el lugar que debía cubrir. Por reconocimientos comprobó no ser posible flanquear la posición enemiga, se puso en movimiento en el orden que las divisiones tenían en la posición de apresto.

En la columna de la extrema derecha aliada primero avanzaron algunos batallones de infantería y se inclinaron buscando la izquierda de la trinchera paraguaya hacia donde condujeron una batería de cañones y caballería. La infantería fue obligada a entrar en la laguna Méndez, amagando flanquear la trinchera, pero aquel movimiento era falso, y así se retira-ron a los primeros cañonazos, replegándose a los que iban a acometer el centro y la derecha.

Batidas de frente por la artillería de la posición principal, las tropas de esta columna no tardaron también en recibir fuego de su derecha: fuego que a través de un claro del monte efectuaba una batería enemiga, emplazada en una península boscosa de la laguna López. Al mismo tiempo que la 4a División, apresurando la marcha, salía del radio de acción de la batería flanqueadora, la 3a División, cumpliendo la orden del comandante en jefe, desplegó con frente al nuevo enemigo, mientras una batería argentina acudía al mismo punto para contrabatir la batería enemiga.

Al llegar la 4a División al borde de la laguna y de la línea de abatíes que obstruían el avance hacia la posición principal, fue forzoso detenerse, ya que, por los reconocimientos practicados poco antes, se sabía que aquella era infranqueable. Dada la crítica situación en que se encontraban las unidades del coronel Rivas -que llevaban el asalto por la izquierda- fue enviada en su apoyo la VII Brigada, que entró en acción prolongando la derecha de aquellas.

El capitán Bernardino Caballero con su Regimiento N° 8 estaba situado detrás de la batería del ángulo para reemplazar con su gente a los artilleros muertos o heridos.

En el sitio donde se encontraba el batallón N° 9 que guarnecía la nueva trinchera, el abatíes era más ralo y el foso más angosto y menos profundo; por esta razón y por vía de pre-caución, para evitar cualquier incidente comprometedor, dicho batallón, cuando se aproximaba el enemigo por ese lado y fue reforzado por el Rgto. N° 6 al mando del capitán Gregorio Escobar.

Los capitanes de caballería, Caballero y Escobar se distinguieron en la jornada por su bravura, llegaron a mandar a los mismos infantes, y hasta servir algunas piezas de cañón que quedaron desguarnecidas.

 

LA MISIÓN DE EXPLOTACIÓN

Dentro del plan general de ataque de aniquilamiento de las fuerzas paraguayas que defendían el Cuadrilátero, le correspondió el ataque secundario al Cuerpo de Caballería del general Venancio Flores. Debía operar con una división de caballería e infantería montada, orientales, imperiales y porteños y dirigirse a San Solano, punto que se suponía a retaguardia de Curupayty.

El caudillo oriental al frente de unos 3.000 jinetes de la caballería aliada salió en la madrugada del día 22 para dar cumplimiento a la misión que le determinaba el plan conjunto. La acción de distracción del verdadero punto de ataque consistía en mover alguna caballería e infantería al extremo izquierdo de la línea de defensa paraguaya, acompañando al fuego de la escuadra un vivo cañoneo en el centro en la isla Carapá y en Piris, que fue contestado de suerte que hubo momentos en que el humo del cañón recorría casi toda la extensa línea de nuestra trinchera.

El general Flores, en efecto, había remontado el fangoso curso del Estero Bellaco Norte tres leguas hasta Paso Canoa, en cuyo punto atravesó el obstáculo después de vencer la resistencia de una guardia de 100 paraguayos; a la cual destrozó, matando a muchos y haciendo de 18 a 20 prisioneros. Siguió después hacia el norte, contorneando las posiciones enemigas, para detenerse en la tarde a la espera de noticias sobre los sucesos que debían haberse producido en la costa del río Paraguay.

La vanguardia, a las órdenes del coronel Ocampo (de la caballería correntina), continuó más allá para descubrir el terreno hasta cerca de San Solano, que quedaba en ángulo recto con la izquierda de los paraguayos y a dos leguas y media de ese punto y a cuatro de Curupayty. Regresando después a incorporarse al grueso.

Siguió el bombardeo de las trincheras paraguayas y quedó a la espera de noticias de Curupayty para proseguir el ataque. De las informaciones que recogió Flores, no pudo saber siquiera la distancia exacta de la población que debía ocupar.

Las noticias que esperaba el general Flores y que habrían de indicarle su acción futura llegaron durante la noche, siendo portador de ellas el doctor Carvalho (jefe de la Comisión de ingenieros del I Cuerpo de ejército brasileño), enviado por el mariscal Polidoro a objeto de anunciarle el fracaso del ataque de Curupayty. En la madrugada del 23 se retiró, escopeteado por los paraguayos, que los habían sentido sabiendo este jefe que el ataque a Curupayty había fracasado, se retiró a tiempo.

Estas operaciones demandaron del 17 al 22 de setiembre, y Flores en vista del desconocimiento de lo que estaba ocurriendo en el ala izquierda de la maniobra o por cobardía, se reintegró a sus bases, sin consecuencias decisivas para el desarrollo de la gran batalla planeada.

En el campamento de Tuyutí, el 21 de septiembre, teniendo en cuenta de que al día siguiente sería llevado el ataque a Curupayty, se habían tomado disposiciones para la cooperación oportuna de las tropas del mariscal Polidoro y del general Flores, no bien se recibiese el aviso -la señal que realizaría la escuadra- de que ya había comenzado el ataque; e igual-mente para imprimir a su acción ofensiva la intensidad necesaria, de acuerdo con los progresos que realizasen las tropas que atacaban a Curupayty.

Junto con una esquela del general Mitre, en que a las ocho de la mañana del día 22, le anunciaba que "empieza el bombardeo de Curupayty, y de dos horas contamos llevar el asalto", el mariscal Polidoro se enteró por el observatorio establecido en Potrero Piris la comunicación de que la escuadra, por medio del patacho Iguazú anclado en la boca Laguna Piris había izado la señal N° 1, equivalente a "la escuadra comenzó el ataque de Curupayty".



Las señales preestablecidas con la escuadra imperial eran las siguientes:

SEÑAL

N°     MENSAJE

1       La escuadra principia el ataque a Curupayty

2       Curupayty silenció sus baterías

3       El ejército comienza el ataque

4       Curupayty es nuestro

5       Conviene un ataque general

6       Nuestras fuerzas vuelven a sus posiciones anteriores

7       Siguen sobre Humaitá

8       Alcanzan la victoria

9       El enemigo huye en desbande


Ateniéndose a las instrucciones recibidas del general Mitre, de que "el bombardeo (de la escuadra) será para V. E. simplemente la señal preventiva, debiendo reservar sus mayores esfuerzos para concurrir simultáneamente al ataque de las fuerzas de tierra por esa parte, el mariscal Polidoro quedó esperando que le fuese hecha desde la escuadra la señal N° 3 o la N° 5, recién para dar a sus tropas la orden de llevar a cabo la demostración contra las posiciones enemigas de su frente.

El Cuerpo bajo el mando de Polidoro, tuvo la misión de estar en apresto y oportunamente entrar en acción, sobre el frente paraguayo, vale decir la línea de Rojas, iniciando con una demostración de fuerza y los reconocimientos activos no hubo novedad de importancia.

En consecuencia realizó un recio bombardeo contra el centro y derecha de la posición paraguaya, la artillería imperial hizo fuegos de ablandamiento sobre la línea adversaria lanzando 1.071 proyectiles que, empezando a las 7.30 duró hasta las 16.30; además hizo adelantar dos batallones de fusileros que para llamar la atención del enemigo avanzaron sobre las trincheras, pero fueron rechazados por el fuego violento de la artillería paraguaya, para luego regresar a sus bases. Sin moverse el Cuerpo tuvo una decena de bajas, inclusive un oficial.

Mas en todo el día no se recibió otra señal en el campo de Tuyutí, llegando recién en la noche una comunicación del general Mitre -enviada de Curuzú a las cinco de la tarde- con la noticia de que había fracasado el ataque a Curupayty. La primera fue recibida, mas la segunda no llegó.

Esta omisión del almirante fue la causa de que las tropas de Tuyutí no respondiesen a lo que de ellas se esperaba, de acuerdo con lo convenido entre los generales aliados.

 

EL DESÁNIMO Y EL MIEDO

Hacía más de dos horas que el combate se sostenía encarnizado contra el centro y la derecha de la posición paraguaya, sin que los asaltantes lograsen el menor éxito, se llegó a pocos metros de la trinchera blasonada con una gran bandera paraguaya y aunque la voluntad de llegar se incrementaba a cada paso, al fin las fuerzas se agotaron. Hubo algunas luchas desiguales y aisladas en el interior de las trincheras, donde los paraguayos se defendieron a sable y revólver, al caer la tarde, el ataque fue desvaneciéndose.

A los vítores del asalto respondía el cañón con nuevas descargas que hacían clarear las filas aliadas, pero lo mismo el ataque continuó pese a la muerte, al fuego, al malezal, al bañado, a la fatiga y al horror.

Revolcándose en su propia sangre^ entremezclada con sudor, los hombres llegaron exhaustos hasta el parapeto donde el ataque se quebró. A partir de las cuatro de la tarde, con todas las columnas estaban detenidas ya sin reservas, sin apoyo alguno.

Hubo una falsa noticia de que los brasileros habían penetrado por la izquierda a las líneas enemigas, se trataba de la 1a columna, la que atacaba por la margen del río había entrado en las trincheras paraguayas por la izquierda. Una lucha encarnizada, en la que las granadas, la metralla y la bala rasa enemiga habían diezmado a las tropas aliadas, barriendo compañías enteras y raleadas enormemente las filas, vino la orden de retirada, pero a pocos momentos se ordenó la renovación del ataque.

