LA DANZA DEL VERANO, 1966
Poemario de EGIDIO BERNARDIER
Editorial SÍSIFO
Colección CRONOS
Retrato: LEONARDO TORF
Grabados: LOTTE SCHULZ
Asunción – Paraguay
Julio 1966 (61 páginas)
EGIDIO BERNARDIER es ya acreedor a varias distinciones en el campo de las letras, Obtuvo, en el concurso organizado por el Club Metropolitano de Asunción, el primer premio de ensayos, El Instituto Cultural Paraguay -Brasil le otorgó el segundo premio en un concurso de ensayos, auspiciado por dicha entidad. El Centro Cultural Paraguayo-Americano le otorgó el primer premio en el concurso literario sobre las Naciones Unidas. Finalmente, Bernardier obtuvo Mención Especial de Honor en el concurso del Centenario de la muerte de Don Carlos Antonio López, organizado por la Universidad Nacional de Asunción, por su poema "Un Siglo de Don Carlos", La Colección Cronos acrecienta su prestigio publicando "La Danza del Verano", tercer título de poesías que ve la luz casi inmediatamente después de "Suplicio de Silencio" y "El Regreso en la Huída". Así, pues, su autor nos da en "La Danza del Verano", una poesía plena de natural belleza estival en la que los elementos del verano juegan un papel preponderante, puesto que la temática del libro se centra en ese tiempo que dura la naturaleza pura, Única del verano paraguayo.
La sustancia del color que se respira en sus versos entre "luz y sombra", "verde y blanco" y "llameante y rojo", llena el espíritu de un mundo conformado de matices sublimemente mágicos y maravillosos Profundidad, color y claridad, caracterizan en primer plano a este aporte al lirismo nacional.
Bernardita Manzoni Vierci
DOS JUICIOS CRITICOS
Búsqueda constante en la gran aventura de la palabra, la poesía de Bernardier trasciende sin dificultades el mero juego de los vocablos y se introduce en el mundo de su propia experiencia para dialogar consigo mismo. Huye así del artificio para hacer un arte digno y responsable. Tal, en síntesis, su obra.
José-Luis Appleyard
El espacio y el tiempo rompen su cáscara. Eso es también "El Regreso en la Huída", para dar la visión de lo continuo... Su libro afecta a nuestros recuerdos y a nuestras esperanzas. Por eso es REGRESO EN LA HUIDA en el hombre "este desconocido", en el hombre, este infinito encarcelado.
Pierre Moraviah Morpeau
LA DANZA DEL VERANO
EL verano está alegre, cancionero.
La voz de un ángel troza el cigarral.
Y el mediodía se sume a la expectancia
de mil colores, sátiro estival.
El reflejo del sol, en los tejados,
pone su fragua dulcemente fuego.
Y el jazminero espera de las manos
del agua, gracia fresca del brocal.
Danza el verano en versos de once sílabas
y el poeta va cogiendo en los caminos
las sílabas de rosas y de sal.
En el ocaso yerto de la tarde
ya mansamente muere el cigarral.
Y el verano descansa en la foguera
de la creciente carga zodiacal.
SI YO PUDIERA
ALLÁ a lo lejos,
donde comienza a abrirse el puerto:
verde,
espejo,
horizontal,
el río.
Y desde aquí,
desde el duro aire del cemento,
veo pasar los barcos
como pequeñas gotas de ciudad.
Yo no sé qué decir
cuando se me va la voz
con la sirena dulce de los barcos.
Los ojos, abordantes,
tienden sus brazos largos de distancia
perdiéndose en la imagen del recodo.
¡Qué blancos brillos de aves
vuelan sobre distintos árboles,
como si fueran almas liberadas
que observan nuestro cuerpo!
¡Cuánta mezcla de luz y de colores!
¡Cuánto verano!
¡Cuántos Narcisos se ven en los cristales!
Si yo pudiera a orillas de aquel rio
encender las señales
para que vengan barcas
con dioses marineros
a llevarme marino hacia los mares.
Si yo pudiera
de esta sombra de cal y de cemento
donde el alma canta y agoniza,
salir al viento a respirar el arre.
