LA GUERRA CONTRA LA TRIPLE ALIANZA
Por EFRAÍM CARDOZO
FALLECIMIENTO DE CARLOS A. LÓPEZ. En medio de las preocupaciones que suscitaba la actitud del Brasil, y con pronunciados recelos sobre las intenciones acerca de la independencia paraguaya del nuevo gobernante argentino, general Bartolomé Mitre, llegó el fin de Carlos Antonio López. En su lecho de muerte, dio a su hijo Francisco Solano, designado vicepresidente por pliego testamentario conforme a las normas constitucionales, el siguiente consejo: "Hay muchas cuestiones pendientes a ventilarse, pero no trate de resolverlas con la espada, sino con la pluma, principalmente con el Brasil". Expiró el 10 de setiembre de 1862, dejando al país floreciente, con un poderoso ejército, graves problemas internacionales y un nuevo gobernante ávido de glorias y prestigios para su patria y su persona.
ASCENSIÓN DE FRANCISCO SOLANO LÓPEZ. Un congreso reunido el 16 de octubre de 1862 consagró presidente al general Francisco Solano López. Tenía entonces 36 años de edad. Hubo dudas sobre la legitimidad de su elección, así como conatos para reformar en un sentido liberal la constitución. Severas represalias adoptó Solano López contra sus opositores para significar su ninguna intención de variar el régimen gobernante. Por esos días, el marino español Joaquín Navarro consideró ilusoria la aparente conformidad de las masas, y predijo un "cataclismo social" para un día más o menos lejano, "y será aquel en que este pueblo oprimido adquiera nociones de lo que es y de lo que puede ser". El director del movimiento liberal, padre Fidel Maíz, y muchos ciudadanos importantes fueron a parar a la cárcel acusados de promover "una revolución social, moral y política", que, con la base y palanca del clero, debía obrar "sobre el bello sexo, las masas sencillas de la población, sobre las autoridades de la campaña y del Ejército, y luego refluir sobre las altas clases de la sociedad".
CAMBIOS EN LA ORIENTACIÓN. López tenía conciencia del descontento popular ante el mantenimiento, casi indefinido, del absolutismo sumo sistema de gobierno. Para contrarrestarlo, ideó innovaciones fundamentales en la política del Paraguay con sus dos grandes vecinos. Con la Argentina se propuso poner fin a la no injerencia en los asuntos que se debatían en el Río de la Plata, haciendo asumir al Paraguay un papel arbitral en las disensiones, ya no en las de orden interno, como en 1859, sino en las de carácter internacional. Con el Brasil aspiró a trocar la secular enemistad por una íntima alianza por la vía matrimonial. Concibió el proyecto de proclamarse emperador, desposado con una de las hijas de Pedro II, y con tal respaldo actuar vigorosamente en el concierto internacional. De esta suerte, mediante el boato que daría el Imperio según el modelo de Napoleón III y el prestigio que ganaría el Paraguay con su política de empuje en el Río de la Plata, se neutralizarían o desviarían las corrientes del malestar interno.
EL PROYECTO MONÁRQUICO. La monarquía que pensaba implantar López no era la constitucional ideada por su padre en las postrimerías de su vida, sino la absoluta. Para preparar los espíritus, mandó imprimir el famoso Catecismo del arzobispo San Alberto, destinado a inculcar la idea del origen divino del poder de los reyes y del respeto reverencial a las autoridades. En ese catecismo, que se destinó a las escuelas, se leía: "El Rey no está sujeto, ni su autoridad depende del pueblo mismo sobre quien reina y manda, y decir lo contrario sería decir que la cabeza está sujeta a los pies, el sol a las estrellas y la Suprema inteligencia motriz a los cielos inferiores... La cárcel, el destierro, el presidio, los azotes o la confiscación, el fuego, el cadalso, el cuchillo y la muerte son penas justamente establecidas contra el vasallo inobediente, díscolo, tumultuario, sedicioso, infiel y traidor a su Soberano, quien no en vano, como dice el Apóstol, llevaba espada”.
CORRESPONDENCIA CON MITRE. El general Bartolomé Mitre que, con diferencia de días, había asumido la presidencia de la Argentina, manifestó, desde su vocero "La Nación Argentina", desagrado por la prédica de una guerra de liberación para salvar al Paraguay "de una tercera generación de tiranos", que venían haciendo los demás diarios de Buenos Aires. Y poco tiempo después buscó contactos amistosos con vistas a la solución del pleito de límites y al entendimiento entre los dos países. Con este motivo, se entabló correspondencia entre ambos presidentes, conviniéndose en radicar en Asunción las negociaciones oficiales para acordar las fronteras, pues López manifestó que no podía desprenderse de los pocos hombres capaces del país. Súbitamente, esta nueva atmósfera cordial se enturbió como resultado de los sucesos en la República Oriental y las maniobras del gobierno de Montevideo.
LOS SUCESOS ORIENTALES. En abril de 1863, el general Venancio Flores inició en el Uruguay una revolución con la ayuda y las simpatías del partido gobernante en Buenos Aires. El presidente oriental, Bernardo Berro, envió a Octavio Lapido a Asunción para denunciar que el gobierno de Mitre apoyaba el movimiento revolucionario con vistas a la reconstrucción del Virreinato y para gestionar una alianza paraguayo-uruguaya a fin de contrarrestar ese plan. Se alegó, como prueba de las intenciones argentinas, una nota del canciller Rufino de Elizalde al ministro peruano Seoane, donde se declaró, entre los objetivos de la nueva política argentina, “la reconstrucción de las nacionalidades americanas que imprudentemente se habían subdividido" y la campaña que sobre esa idea hizo simultáneamente el vocero oficial "La Nación Argentina". López dio poco o ningún crédito a la imputación.