La respuesta no se hizo esperar, motivó esta nueva tentativa de asalto, que tuvo peores resultados que la primera. Otra vez cargaron los pocos que quedaban, cumpliendo la orden que solo sirvió para aumentar las bajas y la desolación.

En la 2® brasileña, al principio, el repliegue operó en orden, con clama admirable. Pero después, el Batallón 11 de Voluntarios cerraba la columna que recibía la mayor parte del fuego, introdujo el desorden en el resto. Entonces se aflojaron los lazos de disciplina, y el Ejército, perdiendo la formación, se hizo un entrevero horrible, ondulando en la planicie bajo un volcán de hierro y fuego. En vano, en el borde del monte el coronel Da Costa a tiros de fusil y lanzazos intentaba restablecer el orden.

Para las cuatro de la tarde el enemigo fue completamente rechazado en toda la línea, sin salvarse de los numerosos batallones que trajeron el ataque, sino heridos que se arras-traban, y algunos centenares de dispersos que en su retirada eran todavía diezmados.

Apreciando que ni con el empleo de las últimas reservas se obtendría una victoria decisiva y que mantenerse allí era acrecer las pérdidas, se acordó hacer replegar simultáneamente todas las tropas comprometidas en el ataque, protegiéndolas con las reservas generales. La retirada definitiva de las tropas aliadas, en extremo fatigadas, se impuso al fin, después de cuatro horas de un combate encarnizado y sangriento, con sacrificio de tantas vidas y sin causar al enemigo daño alguno.

Eran las 4 de la tarde cuando Mitre se persuadió del fracaso del plan y no le quedó más remedio que ordenar la retirada. El generalísimo justificaba su decisión manifestando que en esa circunstancia, habiéndose puesto de acuerdo con el barón de Porto Alegre, y viendo que no era posible forzar ventajosamente la línea de abatíes para llevar el asalto general sino comprometiendo sus últimas reservas, y que una vez dominada la trinchera no se obtendrían los frutos de tal victoria parcial desde que no se conservasen tropas suficientes para penetrar en orden en el interior de las líneas y hacer frente allí a las reservas del enemigo, de esta manera acordaron mandar replegar simultáneamente y en orden las columnas comprometidas en el ataque, reuniendo previamente todos sus heridos y trayéndolos a hacia sus reservas.

Pero ya mucho antes algunas tropas aliadas habían comenzado a retroceder. Primero se realizó la retirada con algún orden y luego el pánico se apoderó de los deshechos atacantes, cuando corrió el rumor de que los paraguayos salían de sus trincheras en su persecución, convirtiéndose en un desbande general sin ningún orden en dirección de Curuzú. A las 17 el ejército aliado estaba de regreso.

Aquella marcha retrógrada infernal, ese tétrico desfile de regreso coronado por los alaridos salvajes de los vencedores, cerró por fin aquel infausto primer día de la primavera de 1866. En ese momento, el sol de Curupáyty iba ocultando su disco sangriento, detrás de ese hacinamiento de hombres despedazados, e iluminaba con luz vaga y triste aquel cuadro de desolación.

La Escuadra Aliada sufrió importantes averías en sus Unidades y numerosas bajas en su tripulación. Los encorazados que habían subido arriba de las baterías, tan luego sintieron el rechazo de las fuerzas de tierra, siguieron el movimiento retrógrado. La escuadra entonces enfiló proa hacia el sur abandonando la posición que había ganado al norte de Curupayty y cesando el fuego.

Pronto, la línea telegráfica que ligaba a las tropas paraguayas en Curupayty con Humaitá y Paso Pucú, donde se encontraba López con su estado mayor y la reserva general, se saturó de comunicaciones, con nuevas de la victoria. La efectividad de los fuegos y las bajas producidas a las distancias largas se transformaron en una masacre.

En tanto que el general Díaz, se mantuvo de pie durante todo el tiempo que duró el combate atrás de la batería que comandaba el Cap. Ortiz y recién cuando el enemigo se pronunció en retirada montó a caballo y recorrió toda la trinchera echando vivas y mandando tocar dianas. El sargento Cándido Silva, a las 4 y media de la tarde hacía sonar el agudo y prolongado toque de clarín, que pregonaba la brillante victoria, generando un inmediato clamor que se elevó por toda la línea.

El general Díaz pidió permiso para salir en persecución del enemigo, pero el mariscal López, quien se mantuvo en constante comunicación telegráfica y por medio de sus ayudantes, prohibió terminantemente la operación porque la persecución tendría que hacerse por el mismo camino recorrido por los aliados, paralelo al río, bajo el fuego directo de toda la escuadra enemiga.

La reserva, en Paso Pucú, no tuvo orden de moverse hasta que la victoria de Curupayty fue evidente, entonces se envió al Batallón 12 a juntar armas y dos regimientos de caballería para cortar a Flores. Se comenzó a recoger un riquísimo armamento que se calcula alcanzaría a los que se ven en el centro a más de cuatro mil fusiles, no se cuenta sino con muy poco del armamento que han traído los acometedores de la derecha, pues está hecho astillas, y era la parte en que el desastre fue más completo por el efecto de los cañones de grueso calibre.

Se tomaron también la bandera del 2B batallón de voluntarios imperiales, un portaestandarte de la legión militar, nueve cajas de guerra, cornetas, instrumentos de músicos y otros despojos, como capas, monedas, ollas, pailas y otros mil objetos que cubrían el lugar de la pelea. El Batallón 12, que combatió semidesnudo, pudo vestirse con los uniformes que les quitaron a los muertos porteños. Muchos otros uniformes, quitados a los que sobrevivieron completaron el vestuario de los paraguayos que habían llegado a la batalla solo en harapos.

 

 

ATAQUE DE LA ESCUADRA BRASILEÑA A LAS BATERÍAS DE CURUPAYTÍ

EL DÍA 22 DE SEPTIEMBRE DE 1866 (DETALLE)

Óleo sobre tela de CANDIDO LÓPEZ

50x 149.5 cm. (Año 1901). Colección Museo Nacional de Bellas Artes- República Argentina

 

 



CAPÍTULO IV

LA PASMOSA VICTORIA

LAS BAJAS

 

Un horroroso espectáculo presenta el teatro de aquel sangriento drama, en que se ve pintado el mortal y terrible descalabro que la alianza acaba de sufrir. Sangre y cadáveres a montones, cuerpos mutilados, fusiles, lanzas, sables repartidos en desorden y en que se ven los estragos de nuestros proyectiles; es el cuadro luctuoso que deja el invasor en su esfuerzo feroz e impotente de domeñar la cerviz de un país libre.

Toda la extensión era un campo de batalla, no habiéndose visto en la presente guerra una mortandad igual. Solamente en el frente de los valientes batallones números 27 y 9, que estaban en la trinchera del centro, se ha contado más de tres mil cuerpos. El suelo estaba teñido de sangre, el agua enrojecida por la que abundante corría de los cuerpos de miles de heridos.

Los lamentos de los que sufrían dolores agudos, con el tronar incesante de los cañones enemigos, que aumentaban el número de bajas, los batallones en esqueleto y deshechos, daban al conjunto un aspecto pavoroso.

Entre los muertos se ven a muchos jefes aliados, infinidad de oficiales, cuyas espadas, gorras, bandas y charreteras forman los trofeos de nuestros valientes. Entre los jefes muertos se ha conocido al famoso coronel Charlone, que ya había hecho conocimiento de nuestros soldados en la jornada de Corrientes, y que trajo con bastante ímpetu la carga sobre nuestro centro. Murió de resultas de las heridas, atravesado el brazo y el pecho por varios balazos.

El hijo del Presidente -en ejercicio- de la Argentina, Fran-cisco Paz, otro hijo del candidato opositor, Domingo Fidel Sarmiento (que fue luego Presidente) y un sinnúmero de jóvenes de lo más selecto de la clase dirigente argentina quedó en aquel profundo foso de aguas tan oscuras como la suerte de quienes debieron abordarlo. En algunas unidades, todos -jefes y oficiales- terminaron muertos o heridos.

Enormes fueron las bajas sufridas por los aliados, los porteños admiten 2.050 bajas entre muertos y heridos de las cuales 16 jefes y 147 oficiales, los imperiales conceden 1.950, entre las cuales había 201 jefes y oficiales, pero se piensa que fueron mucho más, hasta rozar la cifra de los 5.000. Dichas cifras oficiales representan, respectivamente, el 40 y el 20% de los efectivos empeñados.

Esas bajas se produjeron en dos o tres horas de combate y víctimas de acciones individuales por medio de armas portátiles de un solo tiro, de bayoneta o de artillería de eficiencia incomparablemente menor a la actual. No fue obra de grandes concentraciones de fuego ni bombas de gran tamaño.

Las bajas, los heridos y muertes podían preverse con absoluta certeza. Dado la fortaleza de las posiciones y el efecto de los fuegos de defensa, el ataque machacó durante cuatro horas (desde el mediodía hasta las cuatro de la tarde) fervorosa e incansablemente, cada vez con mayor dificultad, no solo por el fuego y la fortificación enemigos, sino por el número de cadáveres que obstaculizaban el movimiento, en un relativamente escaso frente, equivalente al lo que hoy podría ser el de un batallón; todo un ejército de fuerzas combinadas, con un efectivo de 20.000 hombres, en cuatro columnas, asaltó una posición inexpugnable bajo el fuego de los defensores desde todas las direcciones posibles.

Según George Thompson en su libro La Guerra del Paraguay la trinchera de Curupayty estaba defendida por 49 piezas de artillería de calibres entre 8 pulgadas y 6 libras. El día 22 de setiembre de 1866 los aliados atacaron la posición al mediodía. Desde que partieron de su base en Curuzú fueron continuamente bombardeados desde varias direcciones por la artillería paraguaya. Comenta Thompson que las "metrallas y racimos de las piezas de 8 pulgadas hacían un estrago horrible a una distancia de 200 a 300 yardas (180 a 270 metros) ‘‘. El ataque fue suspendido luego por Mitre al constatar el enorme número de bajas y el poco progreso del avance, que apenas llegó hasta los bordes del foso frente a la trinchera paraguaya. Los paraguayos hicieron como 7.000 tiros de cañón, según Thompson.

