Pudo haber sido 1926 ó 1927. Las barajas iban y venían a las manos de los que esa noche estaban marcados para ser protagonistas de un hecho de sangre. En cada vuelta, en la alegría de una victoria o en la desazón de una derrota, la muerte estaba mirándolos atentamente. Controlaba sus gestos. De pronto se elevó el tono de las voces. Tronaron las amenazas. Como un relámpago apareció un puñal en escena y uno de los jugadores quedó tendido en el suelo, ya sin aliento.
El asesinado era el padre de Concepción Luparello Rabito quien sobreviviría en el tiempo gracias a su apodo —Cholí— que dio nombre a una obra del creador de la guarania, José Asunción Flores.
Poco después de aquel episodio que aumentó las crónicas policiales de la época, la esposa del asesinado también moría. Huérfanos quedaron Ramón, Albino y Cholí. Todo esto ocurría en Asunción.
Cuando la desgracia se abalanza sobre una familia, a veces, parece que todos los infortunios se empeñan en agregar capítulos de nuevos dolores. Fue así como en medio de esa tragedia familiar, aprovechando la confusión, una pareja brasileña secuestró a Cholí y se la llevó a la frontera, cerca de Pedro Juan Caballero. Luego de aproximadamente tres años, sus dos hermanos, aunque muy jóvenes, compraron unos caballos, averiguaron el paradero de la añorada Cholí y, en un operativo comando —expresión que en esa época todavía no estaba acuñada—, la rescataron y la trajeron de vuelta a Asunción. La habían encontrado en una chacra recogiendo verduras, irreconocible casi.
“Mi abuelo era el hermano de su mamá. De modo que cuando ella fue traída por Ramón y Albino Luparello Rabito, ella se quedó a vivir con mis abuelos que eran económicamente prósperos. Yo también vivía con ellos. Cholí me cuidó solícita casi como si fuera mi madre. Yo nací en 1924 y ella era cinco o tal vez seis años mayor que yo. Habrá nacido alrededor de 1920. Fuimos creciendo. Era una mujer fuera de lo común. Era cocinera, modista, enfermera. Estaba hecha para enfrentar cada momento y exigencia de la vida”, relata doña Manuela Latorre de Pérez, cuya madre era prima hermana de Cholí. Reina Cáceres, incansable promotora de la cultura popular, fue quien me pasó el dato para llegar hasta la principal fuente de este relato, en Asunción. “Te va a contar una historia de película”, me adelantó. Y a medida que fui escuchando a doña Manuela
—conocida como doña Chela—, fui constatando que era verdad cuanto me había adelantado.
Ramón y Albino eran de “ideas muy avanzadas”, dice doña Chela. La traducción de esa frase es que pertenecían al Partido Comunista liderado por Oscar Creydt y Obdulio Barthe. Los dos hermanos, alrededor de 1930, se fueron a vivir a Buenos Aires. Es probable que hubiesen advertido la inminencia de la guerra contra Bolivia y como los socialistas estaban en contra de ese conflicto que consideraban patrocinado por intereses de petroleras norteamericanas, optaron por alejarse de la orilla donde los tambores de combate empezaban ya a formar parte de la vida cotidiana.
“Como necesitaban de alguien que les ayudara, llamaron a su hermana Cholí para que se fueran junto a ellos y les cuidara. Esto era ya en la década de 1930”, cuenta doña Manuela.
Cholí pronto se acostumbró a Buenos Aires. Frecuentaba a los amigos de sus hermanos. En una reunión conoció al maestro José Asunción Flores de quien ya había oído hablar en diferentes ocasiones. No se sabe en qué momento ni cómo, el músico y la paraguaya empezaron a vivir un apasionado romance. La ira y hasta la furia de Ramón y Albino no fueron suficientes para frenar el curso de esa historia que en la dialéctica de ellos era inadmisible. Le hicieron una guerra sin y con cuartel a su hermana pero no lograron desviar sus sentimientos.
Por aquellos años —tuvo que haber sido antes de 1940—, en homenaje a Concepción Luparello Rabito, Flores escribió la
melodía de Cholí. Nunca tuvo letra el kyre’ỹ.
