"El almuerzo, para el que trabaja fuera de su casa, es un momento deseado, íntimo. Además de ser vital para el cuerpo, es fundamental para recuperar a la persona que viene peleando duro y parejo por el guaraní desde temprano. Espacio rutinario, solitario en general, lejos de la alienación.
Es el momento del yo, del gusto y la energía. Del descanso. Desperdigados por toda la ciudad, los comedores se encuentran. Espacios y personas, como uno. Robar una foto en esas circunstancias resulta imposible. Ese más fácil darle el lugar que se merece al asunto.
Permiso y ceremonia para retratar a los comedores.
Rapidez y sangre fría para apurar la foto del plato, que a esas alturas, anhela ser devorado. Y la luz de estos espacios, tan esquiva e intensa, desafiando siempre. Descubrí el valor inmenso que la luz tiene para la fotografía. Aprendí a esperar, a vencer cierta timidez, a irrumpir, a compartir...
Hice amigos. Pasada esa hora, hora y media, la del mediodía, todo vuelve a su cauce, cada uno a su laburo, con la esperanza de que el siguiente momento propio sea en casa.
¡Sabroso!
Tamara Migelson, julio de 2008