Si yo pudiera.
Pero el mundo que más quiero
se extiende más allá de mis murallas,
una inmensa llanura:
pasto,
sol,
agua
y pájaros.
Una llanura que flota de tanto brillo
y todo frente a mí:
espacio contra piedra,
una pugna de espacio contra cuerpo,
llanura con llanura,
naturaleza guerreando en su porfía
de cuerpo y aire,
de polvo y de vacío.
Si yo pudiera
vivir tan solamente
la vida nivelada y no tan fuerte.
Y sin embargo más allá,
allá a lo lejos
donde comienza a abrirse el puerto:
agua,
barcos,
gaviotas
y verano.
Y aquí,
el tiempo que amarra y desespera,
y el corazón cansado de esperar.
Si yo pudiera.
VUELVE MAÑANA
MAÑANA, sólo mañana
serás dulce nuevamente.
Por este tiempo es verano,
vé a su encuentro en las colinas
y el sol cambió en tu mirada.
Debo estar solo. Tan solo,
que tu presencia de sombra
puede enmudecer el grito
que tejo, canto y descifro.
Vuelve mañana, mañana.
Hoy es ayer para el alma.
Y el corazón está presto
para soltarse en el alba.
Vuelve mañana, mañana.
SOL. DOMINGO. LAS HIERBAS DEL VERANO
SOL. Domingo. Las hierbas del verano.
Ella y yo, por las gradas de la arena,
que en serpentino tránsito descienden
a las aguas del río azul.
Ya a la orilla,
como dos sauces inclinados, cuyas lenguas,
eternamente beben de las ondas
la sustancia marina de las algas,
ampliándonos en la mirada,
hasta perdernos lejos,
en la aparente imagen de la nada.
Y de allí, al retorno,
en goce de esta vida borbotando,
por la escala del camino lento,
ya breve descansando
en manchas de agua,
montes
y llanuras,
en aire de hermosura disfrazado,
en fulgurantes campos,
sol
y plata,
que de la tierra suben
y de los cielos bajan.
Así, hasta que en un punto fijo
enclavado al pie lejano de una sombra,
por un instinto nuestro,
que sabiamente nos descubre el mundo que buscamos,
el futuro se adelanta,
y el reencuentro muy pronto se consuma en la distancia.
POR LA BAHIA, ABSORTOS, NAVEGANDO
Y de ésta a la otra orilla,
-bajo un cielo que sangra en tintas de colores-
nosotros, navegantes ya del agua y de la tierra,
con el trópico en las manos,
por la bahía, absortos, navegando.
El camino abriéndose en declives
ignotamente oscuros,
y más allá, siempre más allá,
en el continuo avance,
la presencia dominante de Algo que nos llama.
Ajenos de conciencia y de la circundante zona
donde nadan los cuerpos en una sola agua tóxica
fuimos yendo por el mundo en pleno sol
con la naturaleza pura virginando nuestra piel
y el aire.
Como aves que enloquecen de amor
cuando presienten en sus plumas
el aliento nuevo de un estío llameante y rojo,
nuestro corazón en un solo ritmo que marcaba el paso
de los remos que iban picando los cristales del agua,
parecía anunciar la proximidad de una espesura
cuyos labios apenas se pintaban en la lejanía.
Los pájaros marinos apuntaban a nuestro bajel
Y rociaban nuestro cuerpo
con la sombra dulce de sus alas.
Ir, viajar era el motivo único
que nos llevaba en aquel mundo extrañamente
descubierto,
surgido de la inmensidad pródiga del tiempo
y hacia aquel Algo que dulcemente nos llamaba
con su fuego dorado en la distancia.
No importaba saber si era ilusión, verdad o, luz,
la sombra y luz que nos llevaba
hacia otra luz y sombra,
lo importante era ir sencillamente,
en el verano de Pan,
abrazador,
flamígero,
del tiempo.
CON MI NIÑA EN VERANO
TUS ojos tienen luz de madrugada
y el rocío sereno de los cántaros.
Viniste desde un alba jazminera
para quedarte a orillas del estío.
¡Hierba de sol y espejo de latidos,
donde tiemblan luciérnagas miradas!
