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Nicodemus Fermin Espinosa (NICO)

  TRES CUENTOS PARA LEER MIENTRAS EL SEMÁFORO SE PONE EN VERDE - Cuentos de MONECO LÓPEZ - Ilustraciones: NICO - Año 2011


TRES CUENTOS PARA LEER MIENTRAS EL SEMÁFORO SE PONE EN VERDE - Cuentos de MONECO LÓPEZ - Ilustraciones: NICO - Año 2011

TRES CUENTOS PARA LEER MIENTRAS EL SEMÁFORO SE PONE EN VERDE

 

Cuentos de MONECO LÓPEZ

 

Editorial SERVILIBRO

Dirección editorial: VIDALIA SÁNCHEZ

Ilustraciones: NICO

Asunción - Paraguay

2011 (112 páginas)

 

 

 

  LOS NIÑOS DEL BOSQUE  

La fuga de la cárcel había sido tan inesperada como exitosa. Hacha y Yarará, dos violadores y asesinos de niños y niñas, condenados a 30 años de prisión sin posibilidad de libertad condicional, y con la casi certeza de morir apuñalados en cualquier momento dentro de la prisión, pues era regla de hierro entre los internos que los violadores y asesinos de mujeres, y peor todavía si lo eran de niños y niñas, debían ser sometidos al castigo contemplado en el “código del penal”. Esto era: debían ser violados durante muchos días, al cabo de los cuales debían ser ejecutados con el máximo rigor. O la máxima crueldad, que vendría a ser lo mismo. Ambos asesinos eran tan feos por fuera como por dentro. Este detalle les salvó de ser violados normalmente. Nadie quería un carnal con ellos. Por eso los castigadores recurrieron al expediente de introducirles en el ano toda clase de objetos cilíndricos o cuadrados, medianamente largos, con astillas, de ser posible.

La tarde de la fuga, si así podemos llamarla, Hacha estaba bañándose en un rincón del último patiecito del trasfondo de la cárcel, donde se depositaba la basura que no pudo llevar el camión recolector. Un pedazo de teja hacia de jabón, y una vieja palangana le servía de lavatorio. Yarará le pasaba cansinamente jarra tras jarra de agua acumulada en un tambor tras varios días de lluvia sin pausa.

Yarará no se baño. Más de un baño por semana le parecía una exageración. Pero Hacha hacia cuestión de bañarse al menos cada tres días. Las violaciones con palos y objetos diversos no les afectaban en su hombría, pues no eran penes lo que les penetraban. Y el dolor... El dolor es parte de la vida.

De pronto, una sorda explosión abrió una brecha de buen tamaño en el ancho muro que los separaba de la calle. Tanto Hacha como Yarará quedaron absortos, sin entender qué pasaba. Se oyó otra explosión sorda, y cayó otro pedazo del gran muro. Los guardias que estaban en la calle, y ahora estaban a la vista, comenzaron a caer como desvanecidos uno tras otro. Los presos, con cuya complicidad no podían contar, también cayeron uno tras otro. Todo parecía preparado para que ambos se fugaran. Yarará tomó una sábana que estaba secándose al Sol, colgada de un alambre, y se la pasó a Hacha.

- ¡Cubríte pues carajo! Esta es nuestra oportunidad, vamos a salir de aquí!