Oscar Clérici, paraguayo que estuvo exiliado en la Argentina durante muchos años y está radicado de nuevo en su tierra, muy amigo de José Asunción, detalla que la historia de amor entre Flores y Cholí duró como cinco años. “A ella la conoció poco después de irse del Paraguay en 1933. Antes de 1940, para el creador de la guarania, terminó la historia. La mujer, sin embargo, seguía perdidamente enamorado de ella. Le buscaba por todas partes. Sabía los lugares que frecuentaba e iba a esperarlo. Ndoúi piko ‘MitA Akáguasu’ —así le llamaba ella a su amado—, preguntaba. Para Flores no había más nada con ella, pero siempre la trató de manera diferente”, recuerda Clérici.
“El único que le llamaba Cholí era Flores. Para nosotros, en la familia, ella siempre fue Chola, la tía Chola. Era su apodo
proveniente de su nombre Concepción”, precisa doña Chela.
En 1950 la militancia comunista de José Asunción tuvo resonancia mundial. Ese año, por primera vez, viajó a Europa. Asistió en Estocolmo a la formación de la Asamblea Mundial por la Paz de la que fue miembro activo. Invitado por músicos y artistas de la Unión Soviética, pasó luego a Moscú (1).
En su ausencia, Cholí se casó con Julio Godoi, de padres paraguayos, de la misma rama de la familia de Juan Silvano Godoi.
“Ella tuvo que haberse casado por desilusión porque el amor de su vida fue Flores. Eso lo sabemos todos los parientes y los amigos cercanos a ella y sus hermanos. Incluso una vez la policía bonaerense encontró unos libros prohibidos que eran de Flores en su biblioteca y la llevaron a la cárcel de Villa Devoto donde ella, varias veces, lo había visitado a él. Le llevaba la comida mientras estaba en prisión. En su matrimonio ella fue sumamente infeliz. El marido era celoso en extremo. Le hacía la vida imposible. Tal vez sabía su historia. La maltrataba. Tuvieron una hija —llamada Margarita—, que tuvo que haber nacido en los primeros años de la década de 1950. Se separó al fin y ella se fue a vivir con la niña. Pasó penurias económicas y cayó en depresión”, rememora doña Chela.
A tal grado llegó el drama de su vida que en los primeros días de mayo de 1967 Cholí se suicidó.
“El maestro Flores y ella, luego de su separación, se veían en casa. Ella le adoraba. No había otro amor en su vida. Le quería entrañablemente”, testimonia Beatriz Benzoni, paraguaya que vivió muchos años en Buenos Aires y hoy tiene su domicilio en Lambaré, muy amiga de José Asunción. A ella pudimos acceder gracias a la pista proporcionada por Gilberto Rivarola, quien había sido amigo del músico y compositor.
“La casualidad quiso que yo estuviera en la casa donde ella vivía ese día en que tomó la determinación fatal. Me había ido a llevarla al médico para que fuera sometida a electro shock ya que solamente a mí me hacía caso para ese tipo de tratamiento. Como la dueña de la casa era mi amiga estábamos hablando y tomando mate dulce. Hacía frío. De repente vi una cosa blanca que volaba por la ventana. Era ella había sido. Puso una máquina de coser para subir a la ventana del altillo —era un segundo piso—, que habitaba con su hija y desde ahí se lanzó al vacío, hacia el lado de una tintorería. Murió en el acto. Yo fui, corriendo, a verla. Eso ocurrió mientras su hija, que, por entonces, tendría unos 15 años— había ido a buscar el taxi para irnos al hospital”, continúa narrando Beatriz.
“Suelen contar que después de esa tragedia el maestro Flores, al volver de Moscú donde había viajado para grabar, iba todas las tardes a mirar la ventana desde la que se arrojó la mujer que había amado. Dicen que se inspiraba ahí para escribir la partitura de una segunda obra dedicada a Cholí. Al parecer la composición se perdió”, dice doña Chela quien tiene una versión ligeramente diferente a la de Beatriz Benzoni, pero coincidente en lo esencial. Apunta que Cholí cayó, por esas cosas del destino, sobre el hombro de su hija y que tuvo una agonía de tres días. La menor, a consecuencia de ese doloroso episodio, quedó con trastornos síquicos, concluye doña Manuela Latorre de Pérez.
(1) Almada Roche, Armando. Pájaro musical y lírico. Buenos Aires, El pez del pez, 1984. Pág. 215.
Fuentes: Manuela Latorre de Pérez, Oscar Clérici y Beatriz Benzoni.
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