Tampoco quiso aceptar compromisos con el gobierno oriental, que decía estar apoyado por el general Urquiza. Pero vio en el episodio la ocasión para iniciar la nueva política externa del Paraguay.
LA DOCTRINA DEC EQUILIBRIO. El gobierno paraguayo declaró de interés nacional el mantenimiento del equilibrio del Río de la Plata y que la anexión de la República Oriental por la Argentina, denunciada por Montevideo, rompería ese equilibrio con peligro para la propia independencia del Paraguay. En consecuencia, el 6 de setiembre de 1863, el canciller José Berges solicitó al gobierno argentino explicaciones sobre los hechos que se le imputaban. El Paraguay no avaló la denuncia oriental, sino que halló ocasión en ella para reivindicar el derecho de intervenir en los asuntos del Río de la Plata, de que hasta entonces se había apartado cuidadosamente. Para el efecto, trasplantó la vieja doctrina del equilibrio, a la que se debía el orden europeo desde el tratado de Wetsfalia, y que por entonces tenía un vigoroso mantenedor en Napoleón III. Solano López soñaba con desempeñar, tal como intentaba hacerlo en Europa el emperador francés, el papel de árbitro de la paz y sostenedor del statu quo en el Río de la Plata.
LA TUTORÍA DEL RÍO DE LA PLATA. Fue parte para que López asumiera esta posición el elevado concepto que tenía de sus condiciones personales y del poderío del Paraguay, que le habilitaban, a su juicio, para ejercer una especie de tutoría internacional, sin embanderarse con los países ni los sectores políticos. Los diplomáticos uruguayos, fracasados en su intento de arrastrarlo a su causa, se dedicaron a alimentar el orgullo y amor propio de López, presentándole como al único capaz de tener a raya a la Argentina y al Brasil en sus pretensiones hegemónicas, y aun de presidir una nueva remodelación de los pueblos del Río de la Plata. López no puso oído sordo a estas adulaciones y consideró que su dignidad y la del Paraguay quedarían gravemente lesionadas si no se le reconocía el derecho de actuar en alto nivel en la política del Río de la Plata.
NEGATIVAS ARGENTINAS. La actitud paraguaya ocasionó alarmas en Buenos Aires. Los gubernistas uruguayos propalaron la versión de un entendimiento entre Montevideo, Asunción y el general Urquiza, con la mira de trastornar el orden imperante después de Pavón. Aunque Mitre no dio crédito a esta versión, no estaba dispuesto a abrir al Paraguay las puertas de la política del Río de la Plata, donde la presencia de este nuevo factor, en vez de consolidar el equilibrio como lo quería López, podía alterarlo profundamente, tanto en las relaciones internacionales como en las internas, trabajosamente mantenidas gracias al inestable acuerdo personal con Urquiza. Las explicaciones solicitadas no fueron otorgadas, ni aun cuando López destacó al Tacuarí, buque insignia de la escuadrilla paraguaya, para recabarlas. López decidió prescindir de los informes pedidos y atender solo a sus propias inspiraciones sobre el alcance de los hechos que pudieran comprometer la independencia oriental. Así lo comunicó Berges a su colega Elizalde el 6 de febrero de 1864.
DISPUESTO A TODO. La correspondencia oficial y confidencial entre ambos gobiernos quedó interrumpida. El encargado de negocios del Uruguay informó a Montevideo que los paraguayos estaban dispuestos a todo, incluso a desembarcar diez mil hombres en Buenos Aires. Berges lamentó la posibilidad de turbar la paz de medio siglo con la Argentina, y consideró que era necesaria la guerra algunas veces, "mucho más cuando se falta al respeto debido a nuestro Gobierno y se hiere la dignidad nacional”, según expresó al agente paraguayo en Buenos Aires. Pero aclaró que toda la controversia se reducía a la falta de contestación a los pedidos de explicaciones. Cualquiera que fuese ella, el Paraguay quedaría satisfecho. Lo que le importaba era el reconocimiento de su derecho a actuar, si no por encima, por lo menos al par que las otras naciones del Río de la Plata.
PRIMEROS PREPARATIVOS. Un gran campamento fue organizado en Cerro León y pronto estuvieron reunidos 30.000 reclutas. Cándido Bareiro fue destacado en marzo de 1864 a Europa con la misión de adquirir acorazados y armas modernas, pues el ejército paraguayo, aunque numeroso y bien disciplinado, estaba vetustamente equipado; la marina no contaba sino con un buque de guerra, el Tacuarí, que no era acorazado. López creyó que el menosprecio con que Mitre se negó a admitir la tercería paraguaya se debía al conocimiento del verdadero estado militar del Paraguay y se propuso habilitar al país para alzar su voz con mayor éxito en el concierto del Río de la Plata.
LA OPINIÓN PÚBLICA. El pueblo paraguayo intuyó el agravamiento de la situación internacional al ser convocado bajo banderas. Hasta entonces "El Semanario" había guardado silencio. Cuando se expidió, no hubo modo de debatir públicamente, o de cualquier otro modo, los problemas exteriores. Dentro del régimen estatal, todo pendía del juicio del Presidente. Sin prensa, parlamento ni tribuna, las premisas sobre las que se basaba su nueva política no podían someterse al análisis de la opinión pública. Tampoco cabía investigar si el país se hallaba en condiciones de afrontar un conflicto bélico, si poseía armamento apto y suficiente, y si diplomáticamente su posición era buena en América. A nadie le estaba permitida la menor crítica, ni siquiera formular sugestiones. López centralizó en sí todas las responsabilidades.