De aquí podemos sacar un estimativo del peso de los proyectiles utilizados ese día en Curupayty. De los 49 cañones, 8 eran obuses de 8 pulgadas. Así obtenemos que cada pieza hizo 140 disparos aproximadamente ese día (sin considerar que los cañones más pesados tienen una velocidad de fuego menor que los livianos). Si de los 140 disparos efectuados, estimamos que 100 fueron de metralla y racimos (munición anti-personal) y los cuarenta restantes balas sólidas (de mayor alcance, durante la aproximación del enemigo); tenemos que ese día se arrojaron más de 80 toneladas de munición.

La concentración del fuego en un reducido espacio es lo que explica la enorme mortandad que aquejó a los atacantes en la sangrienta jornada de Curupayty.

Las bajas paraguayas no llegaron a 100, o sea menos del 2 % del efectivo de los defensores de las trincheras; dicho de otra manera por cada paraguayo muerto sucumbieron aproximadamente 50 aliados. La mayoría de poquísimos muertos y heridos fueron ocasionados por las fuerzas anfibias de des-embarco: los Rifleros del Chaco, el esbozo de ataque al flanco, apenas insinuado, fue lo único que dio frutos a los aliados aquel infausto día.

Entre los jefes fallecieron el teniente coronel Miskowsky y el mayor Albertano Zayas que fue víctima de una bala de cañón y entre los oficiales el teniente Jaime Lezcano, joven de dieciocho años, ayudante del Mariscal a quien mató una bala de rifle, que le atravesó el cuello; uno de los heridos fue el teniente Urdapilleta.

 

EL REMOLINO DE REPERCUSIONES

Curupayty tuvo una trascendencia enorme: en el orden militar paralizó al ejército de la alianza que demoró un año largo en recobrar el ánimo y reiniciar su actividad. La estabilización es casi absoluta; se produjeron con tinuos bombardeos y empresas tácticas de reducidas proporciones que no modificaron en forma sensible la situación de ambos ejércitos. La guerra tomó características de la lucha por la ocupación de posiciones que ambos adversarios mantenían. Transcurrieron 14 meses, durante los cuales no hubo ningún encuentro de importancia.

En el orden psicosocial el resultado de la batalla tuvo además una dolorosa repercusión en el Río de la Plata: indignación, llanto e inculpaciones fueron los primeros efectos que tuvo la terrible noticia. Muchas importantes familias habían perdido hijos y ahora, mientras digerían la terrible realidad, se preguntaban cuales serían los siguientes pasos de Mitre.

El desastre de Curupayty produjo una profunda impresión en la opinión pública de los países de la alianza, abrió profunda disidencia entre los aliados, disidencia que se iría ahondando con el tiempo. Como consecuencia de la derrota, los jerarcas de la alianza, Mitre, Porto Alegre, Tamandaré, Polidoro, sufrieron duras campañas de prensa en Buenos Aires, Río de Janeiro y Montevideo.

Mitre, en particular, como autor del plan y responsable de su ejecución, soportó una crítica acerba. Tamandaré, por su parte, fue blanco de iguales o más duros ataques; se ridiculizó su jactanciosa promesa de descangallar Curupayty en dos horas, cuando en realidad el bombardeo de la escuadra solo dejó en la fortificación ligeros rasguños. Porto Alegre, Polidoro y Flores también recibieron su cuota de cargos y denuestos.

La derrota provocó un hondo clamor pacifista en la Argentina, con las advertencias de Alberdi y Guido Spano en la mente y movidos por las desesperadas murmuraciones en las calles, sugerían una retirada lo más rápido posible. El sentimiento de unidad se fue evaporando, las provincias del interior empezaron a manifestar cada vez mayor descontento y era cuestión de tiempo la explosión de la guerra civil.

En el orden político, cierto descontento existía en las provincias argentinas desde la batalla de Pavón, que fue aumentando a medida que el tiempo transcurría sin que el conflicto internacional llegara a su fin. En mayo de 1866 fueron simples montoneras y una revolución en Catamarca; un mes después un movimiento subversivo más importante en Córdoba.

En el Litoral y en el interior muchos expresaban un profundo resentimiento por el curso de los acontecimientos y algunos incluso incitaban a una rebelión. En Entre Ríos el gobernador Urquiza apenas podía controlar a su clientela que quería una abierta ruptura con el gobierno porteño.

La situación interna se agravó a fines de 1866, a raíz de una revolución estallada en el oeste. Curupayty se convirtió en una antorcha que inflamó el norte argentino, se alzaron armas Cuyo y La Rioja contra los atropellos del ilegítimo régimen mitrista, tambaleó el gobierno unitario.

Efectivamente el 9 de noviembre el contingente ("voluntarios" llevados con cadenas al frente de guerra) reclutado para cubrir las bajas de Curupayty, se subleva en Mendoza con el grito ¡Viva la patria!, ¡Vivan nuestros hermanos paraguayos! Los gendarmes que el gobernador Videla manda a contenerlos se unen a los sublevados, abren las puertas de la cárcel a algunos periodistas presos por "paraguayistas" y se hacen dueños de la ciudad.

El gobernador huye apresuradamente, estalla la revolución de los colorados, la primera de una serie que agitará el noroeste argentino. A poco, el sanjuanino Juan de Dios Videla se lanza sobre su provincia; en enero de 1867 Juan Sáa levanta San Luis. El famoso guerrillero de Chilecito, Aurelio Salazar escapa de la cárcel de Córdoba y levanta los gauchos de los llanos (La Rioja), la tierra de Facundo Quiroga y el chacho Peñaloza, para entrar en triunfo en la capital de su provincia.

Para sofocar este movimiento se formó un cuerpo expedicionario, al mando del general Paunero, para someter a los montoneros liderados por los caudillos federales citados, pero no tuvo éxito; se impuso hacer concurrir, iniciado en 1867, a varios cuerpos porteños del ejército de operaciones en Paraguay, y hasta el general Mitre debió abandonar el campo de operaciones y marchó apresuradamente a su patria, al frente de una división para enfrentar a los rebeldes.

En el estado Oriental, el Partido Blanco, empeñado en conquistar la perdida situación, obligó al general Flores a empacar sus pertenencias y a trasladarse a Montevideo en setiembre de 1866, apenas culminada la batalla. Dejó en su lugar al general Enrique Castro, quien quedaba al mando de una pequeña fuerza, "la División Oriental", compuesta de unos 500 hombres, solo nominalmente uruguaya, pues muchos de sus efectivos eran paraguayos obligados a luchar contra su país.

En Montevideo encontró a su partido, el Colorado, total-mente dividido y al Partido Blanco, que había echado del poder por la fuerza, en vías de restablecerse y volverse contra él. Solo contaba con los imperiales, de los cuales seguía siendo un lacayo, para mantenerse en el poder, debido a que éstos todavía tenían tropas estacionadas en la capital oriental y a lo largo de la frontera.

En Brasil, después de la indignación producida por el apresamiento del vapor Marqués de Olinda, la invasión a Mato Grosso y la ulterior penetración de Estigarribia en Río Grande del Sur, que permitió formar el ejército con numerosos voluntarios, el entusiasmo por la guerra había disminuido sensiblemente. Las contribuciones voluntarias a la guerra hacía tiempo se habían diluido de la vida cotidiana y todo hombre que podía evadía el servicio en la Guardia Nacional; para conseguir reclutas cada vez más se recurría a la incorporación de esclavos para reemplazar a los blancos.

Solo el emperador Pedro II defendía una inalterable política belicista, machacando sobre la victoria total como único resultado honorable. Para lograr este recalcitrante propósito el emperador impuso como comandante en Jefe de la tríplice a Luis Alves de Lima y Silva, el marqués de Caxías.

En el plano internacional, simultáneamente con Curupayty llegaba la protesta de Chile, Bolivia, Perú y Ecuador con relación al tratado de la Triple Alianza considerando que por él se desmembraría a Paraguay. Para la diplomacia de los países del Pacifico, la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay rompía la unidad americana en un momento en que se requería la unidad continental contra agresiones europeas.

 

 

 

TRINCHERA DE CURUPAYTÍ, 1866 (DETALLE)

Óleo sobre tela de CANDIDO LÓPEZ

50x 150 cm. (Año 1899)

Colección Museo Nacional de Bellas Artes- República Argentina


 

ASALTO DE LA 3ra. COLUMNA ARGENTINA A CURUPAYTÍ, 1866 (DETALLE)

Óleo sobre tela de CANDIDO LÓPEZ

49x 152 cm. (Año 1893)

Colección Museo Nacional de Bellas Artes- República Argentina



ASALTO DE LA 4ta. COLUMNA ARGENTINA A CURUPAYTÍ, 1866 (DETALLE)

Óleo sobre tela de CANDIDO LÓPEZ

50.3x 148 cm. (Año 1898)

Colección Museo Nacional de Bellas Artes- República Argentina

 

 

CONCLUSIÓN

Han dicho los que pretenden devaluar la victoria de Curupayty que es típicamente un rechazo, cuyos fundamentos tácticos se reducen a:

Elección del lugar en una zona y espacio de tiempo impuesto por el enemigo.

Defensa pasiva y ausencia de concepción operativa.

Perdidas ínfimas en personal y material con relación a los del adversario.

Resultados local y parcial concretados en la paralización de una operación ofensiva planeada y ejecutada por el enemigo.

Contra el primer argumento afirmamos que los preceptos de la defensiva dictan que el atacante tiene la iniciativa en cuanto a la hora, local, dirección y valor de las fuerzas de ataque; cabe al defensor tomar los pasos pertinentes para evitar la sorpresa, a fin de obtener oportunamente aviso e informaciones sobre el enemigo.