En tu mundo pueril y vegetal
está mi corazón de amante enero.
¡Qué sol más natural tu sueño efebo
en la girante ronda de los juegos!
Canta,
canciones,
canta,
voz niñera,
y recorre los campos que verdean.
Una libra de luna
deja caer en mis hombros centinelas.
Deja el tren en los rieles señaleros
mientras el tiempo del verano dura.
Hay puridad del mundo natural
que en tu natural blancura se aferra.
Ya tan solo un momento en el mirar
queda del tiempo la canción final.
LA FUENTE
COLUMNA de belleza y transparente
cristal de agua viviente. Al alto gira
estrella y su figura vuelve y mira,
ya vuelta a ser Narciso en mansa fuente.
De cristales el aire enjoya y siente
el corazón latir de quien le admira,
y viendo aquel favor a aquél le tira
la frescura que fluye de su frente.
¡Cuántos bajan la voz del pensamiento
mientras sueñan los dioses del deseo!
¡Cuánto esperan del agua amor y canto!
Es dulce sin embargo el vago intento
de ser dios y volar como Perseo,
cuando la fuente sueña, muerto el llanto.
LLUVIA
EN cristales de suave
alegoría de cantó y de colores
-igual a la del ave,
flauta agreste de amores-
la lluvia va esparciendo sus dolores.
Con dedos de diamante,
hiriendo corazones vegetales
con ansiedad de amante,
de aromas tropicales
va llenando, estival, los ventanales.
El pájaro, agorero,
astrólogo certero y estudioso,
celeste mensajero,
observa caviloso
el paso de la lluvia caudaloso.
La sed del aire muerta,
la de todos los cuerpos de la tierra,
la de la sangre abierta,
allí donde se aferra
la esperanza doliente de esta guerra.
Llueve sin pausa, lluvia,
llueve y lleva este ritmo lentamente
con vocación de lluvia,
este ritmo creciente
que mata el corazón tan fieramente.
Llueve, lluvia, tu santa
lluvia, llueve, que así la paz me envuelve;
ya el espíritu canta
y el corazón resuelve
el ruido mundanal que ahora vuelve.
CIGARRA
FEMENINO instrumento,
sirena que el verano aborta en llanto,
no en transido lamento
sino en virtuoso canto,
que vuelve la tristeza en dulce encanto.
Cigarra vegetal,
siringa y cancionera y voz amada,
murmullo instrumental,
imagen encantada,
del cielo y de la tierra enamorada.
Latente corazón
que a la tarde ya muerta da la vida
y llena de sazón
a la razón transida
que aguardaba ya el punto de la huida.
Se posa en el camino
en tiempo de verano sin final
y enciende su destino
de llanto musical
y marca al hombre el pálpito augural.
Así como este cielo,
como este simple hablar de la existencia
que muere en el desvelo,
la voz de una presencia
es el eco que vuelve de una ausencia.
Y es eso una cigarra,
un eco que se anuncia ya en noviembre,
con sueños de guitarra,
para matar setiembre,
que aún vive en el verano de diciembre.
ASUNCIÓN, MAS QUE NOMBRE
ASUNCION, más que nombre,
es corazón que pulsa el continente. En ella,
no hay tarde,
no hay noche,
no hay alba más tropical,
que cuando trompas de jazmines
en el aire asoman
y llenan con su esencia
nuestra vida jazminada de ciudad.
Asunción tiene en sus calles
un temple de calor constante,
y no hay medianoche de cristal y viento
que no deje en las murallas y el rocío
susurros de amantes quietos.
Los lapachos le dan semblanza
de fuego,
rosa
y llamarada,
y un río de transparencia pura
le acaricia la frente
y le ciñe de plata la cintura.
Asunción es un espacio pequeño de ciudad
que habla de mangos,
de arenas soleadas,
de cigarras que eternizan un tiempo en la memoria.
Asunción, más que nombre,
es continente y corazón
que pulsa el sol caliente, firme, de un enero.
DESPIERTA LA CIUDAD
HAY luz en el boscaje gris
de cal y arena.
Es mañana.