EJÉRCITO Y DIPLOMACIA. Dos décadas de absoluto predominio en la organización militar y todos los recursos nacionales a disposición del ejército habían hecho de éste una masa numerosa, disciplinada, pero equipada con armas vetustas, muchas verdaderamente anacrónicas ya, radiadas de los demás ejércitos del mundo. Tales fuerzas, bastantes para mantener el orden interno, eran notoriamente insuficientes para respaldar la nueva política y afrontar sus riesgos, que iban a superponerse a los que ya entrañaban las irresueltas cuestiones de frontera con el Brasil y la Argentina. Y si el Paraguay carecía de verdadero ejército, no eran menores sus deficiencias diplomáticas. En este orden, el vacío era completo. No estaban provistas las legaciones en Buenos Aires, Río de Janeiro y Montevideo. El cuerpo exterior del Paraguay se reducía a un encargado de negocios en Francia e Inglaterra.
INTERVENCIÓN BRASILEÑA. La situación en el Río de la Plata se complicó con la determinación del Imperio del Brasil de intervenir en el conflicto uruguayo, adoptada en abril de 1864, después de agitados debates parlamentarios, con el pretexto de acudir en auxilio de los brasileños damnificados por la guerra civil y obtener satisfacciones por los daños recibidos y seguridades para el porvenir. Hasta entonces el Imperio se había mantenido indiferente a las solicitaciones del gobierno uruguayo que, así como al Paraguay, denunció ante la corte imperial los propósitos anexionistas de Buenos Aires, contrarios a los tratados de que el Brasil era garante. La tradicional política brasileña impulsó el cambio de orientación, y no con vistas a patrocinar la causa de Montevideo, sino para hacerse presente en el Río de la Plata como factor preponderante que siempre había sido.
LA MISIÓN SARAIVA. El agente enviado por el Imperio, José Antonio Saraiva, con el apoyo de fuerzas concentradas en la frontera y de una escuadra comandada por el vicealmirante Tamandaré, debía exigir la satisfacción de las reclamaciones brasileñas con la amenaza de tomarlas en sus propias manos en caso de denegación. Buscó, desde el primer momento, un acuerdo con Mitre, a quien encontró renuente a concertar una alianza militar para imponer la paz en la República Oriental, como propuso el emisario imperial, pero dispuesto a dejar al Imperio campo libre para obtener sus reclamaciones toda vez que respetara la independencia oriental. Los recelos que concitó en Buenos Aires la intervención brasileña quedaron disipados.
VÁZQUEZ SAGASTUME. En mayo de 1864, el gobierno de Montevideo destacó a Asunción a José Vázquez Sagastume para persuadir a López de que era patente el concierto argentino-brasileño contra la independencia del Uruguay y del Paraguay, y para solicitar la interposición armada del Paraguay en resguardo de sus propios intereses. A López no le convenció mucho la nueva denuncia, y aún con la esperanza de una respuesta favorable del Emperador a sus planes matrimoniales, ofreció amistosamente su mediación entre el Brasil y el Uruguay. Vázquez Sagastume, sin instrucciones de su gobierno, la solicitó, persuadido de que la mediación sería rechazada por el Brasil, con lo que le inferiría al Paraguay la ofensa necesaria para lanzarlo a intervenir en el Uruguay. Lo que no previó fue que su propio gobierno, al igual que el Brasil, rechazaría la mediación. La irritación de López se extendió a sus presuntos protegidos, los blancos uruguayos.
PUNTAS DEL ROSARIO. En esos momentos, como resultado de la triple mediación emprendida por el canciller argentino, Rufino de Elizalde, el ministro británico Edward Thornton y el mismo enviado Saraiva, en Puntas del Rosario parecieron resueltas las dificultades originadas por el pleito oriental, mediante la paz entre Flores y el gobierno de Montevideo. Allí también se trató la amenaza de una alianza entre el Paraguay, Urquiza y el partido blanco del Uruguay, y al margen de las negociaciones, Elizalde, Saraiva y Flores echaron las bases de una triple alianza para contrarrestar ese peligro que todos creían inevitable, ignorantes de que López había rechazado todas las propuestas de los blancos y los consejos de Urquiza.
ANTONIO DE LAS CARRERAS. El arreglo de paz de Puntas del Rosario no cristalizó y se reanudaron las hostilidades. El gobierno uruguayo volvió a poner sus esperanzas en el Paraguay, hasta donde envió al enérgico Antonio de las Carreras, quien denunció supuestos manejos del Brasil y Buenos Aires para repartirse el Uruguay y el Paraguay, y solicitó, una vez más, la cooperación militar y financiera del gobierno paraguayo, que contaría con el apoyo de Entre Ríos y Corrientes si se decidía a lanzar el guante. López apenas le quiso escuchar, y Carreras regresó a Montevideo persuadido de que solo un cambio de gobierno en el Uruguay, para eliminar de él a los políticos que habían desairado a López, movería a éste a abandonar sus indecisiones y a abrazar la causa oriental.
ULTIMÁTUM BRASILEÑO. Puesto de acuerdo con Mitre, el enviado Saraiva dirigió el 4 de agosto de 1864 un ultimátum al gobierno oriental para que perentoriamente aceptara las reclamaciones del Imperio, con la amenaza de invadir el territorio oriental en el caso de que las satisfacciones fueran denegadas. Con la noticia del ultimátum, se supo en Asunción que la proposición matrimonial había sido definitivamente rechazada por el Emperador y que las dos infantas contraerían enlace con príncipes europeos. Esto vino a colmar las amarguras de López. No solamente se le negaba el acceso a la política del Río de la Plata, sino que se le menospreciaba personalmente. Era mucho más de lo que el gobernante paraguayo podía soportar. Decidió llevarlo todo por delante.
