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CARLOS FILÁRTIGA LACROIX
  LA VUELTA DE MANUEL - De NARRATIVA PARAGUAYA (1980 - 1990) de GUIDO RODRÍGUEZ-ALCALÁ


LA VUELTA DE MANUEL - De NARRATIVA PARAGUAYA (1980 - 1990) de GUIDO RODRÍGUEZ-ALCALÁ
LA VUELTA DE MANUEL
 
 
 

 
 
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LA VUELTA DE MANUEL
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Llegué a la casa después de las seis, cuando comenzaba a oscurecer. Me desajusté la corbata, desabroché el botón que me ahogaba, me acerqué a la ventana que daba al jardín donde antes se solazara mi abuelo con sus hortensias. Durante mi infancia venía a este caserón en las vacaciones. Cada rincón encerraba un recuerdo de aquellos días: el retorcido guayabo que estaba al fondo aún tenía en sus ramas las cicatrices de la hamaca hecha con una cubierta vieja.
Hoy ya no estaban los seres queridos que allí habitaron, pero el perfume particular de la casa, el característico olor a humedad y los viejos muebles, me devolvieron su presencia amable y gentil.
Encendí un cigarrillo y aspiré profundamente el humo, disponiéndome a gozar esa sensación de nostalgia que me invadía cuando, como ahora, me encontraba frente a frente con mis recuerdos más queridos. Al sentarme en el desvencijado sofá se levantó el polvo de años de abandono.
No hubiera vuelto al pueblo si no hubiese sido porque me sentí en la obligación de despedir a Manuel, mi amigo de la niñez, compañero en la escuela, y luego en la vida y en los ideales compartidos. Casi un otro yo.
Urgido por el llamado, dejé tareas abandonadas en la oficina, resistí un viaje largo y cansador por el polvoriento camino de tierra colorada, aguanté toda la noche en vela -tratando de consolar a Angelita y a los chicos- y, cuando amaneció, anduve con los trámites legales, los arreglos con el padre Benítez para la ceremonia religiosa, con la Municipalidad... Ahora estaba fundido física y moralmente.
Cuando se hizo noche, traté de encender la vieja lámpara a querosén. La mecha chisporroteó un momento pero se volvió a apagar casi de inmediato; no tenía combustible, y yo no tenía ánimo para ir al almacén. Tampoco tuve suerte cuando busqué velas. Al final decidí permanecer en la oscuridad... total, ¿qué me podría mostrarla luz que ya no conociera en esa habitación? ¿Qué vería sino cosas viejas que de todos modos estaban grabadas en mi mente? El silencio y las sombras eran precisamente los elementos que necesitaba para pensar, para recordar, para revivir otros tiempos... Y, hábilmente, me llevaron de la mano por caminos recorridos y olvidados, cruzándome con rostros y situaciones familiares.
 