El sol,
exprime el sereno de las hojas
en las plazas.
Los bancos están húmedos aún,
las estatuas bostezan
halos de humedad,
mirando al sol.
La fuente,
reemplaza a los mendigos
que durmieran bajo el aire
tibio de luceros.
Y los pájaros,
dan la bienvenida
a otros pájaros
cuyas plumas vierten música y metal
a los oídos.
Marcan las siete todos los relojes,
los edificios abren sus viejas puertas
y encienden sus gemidos los tranvías.
Es la ciudad.
Despierta un nuevo día.
ROSA
ROSA inflamada!
¿Por qué encendida,
si con su viento
el corazón se apaga?
PRÉGUNTA
DONDE estás?, preguntas.
Y yo,
mirándote inmensamente,
me pierdo no sé dónde.
Mi corazón también pregunta
y tú,
te pierdes no sé dónde.
Y pensar que los dos estamos cerca,
tan cerca,
sin distancia.
Siempre estamos,
pero la voz que fuera nuestra
se ha muerto en otros labios
y un mundo nos separa.
Sólo nos quedan las orillas
para poder mirarnos.
HABLAS
EN noche de jazmín y de verano
hablas corno si hablaran pensamientos
que mudos estuvieran
en labios de otros tiempos
y que al tocarlos quedamente con la lengua,
fluyen, como del agua, los cristales.
Y hablas, Dios mío.
Hablas,
hablas,
hablas.
¡Cuántas cosas dices!
Me preguntas a veces de mi vida,
la de ahora,
y Yo,
sabiendo que la sabes sin decírtelo,
te cuento,
y sin embargo, prefieres no saberla.
Me miras como si a un mar miraran cielos,
y yo, imposible mar,
me vuelvo hacia tus cielos,
y en olas de otros vientos,
juntos, ya nuevo mar, nos vamos yendo.
En noche de jazmín y de verano,
hablas.
La noche está callada
y hablas.
El corazón observa en las mirillas de tus senos
y hablas.
Hablas.
Hablas.
Y yo quisiera hablarte,
pero besas,
entonces, no hacen faltas las palabras.
PALABRA MUDA
NOSOTROS,
lo sabemos,
tú y yo,
y sin embargo,
no lo sabes.
Buscar un cauce en las palabras,
donde encontrar respuestas,
es buscar la luz que está escondida,
en la mirada fija de los ojos
o en el latido simple de los labios.
Pero,
tú y yo,
lo sabemos,
a pesar de la mudez que nos separa.
Tantas cosas se agolpan para hablarnos,
y nos hablan,
nos hablamos:
yo a ti,
tú a mí.
Pero algo pareciera nos librara
hacia una vida abierta ya hace tiempo
en la verdad formal de nuestra herida.
Las palabras se van, ya innecesarias,
haciéndose una cifra en el recuerdo.
En nosotros,
sólo el silencio mudo de palabras
queda,
y el eco de esa voz antigua y nuestra,
en el remedo simple de otras sílabas.
LA SIESTA
ES la hora de la siesta
y un enjambre de confusos seres
se devela en las sierpes vegetales.
Vaga por el aire,
inficionando el átomo a los cuerpos,
y cada cual se apresta
al preciso llamado
de los cuerpos que sueñan,
y las pulpas,
aumentan su vigor
y se aferran a los huesos.
Los tambores en el viento
inician el galope del deseo,
y la sangre danza
en llamaradas de fuego.
Los seres todos de la tierra,
acuden al religioso festín de la siesta.
Es la hora equinoccial
en que cumplen con su rito
las bacantes sedientas.
Luego del alarido beso de los juegos,
un mar de pulsaciones
se sumerge al desmayo.
Todos bebieron
de la morada dulce de los vinos.
Y las cosas,
plenas de consagrada saciedad,
recuperan su acostumbrado ritmo
de imágenes muertas.
Ha pasado el sueño de la siesta.
Los seres vuelven a ocupar
sus canteras de hojas verdes,
y allí sueñan,
para resucitar de nuevo
en la esperada hora de la siesta.