LA PROTESTA PARAGUAYA. Aunque rehusando, una vez más, las clamorosas solicitaciones del gobierno de Montevideo para concertar una alianza, el 30 de agosto de 1864 el gobierno paraguayo dirigió al del Imperio una protesta por el ultimátum del 4 de agosto, con la declaración de que cualquier ocupación del territorio uruguayo por fuerzas imperiales sería considerada atentatoria contra el equilibrio de los Estados del Plata, descargándose de toda responsabilidad por las ulterioridades de esta declaración. Ante una manifestación popular, López proclamó que el Paraguay recurriría a la guerra si el Imperio no atendía su protesta y ocupaba siquiera una porción del territorio oriental. Y para que no se creyera que su actitud obedecía a un acuerdo con Montevideo, el Paraguay reveló y repudió, en una "nota conmemorativa" de la misma fecha, los manejos confidenciales del Uruguay para arrastrarlo a la guerra, así como sus inconsecuencias y contradicciones.
MOTIVOS DE LA ACTITUD PARAGUAYA. Más que las denuncias orientales sobre la supuesta connivencia argentino-brasileña contra la independencia nacional, movieron al general López para plantarse frente al Brasil los reclamos de su orgullo ofendido por el rechazo de su propuesta matrimonial, en que vio una muestra más del desprecio en que se tenía al Paraguay en el concierto internacional. Dijo en una manifestación pública: "El Paraguay no debe aceptar por más tiempo la prescindencia que siempre se ha hecho de su concurso al agitarse en los Estados vecinos cuestiones internacionales que han influido más o menos directamente en menoscabo de sus más caros derechos [...]. Tal vez sea la ocasión de mostrar lo que realmente somos, y el rango en que por nuestra fuerza y progreso debemos ocupar entre las Repúblicas sudamericanas". A López le fascinaba la idea de hacer la guerra para llamar la atención del mundo y ganarse el respeto de las naciones poderosas, que en tan poca consideración tenían al Paraguay.
LA POSICIÓN ARGENTINA. La actitud del gobierno de Mitre era de entera simpatía hacia la posición del Brasil. Un acuerdo de "entente" había sido firmado el 22 de agosto de 1864, por el cual ambos países se comprometieron a ayudarse para el arreglo de sus cuestiones con el gobierno oriental. La prensa de Buenos Aires abogó porque ese acuerdo se extendiera a la cuestión paraguaya y satirizó la pretensión de López de erigirse en juez del equilibrio del Río de la Plata. Pero el Brasil no gozaba de simpatías en las provincias. Urquiza instó a López a que, no cejara en su Protesta y le prometió su apoyo. López le hizo decir que le ayudaría en cualquier pronunciamiento contra el gobierno de Mitre, aun cuando fuera para revivir la Confederación de las 13 provincias o para crear un Estado independiente con Entre Ríos y Corrientes.
INVASIÓN DEL URUGUAY. Sintiéndose fuertes los brasileños con el apoyo argentino, creyeron llegada la hora de provocar al Paraguay a dirimir en los campos de batalla las viejas cuestiones que les separaban.
La ocasión era propicia. El Paraguay aún no había recibido los barcos y armamentos encargados en Europa, y carecía de aliados y amigos en el exterior, pues ni Urquiza se atrevería a desafiar al gobierno de Mitre, ni López querría aceptar pactos con los blancos. Los estadistas del imperio sabían que una guerra, aunque fuera larga, se definiría finalmente en favor del Brasil, dada su inmensa superioridad de recursos y la situación mediterránea del Paraguay, que se agravaría irremediablemente si, como parecía, la Argentina también le enfrentaba. El imperio desconoció la Protesta paraguaya, y el 12 de octubre de 1864 sus tropas invadieron territorio oriental. Lo hicieron temporariamente, pues pronto repasaron la frontera: se trataba solo de ofrecer el casus belli buscado por el Paraguay, a quien ahora correspondía tomar la iniciativa de cumplir su Protesta del 30 de agosto.
APRESAMIENTO DEL MARQUÉS DE OLINDA. La noticia de la invasión llegó a López con la respuesta de Urquiza a sus últimas sugestiones. Este no creía oportuno ningún pronunciamiento contra Buenos Aires, pero volvía a instar a López a hacer efectivas sus declaraciones contra el Brasil. Si con este motivo estallaba la guerra y Mitre se aliaba con el Imperio, Urquiza le declararía traidor y se aliaría con el Paraguay, apenas el gobierno argentino les negara tránsito a sus tropas para atacar a las fuerzas brasileñas en el Uruguay. Después de algunas vacilaciones, y no enteramente satisfecho con las promesas de Urquiza, de dudosa autenticidad, López decidió iniciar las hostilidades. El 12 de noviembre de 1864 fue apresado en aguas paraguayas el Marqués de Olinda, barco brasileño en que viajaba el nuevo presidente de Matto Grosso. El gobierno paraguayo no se consideró obligado a una declaración formal de guerra: mediante la protesta del 30 de agosto, el Imperio la había declarado con la invasión del territorio oriental. Dijo "El Semanario": "Mejor definida no puede ser la situación política del Paraguay con respecto al Brasil. Estamos en guerra. El Paraguay y el Brasil son beligerantes".
INACCIÓN DE LA DIPLOMACIA. En momentos en que la mitad del continente sudamericano se precipitaba a la guerra, no se interpuso ninguna mediación de la diplomacia neutral para buscar términos de conciliación. Las potencias europeas, por lo general tan propensas a intervenciones pacificadoras cuando surgían conflictos en América del Sur, esta vez, ni siquiera para proteger sus intereses comerciales, procuraron alejar los males de una conflagración. Pareciera que no había intención de poner pararrayos a la tormenta que estaba por descargarse y que todos deseaban que, de una vez por todas, se dirimiesen con la guerra los acumulados problemas del Río de la Plata y el Brasil.
EXPEDICIÓN A MATTO GROSSO. En vez de acudir en socorro de los blancos que lo esperaban desesperadamente en Paysandú, donde les cercaban por agua y tierra fuerzas imperiales y revolucionarias, López dedicó su primera actividad militar a ocupar la provincia de Matto Grosso. En diciembre de 1864 marcharon al Norte una columna fluvial dirigida por el coronel Vicente Barrios y otra terrestre al mando del coronel Isidoro Resquín. El avance paraguayo fue espectacular. En menos de quince días cayeron todas las posiciones brasileñas del territorio litigado y los principales puertos sobre el río Paraguay. "El Semanario" anunció que habían sido reivindicados los límites históricos del Paraguay.