Yarará, a pesar de que desde chiquito ya mostraba su instinto asesino y una maldad poco común, era católico. Fue monaguillo en su pueblo natal, inclusive. Hasta que el cura lo descubrió en su cama, con su amante (la del cura) y lo echó literalmente a patadas. El incidente no aminoró su catolicismo. Para él, todo respondía a una intervención de la Virgen de Caacupé, famosa justamente por no dejar en la estacada a sus fieles. Salieron a la calle, temiendo que la guardia habitual estuviese despierta. Pero no. Todo el mundo estaba dormido en la calle que daba a esa parte de la cárcel. Hasta los niños que venían de visita. ¡Hasta los perros! Y entonces echaron a correr en serio. Hacha parecía un actor malo pésimamente vestido como Jesús, y Yarará, ahora que lo pensaban mejor, dentro de la cárcel lucía mal, pero fuera de ella, ya era un desastre insoportable, por lo mal vestido, lo sucio y lo más maloliente. Todo esto pasaba por su cabeza mientras corría a todo lo que daba. Al cruzar el patio de una casa habitada pero cuyos moradores no estaban a la vista, manoteó una prenda que estaba colgada para secarse al sol y se la puso. Enseguida noto que era un vestido de mujer, pero el momento no estaba para remilgos. Se lo puso como pudo y siguieron  huyendo a todo lo que daban.

Por algún tiempo, los vecinos del lugar comentaron el paso de un extraño tipo semidisfrazado  de Jesús y de una señora fea hasta el espanto, que bendecía a diestra  y siniestra a todos, mientras pedía silencio y oración.

Más pronto de lo que se esperaban, estaban adentrados en un frondoso bosque en el que sintieron, por fin, a salvo. La noche se hizo de golpe, para dar una idea aproximada de lo rápido que fue todo. Los dos criminales estaban ahora a medio camino entre la preocupación y el alivio. No sabían cuanto, pero suponían que hacía muchas horas de la fuga.  Ya era de noche, estaban cansados, y tenían hambre, mucha hambre. Hacha comentó que,  para ser un bosque, era llamativamente silencioso. Y era verdad. El silencio era ensordecedor.  Parece un mal juego de palabras, pero así resultaba el silencio, de tan completo.  

-¿Cuánto hace que no comemos nada? – pregunto Hacha

- Y… entre ocho y quince horas – respondió el bestial sujeto, para quien la aritmética siempre fue misteriosa.

En ese preciso momento, dos hermosas criaturas, un niño y una niña, vestidos sencillamente y descalzados, llegaron hasta los dos, sorpresivamente. Los dos estaban descalzos pero sus piecitos eran blancos y delicados.  Cada uno era un prodigio de belleza infantil. Ella, con sus bucles dorados y su sonrisa de publicidad. Él, con sus pantaloncitos cortos, el pelo revuelto y una remera, era la imagen de la salud perfecta. Hola – dijo uno de ellos – y tendieron  a los fugitivos una cesta llena de bocados deliciosos a simple vista. A primer vistazo, cuatro grandes hamburguesas llamaron la atención – y la codicia- de los bandidos. En la cesta había también dos botellas de plástico llenas de un líquido rojizo. Las botellas estaban enfriadas. Los dos reos en fuga devoraron como bestias las hamburguesas, y bebieron a grandes tragos el contenido completo de las dos botellas. Los niños se adelantaron unos pocos metros, y con señas, indicaron que los siguieran.

 

 

- Vamos. Hay más de comer y de beber adonde los llevamos...

Yarará, con una risita asquerosa codeó a Hacha mientras le susurraba:

- Je,je,je. Más comida, más cena…y después, el postre - refiriéndose obviamente a una inminente violación y muerte de niños, la especialidad de ambos.

Hacha no respondió. Tenía un presentimiento opresivo.

Llevaban más de media hora caminando los cuatro, sin escuchar en todo ese tiempo un solo sonido que no proviniera de ellos mismos. Al doblar un recodo del caminito del peculiar bosque, los reos prófugos vieron asombrados el reflejo inconfundible que dispara hacia arriba, hacia el cielo, un local abierto iluminado eléctricamente. La iluminación, por su reflejo, nada más, debía ser poderosa. Como la de un gran estadio deportivo. Pero, ¿un estadio deportivo en medio de un bosque.

Al cabo llegaron al que, efectivamente era un estadio deportivo. E iluminado a giorno.

- No escucho ningún motor funcionando.

¿De dónde viene la electricidad? - gimoteó casi, Yarará.