DIOS ME QUISO TARDE
SI Dios me quiso tarde
en el amanecer que vine al mundo,
a ti, ¿por qué no te llevó temprano?
Y si Dios no te quiso todavía,
¿por qué primero a mí ha de quererme?
Cuando estabas Amor ya desdeñando,
ya era un niño de Amor alimentando.
Y si ahora soy hombre,
cuando tú, fruta dulce,
¿no sabe Dios que Amor vive sediento?
Y si tú lo sabes, fruta del viento,
¿qué esperas para darme
lo que el Señor te ha dado
en nombre del Amor para pedirte?
Pero he venido tarde. Dios lo quiso.
Me iré tal vez sin muerte, quién lo sabe,
para aliviarme, tú, para llorarme.
ODAS
JOSEFINA PRIMERA
ALGO había en tu mirada
que sólo yo alcanzaba a verlo.
Y te lo pedía, sin pronunciarlo.
Tú arrancaste una estrella
y me la diste, callando.
Era tu mano blanca
de ave pura, temblando.
JOSEFINA SEGUNDA
HAY en tus ojos un paisaje de transparencia y fuego,
todo el verano está en él, y yo, junto al árbol verde,
verde siempre, sin que otoño le llegue nunca.
Este tiempo que brota a borbotones
de un no sé qué de manantial que hay en tu ser,
en esa suma total de tu amoroso cuerpo,
me ha hecho descubrir una existencia que más vale callar,
porque es la vida como agua inconstante
que constante pasa y arrastra cuanto el mismo
tiempo nos lo deja en su corriente de agua pasajera.
Los alelíes pasan en sueños el día callando,
así también nosotros, con tantos meridianos
ya escalados, en este transitar sin alto en el camino,
vemos pasar cuanto la noche y la luz
nos dan en términos de una vivencia no esperada.
Una vivencia que en la fe ha muerto
de tanto acortar distancias en la espera;
y que de pronto, se nos planta, como ahora, en el verano,
y nos alumbra de amor, de amor por ti, por mí,
siempre esperado.
Pero aún estamos soñando de alelíes bajo los párpados,
y puedo aún vivir aunque esperando
y callar lo que tus labios gritan en silencio,
mientras sé con certeza que vivo en tu mirada,
en una edad menos adulta y triste que la ya triste mía;
triste digo, amiga mía, porque si dulce fue el amor
en una edad primera, en ésta,
nace el dolor en el amor queriendo, y amor en el amar
con el dolor doliendo, el amor es triste,
y el amar, no es ya una forma de agrandar la vida
en el corazón desierto.
Si fuésemos nosotros las huellas que queden de este tiempo,
serán menos herida tal vez nuestros recuerdos,
porque más duele aquello que en olvido queda
sin que haya nadie quien llorarle pueda.
Que ese árbol permanezca en tu mirada,
columna de tu sombra y de tu altura,
donde el regazo es dulce y el descanso dura
la eternidad de un hombre en ansias que se esfuma.
Este verano tiene una forma de morir, amiga mía,
que cuanto más muere de sol, frescura y viento,
en mi queda su esencia de vegetal investidura.
Quisiera ser una sola pieza de presente en tu mirada
y estar allí con el corazón en las manos,
indiferente al polvo, como la piedra al aire,
junto al árbol verde, que es tu sombra y mi sombra,
hasta que la muerte venga a recogernos,
en manchas ya tocados por la hora.
JOSEFINA TERCERA
LA rosa iba naciendo de tus manos,
como un sol único, sin tiempo,
coloreando el viento,
la brisa débil de tus labios.
Me puse a contemplar el mundo azul
de tu presencia,
que me llamaba en relámpagos de amor,
de mar desposeído.
Como un marino vigilante,
-que ha perdido la noción de su camino-
estoy frente a la rosa naciente
de tus manos,
restituyéndome aquel norte,
por soledades,
por ser marino trashumante,
despeñado.
JOSEFINA CUARTA
YO no quisiera hablarte de tristezas, niña. Nunca.
Pero fue tan dulcemente largo el tiempo
y duradera la vida aquél entonces,
-cuando aún latían juntos nuestros pasos
y el sol era un reloj perfecto
que no admitía discordias en el corazón-
que el alma, está soñando todavía
en esa paciente abstracción a la que invitan las estrellas.