PERMISO DE TRANSITO. Ya guardadas sus espaldas, López se dispuso para emprender operaciones contra los brasileños que estaban operando en el Uruguay. Urquiza le sugirió que solicitara permiso del gobierno argentino para cruzar el territorio intermedio, prometiéndole su alianza si Mitre rehusaba concederlo. Considerando el Paraguay históricamente suyas las Misiones que se interponían entre sus tropas en operaciones y las del Brasil, ese permiso era innecesario, pero López se avino a solicitarlo para asegurarse la cooperación de Urquiza, de capital importancia dentro de sus planes. El 14 de enero de 1865, el ministro Berges solicitó el permiso de tránsito, recordando como precedente el paso de la escuadra brasileña en 1855. Urquiza abogó ante Mitre para que se concediera la autorización, pero el gobierno argentino la denegó. Al mismo tiempo estipuló una eventual alianza con el Brasil para el caso de que las fuerzas paraguayas violaran el territorio argentino.
FIN DE LA GUERRA ORIENTAL. Mientras tanto, terminaba la guerra civil oriental, con el triunfo de las fuerzas revolucionarias y brasileñas. Flores ascendió al poder y se alió inmediatamente con el Brasil en su guerra contra el Paraguay. La forma como concluyó el conflicto uruguayo molestó al gobierno argentino, que no fue consultado para los arreglos finales, pese a los acuerdos anteriores. No solamente Mitre se negó a plegarse a la alianza contra el Paraguay si no mediaba provocación, sino que negó autorización a la escuadra brasileña para bloquear ese país desde aguas argentinas. En este punto, Urquiza recapacitó sobre sus anteriores promesas y comisionó a Julio Victorica para persuadir a López de que no se pusiera en conflicto con la Argentina, cuya neutralidad en el choque paraguayo-brasileño garantizaba si el Paraguay no violaba territorio argentino.
VICTORICA EN ASUNCIÓN. El emisario de Urquiza llegó a Asunción a fines de febrero de 1865. López, indignado y sorprendido por la nueva actitud de Urquiza, no quiso formular promesas. "Si me provocan -le dijo- lo llevaré todo por delante". Los informes que recibió de sus corresponsales en el Río de la Plata daban como cierta la alianza argentino-brasileña, y que pronto la escuadra brasileña remontaría el río para comenzar el bloqueo. Dio crédito a estas noticias, y no a las que Urquiza le transmitía sobre la tensión que se había producido entre el Brasil y la Argentina. En consecuencia, determinó apresurar los acontecimientos.
DECLARACIÓN DE GUERRA. El 5 de marzo de 1865, se reunió en Asunción un congreso extraordinario para considerar la crisis internacional. Se confirió a López el grado de mariscal y se le autorizó a levantar un empréstito en el exterior. La lectura de los artículos de la prensa de Buenos Aires contra el gobierno paraguayo y la persona de López, excitaron a los congresales. Después de escuchado el dictamen de una comisión especial, el 18 de marzo el Congreso aprobó la conducta frente al Brasil y declaró la guerra al gobierno argentino, "para salvar el honor, la dignidad y los derechos de la República", según se le comunicó en nota del 29 de marzo de 1865.
CAMPAÑA DE CORRIENTES. Iniciando las hostilidades contra la Argentina, el 14 de abril fue ocupada la ciudad de Corrientes. Una columna comandada por el general Wenceslao Robles se dirigió hacia el Sur, costeando el Paraná, al tiempo que otra, dirigida por el teniente coronel Antonio de la Cruz Estigarribia, atravesó el territorio de Misiones. Los intentos de movilizar a los disidentes argentinos fracasaron, y si bien las fuerzas movilizadas por Urquiza se desbandaron en Basualdo y Toledo, las tropas paraguayas no encontraron la ayuda que esperaban. La columna de Robles llegó hasta Goya, y la de Estigarribia cruzó el río Uruguay y se fortificó en Uruguayana, territorio brasileño. El mariscal López, al principio, quiso trasladarse al teatro de operaciones, pero por consejo de sus áulicos permaneció en Humaitá, a enorme distancia de sus tropas en campaña.
EL TRATADO SECRETO. Apenas se supo la toma de Corrientes, Argentina, Brasil y Uruguay firmaron, el lº de mayo de 1865, el Tratado de la Triple Alianza. Declararon que la guerra no era contra el pueblo, sino contra el gobernante del Paraguay, se comprometieron a no cesar las hostilidades hasta su deposición, y se adjudicaron, de antemano, extensos territorios, de suerte que el Paraguay quedaría reducido a la estrecha mesopotamia entre los ríos Paraguay y Paraná. El canciller argentino Elizalde quiso dejar abiertas las puertas para una eventual incorporación del Paraguay a la Argentina en calidad de provincia, a lo que se opuso el enviado brasileño Octaviano. La independencia paraguaya fue garantizada, pero solo por cinco años. Se resolvió mantener en secreto el Tratado.
BATALLA DE RIACHUELO. La escuadra brasileña subió el río Paraná y se apostó cerca de Corrientes, en el Riachuelo, en cuyo lugar, el 11 de junio de 1865, fue atacada por la flota paraguaya, con la destrucción casi completa de esta última. Poco tiempo después, la escuadra, hostigada por la artillería paraguaya de tierra en Mercedes, y en Cuevas, retrocedió hasta Goya. Perdida su flota, quedó efectivo el bloqueo del Paraguay, que debió bastarse a sí mismo durante el transcurso de la guerra. La escuadra brasileña adoptó una política de prudencia, no arrostrando los fuegos de la legendaria fortaleza de Humaitá.