Es cierto que la caída de Curuzú no daba otra alternativa al mariscal López que la defensa a ultranza de Curupayty. Pero también, como ocurre en todas las guerras, los aliados cometieron muchos errores que tuvieron una incidencia decisiva en el resultado de la batalla, lo que trataremos de evaluar en detalle.

En primer lugar el desconocimiento del terreno por parte de los aliados. El fracaso del ataque reconoce como causa principal la ignorancia de los jefes aliados sobre las características principales de la posición enemiga y aun sobre las condiciones del terreno a recorrer por las columnas asaltantes.

En el comando aliado existió una negligencia muy grande de las exigencias requeridas por las operaciones de gran vuelo, que comporten rodeos por terreno difícil y desconocido, con reuniones problemáticas sobre la retaguardia del enemigo, sin un cálculo exacto de las distancias a salvar y de los inconvenientes que deberán presentarse; asimismo, una incomprensión de los resultados que se proponían obtener mediante simples amagos sobre los flancos o demostraciones sobre el frente de una extensa posición sólidamente fortificada y defendida, atribuyéndose una importancia excesiva a empresas secundarias, cuya debilidad y limitación en la ejecución no podían engañar mayormente al adversario.

El general Garmendia -se preguntaba: ¿Cómo fue posible lanzar una operación de semejante envergadura a "ciegas", contra lo que él llama la fortificación de Curupaytí? ¿Cómo es posible -se pregunta, también Beverina- haber iniciado el ataque aquel día infausto del 22 desconociendo el estado de la fortificación y sin haber hecho los reconocimientos mínimos, no solamente de la posición, sino también del terreno intermedio? ¿Y cómo es posible -se pregunta- que a ciegas se haya pensado destruir una posición dejando a los zapadores con la reserva sin opción alguna para intervenir?

Es posible que la configuración del terreno y las características de la posición hayan impedido pensar en un envolvimiento. La aproximación del atacante se vio además entorpecida por el terreno fangoso y los malezales.

Las lluvias habían inundado las partes bajas y colmado el foso que cubría la posición paraguaya, transformó los charcos en bañados, los bañados en lagunas y todo el campo en un ex-tenso pantano, que se constituyó en un aliado poderoso que cambió totalmente la fisonomía del terreno. Incluso el ataque debió aplazarse cinco días por causa de la lluvia.

No exploraron las posiciones enemigas suficientemente y, sobre todo, no se construyeron paralelas para acercarse a las trincheras bastante cubiertas para hacer menos sensibles las pérdidas de los atacantes.

Sin duda, la prescripción de que las unidades de la primera y segunda línea fuesen provistas de fajinas y escalas era muy adecuada, pues con ella se trataba de poner a las tropas de asalto en condiciones de vencer las resistencias pasivas de los obstáculos creados por el enemigo. Por otra parte, la carencia de artillería y escasez de zapadores, tal como se concebía su empleo en las operaciones de ruptura, hacían impracticable una penetración.

Mas lo que no tiene explicación es el haberse dejado al batallón de pontoneros (o más bien de zapadores, dada la naturaleza de sus tareas) a retaguardia de la posición de la artillería brasileña. Desde el primer momento debió ser distribuido entre la 1a y 2a columnas para allanarles el camino, evitándoles largas detenciones bajo el fuego de la artillería enemiga, como sucedió al llegar las tropas a la trinchera avanzada. Eso ya se había hecho en el combate del 16 de julio (Boquerón) y también, aunque algo tarde, en el Sauce, dos días después. Por lo tanto que no puede argüirse que se carecía de antecedentes respecto a la modalidad de empleo de los zapadores en el asalto de fortificaciones.

También influyeron en el contraste las formidables condiciones naturales de la posición, aumentadas por las lluvias y las excelentes obras que en ella realizaron los paraguayos. Debe también destacarse que esos días de lluvia demoraron el ataque una semana modificarían el perfil del terreno y que -como dicen los que relataron la batalla- debieron tenerse en cuenta y efectuar los reconocimientos necesarios.

La falta de reconocimientos a fondo -aun recurriendo al combate- de las formaciones enemigas y del terreno de avance, era una responsabilidad muy grande que recaía en el comando superior. Más de ella no quedan exentos -por lo menos en lo que al reconocimiento del terreno de avance se refiere- los jefes de columnas, quienes, con la excepción del jefe de la 4a, permanecieron inactivos durante cuatro horas del bombardeo de la escuadra.

En segundo lugar la escasa información; nadie se lanzaba a ciegas contra una obra de fortificación. El desconocimiento de la situación del enemigo en la posición y de las características principales de ésta, de sus obras accesorias y del terreno de avance, por parte de casi la totalidad de los comandos del ejército atacante.

Indudablemente, para el número de combatientes en acción, Curupayty constituía un desfiladero que estaba defendido por 5.000 hombres incluyendo la reserva. De haber procedido de esta forma, el comandante de la segunda columna hubiese tal vez evitado esa descabellada marcha de flanco que debió realizar a 300 metros de la fortificación enemiga, bajo el mortífero fuego concentrado de sus defensores, por haber encontrado en su avance un obstáculo que estimó in-franqueable.

La desdichada marcha de flanco frente a la posición esquivando aquellos bañados y lagunas "fantasmas" aparecidos de la noche a la mañana, haciendo un movimiento que debió parecer a su comandante inevitable, pero a la vez de tremendas consecuencias y funestos resultados para todo el resto de la operación.

En tercer lugar en relación a los principios de guerra, no puede decirse lisa y llanamente que no se cumplieron, pues sabemos que son solo guías, no obligatorias, para la planificación y conducción de las operaciones, no todos se aplican en un combate, pero el hecho de no utilizarlos implica asumir riesgos calculados. Estos principios, que se conocían de manera intuitiva desde tiempos inmemoriales, fueron formulados explícitamente por el mayor general J. F C. Fu 11er en su obra: The Foundation of the Science of War (Fundamentos de la Ciencia de la Guerra) e incluidos en el Reglamento de Servicio de Campaña -del ejército norteamericano- edición 1921, tal como los conocemos hoy son: sorpresa, ofensiva, maniobra, objetivo, sencillez, economía de medios, masa, unidad de mando y seguridad.

En relación al principio de maniobra, debemos aclarar que implica en su definición la combinación del fuego y el movimiento. En cuanto al movimiento debemos esclarecer también que existen dos niveles el operacional y el táctico.

En el nivel operacional, estando tan íntimamente ligadas las tres operaciones a realizar simultáneamente por los generales Mitre, Polidoro y Flores, el fracaso de cualquiera de ellas debía esterilizar el éxito que hayan podido obtener las otras dos. Aspiraba a golpear, a lo largo de todo el frente, las tropas que cerraban el camino al corazón del Paraguay.

Los aliados no podían, sin dividir peligrosamente sus fuerzas ante un enemigo que operaba en líneas interiores, flanquear por su derecha la línea de Rojas, frente a Tuyutí. Allí las fortificaciones parecían inexpugnables. Entonces decidieron tantear por la izquierda, siguiendo el río Paraguay, con el apoyo de la escuadra.

El plan del enemigo era romper por Curupayty hacia Humaitá y poner al ejército paraguayo entre dos fuegos, aislado por la fortaleza. Venían sobre seguro creyendo que no encontrarían a su paso obstáculos de consideración.

En realidad, se pretendía dar una batalla de aniquilamiento con el fin de limpiar el peligro que significaba aquel ejército invasor, hasta pocos meses atrás, y cumplir con el objetivo final de la campaña que era acabar con López.

Se fijaba, además, una suerte de embrión de envolvimiento en el flanco derecho, por un sector de lagunas, bañados y esteros donde el desplazamiento era prácticamente imposible y por lo tanto solo una ilusión. Las mayores distancias a que obraban las dos columnas encargadas de actuar sobre los flancos, por las dificultades del terreno y la ignorancia en que a este respecto estaban los generales aliados y, por último, por las comunicaciones muy lentas.

Esta operación de flanqueo de Flores apoyada por la presión de los hombres de Polidoro tendía más a ser una explotación del éxito y/o persecución, es decir, cuando se hostiga al enemigo derrotado mientras se retira y si además esa retirada ocurre en desorden, que una maniobra operacional de envolvimiento. Quizás esta pomposa denominación operacional solo sea el justificativo, a posteriori, de la impericia de Mitre.

En el nivel táctico se eligió el ataque frontal con intención de transformarlo en ataque de penetración, si es que se daban las condiciones, contra una posición fuertemente organizada, precedido de un intenso fuego de preparación. Es obvio que aquella maniobra frontal -que podía según su desarrollo, transformarse en ruptura o envolvimiento- requería, para ser exitosa, una superioridad de medios tal, que eliminara la debilidad propia de las acciones frontales poco aptas para rápidas decisiones.

Infortunadamente para los aliados, la posición defensiva, lejos de ser una débil línea, constituía una posición fortificada, apoyada en los flancos, con un terreno casi intransitable, con una capacidad de apoyo de fuego sorprendente. La maniobra frontal, por tanto, no era en este caso la más indicada y el resultado de la batalla mostró una vez más que solo las maniobras envolventes -las que obligan al adversario a abandonar la posición para hacer frente a la amenaza en su reta-guardia- prometen éxito.

Así la única explicación posible de aquella ligereza es que la elección de la maniobra táctica respondió al simple hecho de que en la mente de los conductores de la tríplice existía la idea de que no se podía hacer otra cosa. Pero si la maniobra frontal es por su naturaleza la que supone mayores dificultades para la victoria, también es en la que la incidencia de los errores y falencias en la conducción se multiplican en forma geométrica.