Pero se despierta un poco, niña, en el presente,
y duele la memoria de tanto recordar
las horas dulces del pasado,
las pequeñas, amargas sensaciones de la vida.
En verdad, no quisiera hablarte de tristezas, niña,
pero estás ausente, desde hace un largo tiempo,
desde hace un largo sueño
donde el tiempo no cuenta lo que dura la agonía
en la oscuridad sin nombre.
Es notable la forma como haces para diluir tu sombra,
para perderte de pronto entre los miles de cuerpos
que devóranse entre sí en el movimiento, y tú allí,
como una estrella apagándose en estallido
para no olvidar ya su esplendor,
su último esplendor,
en su última caída al mar.
Así te pierdes siempre de ese control
con que te sigo en las galaxias.
Al otro lado de la luz estarás demorando la noche.
Sé que volverás tan pronto como no sepas ya vivir,
como el ave que torna a su querencia
después de recorrer y ascender extrañas latitudes,
palpando pulsaciones de otros vientos,
de otra piel, de otra madera.
Yo te estaré esperando.
Tú lo sabes y el no querer saberlo,
aunque por ti sabiendo la presencia.
Eres tan dulcemente niña cuando juegas a la huída,
que casi logras convencer al niño que hay en mí,
niño que ya no quiere ser
cuando ha crecido mucho el corazón
y el tiempo ha renovado las flores en el huerto.
Estoy forcejeando para obtener la rosa
que las manos de los días otorgan
a aquellos que pacientes se entregan
a la tarea diaria de esperar
la dulce compañía de quien se ha ido y cuyo rastro
es apenas un signo agorinante de retorno.
Me encontrarás colgando de una soledad cuyo tedio
se alimenta del asombro que aún guardo de tu nombre,
cuando llegues cansada, trayendo tu cansancio,
-como un ramillete de flores-
a depositar junto a mi cansancio.
Confías tanto en mí, niña;
yo me fortalezco en el corazón,
con ese poco que queda siempre de nosotros,
para germinar de nuevo esa lenta y mística ascensión
en esta historia nuestra tantas veces repetida.
En verdad es triste, niña,
este ir y regresar,
este vivir y desvivirse,
este hablar y enmudecer la lengua,
irremediablemente.
Y yo que no quisiera hablarte de tristezas.
JOSEFINA QUINTA
Y la hora se aproxima, está llegando,
como la muerte llega
y el ser se va, se pierde
en el salitre oscuro, ácido de la tierra.
Llega la hora de hacer recuentos
de todo lo que resta en la memoria:
esas cosas que hirieron con su luz
en el rojo mural de nuestra carne
y han dejado su nombre para hablarnos
de tiempos que vivieron,
de recuerdos que duelen en amor
al recordarlos.
Y no quisiera estar presente
en el puñal del tiempo
cuya herida ha florecido anticipadamente
en nuestro amor que muere,
renaciente.
Un balance de dos seres que han vivido
ignorando que el todo es solo parte
de ese fin que no se nombra,
cuando esa parte ha sido el fin
y el todo en la penumbra.
Pero claréanse las noches
que amamos rutilantes,
enveladas;
el paisaje sereno que admiramos
la gravedad del aire,
el río que ha doblado su caudal
en nuestro espíritu
para apagar la sed,
nuestra sed de viento,
de verano interminable
y ahora muerto.
A esta altura ya avanzada de la vida,
la luz ha hecho cenizas de las sombras
que ocultaban perfiles de la aurora,
y está emergiendo nítida la vida
que estamos compartiendo todavía.
Hemos vivido tanto
y en tan pequeña cifra que marca el calendario,
y tanto ya hemos muerto
y en tan pequeña cifra,
que en muerte y vida estamos conociendo
lo que es muerte,
lo que es vida.
Y si tanto conocimos vida y muerte
y tú, en la vida, sola,
y yo, en la muerte, solo,
tú, sabrás qué es vida?
yo, sabré qué es muerte?