II
Los golpes en la aldaba me estremecieron, devolviéndome bruscamente a la realidad. Me levanté con dificultad: me dolía todo el cuerpo. Estaba ya completamente oscuro. Intenté calcular la hora, pero daba igual que fueran las ocho o las doce de la noche. Tanteando las paredes, me dirigí hacia el zaguán. Al llegar a la puerta de entrada, en un rapto de sensatez, abrí previamente la mirilla cruzada de rejas ubicada en su parte superior. A través del vidrio vi, en la oscuridad, a un hombre de traje, aunque no pude distinguir inmediatamente su rostro. De pronto sentí claramente cómo se me erizaban los vellos de la espalda: ¡Era Manuel quien me sonreía desde la vereda y me hacía gestos incomprensibles! Di un manotazo a la pequeña hoja de madera y, nerviosamente, le corrí la tranca, me apoyé en la pared, cerré los ojos..., estaba a punto de desmayarme. ¡Lo habíamos enterrado a las 5 de la tarde!...
Cuando sentí que el alma me había vuelto al cuerpo, abrí la puerta. Efectivamente, ahí estaba Manuel. No podía explicarlo, pero ahí estaba, hablándome con una voz inaudible, haciendo gestos que yo no podía entender. No dejaba de hablar, de modo que supuse que él tampoco me escuchaba... Como si estuviéramos en ondas diferentes.
A pesar de que estaba terriblemente asustado, me acerqué. Manuel me abrazó, efusivo como siempre. Percibí la frialdad de su piel y ese olor a velas y a flores, imposible de confundir, que tienen los muertos. Sentí un instintivo rechazo, pero traté de disimularlo.
Manuel me seguía hablando con su voz muda, sin emitir sonido alguno. Traté de encontrar un código de comunicación: recordé que habíamos aprendido el Morse en nuestros lejanos tiempos de boy scouts. Me senté en el escalón del umbral de la casa y, con una piedra, comencé a golpear las baldosas de la vereda. Me observó con curiosidad y luego, tomando otra piedra, comenzó a contestar.
-No te asustes. Quise despedirme. Cuida mi mujer e hijos. Gracias por venir. Sabía lo harías.
-Igual hubieras hecho vos. ¿Cómo estás? ¿Qué pasó? Estaba muy excitado por haber logrado el contacto y, aunque sabía que las preguntas eran estúpidas, no me ocurría otra cosa.
-Creo infarto o algo así. Ahora bien.
-¿Cómo es la muerte?
-Todavía no entiendo, veo los tiempos juntos. Debo aprender separarlos.
-¿Pasado, presente y futuro?
-Sí.
-¿Qué otra cosa?
-Mucho silencio.
-¿Y qué más?
-Libertad. Sólo al morir sos libre. Podés ser libre.
-¿Qué significa?
-ESTAR en libertad es distinto a SER libre. Libertad no sirve si no podés ser libre. Yo estoy en libertad y puedo ser libre. Puedo hacerlo todo con pensamiento.
-¿Podés hacer todo? -inquirí mientras pensaba cómo podía yo aprovechar esa facultad.
-No sé qué imaginás, pero me niego. Estoy cansado.
-¿Podés llevarme tu dimensión, luego traerme?
-¿Para qué?
-Comprobar lo que dijiste. Parece interesante.
-Estoy muy cansado. Me agota comunicación. Me voy.
-No te vayas. ¿Podés o no?, sólo serán unos minutos...
-Tendrás que dejar cuerpo. Los golpes eran cada vez más lentos.
-¡No! Que sea así nomás...
-Tenés que entrar otra dimensión: aquí no existe materia...
-O.K. Adelante.
Acostate y pensó salir del cuerpo. Apuráte, pierdo fuerzas.
Me acosté en la vereda; instintivamente miré la hora: eran las dos de la madrugada. Y Ya no tenía miedo pero estaba nervioso por la experiencia que estaba viviendo. Me concentré profundamente en la idea de salir de mi cuerpo, y respiré varias veces hasta lo más hondo, como me enseñaron una vez en un curso de control mental.
De pronto, violentamente, me sentí despedido hacia arriba, mientras mi cuerpo quedaba tendido en la vereda.
Tenía plena conciencia de mí y de la "presencia" de Manuel, aunque ya no lo podía ver: nos habíamos inmaterializado.
Tuve que reordenar conceptualmente varias cosas: no necesitaba hablar, Manuel conversaba conmigo "mentalmente"; tampoco necesitaba pensar algo antes de hacerlo: al pensarlo, ya lo estaba haciendo. No tenía que "trasladarme" de un lado a otro: al pensarlo, ya estaba en ese otro lugar.
Me había convertido en una especie de fuerza mental. También entendí que podíamos ir hacia el pasado o hacia el futuro, pero Manuel no manejaba muy bien (y yo, menos) la técnica.
Decidí "ir" a mi casa para ver cómo estaban. De pronto me encontré en mi dormitorio: mi mujer dormía plácidamente; murmuré su nombre y despertó sobresaltada, se sentó en la cama, miró hacia ambos lados. Estaba confundida. Al no ver a nadie, volvió a acostarse permaneciendo con los ojos abiertos.
En el cuarto de los niños apagué el televisor, que había quedado encendido. Les besé en la nariz, les arreglé la manta, el más pequeño refunfuñaba en sueños.
 
