HILANDO CABOS, 2002
(Tríptico movible)
Óleo sobre madera de LUIS FRACCHIA
50 x 160 cm.
HOMBRE PÁJARO, 2001
Óleo sobre tela, 55 x 160 cms.
ALUCINACIÓN DE LA REALIDAD EN LAS PINTURAS DE LUIS FRACCHIA
Por AUGUSTO ROA BASTOS
Existe un excelente medio para descubrir si una obra artística, aun aquellas que parecen calcadas con una minuciosa, fotográfica, matemática fidelidad a los modelos reales, poseen su propia misteriosa, furiosa, sensitiva, realidad interior. Este medio –esta percepción- consiste en sentir, en comprobar que las formas copiadas se resisten a la traducción visual de la apariencia extrema de la realidad. Algo completamente inédito, que anula y borra la identidad del original al haberla absorbido por ósmosis. Es lo que ocurre en el mundo pictórico de Luis Fracchia. Su figuración es un paradigma de esta resistencia a la traducción, a la representación literal iconográfica. Llevada a su extrema tensión de fidelidad modelo, produce el salto dialéctico a lo sobrerreal o hiperreal, en todo caso a una nueva naturaleza ontológica de lo real. De aquí, la inanidad de las clasificaciones.
En la mayor parte de las obras de Luis Fracchia, lo que pueda impresionar a primera vista como la pulsión poderosa y excluyente de la realidad no es sino la energía psíquica, estática creativa, integradora, de alguien que atraviesa con mirada visionaria la materia palpitante de la realidad para ver el otro lado de la cosas, para registrar en sus pinturas las mutaciones de sus propios estados de ánimo, la captación de la luz de una estrella en el lugar donde brilló siempre, pero donde nadie la vio antes que él, según define Franz Kafka el artista total.
Hay por ahí, en las pinturas de Luis, no sabe dónde, una aureola oscura que a la vez separa y une múltiples visiones. El cuerpo humano como templo intocado del ser, la presencia y revelación de los detalles más íntimos y secretos de los objetos. El objeto duro y puro. La infinita prolongación de una línea, de un volumen. Uno asiste, tocado por una emoción primordial, casi genésica, a la lenta aparición en el horizonte del cuadro de esas formas luminosas, sensitivas, tiernas, y al mismo tiempo implacablemente rugosas; las ve acercarse hasta confundirse en el estallido visual de la semejanza, en el misterio indecible de la identificación.
De esta fusión, visible, pero penetrante, surge una realidad otra, la imagen límpida, nítida, ese triunfo de la creación artística, mezcla de fe, de creencia, de negación, junto con todo lo que ella supone de sufrimiento, de euforia, de embriaguez, de contención de las implacables furias de la vida, rodeadas, sitiadas desde dentro por un dionisiaco júbilo del vivir. La obra de Luis Fracchia nos brinda la esencia de lo universal en el arco que se tiende del detalle de un pie humano, convertido por el arte en cúspide del ser, al péndulo de una mazorca de maíz oscilando sobre un acantilado.
Año 2006, pintando el tríptico "Piedras vivientes: tierra-corazón-cielo", mi preferido de la Serie de Almohadas