CARLOS ANTONIO JARA LEZCANO
Es uno de esos poetas bohemios que en el Barrio Latino de París vivirían como en su medio natural. Predomina en su producción lírica la nota pesimista.
De lo que ha publicado, conceptuamos como el mejor poema el intitulado "¡Adiós a la vida!". También rima en guaraní.
Fuente: Sinforiano Buzó Gómez. ÍNDICE DE LA POESÍA PARAGUAYA, Editorial Indoamericana. Argentina, Asunción, 1952.
CARLOS A. JARA
Delgado, alto, pálido, con los cabellos rubios, rizados y despeinados al viento, CARLOS A. JARA parece la estatua del silencio. Anda como un sonámbulo y canta como los pájaros. La vida no le da tiempo para asistir a fiestas ni a peñas literarias. Debe trabajar a toda hora para ganar el pan de todos los días. Autodidacto por imperio de la necesidad, se aísla del mundo. Es un lírico que llora su tristeza al compás de la bordona.
En Ybytimí, en un paraje abierto, de naturaleza admirable, tiene su vivienda. Allí escribe versos por la siesta, a la sombra de los naranjos, o por la noche, a la luz mortecina de un quinqué. Pero no los publica. Apenas saben de ellos algunos amigos. No obstante, día llegará en que el oculto tesoro se desparrame en el espacio como pétalos de jazmines, como quejas del misterio, como trinos de ave.
Carlos A. Jara nació en la Asunción, en el año 1897.
Cursó estudios en el Colegio Nacional y en el Colegio de San José de la capital paraguaya.
Comenzó a escribir en El Diario.
Dice su: ¡ADIOS A LA VIDA!
Alcohol: tú que fuiste mi mayor enemigo,
desde esta noche infame, tú serás el amigo
que me dará la fuerza de un ruinoso poder.
¡Quiero hundir en la calma de un funesto mutismo
este ser misterioso que medita en mí mismo
y borrar en mi alma los recuerdos de ayer!
¡Ya no más ilusiones de fingido cariño!
Es preciso que deje ya de ser ese niño
desgraciado y cobarde que no quiere morir.
¡Ya no más ilusiones; ya no más esperanzas! –
¡No me alientan promesas de futuras bonanzas,
ni me importa la suerte que traerá el porvenir!
En mis moches de insomnio, por momentos envidio
la voluntad enorme de aquel que en el suicidio
pone fin a la vida de trágico dolor.
Si la vida es tan mala y es tirana la suerte,
puede ser que el helado secreto de la muerte
dé la paz y la calma que me niega el amor.
Pero aún es preciso combatir al destino
con la absurda sonrisa que da un vaso de vino
o el fatal optimismo que regala el suitset,
hasta hacer que se mustien los ensueños queridos
y arrojarlos después sin piedad en olvidos,
como quien echa al fuego su marchito bouquet.
Porque aún entre medio de esta pena que mata,
tengo el vivo deseo que contemple esa ingrata
– en quien puse el anhelo del más alto ideal –
cómo ha sido funesto mi más noble cariño
y el fatal desencanto de ese pálido niño
que se va hacia la muerte por la senda del mal.
Yo que quise ser puro y he querido ser bueno,
hoy tengo que pedirle al alcohol su veneno
por borrar de mi alma cuantas cosas amé.
¡Y porque en esta vida ya no me importa nada:
ni el trágico derrumbe de mi conciencia honrada,
ni aún esta desgracia que yo precipité!
Fuente: HISTORIA DE LAS LETRAS PARAGUAYAS – TOMO III. Por CARLOS R. CENTURIÓN. ÉPOCA AUTONÓMICA. EDITORIAL AYACUCHO S.R.L.. BUENOS AIRES-ARGENTINA (1951), 500 pp. – Versión digital en: BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY (BVP)