Un camino leemos tejido
y sin haberlo imaginado antes,
un camino que aparentemente sube
como todos los caminos que se sueñan
y que una vez en él
y el afán se transforma en desengaño,
es un descenso suave
que ha seguido su curso
con señuelos de auténtica verdad.
Pero a pesar de todo
y que no podré rehuir los hombros
a esa carga que me tiene reservada
el justo medidor de la balanza
Dios y tú lo saben.
Aún estamos a tiempo, amiga mía,
de seguir compartiendo el mismo beso,
el mismo pan, las mismas horas,
de ahora ya por siempre
en los caminos venideros,
o el corazón se inclina en sombra y muerte
y ya también por siempre
en tiempo venidero.
PALMAR
TRIBU de gigantesca talla,
blanca tu piel
y desnuda en la intemperie
vives,
tribu de palmeras.
Y sin rubor del viento
que arquea tu esbeltez segura
y del sol que bruñe de polvo
y oropel candente tu madera
cantas,
tribu de palmeras.
Y cuando la noche
brilla en el viento y las estrellas
y la luna se ciñe en tu verde cabellera
sueñas,
tribu de palmeras.
Y cuando el pájaro
gorjea el nacimiento de la aurora
y zumba una flecha entre el horcón
de tus hileras
truenas,
tribu de palmeras.
Y cuando el viajero
reposa en tu sombra veraniega
y canta su cansancio
con guitarra a tu vera
ríes,
tribu de palmeras.
Y cuando es tonante la música
en los versos del labriego,
y se abren al verano
simientes mañaneras,
yo te canto este ritmo que naciera
bajo un techo, una sombra de palmeras
MIRTO
EN el mirto sueño
de tus ojos,
Mirta.
Cuánto te hablo y te nombro
con el corazón distante,
que ante ti,
árbol de mirto todo,
no te hablo,
mas la presencia habla
y tú me nombras,
Mirta.
Y si fui del mirto
de tus ojos,
mirto tengo que volver.
Pero ya vuelto,
y mirto todo de tus ojos,
tú no coges el mirto,
Mirta,
y ya no habla el corazón.
AGONIA DEL VERANO
HOY cuando las golondrinas se elevan
y surcan la amplitud celeste de los cielos,
quiero escribir los últimos motivos
que marcan los impulsos del verano:
se agrupan golondrinas
y dejan sus señales agoreras,
en las que un aire de ausencia se presiente
y una ausencia del aire en su presencia.
Me acuerdo aún de otro tiempo
cuando volaban otros pájaros,
no golondrinas ni gaviotas
sino pájaros de un cielo que yo amaba.
Niño entonces, solía mirar
las márgenes verdeantes de los valles
desde mi atalaya de sabio brujulero.
Miraba cómo la distancia se perdía
y más allá, la mirada,
que de tanto mirar, en su cansancio
la imagen me traía de un tiempo en lejanía.
Y todo ello era mar,
un mar inmenso que en mí se difundía,
y yo, una espuma, entonces, aunque sueño,
sólo sueño, porque el mar no me envolvía.
Pero estas golondrinas hoy extrañas,
son sobre mí caricias de estos vientos;
llevándome suspiros de los labios,
me llevan al pasado,
con un futuro abierto por delante.
Acaso volveré todos los días
a esta misma vivencia del verano
que en otro tiempo y otro espacio
más dulcemente marzo en mí latía.
I N D I C E
LA DANZA DEL VERANO
SI YO PUDIERA
VUELVE MAÑANA
SOL. DOMINGO. LAS HIERBAS DEL VERANO
POR LA BAHIA, ABSORTOS, NAVEGANDO
CON MI NIÑA EN VERANO
LA FUENTE
LLUVIA
CIGARRA
ASUNCION, MAS QUE NOMBRE
DESPIERTA LA CIUDAD
ROSA
PREGUNTA
HABLAS
PALABRA MUDA
LA SIESTA
DIOS ME QUISO TARDE
ODAS
Josefina Primera
Josefina Segunda
Josefina Tercera
Josefina Cuarta
Josefina Quinta
PALMAR .
MIRTO
AGONIA DEL VERANO
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