 

 

Los niños lo miraron. Luego miraron a Hacha, y siguieron caminando sin decir palabra. Cuando llegaron a la entrada del estadio, los niños les hicieron señas para que entraran, siempre en silencio. Ambos reos sabían, intuitivamente, que no debían hablar a menos que les hablaran. Entraron detrás de los dos niños, dócilmente, también en silencio. Los niños los guiaron hasta unas gradas intermedias de la amplia y extensa gradería. No había más que graderías, de hecho. Ahora los niños se hacían entender sólo por señas. Los dos bandidos se sentaron, y al rato, los dos niños que los socorrieron en el bosque, estaban cada uno sentado al lado de cada reo. De a poco, varios, muchos, cientos, miles de niños fueron ocupando lugar en la enorme gradería. Hacha y Yarará estaban rodeados de niños por todas partes. En la cancha del estadio se llevaba a cabo un cotejo que a nadie parecía importarle mucho. Todos estaban más bien pendientes de los dos asesinos. En un momento dado, Hacha, temblando como nunca a nadie vió Yarará temblar de miedo, le habló al oído, con voz temblequeante:

- Yarará, ninguno de estos respira ... Nadie respira.... ¡No respiran!

Como si la frase hubiera sido un conjuro, todos los niños del estadio se pusieron pié y enfocaron su mirada en ellos. Y empezaron a avanzar lentamente hacia ellos. La nena de la cestita, con una grácil risita habló:

- Ustedes violaron y mataron a muchos niños como nosotros. Muchos de ellos están hoy aquí. Hoy es el día de la venganza en la Tierra para los niños que fuimos vejados y asesinados por bestias como ustedes...

- “Él era el violador” - gritaron a un locos de terror, acusándose mutuamente los dos canallas.

- Hay un orden superior que todo lo controla. Ustedes fueron liberados de la cárcel porque aquello ya no era castigo para ustedes. Fueron traídos aquí, a la zona especial de castigo para criminales irredimibles. Este es el sector destinado a los violadores y asesinos de niños. ¿Les gustó las hamburguesas? Fueron hechas con los restos de los últimos asesinos de niños ajusticiados. ¿El jugo estaba delicioso? Estaba hecho con la sangre de esos mismos criminales, mezclada conjugo de frutas para no asustarlos antes de tiempo.

Luego de hablar, la niña quedó impresionantemente seria, para luego sonreír siniestramente, mostrando unos dientes repentinamente afilados. Todos los niños que estaban en el estadio avanzaron hacia ellos. Lo hacían con la calma que da la seguridad de que la presa no puede escapar. El primer mordisco infantil le arrancó a Hacha gran parte del antebrazo izquierdo. El alarido de dolor habría sido impresionante, de no haber sido opacado por el que Yarará profirió al sentir como varias bocas infantiles, llenas de dientes afilados como hojas de afeitar, le devoraban parte de la espalda, la parte trasera de un muslo, medio brazo ... Hacha no la pasaba mejor.

- Van a morir devorados por nosotros, y a pesar de que se desmayen de dolor, lo mismo van a sentir el dolor de ser comidos vivos...

Hacha y Yarará murieron mucho después de la centésima mordida. Y probablemente, siguieron sintiendo el dolor de ser devorados en vida. Ambos pidieron piedad, pidieron volver a la cárcel, incluso, prometieron regenerarse. Y volvieron a pedir socorro y a suplicar piedad. Nada había que hacer. Una fuerza superior, muy superior a las mezquinas fuerzas humanas había decidido que hay delitos para los que no puede haber perdón. Y el castigo se cumplió cabalmente. Un detalle curioso era que en esa zona no había bosques desde al menos 30 años.

FIN

 

 

 

 

ÍNDICE

LOS NIÑOS DEL BOSQUE

LOS TRES AMIGOS Y EL, FINALMENTE DIOS VERDADERO

CUANDO LOS NIÑOS DEJARON DE NACER

 

 

 

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