Presentación de la exposición
"LA HUELLA DE LOS DIOSES", 2007
en el Museo de Bellas Artes Dr. JUAN VIDAL
Cerámicas de OFELIA FISMAN
LAS PISADAS DE BARRO
En esta exposición, Ofelia Fisman se propone volver a hollar las huellas que dejan los oficiantes ishir en el contexto de una cultura signada por ceremonias, ritos shamánicos y menudos quehaceres diarios. Los ishir o chamacoco, radicados en el Norte del Gran Chaco paraguayo, desarrollan complejas formas rituales, religiosas y shamánicas, que incluyen pinturas corporales y atavíos realizados con tejidos de caraguatá. La cultura ishir, potente y demasiado propia, se afirma ante la sociedad nacional en términos de una diferencia desafiante y seductora. Mediante esta exposición, Ofelia quiere nombrar ese mundo radicalmente extraño, conectarse con esas formas remotas, aun producidas en el mismo territorio nacional.
Pero, ¿cómo traducir un mundo simbólico esencialmente otro?, y ¿cómo representar con arcilla la piel de los cuerpos pintados, la textura temblorosa de las máscaras tejidas con fibras de caraguatá? Las interpretaciones transculturales, como las transcripciones de técnicas diversas, dejan abierto un espacio insalvable: la representación nunca puede zanjar la distancia entre el signo y la cosa, que, pendiente siempre, escindirá la obra con la marca de su imposibilidad radical. Pero la producción artística, el hacer poético, tiene una carta guardada: si no puede saldar aquella distancia, sí puede investir la falta mediante imágenes. Es su único camino. Un camino oblicuo, ineludiblemente: la imagen puede investir el espacio de la falta, pero nunca sus formas lograrán asir el cuerpo imposible de una distancia. Entonces, no queda más que realizar otra obra que dialogue con la obra inasequible, inventar otros ritos que reinventen –que no intenten transcribir- los ritos herméticos, inalcanzables por cualquier forma que no sea la suya propia.
Ésta es la vía que sigue Ofelia Fisman: no pretende hacer, obviamente, registro etnográfico, ni intenta reproducir un mundo cuya verdad se encuentra a resguardo de cualquier signo extranjero. Busca simplemente, y no es poca cosa, nombrar el lugar que había sido –que sigue siendo- ocupado por gritos, cuerpos y señales hermosas e indescifrables; trillar las huellas de hombres y mujeres que, su vez, calcan con sus pies oscuros las huellas radiantes de los dioses (radicalmente ausentes).
Tras esas pistas esquivas, Ofelia realiza piezas de cerámica empleando óxidos, caolines y arcillas de canteras de Areguá. Mantiene los colores oscuros, blancos y sangrientos de las pinturas ishir y relata, desde el rodeo de su propia obra y su sensibilidad personal, momentos, figuras y gestos referidos al ritual ishir y, desde éste, al rito indígena en general: a toda forma de rito, quizá.
Su relato tiene cinco capítulos. El primero, alude a los torsos masculinos, que durante la ceremonia aparecen marcados con impresiones de palmas, vestigios de señales divinas. El siguiente, sugiere pechos femeninos relacionados con los tránsitos shamánicos que impulsan el vuelo del éxtasis, los desplazamientos entre regiones naturales y cósmicas diferentes y las mutaciones en otras especies naturales y vegetales. El tercero, se refiere a las máscaras rituales realizadas con tejidos de fibras de caraguatá; con ellas, los oficiantes, ya que no los shamanes, cubren sus semblantes humanos para suplantarlos con los no-rostros de las divinidades, exterminadas en el tiempo mítico. Las pequeñas cajas que componen el cuarto apartado, también aluden en sus exteriores a la trama áspera del caraguatá, pero lo hacen manteniendo en suspenso cualquier referencia directa: los cofres sellados guardarían el momento del silencio: el secreto, pieza clave del ritual ishir. La última sección consiste en la imagen de un conjunto de diosas madres con sus hijas; una mención a la presencia de las grandes deidades femeninas que aparecen en el hárra, el círculo ceremonial ishir, acompañadas de su prole. Estas figuras vinculan la serie con las protagonistas de un trabajo anterior de Ofelia: las Mamanaides, personajes femeninos que sugieren protomadres, mujeres enérgicas creadas por la mitología personal de la ceramista.
Ofelia realiza su propio rito. Unta sus manos con arcilla -como untan las suyas los celebrantes- y las aplica sobre los torsos de cerámica, como lo hacen los ishir para reiterar las marcas de los pellejos divinos, de bestias diversas, de espectros de progenitores míticos. Y moldea formas que evocan presencias oscilantes entre lo humano, lo consagrado y lo animal; seres privilegiados con el don de deambular entre reinos que nuestra cultura separa, que se empeñan los mitos en conectar y que puede, brevemente, vincular el arte.
Ticio Escobar
Mayo 07, Asunción.
"Revivo el rito, unto mis manos en arcillas y pigmentos, Dejo huellas guiadas por los dioses..."
Ofelia Fisman
"Los chamanes se cubren el rostro con tejidos de caraguatá. Son los dioses danzando, frenéticos"
Ofelia Fisman
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