En cuanto a la potencia de fuego se destaca la ineficacia del bombardeo por la escuadra de Tamandaré, la capacidad de destrucción otorgada a la armada imperial, que no pudo cumplir ni siquiera una mínima parte de la misión que le fuera encomendada ¿Qué fue lo que pasó por la mente de los comandantes de la escuadra que teniendo ante sus ojos a pocos metros una poderosa fortificación, fueron no obstante, capaces de pronunciar aquella famosa frase, del almirante imperial, que se repitió luego miles de veces para justificar el desastre? ¡Em duas horas descanglharei tudo esso!

Emprender el ataque con 20.000 hombres, después que la escuadra hubiera acallado el fuego de 50 cañones que defendían Curupayty y abierto brechas, era un plan sensato, que debió dar resultados. Tamandaré prometió realizar esta obra en dos horas, pero pocos le creyeron. La escuadra podrá evolucionar con poca eficacia, porque las barrancas del río eran muy altas.

La artillería terrestre de campaña aliada era débil e insignificante. Lo muy escaso de la artillería de campaña agresora: 24 piezas de pequeño calibre inapropiadas para la destrucción del obstáculo y de la artillería enemiga, por ser de pequeño calibre. Ya se ha visto que la artillería de los barcos, situada debajo de las barrancas, no podía ser eficaz.

En relación al principio de masa, tampoco la hubo porque en la distribución de tropas no se dio a ninguna de las columnas el poder suficiente para romper el frente.

En relación al principio de sorpresa, no la hubo, como resulta fácilmente comprobable que la trinchera de Curupayty fue para los aliados una sorpresa mayúscula, pues no era posible imaginar que se construyera una posición inexpugnable en 15 días. Cayeron en una trampa y sufrieron una masacre. Fue la culminación de una estrategia, no solo una táctica acertada.

En relación al principio de economía de fuerzas, solo después de haber hecho todo lo humanamente posible por obtener aquellos datos que permitiesen adoptar una resolución consciente, que asegurase el éxito con los menores sacrificios, debía decidirse el ataque graduando los medios de acuerdo con las dificultades a vencer por las distintas agrupaciones. La decisión del alto mando de la tríplice de desplazar al II CE porteño del campo de Tuyutí a Curuzú implicó un cambio del centro de gravedad del aliado que pasó a la orilla del río Paraguay.

La operación de un ataque frontal con apenas esbozo de esfuerzo principal que preanunciaba la idea de penetración sin precisar en qué lugar del frente sería efectuada.

La posición de Curupayty era el ala derecha de las defensas de Humaitá y lógicamente, no era el lugar para llevar el ataque principal enemigo. La triple acción operativa en que se basó el plan estratégico aliado del 8 de setiembre, realizado el 22 del mismo mes, resulta una reedición de la desgraciada ofensiva paraguaya sobre Tuyutí, del 24 de mayo, agravada por la mayor distancia a que obraban las agrupaciones encargadas de actuar sobre los flancos, y por las dificultades también acrecidas del terreno por la lluvias y características propias.

En relación al principio de objetivo, en la conducción aliada, el plan de operaciones de los aliados era un modelo de claridad y precisión en lo formal. Era en rigor, una orden de operaciones con un concepto de la operación y una idea de apoyo de fuego y bases para el empleo de reservas, que dejaba librado a las circunstancias el sector donde incidiría el ataque principal y la oportunidad y forma de empleo de las tropas de reserva.

Pero el dispositivo táctico del escalonamiento en profundidad, las reservas parciales, generales y de observación, ponía en manos de los comandantes de campo la totalidad de las reservas sin que el generalísimo aliado pudiese intervenir en la batalla.

En relación al principio de unidad de mando se perdió mucho tiempo en este ataque, lo que permitió al enemigo aumentar sus medios de defensa. Se hicieron evidentes los graves inconvenientes de la falta de unidad en el comando, y de que la escuadra brasilera se manejase independientemente, desde que no obedecía o discutía el almirante Tamandaré las órdenes del general en jefe.

Fue también el primer ejemplo funesto de un ejército combinado y conjunto donde los celos, la estupidez, la ignorancia y la ambición de la gloria, de vigencia y de participación, fueron puestos delante del bien común y del interés del conjunto. El comandante supremo aliado Bartolomé Mitre abandonaba su elevada posición y descendía a nivel de los comandantes de campo en busca de los laureles de la victoria.

Está visto que Mitre y sus aliados han querido sangre, que no quisieron tratar, que no gustaron entrar por el terreno de la conciliación. Sin embargo, en la tropa, el rumor de un inminente desastre y cierto desánimo se propagaba como la peste. Las trincheras, decían, eran inexpugnables. Al acercarse la mañana del ataque y con el correr de las horas, algunos jefes se tornaron pesimistas.

La concentración de medios, las condiciones meteorológicas y la ambición de Mitre de llevarse la gloria personal del triunfo son los factores que intervinieron decisivamente para postergarse el ataque a las posiciones de Curupayty, y no la Conferencia de Yataity Corá. No pueden eludir Mitre y sus aliados la tremenda responsabilidad que pesa sobre ellos en haber sacrificado a millares de sus hijos del pueblo que claman por la paz.

Contra el segundo argumento decimos que la doctrina dicta que se debe organizar una posición para mantenerla a toda costa, cosa que se cumplió porque ningún enemigo logró sortear la trinchera principal de Curupayty, se cumplió con el precepto de utilizar el terreno en forma adecuada. Se usó juiciosamente el poco tiempo disponible, dejando para el planeamiento en dos días 7 y 8 de setiembre y trece días para la ejecución, del 9 al 21 del mismo mes.

El revés sufrido por los paraguayos en Curuzú los puso en situación diabólicamente difícil, como comentó el mariscal Francisco Solano López a sus Ayudantes. En Curupayty dos kilómetros arriba de Curuzú, solo había una "estacada". No era posible traer allí al grueso del ejército, que contaba con unos 25.000 hombres, sin debilitar la extensa línea de Rojas, frente a las dos terceras partes del ejército aliado. Tan así es, que apenas se pudieron destacar 5.000 hombres para defender Curupayty.

Efectivamente en plena maniobra estratégica defensiva y previo fracaso de una entrevista entre Mitre y Solano López para cesar la guerra en Yataity Corá, los paraguayos organizaron una posición defensiva algunos kilómetros al norte de Tuyutí, entre el río Paraguay y la laguna Méndez, en un paraje denominado Curupayty.

Así es que lo que al principio parecía una débil línea defensiva, se transformó en una poderosa posición fortificada que de la noche a la mañana, cambió el firme y llano terreno por otro que por sí mismo, configuraba un obstáculo infranqueable.

A todo esto debe sumarse la preparación de las posiciones de fuego para la artillería y su posterior ejecución, que fueron claves para la victoria paraguaya. Dice Thompson que López hizo venir de la "cárcel" a un "experto", el mayor Zayas, que era el jefe de toda la artillería de la posición defensiva. Un tiro de escuadra -afortunado- que dio extraordinariamente en el blanco, mató finalmente en la mañana de ese día a este brillante jefe.

En cuanto al principio de unidad de mando, López se mantuvo en su cuartel general de Paso Pucú, que era un centro de comunicaciones, con el grueso del ejército, informado al minuto por medio del telégrafo de lo que ocurría en la extensa línea del frente.

El general José Eduvigis Díaz, a cuya inteligencia y valor estaba recomendada la defensa inmediata del puesto, despreciando el peligro y con la sangre fría que le es peculiar, atendía toda la línea de la trinchera, y repartía sus órdenes. Las balas le hacían la corte removiendo el terreno en su rededor; hubo momentos en que no pudo escribir un telegrama dando parte de la actitud de lucha, porque la arena que levantaban los proyectiles cubría el papel, pero este afortunado general salió completamente ileso.

Algunos días después de la batalla, en un banquete de vencedores, en Humaitá, el general Díaz, comandante de Curupayty, dijo en medio de un frenesí de aplausos y vítores en guaraní, que la construcción de la trinchera "más formidable de la historia" se había hecho en diecinueve días, trabajando como hormigas bajo el sol y la lluvia, de día y de noche, sin dormir y sin descanso y sin que los de abajo (los porteños) vieran nada.

En cuanto al principio de sencillez, el plan paraguayo era muy sencillo, coherente y acorde a los medios que disponía el comando en ese momento: consistía en defender todo el frente, entre el río Paraguay y la laguna López, todo el tiempo que fuera posible. En caso de que alguna penetración se insinuara en algún punto de la posición la reserva, ubicada en paso Gómez, con fuerzas estimadas en un regimiento de infantería reforzado, contraatacaría con misión de restituir el frente. En suma: la acción se reduciría a una defensa a toda costa, incluyendo la tarea de impedir el pasaje de la escuadra de Tamandaré, no se presumía ninguna operación de contraataque.

En relación al principio de seguridad, gracias a que se construyeron correctamente los abrigos y se camuflaron las posiciones de la vista de las fuerzas terrestres y navales aliadas las armas paraguayas que estaban intactas, al inicio del avance aliado, no fueron afectadas por el fuego de ablandamiento de la escuadra. Para negarle informaciones al enemigo sobre la posición defensiva, para lograr esto se empleó una fuerza de seguridad, en la trinchera avanzada, que impidió el reconocimiento prematuro, el enemigo solo consiguió avistar la trinchera adelantada, no tuvo conocimiento de la línea principal, lo que constituyó para él una sorpresa.

Se tomaron medidas activas para impedir el reconocimiento, ya sea por el fuego de artillería o el envío de patrullas de combate (partidas), en cuanto a contra información se enviaron mensajes falsos a través de desertores que influyeron en el ánimo del enemigo y permitieron ganar tiempo.