RENDICIÓN DE URUGUAYANA. Terminada la concentración de las fuerzas aliadas, estas atacaron en Yatay a la columna del mayor Duarte, que opuso tenaz resistencia, pero que fue aniquilada el 17 de agosto de 1865. Pasaron luego a sitiar Uruguayana, que sin mayor lucha capituló el 19 de setiembre. Mientras tanto, Robles era destituido y sometido a consejo por desobedecer las órdenes de López, quien, después del desastre del Uruguay, ordenó la evacuación del territorio argentino. El 30 de octubre, a la vista de la escuadra brasileña, se repasó el río Paraná. Desde ese momento, terminó la ofensiva paraguaya. López asumió el comando directo instalando su cuartel general en Paso Pucú. Se dispuso a esperar a los aliados a la sombra de Humaitá, en el estrecho triángulo marcado por los ríos Paraguay y Paraná y los grandes bañados de Ñeembucú, posición estratégica excelentemente elegida, donde los ejércitos aliados no pudieron vencer la resistencia paraguaya, sino al cabo de tres años de incesantes y grandiosos combates.
BATALLAS DE TUYUTÍ. Largo tiempo permanecieron inactivos los ejércitos, río Paraná de por medio. Un afortunado golpe de mano efectuaron los paraguayos en Corrales, el 31 de enero de 1866. Poco después, lanchones armados pusieron en jaque a la escuadra brasileña apostada en Tres Bocas. El 16 de abril de 1866, las fuerzas aliadas, bajo el comando en jefe del presidente argentino, general Mitre, hicieron el paso del Paraná y formaron campamento en Tuyutí. En este lugar, el 2 y el 24 de mayo, recibieron el infructuoso ataque de los paraguayos. La segunda batalla fue la más grande efectuada hasta entonces en América del Sur y dejó un enorme saldo de vidas. Del 16 al 18 de julio se trabaron furiosos combates en Boquerón y Sauce, posiciones estratégicas que retuvieron los paraguayos, no sin importantes pérdidas.
PUBLICACIÓN DEL TRATADO. A principios de 1866, el gobierno inglés publicó el Tratado secreto de la Triple Alianza. El conocimiento de sus estipulaciones volcó buena parte de la opinión mundial en favor del Paraguay. Alberdi, desde Europa, se erigió en el defensor de la causa paraguaya. Los países del Pacífico interpusieron su mediación para buscar una avenencia pacífica, y protestaron colectivamente por los términos del Tratado. El presidente de Bolivia, general Melgarejo, ofreció una ayuda de 12.000 hombres al Paraguay. Desde el momento en que el territorio argentino quedó libre de invasores, la opinión de las provincias y de importantes sectores de Buenos Aires también fue favorable para el Paraguay. En Buenos Aires apareció "La América" con el programa de abogar por el Paraguay.
ENTREVISTA DE YATAITY CORÁ. López creyó llegado el momento de tentar la paz. El 12 de setiembre de 1866 conferenció en Yataity Corá con el presidente Mitre. Le propuso buscar medios conciliatorios e igualmente honrosos para todos los beligerantes, "a fin de ver si la sangre hasta aquí vertida podía considerarse suficiente para lavar los mutuos agravios, poniendo término a la guerra más sangrienta de la América del Sud". Pero declaró que las imposiciones del Tratado secreto y su separación del mando no las aceptaría "sino cuando fuere vencido en las últimas trincheras". Mitre se limitó a escuchar, difiriendo la resolución a los gobiernos aliados, pero opinó ante el suyo a favor de la paz negociada sugerida por López.
BATALLA DE CURUPAITY. Mientras se tramitaba la oferta de paz, las fuerzas aliadas, comandadas personalmente por Mitre, sufrieron una grave derrota en Curupaity el 22 de setiembre de 1866. Fueron rechazadas después de sufrir tremenda mortandad. Los paraguayos estuvieron comandados por el general José Eduvigis Díaz. La derrota de Curupaity acentuó el general anhelo de paz en la Argentina. El gabinete autorizó a Mitre a aceptar las negociaciones propuestas por el Paraguay y aun a apartarse del Tratado de Alianza. El emperador del Brasil amenazó con su abdicación si se trataba con el presidente paraguayo. Ante la insistencia argentina y uruguaya de apartarse en este punto del Tratado de Alianza, el Imperio declaró que consideraría motivo de ruptura negociar con López otra cosa que su capitulación y alejamiento del país. La propuesta paraguaya ni siquiera fue contestada.
MEDIACIÓN DE ESTADOS UNIDOS. Interpretó el general sentimiento continental el gobierno de los Estados Unidos ofreciendo su mediación simultáneamente en las cuatro capitales beligerantes. Nuevamente se opuso el Brasil a toda paz que no se basara en la capitulación y abdicación de López, condición que no aceptó Estados Unidos. El gobierno uruguayo protestó en Río de Janeiro: "La guerra convertida en venganza, en satisfacción de odio o de orgullo, teniendo por fin abatir y destruir, es una atrocidad, un crimen". Una insurrección general de las provincias argentinas tomó como bandera la paz con el Paraguay. Mitre abandonó momentáneamente el campo de operaciones y a duras penas sofocó la rebelión, pero la insistencia argentina en negociar con López tropezó con la indeclinable negativa del Imperio.
BLOQUEO DE HUMAITÁ. El 2 de agosto de 1867, la escuadra brasileña forzó el paso de Curupayty, pero no se atrevió a hacerlo con Humaitá, por considerarlo humanamente imposible. Entablóse con este motivo una polémica entre Mitre y el comando imperial, que mostró la existencia de serias divergencias entre los aliados. En la misma época, fue recuperada la provincia de Matto Grosso, con lo cual se estrechó el bloqueo del Paraguay. Las fuerzas aliadas, ya en terminante superioridad numérica, completaron el cerco de Humaitá, saliendo el 28 de octubre de 1867 en Tayi, al norte de la fortaleza, que desde ese momento quedó incomunicada.