III
Manuel seguía a mi lado. Decidimos "volver" a nuestra infancia... ahí estábamos jugando al fútbol en la canchita del barrio: Julián, Aníbal, Kiko, Ñato... De repente estamos en la fiesta de 15 de Graciela, la hermana de Julián, de quien estábamos todos enamorados: trajes de hilo blanco y corbata finita. Elvis Presley, Bill Halley y sus "Cometas" - "Rock Around the Clock" - "Los Plateros" - "Only you".
"Vagamos" un rato por nuestra época en la Universidad: manifestaciones, discursos, reuniones secretas, la prisión de Manuel. El bailable del "Vertúa" un sábado de mañana.
Se nos ve ceremoniosos en la clausura de la secundaria. Una noche en el "Belvedere": Ahí estamos bailando twist y cumbias con Cristina y Susana. ¡Era hermoso volver a vivir todo eso, y me sentía muy feliz!
Ya dije que estábamos improvisando, así que todo era desordenado y, efectivamente, Manuel -dada su corta experiencia- no sabía muy bien cómo separar los tiempos. Por eso me cruzaba, una y otra vez, con rostros desconocidos, con mi jefe de la oficina, con situaciones no vividas, y, desde luego, con familiares vivos y muertos.
-¿Manuel, vos creés que podemos ir más atrás en la historia?
-¿Para qué querés hacerlo? Es medio complicado... yo no domino todavía esta cuestión... me contestó renuente.
-Bueno, pero ¿cuál puede ser el problema? Vos sabés que siempre me gustó la historia, y ésta es una magnífica oportunidad de enterarme de qué exactamente es lo que pasó con Napoleón, o con Churchill o con el Mariscal López, - repliqué usando todo mi poder de persuasión.
-¿Y para qué querés saberlo?... Mira, yo creo que ya deberíamos volver. Ya habrá oportunidad de hacer tu safari histórico, si es posible, concluyó Manuel en tono definitivo.
-Tenés razón -dije, resignado, sabiendo que mi socio no cambiaría de opinión.
 
IV
El campanario de la iglesia, los techos del pueblo, el día amaneciendo. Desde lo alto, ví que había un hombre arrodillado al lado de mi cuerpo. Al acercarme, me dí cuenta de que se trataba de un médico -lo digo por el estetoscopio-; todavía no entendía qué estaría haciendo... mejor dicho, me imaginaba... pero una vez que entrara de nuevo en mí mismo, se llevaría un susto...
-¿Manuel?, ¿dónde estás? A ver, ayudame a entrar... ¡¡Cómo que tenés que irte!! ¡Tenés que ayudarme, chamigo!... ¡A la gran siete, no puedo! Manuel, volvé: ¡no consigo entrar...! Y este inútil, ¿qué clase de médico es? ¿qué lo que escribe?
"Paro cardíaco. Probable infarto del miocardio" ¿Cómo?, ¡eso significa que estoy muerto! Manuel, yo te pregunté si podrías traerme de vuelta!! ¿Dónde estás Manuel? ¿Qué me hiciste hermano?
El sol comienza a calentar. La gente se va amontonando alrededor de mi cuerpo. Y yo empiezo a subir.
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Autores: MARIA ELENA VILLAGRA y
GUIDO RODRIGUEZ ALCALA.
EDITORIAL DON BOSCO,
PEN CLUB DEL PARAGUAY.
Asunción – Paraguay, 1992 (150 páginas).
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