Se planearon los fuegos de acuerdo a la capacidad de las armas de modo a utilizar eficazmente por los fuegos directos e indirectos de los elementos de primer escalón concentrándose mortalmente para causar estragos en filas del enemigo, se ubicaron y distribuyeron correctamente las fuerzas de combate de modo a bloquear las vías de acceso favorables hacia la posición defensiva. Se mantuvo una reserva adecuada y colocada de manera a atender el mayor número de alternativas posible; una parte fue ubicada en el flanco izquierdo y otra parte ubicada cerca de los puntos vulnerables de la línea principal de resistencia y para que las propias fuerzas pudieran mantener los accidentes capitales, se eligió correctamente la línea principal de defensa, así como se castigó duramente al enemigo que pretendía sobrepasarnos por la vía fluvial, se utilizaron eficazmente las barreras y se combinaron con obstáculos artificiales colocados a corta distancia de las posiciones paraguayas, los que pronto paralizaron el movimiento de la infantería aliada, por lo que esta se desangró en el campo de batalla sin que nadie pudiese modificar la crítica situación en que se encontraba.

En consecuencia hubo sorpresa al encontrarse contra nuestras posiciones inexpugnables defendidas por tiradores de gran puntería tanto infantes como artilleros. Las tropas paraguayas estaban fuertemente atrincherados, tenían 50 cañones en batería, el frente esta defendido por troncos de árboles con ramas espinosas entrelazadas, el terreno es pantanoso en gran parte, los fosos son profundos y los taludes y escarpas muy empinados.

Contra el tercer argumento advertimos que la falta de persecución era una imposición lógica de las circunstancias: ni la configuración de la trinchera permitía una salida simultánea en pos del enemigo, rechazado, ni la situación era tal que una persecución ofreciese mayores ventajas de las obtenidas, a causa no solo de los pequeños efectivos paraguayos sino de la superioridad numérica de las tropas empeñadas por el adversario, sin contar que los mismos obstáculos que habían quebrado el empuje del atacante entorpecerían la acción de las tropas que fuesen lanzadas a la persecución.

En relación al principio de ofensiva, para aumentar las perdidas del enemigo, el comando paraguayo pudo ordenar la salida de algunos batallones por el extremo derecho de la fortificación, los cuales cubiertos por los bosques hubiesen podido molestar seriamente a las unidades de la primera y segunda columnas, cortando fracciones de tropas y causándoles numerosas bajas hasta hallar abrigo dentro del reducto de Curuzú.

¿Qué hubiera ocurrido si ordenaba perseguir al enemigo destrozado en Curupayty? No lo sabemos, pero presumimos que un desastre. El enemigo tenia intacta su artillería, factor decisivo del rechazo de Tuyuti, su caballería, la escuadra y, a sus espaldas, la trinchera de Curuzu. La persecución tendría que hacerse por el mismo camino recorrido por los aliados, paralelo al río bajo el fuego directo de toda la escuadra enemiga.

La sorpresa de tan imprevista y decisiva victoria maniató a los paraguayos dentro de las posiciones hasta varias horas después, cuando López despachó al Batallón 12, que era reserva en Paso Gómez. El general Díaz pidió permiso para salir en persecución del enemigo, pero el mariscal López quien se mantuvo en constante comunicación telegráfica y por medio de sus ayudantes, prohibió terminantemente la operación porque la persecución tendría que hacerse por el mismo camino recorrido por los aliados paralelo al río bajo el fuego directo de toda la escuadra enemiga.

Inferimos que en vez de ser un efecto negativo es un éxito notable en los anales de la historia militar y un resultado brillante para quienes concibieron y ejecutaron de la operación defensiva.

Por nuestra parte debemos admitir, que aunque en inferioridad de condiciones, no supimos aprovechar la peligrosa división en dos partes del ejército aliado, no se tuvo una actitud agresiva a fin de explotar las oportunidades y recuperar la iniciativa estratégica.

Contra el cuarto argumento constatamos que los aliados no podían, sin dividir peligrosamente sus fuerzas, ante un enemigo que operaba en líneas interiores, flanquear por su derecha la línea de Rojas, frente a Tuyutí, López había conseguido obligar al enemigo a concentrarse en el terreno donde los paraguayos eran más fuertes sin dejarle otra opción posible que el ataque frontal. La fortuna y el infatigable trabajo en la posición dieron forma a un obstáculo que los aliados no pudieron superar y que, como se verá, prolongó la guerra algunos años más y mantuvo a las fuerzas imperiales y porteñas más de catorce meses sin actividad.

La idea estratégica concebida por el mariscal López y ejecutada brillantemente por el Gral. Díaz, significó la paralización de la actitud ofensiva aliada, iniciada auspiciosamente con la toma de Curuzú y la destrucción de casi la mitad del ejército aliado, con el consiguiente aumento de la moral paraguaya y la desmoralización enemiga. Represento también el fracaso de la tentativa de trasladar el centro de gravedad de la guerra desde el frente Rojas Tuyutí hacia el litoral, donde contaba con el poderoso concurso de la escuadra, nuevamente inutilizada.

No obstante el beneficio a su aplastante superioridad, perdieron la iniciativa estratégica con la derrota, su plan fracasó por emplear las armas de manera descoordinada, la infantería por su lado, la caballería por otro, los zapadores no intervinieron y la escuadra haciendo de artillería «volante», no pudiendo combinarse entre sí, sin que se coordinaran las acciones de los brazos de ejército aliado.

López había conseguido obligar al enemigo a concentrarse en el terreno donde los paraguayos eran más fuertes sin dejarle otra opción posible que el ataque frontal.

Las bajas se produjeron en dos o tres horas de combate y victimas de acciones individuales por medio de armas portátiles de un solo tiro, de bayoneta o de artillería de eficiencia incomparablemente menor a la actual. No fue obra de grandes concentraciones de fuego ni bombas de gran tamaño.

Estas bajas, los heridos y muertes podían preverse con absoluta certeza, dado la fortaleza de las posiciones y el efecto de los fuegos de defensa el ataque machacó durante cuatro horas (desde el mediodía hasta las cuatro de la tarde) fervorosa e incansablemente, cada vez con mayor dificultad, no solo por el fuego y la fortificación enemigos, sino por el número de cadáveres que obstaculizaban el movimiento, en un relativamente escaso frente, equivalente al lo que hoy podría ser el de un batallón, todo un ejército de fuerzas combinadas, con un efectivo de 8000 hombres, en cuatro columnas, asaltó una posición inexpugnable bajo el fuego enemigo desde todas las direcciones posibles.

El desastre de Curupayty, como hemos dicho, obliga a los aliados a paralizar las operaciones, la estabilización es casi absoluta; se producen continuos bombardeos y empresas tácticas de reducidas proporciones que no modifican en forma sensible la situación de ambos ejércitos. Transcurrieron 14 meses, durante los cuales no hubo ningún encuentro de importancia.

El resultado de la batalla tuvo una dolorosa repercusión en el Río de la Plata: indignación, llanto e inculpaciones fueron los primeros efectos que tuvo la terrible noticia. Las provincias de Mendoza, San Juan, La Rioja y San Luis manifestaron abiertamente su hostilidad hacia la guerra y se opusieron al envío de nuevos contingentes, lo que obligó a Mitre a dejar el Teatro de operaciones y a retirar la mitad de su contingente, 5.000 hombres, para enfrentar las montoneras locales.

El remolino la victoria de Curupayty tuvo repercusión internacional con la protesta de los países del Pacífico que condenaron la agresión de los aliados al Paraguay, que la consideraron como atentatoria a la unidad continental frente a la agresión europea.

La desvalorización está en que la fuente común de los historiadores partidarios y contrarios de la causa paraguaya. Como en la guerra el primer muerto es la verdad, ellos (los aliados) ganaron todas las batallas -salvo la de Curupayty, que fue un desastre inocultable- y en ellas morían tres paraguayos por cada aliado.

Un triunfo completo, espléndido, que ha inmortalizado nuestras armas en la formidable lucha que por nueve horas han sostenido nuestros soldados con asombrosa bravura en las trincheras de Curupayty.

Sin disputa la victoria de Curupayty es la más brillante que hemos obtenido en la Guerra contra la Triple Alianza. La alianza aún no ha sentido un descalabro igual, y las circunstancias en que se produjo causaron una irreparable su enorme pérdida. Los resultados han sobrepasado nuestras esperanzas, siendo la victoria del 22 de setiembre por sus pro-porciones, resultados y circunstancias.

Curupayty es la diadema más preciosa que ostenta la frente laureada de la Patria; de hoy en adelante ese nombre se registrará el primero en el catálogo de nuestras inmarcesibles glorias y será la palabra tremenda que arroja el escarnio y la derrota sobre los osados pretenciosos conquistadores de nuestro país.

Curupayty como hemos visto no es solo una batalla afortunada, por el contrario es, sin lugar a dudas, la victoria más brillante del ejército paraguayo en la Guerra contra la triple alianza producto del valor, la abnegación y el coraje del soldado paraguayo, la concepción y ciclópea voluntad del mariscal Francisco Solano López para llevarla a cabo y la impecable ejecución táctica del general José Eduvigis Díaz.

Como dijera Sun Tzu:

"La invencibilidad es una cuestión de defensa, la vulnerabilidad, una cuestión de ataque. Mientras no hayas observado vulnerabilidades en el orden de batalla de los adversarios, oculta tu propia formación de ataque, y prepárate para ser invencible, con la finalidad de preservarte".

Lo notable es que nunca se dio la importancia suficiente a esta victoria, el mariscal López no consideró necesario instituir una medalla a las tropas defensoras, la única concesión que se hizo al comandante táctico victorioso, el general Díaz, fue la liberación de la cárcel del padre Fidel Maíz. Nos preguntamos si una victoria contundente que costó tan pocas vidas no tiene el mérito suficiente para ser valorada como un paradigma de la defensa nacional, por ejemplo, podría haber sido declarada como día de las Fuerzas Armadas, debido a que en ella cooperaron la artillería de costa naval con el ejército y dentro de este infantes, jinetes, artilleros y zapadores, en vez de una oscura ordenanza que lo único que establecía era transformar las antiguas milicias urbanas coloniales en guardia nacional.