MEDIACIÓN DE INGLATERRA. Desahuciada la mediación norteamericana, intentó Inglaterra interceder entre los beligerantes, sobre la base del respeto de la independencia paraguaya y del retiro de López. Este aceptó las bases en un principio, para luego desdecirse, cuando entendió que se quería consagrar su deposición y expulsión del país como un vencido. El gabinete argentino volvió a aconsejar la paz. "La paz -dijo el canciller interino Marcelino Ugarte-, objeto final de toda guerra y única situación que se puede mirar como normal en pueblos civilizados, es hoy para nosotros una exigencia de la opinión". Síntomas análogos se experimentaban en el pueblo brasileño. Hasta el comandante de las fuerzas imperiales, marqués de Caxías, aconsejó poner término a la guerra mediante transacción. Era general el malestar que ocasionaba la prolongación de la guerra, pero el Emperador insistió en rehusar la negociación de la paz con López y en no apartarse de las estipulaciones del Tratado de Alianza.
PASO DE HUMAITÁ. Con el retiro de Mitre, en enero de 1868, por el fallecimiento del vicepresidente Marcos A. Paz, los brasileños quedaron prácticamente solos en la conducción y en el esfuerzo principal de la guerra. El 19 de febrero de 1868, la escuadra forzó al fin el paso del río frente a la fortaleza de Humaitá, que no se mostró inexpugnable como tanto temían los brasileños. Navegó aguas arriba hasta Asunción que, evacuada previamente, fue bombardeada. Pero al primer amago de resistencia, volvió aguas abajo. El 2 de marzo fue audazmente abordada por canoas dirigidas por los capitanes Ignacio Genes y Eduardo Vera. Este asalto, aunque infructuoso, desconcertó a la escuadra. López aprovechó la coyuntura para abandonar sigilosamente Humaitá y, después de largo rodeo por el Chaco, establecerse en San Fernando, sobre el Tebicuary, donde organizó su nuevo cuartel general.
EL PROCESO DE SAN FERNANDO. Cuando se creyó perdido a López, hubo asambleas de notables en Asunción para deliberar sobre la conducta a adoptar, optándose por continuar la resistencia a todo trance.
López se alarmó por las vacilaciones que supuso en la retaguardia, y poco después creyó descubrir los hilos de una vasta conspiración encaminada a deponerle y a negociar la paz con los aliados. Acusado el ministro norteamericano Charles A. Washburn de promover el complot, fueron procesados los más notables personajes del régimen, entre ellos el canciller Berges, el general Barrios, el obispo Palacios y los hermanos de López. San Fernando fue centro de dantescas escenas. Los más crueles procedimientos inquisitoriales fueron aplicados por implacables fiscales, bajo la dirección de López, para arrancar las confesiones. No se permitió la defensa.
EVACUACIÓN DE HUMAITÁ. La guarnición de Humaitá resistió hasta el 24 de julio de 1868, en que fue evacuada la plaza, trasladándose a Isla Poí, al otro lado del río, en medio de exterminadores combates en que lucharon hasta las mujeres y los niños. El último grupo de sobrevivientes, capitaneados por el coronel Francisco Martínez, optó por capitular. Los generales argentinos rindieron homenaje al heroísmo paraguayo. "Lo que hacen los paraguayos no es fácil que lo haga nadie en el mundo, al menos con la frecuencia y facilidad que ellos", escribió el general Gelly y Obes. En el Congreso argentino volvieron a levantarse votos en favor de la paz. El 12 de octubre de 1868 asumió el poder Domingo Faustino Sarmiento, que se impuso en las urnas a Rufino de Elizalde, firmante del Tratado de Alianza.
YTORORÓ Y ABAY. Ocupado Humaitá por los aliados, López abandonó San Fernando, mandó fortificar el Pykysyry y estableció nuevo cuartel general en Lomas Valentinas o Ita Ybaté. Después de larga pausa, Camas salió, atravesando el Chaco, en la retaguardia del Pykysyry, cuyas fuerzas quedaron sitiadas. El 6 de diciembre de 1868 en Ytororó, y el 11 del mismo mes en Abay, fuerzas paraguayas, al mando del general Bernardino Caballero, contuvieron, hasta la muerte del último soldado, el avance brasileño.
LOMAS VALENTINAS. López se aprestó a esperar a los aliados en Lomas Valentinas, donde fue atacado el 17 de diciembre con fuerzas muy superiores. Al comienzo de la batalla, fueron fusilados el obispo Palacios, Benigno López, José Berges, el general Barrios y muchos otros sindicados de conspiradores. Siete días duró el combate en que ambas partes hicieron prodigios de heroísmo. Al promediar la lucha, los generales aliados intimaron rendición a López. El ultimátum fue rechazado gallardamente. López ya se consideraba perdido, cuando advirtió que los brasileños le dejaban expedito el paso para una escapada. Así lo hizo con un puñado de sobrevivientes. El 30 de diciembre de 1868 capitularon los cercados en Pykysyry, con lo cual el desastre paraguayo era completo y parecía terminada la guerra.
OCUPACIÓN DE ASUNCIÓN. Así lo creyó Caxías, que en vez de perseguir a los últimos restos del ejército que con López a la cabeza se refugiaron en la Cordillera de Azcurra, prosiguió hasta Asunción, que estaba desguarnecida, donde entró el 5 de enero de 1869. No encontraron un alma. Las fuerzas argentinas acamparon en los alrededores, mientras las brasileñas se entregaban a implacable saqueo, sin respetar templos, sepulcros ni legaciones. Poco después, Caxías abandonó el teatro de operaciones, descontento por la insistencia del Emperador en llevar la guerra hasta la destrucción total del Paraguay.
