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RAÚL SILVA ALONSO

  DESDE EL BALCÓN - Cuento de RAÚL SILVA ALONSO - Año 2009


DESDE EL BALCÓN - Cuento de RAÚL SILVA ALONSO - Año 2009

 DESDE EL BALCÓN

Seudónimo: RAFA

Primera Mención Concurso de Cuentos

"ELENA AMMATUNA" 2009

Cuento de RAÚL SILVA ALONSO

 

 

 

DESDE EL BALCÓN
 
 
Ubicado en tres metros salientes del resto de la casa, en una segunda planta, cubierto por un techo de tejas sostenido por la gracia de madera de una cabriada, mira al norte.
Durante todo el día soportaba estoicamente el fuego del sol. A despecho de esa cruel exposición, disfrutaba de la belleza de los amaneceres, apenas velado por la copa del enorme árbol del baldío, a su derecha.
Al comenzar la mañana, gozaba con las cambiantes formas y colores de pequeñas nubes, como un rebaño de ovejas en desbandada, o semejantes a los restos de una formidable explosión.
Sin embargo al declinar la tarde, nada se le oponía al espectáculo de ese sol moribundo, que aún luego de hundirse tras los cerros, no se rendía ocultando formas y colores.
Demoraba en apagarse, mudando las tonalidades del firmamento desde un pálido azul, a un rosa violáceo, decididamente violeta luego, ya adornado con la primera estrella de la tarde y sospechado de oscuridad.
A veces, cúmulos y nimbos, todavía orlados de oro sus contornos, iban naufragando rápidamente en la negrura salpicada de lejanos puntos brillantes como poetas olvidados hace tiempo.
Tal vez animada por las barandillas de hierro protegiendo tres lados, una planta trepadora decidió hacerle compañía y mitigar su soledad, alegrándole eventualmente con el estremecimiento de sus hojas.
No fue tarea fácil.
Más de un año, repetidos intentos, caídas y desmayos, pasaron hasta que un gajo más audaz consiguió encaramarse a su reja. Tampoco a partir de entonces fue todo cómodamente hacedero. No. La naturaleza tiene su ritmo. Pero, ciertamente, cada día avanzaba un poco, milímetro a milímetro.
Luego, tomando coraje, fue soltando brotes a un lado y otro, y pronto sus ramas fueron cubriendo toda la barandilla de uno de los costados, primero discretamente, luego ya sin ningún pudor.
No sé qué instinto o arrepentida ocurrencia de las hormigas, salvaron sus hojas de ser totalmente devoradas, cuando los insectos las vieron especialmente apetitosas y atacaron con gran entusiasmo. En cuestión de días las pequeñas mordidas semicirculares eclipsaron la verde alegría que acompañaba su crecimiento.
Se repuso de la devastación y nuevamente se pobló de tiernas hojuelas, de un verde pálido al principio, hasta afirmar su verdor. Había llegado hasta allí, no se daría por vencida.
El balcón estaba contento. Las radiaciones del sol ya no quemaban, solamente entibiaban sus baldosas blancas, penetrando por algún resquicio del ramaje que había prosperado en las rejas. Un importante brazo solar, especialmente osado consiguió filtrarse entre el follaje del árbol vecino, pretendiendo imponer su presencia y calor en el lugar. Vanos intentos. La enredadera era un verdadero bastión defendiendo la nueva intimidad y agradable temperatura de ahora. Nada podía aquel intruso desconsiderado, excepto cuando un viento compasivo, apartando suavemente ramas tiernas, le permitía breves ingresos.
Tampoco sé cómo ni cuándo ocurrió. Tal vez habrá sido una noche de luna lujuriante, tal vez por la permanente convivencia, tal vez por ese ininterrumpido contacto, cuando se enamoraron.
El balcón, ante la imposibilidad de hacer nada, sólo se brindó a la enredadera. Ésta, más audaz, más mundana o simplemente fiel a su condición femenina, fue envolviendo al balcón, prodigándosele con flores de delicado aroma, casi con cierto engreimiento.
Pocos saben cuánto, lo inanimado, y los animales desde luego -los seres alados sobre todo-, comprenden estas cuestiones. Lo cual explica que ahora el balcón sea visitado por abejas, mariposas, picaflores y palomas, todo género de aves, quienes siquiera de paso, hacen un alto en sus vuelos como para dar un saludo.
Es triste pensar también cómo, para algunas, el balcón llega a ser una trampa mortal y en él acaban violenta y sangrientamente. Engañadas por el reflejo del cielo en el vidrio polarizado, puerta de acceso a una habitación, quieren hacer, atolondradamente, la travesura de un fugaz vuelo rasante atravesando su extensión, y...
No sé en qué terminará el idilio del balcón y la enredadera.
Yo los observo todos los días y me alegra su felicidad. En medio de la fea realidad de los tubos de suero, los caños corrugados del balón de oxígeno, el siniestro aparato insertado en mi tráquea, la sonda nasogástrica y demás artilugios propios de mi estado, es una secreta alegría ésta de la enredadera y el balcón.
Y me la prodigan todos los días desde allí, hasta el colchón de agua de mi cama de cuadripléjico.
 
 
Fuente: PREMIO “ELENA AMMATUNA” DE CUENTO CORTO 2009 (3ª EDICIÓN). De esta edición © Lazos de Cultura Elena Ammatuna © Arandurã Editorial. Asunción-Paraguay, 2009
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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