Por todo esto podemos afirmar que es difícil encontrar un caso similar en los fastos de la historia militar un hecho de armas con resultados tan positivos.

Y como dijera Ramón Cárcano, quien no es precisamente un simpatizante de nuestra causa:

"Curupayty resulta una obra de arte del mariscal y la derrota sorprendente de los aliados... Es una consecuencia de un conjunto de errores militares... Nunca en América se derrama más sangre en una batalla de pocas horas y solo matan las armas paraguayas. Fusiles y cañones no perforan entonces las trincheras de Curupayty".



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EL AUTOR

Egresó, en 1979, de la Academia Militar "Mcal. Francisco Solano López" como Sub Teniente de Infantería de la Promoción "Cnel. Luis Caminos", con premio al mejor egresado en Táctica General.

Realizó los siguientes cursos:

Curso de Estado Mayor Con-junto en la Escuela Superior de Guerra París (Francia), de Gerente Júnior en Administración de Recursos Humanos (CAES-UNA), Congreso Internacional de historia militar y Museos de Armas (Madrid, España), Licenciado en Historia de la UNA, Licenciado en Ciencias Militares por la Academia Militar "Mcal Francisco Solano López", tiene aprobadas todas las materias de las carreras de sociología y ciencias políticas de la Universidad Católica, de Post-Grado: de Formación Docente Universitaria; de Reforma del Estado; de Política y Estrategia Nacional, Doctorando en Historia, Magíster en Planificación y Conducción Estratégica Nacional y Magíster en Historia Medieval de Castilla y León por la Universidad de Valladolid.

Es Académico de número de la Academia de Historia Militar del Paraguay, miembro de la Comisión Directiva del Colegio de Egresados de Historia de la República del Paraguay, del Instituto de Investigaciones Históricas "Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia", de la Sociedad Argentina de Estudios Medievales, miembro correspondiente del Instituto de Historia y Cultura Militar del Uruguay "Coronel Rolando Laguarda Trias" y del Instituto de Historia Militar Argentina. Profesor Asistente de la Cátedra de Historia Medieval y Docente Libre de la Cátedra de Historia Antigua en la Carrera de Historia de la Facultad de Filosofía de la UNA. Fue comisionado como Técnico altamente calificado por el Ministerio de Defensa Nacional para la elaboración del Programa de Gobierno 1999 - 2003 de la Presidencia de la República, Conferencista en diversas instituciones educacionales civiles y militares; Ponente en congresos y encuentros a nivel nacional e internacional, autor de numerosos artículos en revistas y periódicos sobre temas históricos y de defensa. Mención especial en la orden general del Comando en Jefe de las Fuerzas Armadas por excelente desempeño como miembro de la comisión redactara de la política militar 2.000 - 2.020, Jefe de Delegación Nacional en la visita a los Ministerios de Defensa de Francia y Gran Bretaña como parte del proyecto de modernización institucional del Paraguay con la Unión Europea, Ex Director General del Instituto de Altos Estudios Estratégicos, docente investigador de la Universidad Nacional del Este.

 

 

 

 


ARTÍCULOS SOBRE EL LIBRO PUBLICADOS EN EL DIARIO ABC COLOR

 


LIBRO SOBRE LA VICTORIA DE CURUPAYTY APARECE HOY

La victoria de Curupayty, preparada por el mariscal Francisco Solano López y conducida por el general José Eduvigis Díaz, es el tema del libro que aparece hoy con el ejemplar de nuestro diario.

 

El general José Eduvigis Díaz, héroe que condujo operativamen- te la victoria de Curupayty.

Falleció en febrero de 1867 tras ha- ber recibido una granada./ ABC Color

 

Esta obra del historiador Hugo Mendoza es el volumen número doce de la colección “A 150 años de la Guerra Grande”, de ABC Color y la editorial El Lector.

Curupayty fue uno de los episodios más gloriosos de las fuerzas paraguayas durante la contienda de la Triple Alianza, y Hugo Mendoza narra toda la dramaticidad que tuvo la batalla, desde su preparación hasta su epílogo, con la masacre sufrida por las fuerzas aliadas, tras la victoria ofensiva de los guaraníes.

En su libro, Mendoza describe crudamente el espectáculo que presentaba el teatro de aquel drama.

Sangre y cadáveres a montones, cuerpos mutilados, fusiles, lanzas, sables repartidos en desorden.

La cantidad de muertos de los aliados fue terrible. Solamente de los batallones 27 y 9, se contaron más de tres mil cuerpos. “El suelo estaba teñido de sangre y cubierto por los cuerpos de miles de heridos”, sostiene el autor.

Entre los muertos estuvieron muchos jefes aliados, infinidad de oficiales. Por ejemplo, el famoso coronel Charlone. También murieron en Curupayty el hijo del presidente en ejercicio de la Argentina, Francisco Paz, y el de Domingo Faustino Sarmiento.

Los porteños admitieron 2.050 bajas entre muertos y heridos, de los cuales 16 eran jefes y 147 oficiales; los imperiales admitieron 1.950, entre las cuales había 201 jefes y oficiales, pero se piensa que fueron mucho más, hasta rozar la cifra de los 5.000. Dichas cifras oficiales representan, respectivamente, el 40 y el 20% de los efectivos empeñados.

Esas bajas se produjeron en dos o tres horas de combate y muchos de los muertos fueron víctimas de acciones individuales por medio de armas portátiles de un solo tiro, de bayoneta o de artillería de eficiencia incomparablemente menor a la actual.

Las bajas, los heridos y muertes podían preverse con absoluta certeza. Dada la fortaleza de las posiciones y el efecto de los fuegos de defensa, el ataque machacó durante cuatro horas (desde el mediodía hasta las cuatro de la tarde) fervorosa e incansablemente, cada vez con mayor dificultad, no solo por el fuego y la fortificación enemigos, sino por los cadáveres que obstaculizaban el movimiento.

Las bajas paraguayas no llegaron a 100, o sea menos del 2 por ciento del efectivo de los defensores de las trincheras.

La mayoría de los poquísimos muertos y heridos se debió a las fuerzas anfibias de desembarco: los Rifleros del Chaco. El esbozo de ataque al flanco, apenas insinuado, fue lo único que dio frutos a los aliados aquel infausto día.

Entre los jefes paraguayos fallecieron el teniente coronel Myzkowsky y el mayor Albertano Zayas que fue víctima de una bala de cañón. Entre los oficiales, el teniente Jaime Lezcano, joven de dieciocho años, ayudante del Mariscal a quien mató una bala de rifle, que le atravesó el cuello. Otro de los heridos fue el teniente Urdapilleta.

Publicado en fecha: 24 de Noviembre de 2013

Fuente en Internet: www.abc.com.py



LA GRAN VICTORIA DE CURUPAYTY

Mañana, domingo, aparecerá con el ejemplar de nuestro diario uno de los libros más esperados de la colección “A 150 años de la Guerra Grande: “Curupayty”, del historiador paraguayo Hugo Mendoza, quien describe todo lo referente a la mayor victoria paraguaya contra la Triple Alianza.

Curupayty fue inexpugnable para el ataque aliado, lanzado el 22 de setiembre de 1866. Esa defensa desplegada sobre un terreno con características peculiares sustentó la actividad bélica paraguaya, y con ello se logró la victoria, afirma Hugo Mendoza.

La trinchera realizada tuvo 2.000 metros de extensión, para aprovechar mejor la configuración del terreno y sacar máximo provecho de los fuegos. El trazado de la trinchera incluía ángulos entrantes y salientes que permitían el tiro cruzado.

Detrás de la línea de abatíes se construyó un foso mortal en cuyo lecho apuntaban hacia arriba escalofriantes estacas puntiagudas. Este pozo tenía 3 metros de ancho por aproximadamente 2 metros de profundidad. Inmediatamente después venía el parapeto con abrigos para el personal como para las municiones. Las grandes lluvias hicieron que estos obstáculos quedaran ocultos bajo el agua.

Cuando las obras de defensa, a cargo del general José Eduvigis Díaz, estaban todavía en ejecución, por informes de los “pomberos”, el mariscal López sabía de la concentración de fuerzas en Curuzú. Para ganar tiempo, el Mariscal distrajo la atención del comando aliado invitando a Mitre a una conferencia, en Yataity Corá.

El 22 de setiembre de 1866 amaneció un día radiante; los aliados tenían ventaja en hombres de 4 a 1 y en artillería de por lo menos 2 a 1 si se tienen en cuenta los cañones de la escuadra fluvial brasileña.

El fuego de la escuadra se prolongó al mediodía, sin resultados apreciables, a causa de que las cubiertas del terreno impedían a los artilleros efectuar un tiro observado.

Pasaron sobradamente las dos horas que pidió Tamandaré y las fortificaciones permanecían intactas. A las 12, después de 5 horas que duró aquel cañoneo, en vez de dos como estaba originalmente previsto, y más 5.000 proyectiles lanzados, se dio la señal para que las columnas iniciaran el ataque.

Para las cuatro de la tarde el enemigo fue completamente rechazado. La retirada definitiva de las tropas aliadas, en extremo fatigadas, se impuso al fin, después de cuatro horas de un combate encarnizado y sangriento, con sacrificio de tantas vidas, sobre todo argentinas, brasileñas y uruguayas. Las fuerzas de López tuvieron pocas bajas. Cuando Mitre se persuadió del fracaso de su plan, ordenó la retirada.

El general Díaz se mantuvo de pie durante todo el tiempo que duró el combate, y recién cuando el enemigo se retiró montó a caballo y recorrió toda la trinchera echando vivas y mandando tocar dianas.

El sargento Cándido Silva a las 4 y media de la tarde hizo sonar el clarín, que pregonaba la victoria. De inmediato la celebración recorrió toda la línea paraguaya.

Los hilos telegráficos que ligaban Curupayty con Humaitá y Paso Pucú, donde se encontraba López, se saturaron de comunicaciones con nuevas de la victoria.