GOBIERNO PROVISIONAL. Los aliados comenzaron a divergir sobre el modo de encarar la liquidación diplomática de la guerra. El Brasil destacó a Asunción a su principal diplomático, José María da Silva Paranhos, quien promovió la constitución en el territorio ocupado de un gobierno paraguayo con autoridad para ajustar la paz y los límites sobre la base del Tratado de Alianza. El canciller argentino Mariano Varela combatió este criterio. Adujo que "la victoria no da derechos" a los aliados a imponer límites, y que éstos debían ser negociados con los poderes constituidos por la soberanía popular, terminada la guerra y de acuerdo con los títulos de las partes. Finalmente, el 15 de agosto de 1869 se constituyó un gobierno provisorio integrado por Cirilo Antonio Rivarola, Carlos Loizaga y José Díaz de Bedoya. Una de sus primeras medidas fue poner al mariscal López fuera de la ley, "como asesino de su patria y enemigo del género humanó".
LA LEGIÓN PARAGUAYA. Número principal de los adherentes al nuevo gobierno fueron los miembros de la Legión Paraguaya, constituida por los emigrados paraguayos que estaban en Buenos Aires cuando comenzaron las hostilidades. Se habían adherido a la Alianza por considerar que era contra el tirano y no contra el pueblo paraguayo. Algunos se retiraron de ella al conocer los términos del Tratado secreto. A ellos se agregaron no pocos desertores y prisioneros, y hasta algunos diplomáticos como Cándido Bareiro, encargado de negocios en París y Londres, convencidos y horrorizados de las atrocidades de López, sobre las cuales los aliados hacían profusa propaganda para contrarrestar las universales simpatías que suscitaban la causa paraguaya, el heroísmo del pueblo y la tenacidad de su conductor.
BATALLA DE PIRIBEBUY. López organizó un nuevo ejército en Azcurra, casi por milagro, con niños, ancianos, mutilados, heridos y mujeres, hasta 12.000 almas. Instaló un nuevo arsenal en Caacupé y protestó por el uso de la bandera paraguaya en las filas aliadas por los legionarios. El Imperio decidió poner el máximo esfuerzo en la prosecución de la guerra, que ya fue sin cuartel. Argentinos y orientales fueron prácticamente eliminados. El Conde D'Eu, yerno del Emperador, se puso al frente de las tropas brasileñas, considerablemente reforzadas. Las operaciones se reanudaron con el cerco y toma de Piribebuy, el 12 de agosto de 1869. Los vencedores incendiaron el hospital repleto de heridos y degollaron al comandante de la plaza, mayor Pedro Pablo Caballero. López, al conocer el nuevo desastre, abandonó Azcurra, y los brasileños se lanzaron en su persecución. Fueron contenidos el 16 de agosto en Acosta Ñu por batallones de niños disfrazados con largas barbas y que se dejaron matar uno por uno.
LA CAMPAÑA DE LA CORDILLERA. Dos veces cruzaron los restos del ejército paraguayo la Cordillera de Amambay, sufriendo enormes privaciones. Y así como los brasileños ponían inaudita ferocidad en sus acciones militares, así también López, enloquecido por la derrota, ya no refrenó sus instintos sanguinarios. Le bastaba la menor delación para ajusticiar a sus más fieles y heroicos jefes. Su propia madre fue objeto de monstruosos maltratos. Su hermano Venancio murió a palos. Pancha Garmendia, un viejo amor de López que le había desairado en su juventud, fue ejecutada, lo mismo que las hermanas Barrios y muchas damas de la antigua sociedad. Las principales familias de Villa Concepción sucumbieron lanceadas por haber establecido contacto con la escuadra brasileña, que ya se había enseñoreado de todo el río Paraguay.
MADAME LYNCH. No fue ajena a estos actos. Madame Lynch, la querida irlandesa de López, que valiéndose de su influencia se vengaba de humillaciones y rivales antiguas y satisfacía su insaciable codicia. Ya era dueña, por ventas forzadas, de las mejores fincas de Asunción. En repetidas ocasiones hizo que las familias se desprendieran de sus joyas, puestas luego a buen recaudo en el exterior, o enterradas en la selva. En diciembre de 1869, en plena derrota, simuló una compra de 3.105 leguas de tierras fiscales. Mientras tanto, la más espantosa miseria cundió en Asunción y en las zonas ocupadas por los aliados. Mujeres, ancianos y niños que no pudieron acompañar a López, morían de hambre en las calles.
LA ÚLTIMA CAMPAÑA. No fueron menores las privaciones que sufrió en su última campaña el ejército de López, convertido en una legión de espectros. Les acompañaban las "residentas", mujeres de tan heroico temple como los varones. Sin víveres ni municiones, vestidos de harapos, hombres y mujeres iban detrás del mariscal, resueltos a luchar hasta la muerte. Una última intimación de los brasileños para que capitularan ni siquiera fue contestada. Cuando el 8 de febrero de 1870 hicieron alto en el extremo oriental del país, ya no eran sino 500 hombres. El Conde D'Eu organizó una gran expedición para dar con los restos del ejército paraguayo.
CERRO CORÁ. La última batalla se libró en Cerro Corá el 1° de marzo de 1870. El mariscal López se puso al frente de su pequeña tropa. En el primer choque resultó herido. Buscó refugio en las orillas del arroyo Aquidabán, donde personalmente el general Correia da Cámara, que comandaba las tropas brasileñas, le intimó rendición. Aunque exánime por sus heridas, López le dirigió una estocada y dijo: "Muero con la patria". Correia da Cámara ordenó que lo mataran, y un balazo dio término a la vida del Mariscal y a la guerra entre el Paraguay y la Triple Alianza.
Editorial Servilibro,
Dirección Editorial: VIDALIA SÁNCHEZ.
Asunción-Paraguay, 2007. 177 pp.
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