Pasó Félix Pérez Cardozo bajo el cielo de Buenos Aires como un meteoro radiante o una estrella desparramando iris de luz desde la caja de oro de su arpa paraguaya.
Un montón de optimismo y numerosas piezas musicales, entre las que figuraba "Pájaro Campana", joya imperecedera de su vastísimo repertorio, con la que más tarde escalaría peldaños hasta llegar a la fama e inscribiría su nombre entre los primeros folkloristas del continente, fueron los bagajes con que se hizo presente nuestro artista en los salones, radios y teatros de Buenos Aires.
Años de lucha y de sacrificio jalonaron la trayectoria del músico hasta llegar a ser uno de los elegidos del público amante del folklore.
Fue el primer artista del arpa india. Tras su itinerario luminoso, buenos arpistas siguieron su huella; pero nadie como él supo calar tan hondo en el alma de su pueblo y sacar provecho del caudal de melodías y de arpegios, encerrados en el cofre de cristal del instrumento; nadie como él supo conmovernos con el repiqueteo del bronce, del acero y de la plata fundidos en la fragua del arpa paraguaya y sacar luces de armonías para hacernos entrever un retazo de cielo, sobre la tierra agrietada por pasiones egoístas; nadie como él supo hacer volar las palomas mensajeras de amor, de paz y de belleza, ora en las mansiones señoriales, ora en los humildes ranchos.
Fue amo y señor de su instrumento, y cuando sus dedos de mago pulsaban sus treinta y seis cuerdas, parecía que el alma toda de su raza guaraní y de su tierra natal se sacudían en el cantar jubiloso de días de fiesta o sollozaba para traducir el dolor de su pueblo acribillado por el infortunio.
Tuvo un oído maravilloso para captar los temas de la realidad circundante. De esta manera surgieron "Pájaro Campana", "Siricoé", y "Teteu", aves canoras de la selva guaranítica, y "Caballería", imitando el galopar de los caballos.
Aquella primera composición citada es algo así como un melodioso compendio de armonías onomatopéyicas vertidas por el ave legendaria de la selva paraguaya. Con elementos primarios y puros, el artista realizó su obra magistral. Esa fue la composición musical que le abrió todas las puertas, y así, tras interpretar obras del repertorio vernáculo, ejecutó motivos argentinos y del continente, para llegar más tarde a la del repertorio universal.
Enamorado ferviente de su arpa, empezó a pulsarlo desde los quince años. Desde esa edad, su existencia no tuvo otro norte que el de servir con toda fidelidad a su arte. Así, a su arpa pudo arrancarle todos sus secretos. Ninguna dificultad halló en el manejo de su difícil instrumento.
Fue un embajador de paz y de concordia y un pastor de armonías. Esparció a los cuatro vientos, sin poses estudiadas ni estridencias altisonantes las mejores canciones del repertorio paraguayo. Y a pesar de haber gustado del halago del aplauso de los auditorios más calificados, no perdió jamás su equilibrio. En las obras que ejecutaba se hallaban con frecuencia las que pertenecían a autores noveles y desconocidos, para dar de esta manera su magnífico espaldarazo. Este fue uno de sus grandes méritos: desechó el lado fácil de repetir canciones de autores famosos. Y siguiendo esta ruta trazada, ponía música a letras de autores desconocidos, hecho rarísimo en los anales artísticos.
Cuan pocos son los que unen sus prestigios a sus modestos hermanos en el sentir del arte.
Fuego encendido en su alma fue el amor a su tierra natal, el que no dejó de alumbrar durante toda su existencia, y sus triunfos logrados con nobleza y altura no disminuyeron su intensidad.
Mago extraordinario, prodigioso, virtuoso arpista... Estos y mil adjetivos más le fueron dedicados por los rotativos porteños y las revistas especializadas, que no escatimaron palabras para su encomio.
Vivió consubstanciado con su arte, y de esta manera no tuvo tiempo para invadir otro terreno, por lo que es todo un símbolo el hecho de que en su postrer latido estuvo abrazado a su instrumento; y por eso también en Asunción se encintaron de negro las arpas, al ser rememorado en un imponente funeral civil a Félix Pérez Cardozo.
Había nacido en Hyaty -hoy dicho pueblo lleva el nombre de nuestro artista a pedido de todo el Paraguay- el 20 de noviembre de 1908 y falleció en Buenos Aires el 9 de junio de 1952.