Publicado en fecha: 23 de Noviembre de 2013

Fuente en Internet: www.abc.com.py

 


 

UNA ESTUDIADA FORTIFICACIÓN QUE DETUVO A LOS ALIADOS

La gran victoria paraguaya lograda el 22 de setiembre de 1866 en la batalla de Curupayty, Ñeembucú, es el tema que encara el libro del mismo nombre escrito por el historiador compatriota Hugo Mendoza y que aparecerá el próximo domingo 24 con el ejemplar de nuestro diario, como parte de la colección “A 150 años de la Guerra Grande” preparado por la editorial El Lector y ABC Color.

 

El mariscal López y el general Díaz, en un cuadro pintado

por el artista italiano Héctor da Ponte en 1941./ ABC Color

 

Lo de Curupayty se dio gracias a una planificada fortificación ordenada por el propio Francisco Solano López. En la defensa del bastión cumplió una gran gestión el general José Eduvigis Díaz.

De acuerdo con lo que señala Hugo Mendoza en su libro, el mariscal tenía muy claro el hecho de que una derrota en Curupayty era el fin de la guerra y también el suyo. Reconoció este grave peligro que para su posición fortificada, en torno a Humaitá, representaba la pérdida de Curupayty, pues el flanco derecho y la espalda de su posición del estero Bellaco quedarían a merced de un ataque de las tropas desembarcadas en la orilla del río Paraguay.

Intervinieron en la ejecución de los planes de defensa de Curupayty el general José E. Díaz y los ingenieros coronel George Thompson (inglés) y Francisco Wisner de Morgenstern (húngaro).

También merece especial mención el técnico teniente coronel Leopoldo Myzkowsky (polaco y abuelo del dramaturgo Julio Correa) como colaborador del general Díaz en el trazado de los planes de fortificación. Myzkowsky murió en la batalla defendiendo las trincheras que había ayudado a levantar.

Dice Mendoza que el coronel Wisner de Morgenstern, conforme a la orden recibida del mariscal López, trazó sobre el terreno el plano de las nuevas obras de fortificación proyectadas para contener en Curupayty el avance inminente del enemigo.

El 7 de setiembre de 1866 el coronel húngaro presentó al mariscal López el plano de la defensa de Curupayty. Se pensó abrir una trinchera a lo largo de la escarpada barranca, que partiera de la batería de Curupayty, siguiendo el borde del carrizal que es el punto donde principia la llanura de Curupayty. Se reforzó la guarnición con 5.000 hombres.

Fue convocado un consejo de guerra, que reunió el 8 de setiembre en Paso Pucú a los jefes superiores para considerar el plano de defensa de Curupayty que había presentado Wisner. Todos lo aprobaron menos el general Díaz, quien sostuvo que teóricamente podían ser excelentes las obras proyectadas pero que en la práctica difícilmente podían dar los resultados esperados

Al final, la opinión del general Díaz fue la que prevaleció. Volvió este jefe a Curupayty con autorización del mariscal para obrar libremente, pero asumiendo toda la responsabilidad del resultado de la próxima jornada.

El general Díaz, comandante táctico de esta posición, vio aumentar sus fuerzas hasta 5.000 hombres (7 batallones de infantería y 4 regimientos de caballería) y también la de su artillería de campaña. El número de cañones alcanzó a 49 –sin contar dos baterías de coheteras–, 13 de las cuales pertenecían a la batería que daba frente al río y las demás a la trinchera.

La trinchera arrancaba por la línea derecha de la batería que defiende el paso del río, y siguiendo una meseta diseñada en el terreno, apoyaba su izquierda en un lago denominado Laguna Méndez, después de formar una especie de arco ligeramente tendido, que permitía cruzar los fuegos de la artillería sobre el enemigo que debía avanzar por terreno cortado por zanjas y cubierto de malezas y montículos que estorbarían la visión de nuestras líneas por parte de la escuadra naval imperial. El foso, colmado por el agua de las lluvias, alcanzó a tener casi dos metros de profundidad y tres de ancho. Este sería el dispositivo inexpugnable para los aliados.

EL LIDERAZGO DE LA BATALLA

Uno de los errores de los aliados fue que había dos fuerzas enfrentadas para atacar Curupayty. Por un lado los brasileños y por el otro los argentinos y uruguayos. Finalmente, fue Mitre quien encabezó la ofensiva. Su plan de ataque se llevaría a cabo el 17. La escuadra naval brasileña debía aplastar a la fuerte artillería paraguaya para facilitar el avance de la infantería y el acercamiento de la artillería aliada.

A las 09:30 del 17 de setiembre de 1866 cayó una copiosa lluvia que no cesó en toda la jornada, Tamandaré manifestó a Mitre la conveniencia de suspender el bombardeo.

Publicado en fecha: 22 de Noviembre de 2013

Fuente en Internet: www.abc.com.py

 



ATAQUE A CURUPAYTY FUE LARGAMENTE PLANIFICADO

El ataque a las trincheras de Curupayty fue largamente planificado por las fuerzas aliadas comandadas entonces por el argentino Bartolomé Mitre. Pero aún así la victoria paraguaya sería formidable.

 

Estremecedor cuadro de Cándido López sobre la batalla de Curupayty,

librada el 22 de setiembre de 1866./ ABC Color

 

“Curupayty” es el título del libro que aparecerá el domingo 24, con el ejemplar de nuestro diario, como duodécimo título de la colección “A 150 años de la Guerra Grande”, de ABC Color y El Lector.

La obra fue escrita especialmente para esta serie por el historiador compatriota Hugo Mendoza, quien analiza exhaustivamente las circunstancias que llevaron a aquel encuentro bélico de gran magnitud que terminó con triunfo paraguayo.

Señala el autor que entre Curuzú y Humaitá existía una batería que defendía el paso del río en un lugar denominado Curupayty, que tenía como guarnición una pieza de artillería de calibre 68, servida y custodiada por 50 hombres bajo el mando del alférez José Pantaleón Urdapilleta.

La caída de esta última posición, débilmente guarnecida, significaría sortear el flanco del grueso de las fuerzas paraguayas, establecidas detrás de las fortificaciones de Rojas, al Norte del Estero Bellaco.

El triunfo de Curuzú dio ánimo a los jefes de la tríplice, porque quedaba desamparada la vía de entrada sur de Humaitá, cuya conquista constituía la suprema ambición de los aliados, quienes para concluir rápidamente la guerra acordaron convertir la operación parcial en ese sector en un gran movimiento principal.

Pero los comandantes aliados, en vez de avanzar hacia Curupayty desde Curuzú donde los 10.000 hombres del II Cuerpo de Ejército imperial conjuntamente con la escuadra hubieran encontrado poca resistencia, barajaban planes cuyo objetivo principal era atraer hacia cada uno de los ejércitos aliados la gloria que creían asegurada.

Mitre deseaba tomar personalmente el comando de las operaciones y el brasileño Polidoro da Fonseca insistía en que ellas fueran proseguidas hasta su coronamiento por el II Cuerpo de Ejército a su mando. Entre tanto, los jefes aliados perdían un tiempo precioso, López se iba preparando.

Publicado en fecha: 21 de Noviembre de 2013

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UNO DE LOS EPISODIOS CRUCIALES DE LA GUERRA

“Curupayty”, el libro del historiador compatriota Hugo Mendoza, es el próximo título de la colección “A 150 años de la Guerra Grande”, y aparecerá con el ejemplar de nuestro diario el domingo 24, para describir uno de los pasajes más importantes de aquella contienda.

 

La batalla de Curupayty en un detalle de uno de los cuadros del gran pintor argentino Cándido López./ ABC Color

 

Curupayty fue el escenario de la más fulgurante victoria paraguaya contra la tríplice, y ocurrió el 22 de setiembre de 1866. Hugo Mendoza brinda también el contexto histórico que rodeó al hecho.

Así, el autor señala que a mediados de agosto de 1866 se reunió la junta de guerra de la Triple Alianza y  decidió abandonar la idea dominante hasta entonces de romper el frente paraguayo.

Se impuso una nueva idea operativa: llevar una ofensiva por el flanco izquierdo del ejército aliado atacando en la dirección de la línea Curuzú-Curupayty-Humaitá.

La misión fue encomendada al II Cuerpo de Ejército (CE) imperial –que hacía sus primeras armas en la guerra– al mando del general Porto Alegre. Este debía actuar con el fuerte apoyo de la escuadra que respondía al mando del almirante Tamandaré.

Explica Mendoza que la operación tenía tres fases: transporte, concentración y combate. De la primera se encargó el almirante Tamandaré, efectuando la operación hasta el desembarco de Las Palmas, donde Porto Alegre concentró el II CE imperial sin ninguna resistencia. Desde allí hizo progresar las tropas hasta las trincheras de Curuzú.

Por consiguiente, las tropas de Porto Alegre, compuestas de 14.000 hombres, se embarcaron en Itapirú, desembarcaron en Las Palmas el 2 de setiembre y luego, bajo protección de la escuadra, acampó frente a Curuzú.

La posición paraguaya era defendida por el Batallón Nº 10 mandado traer de Corumbá; lo componían 700 soldados. La artillería estaba dirigida por el mayor Lugo y los capitanes de marina Domingo Antonio Ortiz y Pedro V. Gill. Además había un regimiento desmontado al mando del capitán Blas Montiel. Todas estas fuerzas sumaban en total 2.500 hombres. El jefe de la guarnición era el coronel Manuel A. Giménez (Kala’a).

La escuadra imperial comenzó el bombardeo de Curuzú el 1 de setiembre; el día 3 los navíos enemigos volvieron a vomitar sus granadas sobre la trinchera paraguaya, y el general Porto Alegre, al frente de las fuerzas terrestres, atacó la posición de Curuzú.

Publicado en fecha: 19 de Noviembre de 2013

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50.3x 149.5 cm. (Año 1893)

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