Fue en 1925. En el verano tal vez. La noche olía a jazmines, luceros y a sangre inminente en Luque. Una serenata esparcía sus canciones en la ventana de una mujer. Enrique Apolinar Barboza —guitarrista y cantor de bien ganado renombre—, era quien rompía el silencio cercano al amanecer.
De repente, estallaron unos disparos de revólver. El hombre cayó abrazado a su instrumento. A la música le sucedieron corridas, gritos e inútiles pedidos de auxilio de los vecinos solidarios. El herido sólo dijo: «Ne rendápe... ajuhaguére (Por haber venido junto a ti)». Después enmudeció para siempre.
El autor de los disparos pudo haber sido un padre celoso en extremo. Acaso un marido cuya existencia el artista no conocía. Lo cierto es que en el suelo se extendía el cuerpo sin vida de alguien que murió cantando. La gente, con sus velas y sus rezos, empezaban a darle el último adiós.
José Asunción Flores escuchó relatar el suceso. Tomó como título las últimas palabras del infortunado bohemio, según contaba él mismo. Compuso, años después, una música con estructura de poema sinfónico: describió en notas el triste episodio. Tanto es así que en algunas grabaciones se oyen, en el fondo, las plegarias por el difunto. El propio maestro, en el libro de Armando Almada Roche (1), se refería a la confusión que generaron aquellas oraciones.
«Me vinieron a ver tres sacerdotes paraguayos y me pidieron les aclarase el problema que tenían sobre Ne rendápe aju; si era cierto que estaba dedicada a la Virgen de Caacupé. Les pregunté si en qué se basaban ellos para formular tal juicio. Me respondieron que en la música se escucha nítidamente una especie de plegaria a la Virgen», cuenta el creador de la Guarania. Les respondió que la oración iba dirigida «sencillamente a la Madre de Dios».
En algunas versiones, al final, se percibe también el eco de los disparos que le dieron muerte al serenatero. «Los sonidos graves posteriores de los instrumentos traducían el quejido del cantor en sus estertores de muerte», completaba Mauricio Cardozo Ocampo (2).
Ud. se preguntará, con justa razón, cómo Manuel Ortiz Guerrero entró a formar parte de la historia de esta canción. Cardozo Ocampo, en el texto ya citado, menciona —aludiendo a un testimonio de Leopoldo Ramos Giménez, íntimo amigo de Manú—, que la poesía Ne rendápe aju es de 1913-1914. Su destinataria era la guaireña Iluminada Arias, cuya ventana enrejada aún se conserva en Villarrica.
Es imposible explicar cómo se dio la coincidencia entre las obras de Flores y Ortiz Guerrero. En todo caso, se le puede atribuir a ese misterio que el arte tiene para unir lo que para la lógica no resulta claro. «Los versos de Ortiz Guerrero están usados nada más que para serenatas», apunta Flores en la obra ya mencionada, de Almada Roche, con lo cual refuerza lo instrumental de su creación.
Flores cree que compuso la obra en el ‘33 o en el ‘34, ya en Buenos Aires. Cardozo Ocampo, en tanto, sostiene que fue en 1928, en Asunción, por lo tanto. La intensidad del poema, junto a la belleza de la música, lo convierten en una obra maestra de la creación popular. Lo cierto es que la historia de la melodía transita por un sendero y la letra, por otro. Hoy es, sencillamente, una de las más bellas canciones de serenata creadas alguna vez.
(1) Almada Roche, Armando: José Asunción Flores, pájaro músical y lírico. El pez del
pez, Buenos Aires, 1984.
(2) Cardozo Ocampo, Mauricio: Mis bodas de oro con el folklore paraguayo (Memorias
de un Pycháî). Asunción, 1980.
NE RENDÁPE AJU
Mombyryasyetégui aju nerendápe nemomorâséguí
ymaite guivéma reiko che py’ápe che Esperansami
Mborayhu ha yuhéigui amanombotáma ko’ápe aguahêvo,
tañesûna ndéve ha nde poguivépa chemboy’umi.
Yvoty nga’u hína ko che rekove
aipo’o haguâ rojapi pype.
He’íva nde rehe los karia’ykuéra pe imandu’aha rupi:
kuña nde roryva música pôrâicha naimbojojahái.
Che katu ha’eva cada ka’aru nde rehe apensárô
ikatuva’erâ piko che ichugui añembyesarái
Ku clavel potyicha nepôrâitéva repukavymirô
nepôrâitevéva el alba potygui che Esperansami
Natañemondéna jazmín memetégui che rayhu haguâicha